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El «bullying» puede causar
cambios en el cerebro y patologías mentales
Los menores que sufren acoso
tienen más riesgo de ansiedad, depresión y problemas de autoestima
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NICHOLAS KAMM
Las consecuencias del acoso bullying no son
solo psicológicas, también físicas. Un estudio reciente llevado a cabo en el
King’s College de Londres, en el Reino Unido, ha descubierto que una
exposición continua al acoso durante la adolescencia puede provocar cambios
físicos en el cerebro y aumentar la probabilidad de sufrir una enfermedad
mental. «Está demostrado que el entorno y el ambiente influyen en
nuestro sistema nervioso y en el desarrollo de nuestro cerebro», apunta
María José Acebes, neuropsicóloga y profesora de los Estudios de Psicología
y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Los investigadores del Reino Unido midieron áreas del
cerebro de adolescentes cuando tenían 14 y 19 años. De estos últimos,
aquellos que habían sufrido acoso escolar crónico presentaron una
disminución de las áreas cerebrales del núcleo caudado y el putamen, que los
investigadores asociaron a unos mayores índices de ansiedad. «Si no
hay un tratamiento y un apoyo adecuados, se ha comprobado que los niños que
sufren acoso pueden tener más posibilidades de padecer problemas de salud
mental, como depresión y ansiedad, predisposición a autolesionarse,
trastornos postraumáticos y miedos patológicos asociados al desarrollo y
la conexión entre el hipotálamo y el hipocampo, relacionados con respuestas
cardiovasculares ante estímulos de peligro, así como con el condicionamiento
al miedo», advierte la neuropsicóloga.
Según explica la psicóloga Iria Calleja, «está
demostrado que la exposición repetida a determinadas situaciones o
emociones provoca cambios a nivel neurológico. Esto tiene mucho que
ver con un bajón en el estado de ánimo que hará que las personas tengan
menos disponibles determinados neurotransmisores eso puede acabar provocando
depresión».
Además, la experta alerta de que la depresión en la
infancia y en la adolescencia temprana tiene características diferentes a
las de la edad adulta. «Lo que les va a suceder a los niños -explica- es que
van a verse más alterados. Van a estar más hiperactivos en lo
físico, enfadados, incómodos... Sobre todo los vamos a ver airados,
por lo que muchas veces se puede confundir con mal comportamiento, con
desafío, incluso con hiperactividad».
Calleja asegura que los niños manifiestan así el
rechazo de los compañeros, y advierte que a largo plazo tiene otras
consecuencias. «Las personas que han padecido bullying en
la infancia y la adolescencia desarrollan lo que llamamos el locus de
control externo, que es asumir que si algo les sale bien ha sido por
factores azarosos y si sale mal es porque no valen para nada».
Está muy bien explicado en este ejemplo de la
psicóloga: «Con la autoestima sana, si un examen te sale bien dices ‘soy un
crack’ y si te sale mal pues es que el profesor fue a pillar, era
dificilísimo, suspendió toda la clase... En las personas que han sufrido
acoso esto funciona al revés».
Además de los hallazgos sobre los cambios en el
cerebro, lo que está claro es que la autoconfianza queda muy tocada
cuando se sufre el rechazo de los demás de forma sistemática. «A mi
lo que me preocupa como psicóloga -añade Iria Calleja- es la intervención
que se hace sobre eso. Lo que está sucediendo es que los chavales
están bajando el índice de empatía, hay un montón de observadores
pasivos que saben lo que está pasando pero no intervienen: no se lo dicen al
adulto, no defienden al compañero... no actúan. Hay que trabajar el
triángulo del acoso, y también hay que trabajar con el agresor para que no
se repita».
La experta cree que «habría que ayudar a
estos niños a relajarse y a elaborar otras estrategias, que a veces
no las tienen o no las conocen, porque está demostrado que a menor
activación del sistema nervioso simpático menor nivel de conductas
agresivas».
¿Obligar a denunciar es estigmatizar a los
alumnos?
Recientemente, la Comunidad de Madrid ha
presentado un decreto para regular la convivencia en los centros educativos en
el que se señala como falta grave que un alumno conozca una
situación de acoso y no lo comunique. Además, obliga al centro a
«informar a la Fiscalía o al organismo correspondiente en función de la
gravedad de los hechos». Para José Ramón Ubieto, este tipo de medidas no son
la solución. Considera que es un «disparate» tratar de imponer a profesores
y alumnos el papel de «acusadores».
Iria Calleja asegura que «lo que se intenta desde los
centros es que lo que no tenga la entidad para ser judicializado no se haga,
porque estamos estigmatizando a los niños. Eso va a quedar en tu expediente
para siempre». En Galicia hay medidas que funcionan muy bien, como el aula
de convivencia, una clase en la que hay profesores de guardia para
intervenir en los conflictos que se vayan presentando. En vez de abrir un
expediente y expulsar al alumno, se reflexiona y se trabaja sobre el tema.
Otra vía es el equipo de mediación entre iguales, que
funciona desde hace tiempo en muchos centros gallegos. El mediador se reúne
primero con un alumno y luego con otro. Con este método se paralizan
situaciones que se podrían llegar a convertir en acoso. Calleja se considera
más partidaria de educar al acosador que de judicializarlo, ya que muchos de
ellos tiene alguna patología mental, trastornos como autismo
o hiperactividad.
Por su parte, desde la Fundación Anar explican que en
el decreto de Madrid se contempla la obligación de que alumnos y profesores
denuncien los abusos, «siempre y cuando sea posible hacerlo sin riesgo
propio ni de terceros» y entra siempre en juego la valoración que se haga de
la conducta determinada.
Las sanciones que se prevén van desde la
comparecencia inmediata ante el director, la prohibición temporal de
participar en actividades extraescolares o servicios complementarios, la
expulsión de determinadas clases o del centro por un máximo de cinco días.
La entidad considera que se debe confiar en «la labor del profesorado y de
la dirección del centro en la evaluación de la conducta y de si ese menor
podría denunciar sin sentir ningún riesgo y desde ahí la posible corrección
puede ser adecuada a las circunstancias».
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