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LA CAZA DE CIVILES REPUBLICANOS EN LA MÁLAGA DE LA
GUERRA FRANQUISTA
Por Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la
Memoria Histórica
5 de febrero2017
Lo que
ocurrió en Málaga, en la
carretera hacia Almería en febrero de 1937, fue una muestra más del uso
en suelo español de la violencia sin límites que el ejército sublevado había
ejercido en la guerra de Marruecos, un conflicto armado del que todavía en
España hay miles de documentos que no han sido desclasificados, porque
explicarían muchas cosas de la guerra franquista, que no fueron casuales, y
pondría en una difícil situación las relaciones diplomáticas entre España y
Marruecos.
La Guerra
franquista fue una guerra
colonial. Con esa lógica actuaron quienes consideraban España invadida por
infieles, ateos, marxistas, demócratas que no respetaban los privilegios ni
las jerarquías, que no obedecían el rígido orden social, ni aceptaban seguir
siendo secularmente los usuarios de la pobreza, de la ignorancia, de la
explotación infantil y la falta de esperanza en una vida mejor.
Cuando las
tropas fascistas, españolas e italianas, arrinconan la ciudad de Málaga,
miles de civiles se preparan para un éxodo con el que ponerse a salvo de las
atrocidades que los sublevados vienen cometiendo desde el golpe del 18 de
julio de 1936. Llevaba ocurriendo en muchos pueblos de España hacia los que
avanzaban los salvadores de la España como Dios manda. El fenómeno de los
desplazados, que huían espantados por el relato de la violencia fascista,
está poco estudiado pero en algunas zonas como Ávila y Toledo ya se conoce
que fueron miles los refugiado que huían ante la cercanía de la columna de
la muerte que subían por Extremadura, angustiados por el relato de quienes
habían logrado escapar a una violencia sin límites.
Málaga vio
salir por su carretera en dirección a Almería a muchos miles de civiles como
los que hoy vemos escapar de Siria. Familias que arrastraban sus pocas
pertenencias por la carretera pegada a la costa, tratando de salvarse del
castigo que les esperaba por haberse resistido a la voluntad de los cruzados
liberadores.
Una vez en
la carretera, aquellos miles de hombres, de mujeres y de niños fueron
atacados por tierra, mar y aire. Las tropas fascistas españolas e italianas
salieron de caza y no dejaban de disparar por el simple de ver a una mujer
desarmada, a un hombre herido o a un niño.
La memoria
de aquellos acontecimientos estuvo durante años soterrada, reprimida,
autocensurada. Se convirtió como tantos otros episodios de la represión
franquista en una historia sin historia.
Pero hace
unos años, una exposición con las fotografía del brigadista internacional
canadiense, Norman Bethune*, sacaron a la luz ecos de aquel terrible
acontecimiento. Y entonces los supervivientes comenzaron a hablar, a relatar
sus vivencias, a contar lo que durante tantas décadas no se atrevieron
pronunciar.
El
conocimiento de aquella tragedia fue extendiéndose y desde hace unos años se
conmemora de formar cada vez más extendida. Popularmente se le conoce como
“la desbandá”, un nombre popularizado pero con rasgos de eufemismo, porque
oculta lo que fue una terrible masacre y una tremenda violación de los
acuerdos internacionales sobre el trato a civiles y prisioneros en tiempos
de guerra.
La ciudad de
Málaga dedicó hace unos años una calle a los brigadistas internacionales
canadienses que se jugaron a vida atendiendo a los heridos en su huida. Lo
llamaron Paseo de los canadienses; de nuevo un nombre amable, que no explica
de qué canadienses estamos hablando, ni de lo que hicieron para merecer esa
calle. También se ha colocado una placa que dice: “En recuerdo de la ayuda
que el pueblo de Canadá, de la mano de Norman Bethune, prestó a los
malagueños que huían en febrero de 1937”. De nuevo, lo que parece un lugar
de recuerdo, esconde la tragedia: ¿qué malagueños huían, de qué y de quién
huían, por qué corrían sin mirar atrás?
Las calles,
los monumentos o los textos de las placas conmemorativas no son inocentes.
Como en numerosas violaciones de derechos humanos de la guerra de 1936, las
víctimas han tardado mucho en poder enunciar sus vivencias, porque hacer
pública su memoria, además de doloroso, es una forma de reconocer que se era
asesinable; en un país donde las élites franquistas siguen siendo élites.
Ha llegado
la hora de pasar de lo que se sólo enuncia a lo que también se denuncia. Es
hora de explicar que los franquistas en la guerra de 1936 ejercieron una
violencia sin límites y cómo lo hicieron. Es hora de que se sepa quiénes
fueron los responsables, quiénes daban las órdenes de bombardear a hombres,
mujeres y niños debilitados física y psicológicamente por meses de guerra.
Es hora de que el Ministerio de Defensa haga una lista de quienes ejercieron
el deshonor de vulnerar la legalidad y asesinar a quienes la respetaron y
defendieron. Es hora de exigir a la República de Italia una reparación
simbólica por su participación en esa masacre y por su contribución a
destruir la democracia española e instaurar una dictadura terrible, durante
cuatro décadas.
Málaga, Gernika, Durango, Barcelona, Madrid… los desertores de la legalidad,
los organizadores del nazismo español, no tuvieron límites al utilizar la
violencia para favorecer sus intereses y refundar una España católica y de
orden, por la gracia de Dios. La memoria de quienes no participaron en ese
violento auto de fe franquista y sufrieron persecución y muerte por ello, es
un patrimonio inmaterial de valor incalculable. Si los derechos humanos se
construyen a partir de tragedias humanas, el conocimiento de hechos tan
terribles debe servir para que nadie, nunca más, salga por esa carretera de
Málaga hacia Almería huyendo de las bombas.
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