Alberto Magro Palma
Muchas veces el
trabajo es un privilegio. Lo cree César Bona y lo
comparte el que firma, que pudo disfrutar de una de sus mejores
mañanas mientras tomaba notas en la conferencia de un profesor, uno de
tantos, uno de cientos, que se ha hecho famoso por trabajar con la
ilusión de miles y convertir la educación en un juego de niños que
forma adultos completos. Y mejores.¿Y quién es César Bona? Pues es un
maestro entre muchos, oficialmente
el mejor de España, pero extraoficialmente tan
apasionado por lo que hace como la mayoría de quienes pisan un colegio
para enseñar. "Un educador", dice él, desde hace un par de meses
famoso por haber sido elegido como uno de los 50 mejores profesores
del mundo. ¿Y qué ha hecho para ganarse tal honor? Pues básicamente
creer en los niños. En su creatividad. En su
ilusión y su imaginación. En su talento, el
de cada uno de ellos, esa energía capaz de transformar su mundo y
revolucionar el de todos. O así los describe Bona, que ayer por la
mañana llenó el Auditórium de Palma. Más de mil personas
entregando la mañana a escuchar a un profesor hablar de
educación como si fuera el niño ilusionado que fue, y no el profesor
concienzudo que es.
Que quizá esa es
la clave: el adulto ilusionado como un niño, motivado como ellos para
motivarles a ellos. Es lo que emana de los experimentos de Bona,
proyectos que han conseguido hitos tales como que un grupo de niños de
extrarradio, mayoritariamente de etnia gitana, dejen de
considerar el colegio un sitio del que huir para acudir una
hora antes a clase para enseñarle a su maestro a inventar música con
un cajón de percusión. Y por el camino aprender a leer. Formarse.
Crecer. Y ayudar a que los suyos crezcan.
Es un ejemplo. Hay más. De todos ellos habló César
Bona ante un auditorio entregado, al que convenció (no lo duden, lo
hizo) de que hay un camino mejor para la educación, una vía que
exploran, jalón a jalón, maestros como él, innovadores con arrestos
que están convencidos de que la clave es convertir al niño en el
centro de la educación. "Los niños no son solo los adultos del futuro,
como se dice, son los habitantes del presente, y como tales
hay que darles la oportunidad de opinar y de participar en la sociedad",
explicaba Bona, entre arranques de humor y ejemplos que ilustran
porque es feliz con lo que hace y hace felices a quienes le acompañan,
padres y alumnos. "Los maestros nos sumergimos a diario en un mundo
infinito de imaginación e inspiración. Debemos disfrutarlo. Desde que
se conoció [que es considerado uno de los 50 mejores del planeta] he
recibido cientos de mensajes de padres que quieren una
educación en la que se tenga en cuenta el factor humano, que
quieren implicarse en la formación de sus hijos", reflexionaba. Y ante
Nuria Riera, por cierto, la consellera de Educación del Govern Bauzá,
el mismo que se ha pasado una legislatura tratando de imponer a las
comunidades de cada colegio un proyecto en el que no creen.
Bona acabó posando con la camiseta verde de Crida, símbolo de
la lucha contra la política educativa del PP, pero esa es otra
historia que quizá sea contada en otra ocasión.
Un auditorio de profesores
Ayer el centro eran los niños. Su educación. Y los
ejemplos de lo logrado por Bona, un tipo de talante natural y cercano
que está seguro de que hay muchos profesores como él. Por si acaso, él
mismo se encargó de probarlo, pidiendo que se pusiesen en pie quienes
se dedican a la enseñanza. Más de medio Auditórium se alzó,
demostrando que muchos de quienes educan no entienden de sábados
libres. Laten por lo que hacen en fin de semana y en lunes. Como Bona,
que se metió a la concurrencia en el bolsillo simplemente explicando
lo que ha hecho. Que no es simple, sino brillante. Inspirador. Un
ejemplo: consiguió que los seis alumnos de un colegio de un pueblo de
200 habitantes, niños todos de distintas edades, algunos enfrentados
por viejas rencillas familiares, acabasen haciendo una
película de cine mudo que reconcilió al municipio. Otro caso,
el de los críos de ese centro de barrio periférico al que Bona acudió
para hacerse cargo del grupo considerado más problemático, para
marcharse un año después con la clase llena de niños que antes no iban.
O ejemplos como el de su clase actual, en la que
reparte roles entre los alumnos para que asuman responsabilidades.
Para que se defiendan unos a otros. Para que se quejen de lo que no
funciona y propongan alternativas. Para que ofrezcan su ayuda a los
compañeros en las materias que dominan y aprendan a ver en lo que
fallan y pidan auxilio. "A los niños hay que darles la oportunidad de
opinar y participar en sociedad, hay que animarles a ser críticos
siempre, pero con respeto y proponiendo alternativas", insiste César
Bona, que encargó a los niños de un pueblito aragonés de mil
habitantes a que analizasen la situación de los animales del circo que
acaba de llegar al lugar. De ahí nació un grupo ecologista
infantil que convenció al alcalde para que no volviese a
permitir la actuación de circos con animales. Fue el germen de una
asociación gestionada por niños que instó al Rey a dar ejemplo dejando
de matar elefantes, mientras se ganaban el afecto de Jane
Goodall, activista ecologista y eminencia científica que aún
hoy describe a eso doce niños y su Cuarto Hocico (así se llama la
asociación) como razón para soñar con un futuro mejor.
Los niños enseñan
Un futuro mejor, anclado además en un pasado
conocido y reconocido, apuntaba Bona, que en otro de sus proyectos, un
corto documental protagonizado por sus alumnos, puso la materia prima
para que los críos acabasen ayudando a los ancianos de su pueblo a
implicarse en la educación y, de paso, a hacer realidad sus
sueños de infancia, devenidos realidad en un mundo de ficción
que convirtió a los abuelos en las aviadoras, porteras de fútbol,
cirujanos y alpinistas que un día desearon ser y solo fueron gracias a
los críos y a la imaginación que César Bona anima a cultivar. "Un niño
que se educa en la creatividad y la curiosidad la conservará para toda
la vida".
El auditorio aplaudía y creía, contagiado por la
ilusión que a buen seguro transmite a los críos cada día. Al fin y al
cabo se trata de un profe capaz de lograr que un chico tímido que no
habla porque le da vergüenza pronunciar mal la erre acabe dando un
discurso ante 400 personas en la preconvención mundial sobre los
derechos del niño. "Seguía pronunciando mal la erre, pero le daba
igual", aclara Bona, que insiste en una idea: hay que formar
personas, exponer valores por la vía del ejemplo, modelar la
esencia creativa y curiosa de los niños, más allá de empeñarse en que
aprendan datos. "En nuestras clases está el futuro presidente o
presidenta de la nación, pero también el marido que sabe respetar a su
mujer, la mujer que sabe respetar a los animales. Por eso es tan
importante educar", animaba a un auditorio lleno de profesores, al que
repetía que es "fundamental hacer participar a los niños en la
sociedad" y conseguir que disfruten de los doce años en los que no les
queda otra opción que ir al colegio.
También había ahí
un mensaje de calado para los padres de hoy, en muchos casos
obsesionados por convertir a sus hijos en titanes del saber, máquinas
que hablan idiomas y practican mil deportes mientras leen más libros
que el hijo del vecino. "Parece que los niños tienen que ser Einsteins
antes de salir de primaria, y no: tienen que disfrutar de la infancia.
Y los padres y madres, disfrutad de vuestros hijos. Somos emociones. Y
tenemos que saber llegar a la emoción del niño", apuntaba uno de los
mejores profesores del mundo, uno de muchos, dice él, convencido de
que lo que no funciona es obligar a los niños a desprenderse
en la puerta de clase de "lo mejor que tienen, su curiosidad
y creatividad", para aprender datos que en muchos
casos olvidarán pronto. "Los niños son una piscina de ilusión
infinita, aprendamos de ellos", zanjaba el maestro de moda, que al
final es el maestro que todos recordamos, el que nos emocionó e
implicó, el que nos hizo vibrar vibrando él. Un César Bona. Hay
muchos.