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El año más complicado para los estudiantes sordos: "No podemos seguir las clases
como los demás"
El uso de
mascarillas en las aulas y las clases 'online' dificultan la comprensión a
miles de alumnos con discapacidad auditiva, que critican la pasividad de las
administraciones para buscar alternativas

Irene Navajas, en el Campus
Ciutadella de la UPF Xavier Jubierre
Pau Rodriguez, 6 de junio 2021
"En la
vida de una persona sorda, leer los labios de los demás no es que sea
importante, es fundamental”. Maria Ángeles Muñoz es sorda igual que sus dos
hijas, Érika y Carlota, y su marido. Para esta familia, la pandemia y el uso
obligatorio de las mascarillas que tapan totalmente la boca –porque casi
nadie usa las transparentes– ha supuesto una barrera "muy grande" para la
comunicación. En todos los ámbitos, pero con especial preocupación en el
colegio, donde esta madre teme que sus hijas no puedan seguir el mismo ritmo
de los demás. Especialmente la menor, que hace quinto de Primaria y no tiene
intérprete.
Maria
Ángeles Muñoz y su familia viven en Zaragoza. En Aragón por ahora no se
permite el uso de mascarillas transparentes en las aulas. O al menos así se
lo han hecho saber a Muñoz, que ha recurrido incluso al Justicia de Aragón
–un equivalente al Defensor del Pueblo– para que el gobierno autónomico
cambie de criterio, de momento sin éxito. "Si las personas a menudo no se
entienden cuando hablan con mascarilla, porque el sonido no viaja igual,
imagínate para alguien que tiene un implante…". Sus dos hijas tienen un
implante coclear, un dispositivo que mejora mucho la escucha, pero sin el
apoyo de la lectura de labios se pierden muchos detalles.
Las
entidades de personas sordas vienen batallando desde el inicio de la
pandemia para que se acepte el uso de mascarillas transparentes. Y lo
lograron en febrero, cuando el Ministerio de Consumo aprobó su regulación,
con un proceso de certificación para que se puedan considerar seguras y
útiles. Que impidan el paso del virus, por un lado, pero también que no se
empañen y dificulten en la práctica la lectura de labios.
Con todo,
sigue habiendo muchas diferencias entre comunidades y al final acaba
dependiendo a menudo de la iniciativa de cada centro, según explican las
entidades. En Catalunya se introdujeron ya en noviembre, pero era un modelo
que tenía poca funcionalidad. "El otro día me informaron de un centro en
Badalona donde los profesores se negaban a usarlas porque no la veían
seguras, y están en su derecho", ejemplifica Marián González, de la
asociación de familias Volem Signar i Escoltar.
En
Euskadi,
la autoridad de Consumo decidió retirar las mascarillas transparentes
por considerarlas poco eficaces. En Baleares, por contra,
se autorizó desde diciembre el uso de estos cubrebocas tras una prueba
realizada en diciembre en 33 centros educativos.
"Ha
habido centros que las han adquirido o que han recibido donaciones, incluso
para todos, los que son sordos y los que no, pero el espíritu inclusivo no
ha acabado de cuajar", describe Marta Vinardell, psicopedagoga en Secundaria
y miembro de Docentes Sordos en Lucha. "Hay quien argumenta que no son
seguras, pero luego ves a muchos que acaban enseñando la nariz [por encima
de la mascarilla]. Los centros ejemplares han sido pocos", opina.
El sonido "horrible" de
las videoconferencias
Las
dificultades añadidas para el alumnado con problemas auditivos, unos 7.000
en toda España sin contar a los universitarios, no acaban con las
mascarillas opacas. Otro elemento que les ha perjudicado, sobre todo al
inicio de la epidemia, han sido las clases a distancia. Cuando la nitidez de
lo que se escucha depende de un audífono o de un implante, no es lo mismo
una conversación con una sola persona que un aula con sus 30 alumnos y sus
ruidos. Pero la cosa empeora todavía más en una clase por videoconferencia.
"Si el
profesor no tiene un buen micrófono, si intervienen muchas personas… Se
escucha horrible", explica Irene Navajas, estudiante de Tercero del grado
International Business Economics, en la Universitat Pompeu Fabra (UPF) de
Barcelona. Esta joven envió sus primeras quejas a la universidad ya desde
las primeras semanas, pero la solución se hizo esperar. Según ella, más de
lo que el shock inicial de la pandemia podría justificar. Durante
meses, su seguimiento de las clases dependió de la predisposición de cada
docente. "Algunos se prestaban a darme más apuntes, a cambiarme exámenes por
trabajos, pero otros ni siquiera contestaron a mis peticiones", lamenta.
"Aquello
era inviable, no podía estar dependiendo de que me pasaran apuntes. Y es que
además era discriminatorio", plantea Navajas. "Si no puedo acceder a las
clases como los demás, ¿cómo van a ser mis notas equiparables a las de
alguien que no tiene ese problema?", razona. Al final, tras el verano y el
inicio del actual curso, los subtítulos para las clases en vídeo llegaron en
noviembre. Aunque hay softwares de subtitulación directa, en su
caso le pusieron una transcripción manual. "Es mejor que nada y ya no me
pierdo las cosas importantes, como si un profesor dice si algo va a entrar
en el examen, pero sigo sin tener el 100% de la explicación", dice.
Desde
hace unos meses, en Catalunya se ha ido retomando parte de la actividad
presencial en los campus, y con ello volvieron las trabas para esta
estudiante. A diferencia de muchas escuelas e institutos, en su caso los
docentes sí llevan mascarilla transparente, pero no el resto de estudiantes,
no. Y sus clases son muy participativas, explica. "En los debates y en las
exposiciones orales solo me puedo quedar con el feedback del
profesor", se queja. Ahora ha pedido a la universidad subtitulación también
en clases presenciales y está a la espera: "Sé que no es mala voluntad, pero
sí gestión lenta. Si yo te doy los recursos, te ayudo a buscar programas,
mascarillas… Al menos espero un poco más de cooperación. Es que no podemos
seguir las clases como los demás".
Mascarillas, la enésima
barrera
Si la
escolarización del alumnado sordo en centros ordinarios ya suele ser una
carrera de obstáculos, el coronavirus le ha añadido complicación. En muchas
comunidades autónomas, la ley recoge que estos estudiantes pueden escoger
entre dos modalidades, la oral y la bilingüe. Esta segunda incluye un
intérprete de lenguaje de signos, pero en la práctica está al alcance de
pocos. En toda Catalunya, por ejemplo, solo hay una escuela y un instituto
públicos, en Barcelona, donde se imparte esta modalidad. El resto, el 91% de
los estudiantes catalanes con problemas auditivos, están en centros que no
tienen este tipo de recursos.
"Estos
niños y niñas, a medida que van creciendo, tienen una mochila de privación
lingüística", describe Marián González. Los que se escolarizan en la
modalidad oral tienen apoyo de profesionales especializados en audición y
lenguaje, pero solamente unas horas a la semana. María Ángeles Muñoz lo ve
con sus dos hijas, la mayor con intérprete –en Aragón se puede solicitar en
Secundaria– y la menor, sin. “Piensa que en un aula cuando el profesor se
mueve ya no te enteras. O cuando hay eco, cuando hay ruidos, cuando hablan
inglés… La mayor se da ahora cuenta del lujo que es tener intérprete”,
explica.
Mientras
tanto, la pequeña sigue en su clase de quinto con sus dificultades para
escuchar y rodeada de mascarillas opacas, que le impiden apoyarse en la
lectura labial. "Ella no tiene vergüenza y siempre pregunta, porque quiere
estar en igualdad de condiciones, y tenemos la suerte de que su profesor
sabe un poco de lengua de signos", añade.
Paradójicamente, quienes tienen problemas de audición más severos y
requieren sí o sí de lenguaje de signos son los que menos cambios han
sufrido, puesto que antes y durante la pandemia siguen comunicándose
principalmente gracias al intérprete. Pero, incluso en su caso, las
entidades advierten que no es tan sencillo. De nuevo por culpa de la
mascarilla. "Para usar lengua de signos hace falta ver la cara. No es solo
mover las manos. Tienes que fijarte en la expresión facial y en la
vocalización. Es como si tu hablases sin entonación. ¿Verdad que es
importante?", reflexiona Maria Ángeles Muñoz.
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