De todas las imágenes sobre Gaza que
parten el corazón, la de Christopher Gunness ha dado la
vuelta al mundo. No era otro niño ensangrentado entre
los escombros, sino un hombre hecho y derecho en un
despacho de Ginebra que no pudo contener el nudo que se
le hacía en la garganta cada vez que habla de los niños
a los que su organización no sabe cómo proteger. A
Gunness le venció la emoción y el cansancio ante las
cámaras de Al Yazira y rompió a llorar como un bebé.
La Agencia de la ONU para los Refugiados
Palestinos (UNWRA), de la que es portavoz, ya alimentaba
antes de la actual crisis al 80 % de la población de Gaza,
que no podía sobrevivir por culpa del bloqueo. Con el 44 %
de Gaza evacuado por el Ejército israelí, amén de todos los
edificios destruidos, el centenar de precarias instalaciones
que tiene la ONU albergan a 220.000 refugiados, cuatro veces
más que lo máximo que haya registrado nunca incluso durante
los conflictos del 2008 y el 2009.
«La situación en los refugios es cada vez más
desesperada», contó su jefe, Pierre Kramhenbühl, comisionado
general de la UNWRA. «No hay agua y las letrinas son
inadecuadas. Están comenzando las epidemias, con infecciones
de piel y sarna entre otras. Hay miles de mujeres dando a
luz en condiciones horribles, y la responsabilidad recae
sobre nosotros», explicó. Por eso cuando Kramhenbühl oyó que
el Ejército israelí iba a invadir nuevas áreas en la ciudad
de Gaza y en Jan Yunis, se le cayó el alma al suelo. «La
población se está enfrentando a un precipicio y pido a la
comunidad internacional que tome los pasos necesarios para
enfrentar la situación», suplicó el jueves al Consejo de
Seguridad de la ONU. «Si aumenta más el número de
desplazados, el poder ocupante, según la ley internacional,
tendrá que asumir directamente la responsabilidad de asistir
a esta gente», dijo amenazando con dejar los palestinos en
manos de los israelíes, ante la incapacidad de la ONU.