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	La revolución en la escuela 
		
		
		En lugar de 'la república de los 
		intelectuales' hubiera sido más acertado apodar a la Segunda República 
		como la de los maestros y las maestras, pues fueron estos los que 
		vertebraron los grandes avances de la época 
		
 
		María del Carmen Agulló 
		Díaz 
		25 de diciembre 2021 
  
	En nuestro imaginario colectivo la figura de don Gerardo, el 
	protagonista de 'La lengua de las mariposas' —impresionante Fernando Fernán 
	Gómez— , permanece como el arquetipo del maestro republicano, sabio, 
	escéptico, pero que no pierde la ilusión de cambiar la sociedad mediante una 
	educación capaz de formar alumnos críticos.  
	Los maestros republicanos se convierten así en el símbolo de 
	una república que, aunque se ha conocido como 'la república de los 
	intelectuales' por el inicial apoyo que le proporcionó la élite de la 
	intelectualidad, nos induce a pensar que sería más correcto calificarla como 
	'la república de los maestros', por la importancia que el régimen 
	democrático otorgó a la educación, y, en particular, al Magisterio. 
	 
	Es innegable que la educación es uno de los pilares del nuevo 
	sistema. La necesidad de creación de un Estado docente, que garantice una 
	escuela pública, basada en la independencia entre Iglesia y Estado, que 
	facilite el acceso a la educación, en igualdad de condiciones a todos los 
	sectores de la población, con el único criterio selectivo de las capacidades 
	y aptitudes de cada persona, se revela como imprescindible para sostener al 
	régimen democrático y avanzar en la construcción de la modernidad. Para 
	configurarlo en la realidad, se redacta una Constitución que otorga una gran 
	relevancia a la educación. En ella se establece la laicidad de la enseñanza, 
	la obligatoriedad y gratuidad de la escuela básica, organizada según el 
	principio de la escuela unificada; se introduce el trabajo como eje de su 
	actividad, y se define como su ideal el de la solidaridad humana (artículo 
	48). Unos principios que responden tanto a las propuestas de la Institución 
	Libre de Enseñanza, como a las del movimiento obrero, especialmente las de 
	la escuela única/unificada de Luzuriaga y la de la tolerancia de Rodolfo 
	Llopis, quien critica de la Rusia soviética el lema "hay que apoderarse del 
	alma del niño" y propone su sustitución por "hay que respetar el alma del 
	niño", directriz que implica que no exista ninguna imposición, ni política 
	ni religiosa.  
		
			
			
			La escuela no es nada sin buenos 
			maestros, son su alma: profesionales dignos y entusiastas 
	Ideales pedagógicos y directrices educativas que se concretan 
	en un lema tan sencillo como efectivo: "más escuelas y mejores maestros", 
	acuñado por el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Marcelino 
	Domingo (del partido Izquierda Republicana) y por Rodolfo Llopis (PSOE), 
	director general de primera enseñanza. Los dos son maestros, conocen las 
	dificultades económicas, las deficientes infraestructuras, la falta de 
	material didáctico. Llopis, además, es profesor de la Normal de Cuenca, 
	maestro de maestros, lo que le permite diseccionar con precisión las 
	carencias del plan de formación del profesorado vigente.  
	Este conocimiento directo de la realidad educativa les ayuda 
	a diseñar, de manera inmediata, un plan que se pone en funcionamiento 
	durante los ocho meses en los que el tándem Domingo-Llopis trabajan juntos y 
	que se prolonga en el ministerio de Fernando de los Ríos. Un plan que, como 
	diría Llopis, intenta conseguir la "revolución en la escuela". 
	 
	Una revolución ciertamente pacífica que comienza por crear 
	escuelas y "sembrarlas a voleo" por toda España. Con un presupuesto reducido 
	se aprueba un plan de creación y construcción de edificios escolares para 
	paliar su histórico déficit; y se completa la acción social de la escuela 
	con cantinas (comedores escolares) a los que acuden todos los niños y niñas, 
	sin distinción por razones económicas o sociales, convirtiendo el momento de 
	la comida en educativo; y con colonias escolares, que les permiten, en 
	verano, acudir a disfrutar del aire puro, del mar o la montaña, al tiempo 
	que se realizan actividades de carácter lúdico, deportivo y cultural. 
	 
	Pero la escuela no es nada sin maestros, buenos maestros. 
	Ellos son el alma de la escuela. Podemos crear y edificar escuelas 
	magnificas, pero si falla el maestro no conseguimos nada. Marcelino Domingo 
	afirma que "no pretende solamente levantar las paredes de una escuela: 
	aspira a dar a la Escuela un alma. Con esta reforma, que es a la vez social, 
	cultural y económica, la República tiene la convicción de formar, 
	independizar, sostener y fortalecer el alma del maestro, con el fin de que 
	sea el alma de la escuela".  
	Y en una escuela por primera vez laica, se impone la idea del 
	'alma' para expresar la necesidad de unos docentes que se comprometan con la 
	renovación de la escuela y de la sociedad, que sean profesionales dignos y 
	entusiastas, que le pongan pasión a la enseñanza, lo mismo que les pedía el 
	gran maestro Manuel Bartolomé Cossío.  
	Se exige vocación y entrega y se les ofrece dignificar la 
	profesión. Por una parte, un sueldo que se traduce en 4.000 pesetas anuales 
	en un país en el que el salario medio de un obrero es de 1.500; por otra, 
	equiparar los estudios de Magisterio a los universitarios, acabar con el 
	injusto sistema de oposiciones al funcionariado y garantizar la formación 
	continua de los que ya están ejerciendo.  
	Hay que diseñar y poner en práctica un proyecto de formación 
	del Magisterio que, de manera simultánea y entrelazada, proporcione 
	respuesta adecuada a sus necesidades en los diferentes momentos: inicial, 
	continuo y de acceso al funcionariado. Un planteamiento global novedoso, 
	porque se acostumbra, aún hoy, a reformar alguno de ellos, de manera 
	independiente, pero no se incide en la complementariedad y necesidad de una 
	visión con-junta del oficio de maestro.  
	
	La reforma se convierte, de inmediato, en 
	revolucionaria.  
	Sin oposiciones
	En la formación inicial se unifican las Normales, masculina y 
	femenina, con claustro mixto, bajo la dirección de un Director o Directora, 
	correspondiendo dicho cargo al profesor o profesora de mayor antigüedad. Es 
	la primera vez que las mujeres pueden y de hecho van a dirigir a los 
	hombres, que se reconoce su autoridad, un tema que se mostrará conflictivo. 
	Casi tanto como el de la convivencia de alumnos y alumnas en un único 
	centro, aspecto denunciado como inmoral por los sectores más tradicionales 
	en sucesivas campañas de prensa.  
	Se implanta el plan de estudios conocido como Plan 
	Profesional repleto de novedades. Por primera vez se exigen idénticos 
	requisitos que para ingresar en la Universidad: bachillerato superior y 
	dieciséis años cumplidos. Además, hay que superar una dura prueba de acceso 
	con numerus clausus y, después, aprobar tres cursos de metodologías o 
	didácticas (enseñar a enseñar) tras los que se realiza una prueba de 
	conjunto en la misma Normal. A continuación se realiza un año entero de 
	prácticas, al frente de un aula, pagadas en condición de alumno-maestro, y 
	supervisadas por la inspección educativa. Finalizadas de manera 
	satisfactoria, se accede al funcionariado. Sin oposiciones ni ninguna prueba 
	adicional.  
	Tres datos: desde 1939, cuando se deroga este plan, hasta 
	1967, el acceso es con 14 años y no se vuelve a exigir el bachillerato 
	superior; hasta 2009 no se recupera la carrera de cuatro años, al 
	implantarse el grado siguiendo los preceptos de Bolonia; y las oposiciones 
	son, sin interrupción, desde 1939 hasta la actualidad, el mecanismo de 
	selección para alcanzar el estatus de funcionario.  
	El maestro no pega
	El idealismo de los políticos republicanos se nos muestra 
	cuando piensan que todo el profesorado puede ser reeducado en los nuevos 
	principios y no se sanciona a nadie, ni siquiera a los más comprometidos con 
	la dictadura primorriverista. ¿Acierto o error? ¿Habría sido conveniente y 
	necesario apartar a los elementos más reaccionarios que intentarán de manera 
	reiterada el boicot activo y pasivo a los nuevos preceptos constitucionales? 
	Desde su coherencia en la confianza de la educación como reformadora social, 
	optan por intentar convencerlos de la bondad de sus medidas, actualizando el 
	Magisterio en activo mediante una red de propuestas innovadoras de formación 
	continua, que se traducen en la creación de los Centros de Colaboración, las 
	Semanas Pedagógicas y, en Cataluña, la recuperación de las Escoles d'estiu.
	 
	Los Centros de colaboración implican al magisterio en su 
	propia formación de manera participativa, activa, motivadora y lúdica. Se 
	acompañan las reuniones de trabajo con excursiones y visitas culturales, en 
	un intercambio de experiencias y materiales que facilita su cohesión 
	profesional al mismo tiempo que se forman metodológicamente. Igual ocurre en 
	las Semanas Pedagógicas, en las que se invita a participar a normalistas, 
	inspectores y maestros quienes relatan sus experiencias prácticas. Un 
	intercambio fructífero, una revalorización del día a día de la escuela.
	 
	Las criticadas oposiciones son sustituidas por los Cursillos 
	de selección, tres meses en los que maestros y maestras que desean acceder 
	al funcionariado asisten a una serie de actividades formativas y selectivas, 
	de manera que quienes no las superan, han recibido, como mínimo, una 
	actualización metodológica, cultural y práctica en las corrientes de 
	renovación pedagógica vigentes en el momento.  
	Con estas actuaciones se va configurando un modelo de 
	maestro, innovador en sus formas y prácticas educativas. Se intenta que la 
	escuela sea un lugar de convivencia, de tolerancia y respeto. "El maestro no 
	pega" es una afirmación recurrente en los niños que tuvieron maestros 
	republicanos. Se trata de utilizar la pedagogía de convencer, frente a la 
	punitiva del castigo físico, desterrándose varas y punteros que se habían 
	convertido en instrumentos de castigo. Una escuela en la que los propios 
	alumnos aprueban sus normas disciplinarias y las obligan a cumplir en un 
	ejercicio de democracia que los acerca al ideal de Dewey de que la 
	democracia no se aprende, se practica.  
	Porque la apuesta desde el gobierno por la renovación 
	pedagógica es una de las marcas distintivas de su programa educativo, aunque 
	no existe un modelo pedagógico único, propio, distintivo, de la II 
	República, que se caracteriza precisamente por la diversidad, el respeto a 
	la elección de cada docente.  
		
			
			
			Las maestras intentan trasmitir la 
			alegría de aprender en una escuela nueva y la llegada de la 
			modernidad 
	Así, se permiten, divulgan y fomentan diversas técnicas y 
	discursos pedagógicos, sobre todo los encuadrados en el movimiento de la 
	Escuela Nueva, que habían iniciado su andadura a principios de siglo y que 
	ahora se propagan bajo el paraguas protector del Gobierno. Ciertamente 'se 
	abrieron mil flores' y Montessori se hace presente en las aulas de párvulos; 
	se configuran aulas y escuelas democráticas, siguiendo a Dewey, se diseñan 
	centros de interés según Decroly, se conoce el aprendizaje funcional de 
	Claparede y, de manera especial en las escuelas rurales, se difunden las 
	técnicas Freinet, el autor que defiende la pedagogía popular y el arraigo de 
	la escuela en el medio natural y social y que resumen, no casualmente, los 
	principios constitucionales de actividad, solidaridad, trabajo, libertad y 
	cooperación.  
	Máquinas de coser y de escribir
	Formar ciudadanos y ciudadanas se convierte así en un 
	imperativo moral para los políticos republicanos, imprescindible para 
	conformar una sociedad democrática. Y dentro del colectivo del Magisterio 
	destacan las maestras republicanas, que encarnan, dentro y fuera de la 
	escuela, en especial en las zonas rurales, el nuevo modelo de ciudadanas 
	modernas. Son mujeres independientes económicamente, con poder de decisión 
	sobre su vida afectiva, con una profesión, que no necesitan obligatoriamente 
	el matrimonio para sobrevivir.   
	Ellas introducen en las escuelas las máquinas de coser y de 
	escribir, como propone Leonor Serrano, para impartir una formación 
	profesional y doméstica. E, implicadas en la renovación pedagógica, lo hacen 
	de manera científica, práctica, experimental, siguiendo a Rosa Sensat. Les 
	enseñan a cuidar el cuerpo, practican actividades higiénicas, paseos, 
	ejercicios gimnásticos al aire libre y, sobre todo, compaginan ética y 
	estética, practicando un doble compromiso pedagógico y social.  
	 
	En el documental 'Las maestras de la República' de Pilar 
	Pérez Solano, se pueden ver estas maestras con su imagen moderna, sus 
	cabellos y faldas cortas y su sonrisa, porque intentan trasmitir a sus 
	alumnas el concepto del aprendizaje atractivo, de la alegría de aprender en 
	una escuela nueva, de la llegada de la modernidad. Maestras que son 
	ciudadanas que votan y que se incorporan al ámbito público, que se afilian a 
	partidos políticos y a sindicatos, que tienen una participación ciudadana 
	activa y son concejalas, alcaldesas, diputadas en Cortes.  
	También se ocupan de las escuelas de adultas. Es necesario 
	alfabetizarlas para que puedan ejercer de manera consciente el voto, para 
	ser ciudadanas de pleno derecho. Han de aprender a leer y escribir, pero, 
	sobre todo, a discutir, a debatir, a cuestionar. Formación de adultas y 
	adultos que será decisiva en las zonas rurales, en las que se completa con 
	las acciones del Patronato de Misiones Pedagógicas.   
	Tiempos de guerra desharán los ideales pacifistas y 
	tolerantes republicanos. Ante el fascismo hay que educar antifascistas y 
	maestros y maestras se convierten en 'milicianos de la cultura', en el 
	frente de batalla, en hospitales o en las aulas.   
	Pero la destrucción total del modelo republicano sería 
	consecuencia de la represión franquista, mediante depuraciones que 
	finalizaron con sanciones de diverso grado, separación de la profesión, 
	encarcelamientos o, como don Gerardo, la muerte.  
	Muerte real y simbólica. Años en azul y gris, en los que como 
	decía Manuel Vázquez Montalbán "nada quedó de abril" porque se apagaron 
	todas sus luces. Pero queda su ilusión y su memoria, su doble compromiso 
	ciudadano y pedagógico, su ejemplo de, por encima de todo, ser el alma de la 
	escuela: "Sed buenos y no más. Sed lo que he sido para vosotros: alma", como 
	escribe Antonio Machado en su poema 'A Don Francisco Giner de los Ríos'.
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