eldiario.es
El impacto de una
pandemia sin escuela
en la infancia de
América Latina
Casi el 40% de los
hogares no tiene conexión a Internet y el porcentaje de casas
con ordenadores es
todavía más bajo
eldiario.es y
Red pedriodística Connectas
1 de agosto 2020
María tiene 8 años y
vive en Ahuachapán, departamento de El Salvador fronterizo con Guatemala.
Desde que empezó la cuarentena por la COVID-19, intentó mantenerse al día
con clases virtuales. Pero el dinero para pagar el internet se terminó y su
única opción es tomarlas a través del programa estatal que se transmite por
televisión. Lo hace sin la guía ni la supervisión de su maestra. Como ella,
en la ciudad de Maracaibo, en Venezuela, Juan José, de 10 años, solo cuenta
con las lecciones por TV desde que Nicolás Maduro decretó el confinamiento
absoluto el 13 de marzo. Su conectividad a internet es casi nula y el niño
no puede comunicarse con sus maestros por ninguna plataforma tecnológica.
Los cinco apagones eléctricos registrados en su ciudad durante abril,
aunados al racionamiento programado de energía que vive su región, le
impiden tener una educación remota estable y continua.
Aunque es pronto para
medir cuánto habrán aprendido ambos alumnos al finalizar el año escolar en
esas circunstancias, expertos consultados en este reportaje, parte de la
serie #HuellasDeLaPandemia y
elaborado colaborativamente por periodistas miembros de la Comunidad
de CONNECTAS, aseguran que la calidad será inferior a la que habrían
alcanzado si las aulas estuvieran abiertas; incluso se corre el riego de que
el desencanto los lleve a ellos o a otros en condiciones similares a
abandonar el colegio.
En contraste con la situación de
María y Juan José, hay niños más afortunados. María Antonia, de 7 años,
estudiante de segundo de primaria en Manizales (Colombia), no lo ha pasado
mal con las clases virtuales a través de Zoom. Tiene tableta y teléfono para
conectarse y los maestros están presentes desde las 8 de la mañana hasta las
3:30 de la tarde, con algunos descansos. En las clases pueden intervenir si
piden la palabra e incluso los dejan compartir la pantalla para que sus 13
compañeros de curso vean lo que han hecho. Sin embargo, dice: “Me han
cambiado un montón de cosas desde que cerraron el colegio. Mi tío Juanmi no
viene a recogerme y no podemos jugar como antes, cuando nos llenábamos de
tierra en el parque y hacíamos un castillo. En el colegio podíamos
interactuar más, aunque la mano se nos cansaba cuando la levantábamos si el
profesor estaba mirando la pizarra”. Su primo Tomás,
de 10 años y estudiante de tercero de primaria en la misma ciudad, vive una
situación parecida. Recibe las clases por Zoom hasta las 4 de la tarde y
como ya no tiene actividades extraescolares, en el tiempo libre que le queda
ha sacado a relucir talentos que han sorprendido incluso a sus papás: está
haciendo vídeos que vende a 10.000 pesos (poco menos de 3 dólares; 2,50
euros) a los contactos de sus padres, a los amigos y a los primos. “Quiero
comprarme un ordenador porque ahora me toca compartirlo con mi papá o con mi
hermano, que también tiene clases. Lo mismo me pasa con el teléfono. La
semana pasada también se me ocurrió que voy a empezar a hacer alfajores para
vender”.La Unesco indica
que casi 1.200 millones de estudiantes, de más de 190 países, se han visto
afectados por la interrupción de la educación presencial desde mediados de
marzo, dada la posibilidad, aún en estudio, de que los niños puedan ser
vectores del virus y transmitirlo. De estos, 168,5 millones están en América
Latina, donde 59,4 millones de escolares que cursan educación primaria, como
María, Juan José, María Antonia y Tomás, no están yendo al colegio. La
supervisión de esta organización indica que en la región solo Nicaragua,
Uruguay y algunas islas caribeñas mantienen centros educativos abiertos de
forma total o parcial. Otros 27 países los han cerrado y han adoptado
estrategias de educación remota para
contrarrestar la interrupción de clases presenciales.
Carlos Vargas Tamez,
jefe de la Unidad de Desarrollo Docente de la Oficina Regional de Educación
de Unesco para América Latina y el Caribe, advierte que, antes de la
pandemia, 12 millones de niños no estaban escolarizados en la región, y que
esta cifra puede hacerse más profunda en contextos de pobreza y exclusión.
Según el Informe
Pisa 2018, en América Latina y el Caribe la media en competencias de
Lectura, Matemáticas y Ciencias es baja, indicador que, dice el funcionario,
varía entre niños pobres y niños con más recursos. Explica que en la edad
temprana son fundamentales estas competencias, así como las habilidades
socioemocionales, de pensamiento crítico y de resolución de conflictos, que,
además, contribuyen a la formación de identidad.
La economista del BID
Diana Hincapié coincide: “Tenemos una situación complicada, porque la
mayoría de los niños en la región no estaban adquiriendo las habilidades que
necesitaban. Ya observábamos estas brechas gigantescas entre los más
vulnerables y los no vulnerables. Lo que hace la pandemia es acentuar estos
problemas. Los estudiantes en América Latina y el Caribe tienen muy baja
comprensión lectora, y para trabajar en internet es necesaria esta
habilidad”.
Ahora, seguramente, será
más difícil estimar ese rezago, pues los sistemas de evaluación del
desempeño escolar también han debido adaptarse a la no presencialidad. En
Venezuela, por ejemplo, donde las evaluaciones hasta sexto grado de primaria
son cualitativas, los maestros han calificado a los niños por los
portafolios de actividades entregados, y a través de evaluaciones por
teléfono o videollamada, cuando se puede, pues muchos no tienen internet.
En Colombia, como es
obvio, también ha habido cambios, y los tradicionales exámenes individuales
con que se calificaba antes de la pandemia han sido remplazados en muchos
casos por mediciones más apreciativas e incluso basadas en la metacognición,
es decir, ponen al estudiante a preguntarse sobre su propio proceso de
aprendizaje. A Tomás y a María Antonia, por ejemplo, una vez en el trimestre
le envían un formato en el que él mismo debe ponerse una nota y llenar tres
casillas: lo que ha aprendido en ese período, cuáles valores ha practicado
con la familia y para qué le ha servido en la vida cotidiana ese
conocimiento; después lo devuelve al maestro, que también le pone una nota.
Mientras que a Sofía y a los otros niños del pueblo donde vive (solo hay una
escuela para primaria y un colegio para bachillerato), les ponen una nota
apreciativa que, por lo general, está entre 4 y 4,5, pero no 5, que es la
máxima, porque los profesores tienen dudas acerca de si recibieron ayuda y
cuánta para hacer el taller; si el niño no entrega pierde la materia y si
las respuestas son deficientes se lo devuelven para que lo repita. Los
maestros no tienen capacidad para desarrollar
estrategias pedagógicas virtuales.
La especialista Hincapié
destaca que las secuelas de la pandemia van desde el ámbito académico hasta
el físico y emocional. En un corto plazo, estarán vinculadas a la
alimentación. “Aunque ellos no estén tan afectados por el coronavirus en
términos de tasas de contagio, muchos niños dependen del programa de
alimentación escolar para su desarrollo. Entonces, el hecho de no estar en
la escuela está limitando también su acceso a la alimentación, y esto incide
en su estado nutricional y su salud", dice la experta del BID. "Puede que
haya niños pobres, vulnerables, que ya empiezan a sufrir este déficit”.
En un medio plazo, las
consecuencias estarán relacionadas con pérdidas de aprendizaje en todas las
materias, dificultades para concentrarse y carencias de habilidades
psicosociales, como la capacidad para sentir empatía y trabajar en equipo.
“El tema de salud mental es muy grave, sobre todo para los más pequeños.
Estar encerrados puede ser nefasto, porque para ellos es muy importante
interactuar con sus compañeros en clase. No es simplemente que no pueden
jugar, es que ellos reciben estímulos que desarrollan sus habilidades en
estos años muy tempranos. Entonces, también esperamos que este encierro
prolongado impacte en sus habilidades socioemocionales”, explica Hincapié.
Y aunque la experta
asegura que los efectos a largo plazo solo podrán estimarse una vez los
niños regresen a las aulas, un estudio de
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la
Iniciativa Global de Innovación Educativa de Harvard, plantea que de no
remediar los daños, la pérdida de aprendizaje puede derivar en el perjuicio
de la economía, al disminuir la productividad y el crecimiento de los
individuos y sus sociedades. “Un año escolar perdido puede ocasionar una
pérdida de entre el 7 y el 10% de los ingresos de toda la vida”.
Los niños en tránsito a
bachillerato representan una preocupación todavía mayor, pues aquellos que
estaban culminando el año escolar, posiblemente no alcanzaron las metas
planteadas. “En muchos casos, en estos tres meses han aprendido entre el 5 y
10% de los que aprendían en la escuela -expone Diana Hincapié-. Estamos
esperando que la tasa de abandono sea altísima, pues los estudiantes están
desmotivados”. De acuerdo con la Unesco,
el abandono suele derivar en mayor exposición a la violencia y explotación:
“Cuando las escuelas cierran, aumentan los matrimonios precoces y la
explotación sexual de niñas y mujeres jóvenes, se recluta a más niños en las
milicias, se vuelven más comunes los embarazos adolescentes y crece el
trabajo infantil”.
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