«Diez claves para
entender la adolescencia en positivo» nos da la
autora de «Pero ¿qué te pasa?». «Veo en consulta
muchos padres con hijos de 6 años indomables»,
advierte
Dos de las «píldoras» que más receta a
los padres ante la adolescencia son
comunicación y humor.
«Comunícate con tus hijos, habla con ellos todos
los días, de todo, de nada, de la vida, de las
compras, del colegio... Si estáis sentados a la
mesa o vais en el coche o estáis viendo una
película, siempre que tengas ocasión. El sentido
del humor también es importante», aconseja
Lola Álvarez, licenciada en
Pedagogía y máster de Estudios
de Observación Psicoanalítica y
formación doctoral como psicoterapeuta de niños
y adolescentes en la Clínica Tavistock.
La adolescencia asusta por lo que implica, por
todo lo que esconde y las garras que muestra:
rebeldía, cambios, incertidumbre, «y porque
parece que ocurre de repente, con lo que a todo
eso se añade el factor sorpresa», señala la
pedagoga con un bagaje de treinta años
de trabajo con niños y adolescentes.
—Para explicar lo que pasa en la
adolescencia, recurres al mundo animal.
—Sí. Cuando tienes un niño pequeño es como si
tuvieras un perrito, un cachorro que viene
cuando lo llamas y te lame, juega contigo y te
adora, pero llega un momento en que el perro se
convierte en gato, no viene nunca cuando lo
llamas, que sale de la habitación justo cuando
entras tú... Ahí empieza la adolescencia.
—Pero es pasajero, ¿no?
—Sí, después llega un momento en que un chico
alto te dice: «Mamá, ¿te ayudo con las bolsas?».
Se esfuma el gato y vuelves a tener un perro. Es
una metáfora que me parece que ilustra muy bien
la adolescencia, el cambio de animal que se
sufre en esa etapa.
—Nos encantan los perros, ¡pero los
gatos también!
—Sí, sí, pero son más suyos...
—«Diez claves para entender la
adolescencia en positivo» parece un recetario
sencillo, pero aplicarlo a la vida no es tan
fácil. ¿Cuál es la primera clave para hacerlo
bien?
—Recordar que nosotros hemos sido adolescentes y
entender que los chicos y las chicas a partir de
los 10 u 11 años sufren una transformación
global que abarca todos los aspectos de su
persona y de su vida, tanto lo físico como lo
psicológico y lo hormonal. Y eso hace que estén
en un torbellino que ni ellos comprenden y
controlan del todo. Como padre o madre, debes
observarlo con un poco de distancia, entendiendo
que es un proceso que tiene un principio y un
fin. No puede ser todo una discusión constante.
Como madre o como padre, te alejas un poco y,
cuando él o ella se calma, ahí se retoma la
discusión. No se trata de soltar la cuerda y
abandonar, sino de encontrar el momento bueno.
Ellos necesitan su momento explosivo para poner
a prueba sus límites, su identidad, para saber
quiénes son y empezar a buscar su lugar en el
mundo.
—Los padres somos humanos, no siempre
tenemos la capacidad de distanciarnos y mantener
esa calma.
—Sí, y es que ellos son muy provocadores. Ellos
quieren provocar una reacción en ti. Es como que
juegan contigo, necesitan jugar con sus padres.
Los adolescentes son como el gato que pilla al
ratón, lo mastica un poco y no lo mata, pero lo
deja tirado y se va.
—¿Debemos dejarles o no que jueguen con
nosotros?
—Un poco sí. Creo que lo menos productivo es
tomarse esas conductas desafiantes que tienen
como algo personal. Es algo que ellos necesitan
hacer con quien sea, con quien tengan delante.
Si como padre te lo tomas como algo personal
empieza la ofensa, el enfado, la discusión. Y no
vale la pena. El adolescente flexiona sus
músculos emocionales. En ese momento, los padres
somos como una pared de frontón. Ellos no dejan
de tirarte pelotas.
—Los padres no somos de piedra, ¡duelen
sus pelotazos!
—Y hay que poner límites, claro. Pero se trata
de elegir las batallas. Cosas como el desorden
de su habitación o el peinado que llevan son
poco importantes. No vale la pena discutir por
eso.
—¿En qué no debemos ceder?
—En los límites de lo que supone un riesgo para
ellos o les puede perjudicar realmente. No
deberíamos ceder en los estudios. No puedes
obligarles a que hagan lo que quieres tú, pero
sí deben cumplir sus responsabilidades en sus
estudios, en la comportamiento con la gente y
con la sociedad. Me parece importante que sean
seres sociales, correctos, y personas que se
pueden tener al lado. No hay que aguantar
abusos. Deben tener unos límites claros, que se
aprenden desde pequeños y les van a servir para
toda la vida: con la familia, con los amigos,
con sus parejas, sus jefes, sus compañeros de
trabajo... Deben aprender que sus derechos
acaban donde empiezan los de los demás.
—¿Dónde se enseñan los límites?
—En casa, siempre. Esto no es algo que se pueda
delegar en los profesores, en los colegios. Una
de las consultas que veo con más frecuencia es
por padres que ven indomables a sus hijos de 6
años. Es que no tienen límites. Sus padres nunca
les han puesto límites para nada. El límite
siempre se pone cuando el niño no quiere. Por
ejemplo, cuando llevas una o dos horas en el
parque y es el momento de irse a casa. Si el
niño se pone a llorar es igual, debes llevarlo a
casa porque ese es el momento.
—¿Lo agarras, se le explicas, o te vas y
pruebas a que venga detrás?
—Le explicas que en ese momento nos tenemos que
ir. Y tienes que tolerar que el niño se enfade,
que llore, que tenga una pataleta, pero tú
sigues adelante. No debes ceder ahí.
—¿Es normal ser la enemiga de tu hijo
adolescente? Desgasta decirles que no, te hace
sentirte culpable.
—El problema muchas veces es que los padres se
sobreidentifican con los hijos. Y los padres no
son colegas, deben mantenerse en el rol de
padres. La vida está llena de contratiempos que
ellos deben aprender a gestionar por sí mismos.
Está bien que les comprendas si tienen un
disgusto, pero identificarte, lo justo, siempre
que no implique que dejes tu rol de madre o de
padre.
—Pues hoy se estila bastante. Si no les
consientes y haces que tu vida gire en torno a
ellos, eres «mala madre».
—Sí, es una tendencia que empezó en los setenta,
la del padre amigo. Ellos ya tienen amigos. No
les vales de colega.
—Un clásico adolescente: «A todos les
dejan menos a mí».
—Sí, pero luego te pones a hablar con otro
padres y ves que no es así. Y luego hay muchos
padres a los que les cuesta resistir esa presión
de no estar en el grupo de los padres-colegas.
—El adolescente está surfeando una ola
difícil, dices con otra metáfora, pero él no
percibe que sea ningún riesgo.
—Sí, ellos no ven el riesgo, no sufren el pánico
de sus padres. Una cosa común es que cuando
acaban el bachillerato, antes de empezar la
carrera, se vayan de viaje con la mochila. No
puedes inhibirles con tus miedos, ahí debes
confiar en que lo que les has enseñado hasta
entonces les va a servir para desenvolverse.
—De la adversidad se aprende, dices.
—Los contratiempos son grandes maestros, son
útiles para el aprendizaje. Como padres tenemos
que tolerar que nuestros hijos cometan errores,
para que aprendan. El aprendizaje por la propia
experiencia es el más valioso que hay. A veces
hay que dejar que se den narices con las cosas
que se han empeñado en hacer, y que se
equivoquen. Incluso que suspendan. Como cuando
ellos te dicen que dominan el temario y estás
viendo que no, pero les dejas y suspenden. Y ven
que se equivocaron.
—Hay padres que no toleran el fracaso de
sus hijos. Es una presión grande.
—Sí, hay padres muy narcisistas, padres que no
toleran que sus hijos no sean los mejores en
todo. Que se frustran si sus hijos cometen
errores. Y esto ocurre mucho hoy. Para que sus
hijos sean perfectos y no fallen en nada, les
evitan todo tipo de contratiempos. Hasta hacen
trampas...
—¿Funciona el «porque lo digo yo»?
—La autoridad en realidad solo funciona cuando
se entiende. Tiene que haber normas, pero está
bien razonarlas.
—¿Está bien opinar sobre sus amigos,
decirles que este o aquel no nos gustan o es
contraproducente hacerlo?
—Está bien opinar. A los adolescentes los puntos
de referencia de los adultos, aunque no lo
reconozcan, siempre les sirven.
—En este libro no eludes problemas como
el impacto de un divorcio, la adicción a las
drogas o a las pantallas, o trastornos como la
anorexia. ¿Cuándo debemos preocuparnos por un
hijo adolescente, cuándo debe saltar la alarma?
—La señal de alarma de un problema grave suelen
ser los cambios radicales de conducta, en lo que
hace, cómo se viste, en los amigos o los
hábitos. Cuando tu hijo adolescente da un cambio
brusco, siempre está bien investigar.
—Nos previenes de la «falacia» del
concepto «tiempo de calidad». ¿Por qué?
—Mejor estar una hora al día con tus hijos que
ninguna, pero hay que darle importancia a las
minucias del día a día. Si no estás al corriente
del día a día de tu hijo, difícilmente recurrirá
a ti en momentos de crisis.