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Libros para niños pigmeos cazadores de elefantes
Una ONG española gestiona en
el sur de Camerún 21 escuelas infantiles en un proyecto de éxito que parte
de las tradiciones del pueblo baka

Niños baka en la escuela infantil de Bemba II. Chema
Caballer
“¿Dónde está el elefante?” pregunta el maestro. “¡Ahí!, ¡ahí!”, gritan los
alumnos indicando con el dedo. “Muy bien, un voluntario que salga y lo
señale sobre la pizarra”. Una docena de manos se alzan y bajan al ritmo de
los cuerpos excitados ante la posibilidad de ser el elegido. Finalmente, el
profesor elige a una niña que se levanta del pupitre, se acerca a la pizarra
y muestra al animal allí dibujado. El educador pide un fuerte aplauso para
ella, que regresa orgullosa a su sitio mientras su boca esboza una enorme
sonrisa. La escena se repite varias veces: los niños deben señalar a los
cazadores, a las mujeres que esperan, a los que tocan el tambor, a los que
bailan para conmemorar la caza del paquidermo…
Los pigmeos baka constituyen
la minoría más numerosa de las que existen en el centro de África, con unos
40.000 miembros que viven en una superficie de unos 75.000 kilómetros
cuadrados en el sureste de Camerún, según
el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas. Y no hay nada
más importante para ellos que la caza del elefante, una actividad que
celebra toda la aldea, aunque en la actualidad les está vetada. Los
elefantes y el resto de los otros grandes animales, cuya carne alimentó a
este pueblo durante generaciones, están reservados para
los cazadores occidentales que pagan grandes sumas de dinero por el
gusto de llevarse un trofeo a sus casas. Romper esta ley les puede originar
duras penas de cárcel. Pero, la caza del elefante, o la gran cacería como se
refieren a ella, sigue muy viva en el imaginario de esta minoría, de ahí que
todos los niños la reconozcan.
La escuela infantil de Ndjibot es una de las 21 que
la ONG
Zerca y Lejos tiene en diferentes pueblos pigmeos del sur de Camerún
para promover la escolarización de las niñas y los niños de entre cero y
seis años. En este periodo previo a la Primaria, en el que según
la UNESCO solo se matricula al 27% de los niños del país, los pequeños
juegan y aprenden en su propia lengua y, despacio, sin prisas, se les
introduce al francés, idioma en el que cursarán los siguientes estadios de
su educación. Los maestros parten de la realidad que les rodea, del ambiente
en el que los menores viven, para intercalar, poco a poco, elementos más
universales. “Aquí los niños aprenden a leer, escribir y algo de
matemáticas, también agricultura y educación cívica y moral. Utilizamos
mucho el dibujo y pintamos con colores. Pero siempre partimos de la vida
cotidiana del pueblo”, explica el educador Jacques Ekomane Ekomane.
Cada mañana, Ekomane recorre las casas de la aldea
para recoger a los pequeños y llevarlos hasta el colegio. Al final de la
jornada, rehace el camino. Para él es muy necesario que cada pueblo cuente
con su propia escuela infantil. “Los niños son muy pequeños para caminar
largas distancias o ser llevados al Hogar Infantil”, aduce.
El Hogar Infantil al que se refiere el maestro es un
internado para niñas y niños pigmeos que está en Bengbis, la ciudad más
grande de la zona, no muy lejos de los pueblos en los que habitan sus
familias, donde se trasladan los alumnos cuando comienzan la escuela
primaria. En la actualidad alberga a 180 menores.
Los vecinos bantúes, con los que conviven los baka,
no les consideran personas y, por tanto, creen que no tienen derecho a la
educación. Pero también es verdad que muchos padres pigmeos se llevaban a
sus hijos a la selva a cazar, pescar o recolectar, por lo que los niños se
ausentaban de las aulas durante semanas. Para combatir estos dos males se
optó por abrir el Hogar Infantil con una zona para chicas y otra para
chicos. Los menores pasan allí el curso escolar y regresan a sus aldeas
durante las vacaciones.
Todas las mañanas los estudiantes se levantan
temprano y van, con sus cubos sobre la cabeza, a buscar agua. Se lavan,
desayunan y parten para la escuela primaria. Es ahí donde se mezclan con
compañeros bantúes y los dos grupos étnicos aprenden a convivir. A pesar de
las dificultades iniciales que supuso esto, se ha conseguido que los niños
crezcan juntos y aprendan a respetarse.
Este proyecto se inició en 2003 con el objetivo de
garantizar el acceso a una escuela de calidad a todas las niñas y niños de
la zona sur de Camerún, pero hace especial hincapié en el pueblo baka y las
familias más desfavorecidas. En el país, la tasa de escolarización en la
educación primaria ronda el 99%, mientras que en la secundaria baja al 47%.
En estas escuelas, los menores estudian y crecen en
su propio entorno. Se parte de su propia cultura para ascender a conceptos
más generales. Así, también, se fomenta el respeto por las tradiciones que
han permitido a este pueblo vivir en completa armonía con la selva durante
generaciones. En los últimos años han
sido expulsados de sus tierras ancestrales y obligados a adaptarse a una
nueva sociedad que les resulta extraña y hostil, de ahí que muchos se dejen
ganar por la desidia y se hundan en el alcohol como única forma de huir del
vértigo y la humillación que les produce estar esclavizados por sus vecinos
bantúes y denigrados en su humanidad. El contrapunto lo ofrecen los jóvenes
que optan por la educación como herramienta que les permite enfrentarse a la
complejidad de los nuevos tiempos y reclamar su lugar en la sociedad en
igualdad de condiciones con el resto de los ciudadanos de Camerún.
Cada vez son más las niñas y los niños baka que
terminan la educación primaria y pasan a la secundaria. Hasta hace poco,
estos eran trasladados a Yaundé, la capital del país, donde hay mejores
centros escolares. Pero una vez allí se sentían desubicados, fuera de su
entorno, lo que pasaba factura a muchos de ellos. Por eso, se ha optado
porque continúen los estudios en el instituto de Bengbis, cerca de su gente,
de su ambiente y de los compañeros con los que han compartido primaria.
Gilbert, Ferdinand,
Benjamin, Samson, Paul Jude, Jean y Eric proceden de diversas aldeas baka,
han estudiado junto en el hogar infantil y ahora comparten casa. Ellos
cocinan, cuidan de sí mismos y acuden al instituto técnico de Bengbis. Es
uno de los varios grupos de chicos o chicas que son parte del programa.

Alumnos bakas de primaria en la escuela. Chema
Caballero
Yves Eyenga terminó el curso pasado los estudios de
secundaria en Yaundé y desde septiembre trabaja en el internado donde ayuda
con el cuidando de los chicos allí alojados. Él ha hecho todo el camino
educativo: escuela infantil, hogar infantil, escuela primaria y secundaria.
Sobre una gran fotografía que preside el comedor, tomada varios años atrás,
se señala a sí mismo. Es difícil reconocerlo, se le ve muy pequeño. Ahora,
espera que la nota del acceso a la universidad le permita comenzar medicina
el próximo septiembre. Sus amigos le preguntan que por qué se para un año y
regresa a la selva en vez de continuar sus estudios. “Yo les digo que yo he
salido de este programa y es bueno que vuelva a ayudar, así los pequeños
pueden verme como un ejemplo a seguir y continuar sus estudios hasta llegar
a la universidad”.
Eyenga ocupa una habitación en uno de los pabellones
donde duermen los chicos. Se encarga de que se levanten a tiempo, realicen
sus tareas, no lleguen tarde a clase y que por la tarde, tras el tiempo de
descanso y deportes, hagan los deberes.
“Voy al colegio para tener más conocimiento y un
futuro mejor”, comenta Elyse Ndete, que estudia en el instituto técnico de
Bengbis. “La mayoría de las chicas baka no terminan la escuela primaria,
muchas se quedan embarazadas antes y abandonan. Pero algunas hemos
decidido que queremos ir más allá y hacemos un gran esfuerzo por estudiar”.
Está convencida de que la educación es el único medio para que las mujeres
baka sean libres. “Los hombres piensan que las mujeres somos sus esclavas y
por eso no quieren que estudiemos, pero vamos a ser capaces de decidir lo
que queremos sin depender de nadie”.
Étienne Nzie, director de la escuela secundaria de
Bengbis, resalta la perfecta integración de los jóvenes baka con el resto de
los alumnos. ”No hay diferencia entre ellos”, afirma. Esta es la mejor
prueba de que los más de 15 años de esfuerzo dedicados a facilitar la
escolarización de los baka y conseguir que los demás grupos étnicos los
traten como iguales empiezan a dar frutos y abren el camino a los pueblos
indígenas para que encuentren su lugar en la sociedad que les toca vivir en
la actualidad, tan distinta de aquella en la que se movieron durante
generaciones cuando su mundo se reducía a la selva y los productos que esta
les proporcionaba, lo que les hacía sabios y poderosos. Ahora, todo ese
conocimiento les sirve de poco para sumergirse en un mundo que evoluciona
muy rápidamente. Una educación integral, que no les aísla de esa sabiduría y
de sus tradiciones, sino que, al contrario, las refuerzas, les ofrece las
herramientas necesarias para su perfecta integración.
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