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Así es la persecución que sufren los musulmanes en Myanmar con el apoyo de la
Premio Nobel Suu Kyi
Un informe de la ONG Burma Human Rights Network
documenta los ataques a las comunidades musulmanas en el país asiático, que
estos días vive una nueva ola de violencia contra los rohingyas
164.000 refugiados han cruzado en las dos últimas
semanas la frontera con Bangladesh y más de 400 personas han muerto en la
región de Rakhine
La Premio Nobel Aung San Suu Kyi y su partido
utilizan el mismo lenguaje xenófobo que el régimen militar anterior en
relación a los rohingyas
Icíar
Gutiérrez
07/09/2017
Mezquita destruida en Birmania.
Foto: Burma Human Rights Network
más INFO
14 de octubre de 2016. Aquel
iba a ser un día feliz para la familia de Ko Mratt, que se preparaba para dar la
bienvenida a un nuevo miembro. Su hermana estaba dando a luz en su casa en
Maungdaw, un municipio habitado por la etnia rohingya al oeste de Myanmar
(Birmania), cuando varios soldados irrumpieron en la vivienda.
"A eso de las tres de la tarde los militares entraron en mi casa y mataron a
mi madre, que tenía 70 años. Mi hermana, que estaba pariendo un niño, otra
hermana que estaba embarazada de siete meses, mi hijo de cuatro años y mi
sobrino de cinco fueron asesinados a tiros. Mi esposa también recibió un
disparo. Cuando pasó la bala atravesó a mi hijo, que estaba en su regazo en
ese momento", relata Ko Mratt.
"Incendiaron
mi casa. Saquearon todas mis cosas. No tenemos ni ropa", recuerda en un
testimonio recogido por la ONG Burma Human Rights Network. Unos 1.250
hogares rohingyas, como el de Ko Mratt, fueron incendiados en una violenta
operación del Ejército birmano tras varios ataques a comisarías en octubre,
estima Human Rights Watch.
En el caso de Ko Mratt, la familia se había negado a permitir que los
militares entraran en la casa mientras la mujer estaba de parto, según
corroboró un imán de la localidad, en el Estado birmano de Rakhine. Cuando
irrumpieron, a pesar de ver a mujeres y niños –y no hombres armados
escondidos como "posiblemente creían"–, abrieron fuego de forma
indiscriminada, explica la organización. Los familiares del hombre fueron
enterrados en una fosa común y él huyó, como tantos otros, a Cox's Bazar, un
distrito al sureste del país vecino, Bangladesh.
Han pasado
varios meses y las escenas de destrucción y desplazamiento forzoso se
repiten estos días en Rakhine, donde viven más de 1,1 millón de rohingyas. 164.000
refugiados han huido echándose al mar o cruzado montañas y ríos en las
dos últimas semanas para llegar a la frontera con Bangladesh, según
ha informado este jueves Acnur.
El 80% son
mujeres y niños, recalca Unicef, y caminan durante días desde sus aldeas con
lo poco que pudieron salvar de sus casas. "Están hambrientos, débiles y
enfermos", señala la Agencia de la ONU para los refugiados.
414 personas
han muerto en la ola de violencia desatada desde el 25 de agosto, cuando
insurgentes mal armados del Ejército de Salvación Roginhya de Arakan (ARSA)
asaltaron presuntamente una veintena de puestos gubernamentales. Esta situación
de inseguridad y las restricciones del Gobierno han provocado además que,
desde hace días, el personal humanitario no pueda repartir suministros
básicos como medicinas, agua y comida en la zona.
26 de agosto. Un soldado
birmano camina hacia la aldea ChainKharLi en el estado de Rakhine
(Birmania) cerca del lugar donde se ha producido un enfrentamiento entre
militares y roginhya en el estado de Rakhine (Birmania).EFE
Un pueblo históricamente
discriminado
Los
rohingyas sufren una creciente persecución en Birmania desde 2012, cuando
estalló el brote de violencia entre budistas de la etnia rakhine y
musulmanes que dejó decenas de muertos y unas 120.000 personas confinadas en
67 campos de desplazados.
Pero esta
etnia cultural, religiosa y lingüística, considerada una de las más
perseguidas del mundo por Naciones Unidas, sufre una
discriminación histórica por parte de las autoridades birmanas.
Estas consideran que son inmigrantes bengalíes que llegaron hace décadas de
la actual Bangladesh, que tampoco los reconoce como ciudadanos propios.
Los musulmanes rohingyas se convirtieron en apátridas en Birmania –un
país de mayoría budista–, en 1982, cuando el régimen militar del General Ne
Win aprobó una ley según la cual solo pueden optar a ser ciudadanos de pleno
derecho los miembros de aquellos grupos étnicos que se hallaran en
territorio birmano antes de 1824, el comienzo de la ocupación británica.
Musulmanes de la etnia
roginhya. EFE
El Gobierno reconoció con ese
decreto a un total de 135 grupos indígenas donde no está incluida la población rohingya
y también inició una campaña nacionalista que usaba la religión budista como
símbolo de identidad nacional, que se prolonga hasta la actualidad. En la
práctica, todo esto ha significado que los rohingyas se hayan visto despojados
de todos sus derechos, entre ellos, la libertad de circulación, su derecho a
casarse y el acceso a la educación o la asistencia sanitaria.
Estas
restricciones también afectan a los desplazados internos que se confinan
desde 2012 en campamentos, guetos urbanos y pueblos, según detalla la
organización Burma Human Rights Network (BHRN) en un
informe publicado esta semana.
"Esto
refuerza la sensación de que los musulmanes son una amenaza a la seguridad
que necesita control y proporciona una base para posibles violencias
futuras", alerta la ONG. Además, se han sucedido las alertas sobre la
carencia de alimentos al oeste de Rakhine. El Programa Mundial de Alimentos
detectó en julio un aumento en los niños que requerían tratamiento
por malnutrición aguda y elevaba esta cifra a 80.500 menores de cinco años.
El silencio de Suu Kyi
A pesar de
que la líder de facto del Gobierno birmano desde 2015, Aung San Suu Kyi,
prometió respetar los derechos humanos –algo nada extraño en una persona que
recibió el Premio Nobel de la Paz–, evita
condenar las violaciones de derechos que sufren los rohingyas y utiliza
el mismo lenguaje ultranacionalista y xenófobo que el régimen militar
anterior que la mantuvo encarcelada durante años
El partido
de Suu Kyi, la Liga Nacional para la Democracia (LND), mantiene la visión
oficial de que son bengalíes que llegaron al país de forma ilegal.
La 'Dama',
apodo por el que es conocida, se
pronunció este miércoles por primera vez sobre la violencia desatada en
Rakhine a finales de agosto. Lo hizo en una conversación telefónica con
el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, en la que acusó a los
insurgentes rohingyas de "terroristas" y de difundir un "iceberg de
desinformación".
Suu Kyi
ha recibido las críticas de ONG, Naciones Unidas y gobiernos extranjeros por
su falta de soluciones para esta minoría. "El Ejército de Myanmar sigue
acostumbrado a sus tácticas brutales de antes, en detrimento del liderazgo
civil", indica
Matthew Wells, asesor de Amnistía Internacional.
La líder de facto
birmana, Suu Kyi, en una imagen de archivo. EFE
Hay también quien apunta a la
ambición política de la mandataria para dar una explicación a su silencio. "Es
cierto que al hablar en contra de la persecución genocida de los rohingyas es
probable que pierda muchos votos entre la mayoría budista birmana, pero puede
que no. Una vez tuvo un enorme capital moral y político y tuvo la oportunidad de
desafiar el vil racismo y la islamofobia que caracteriza el discurso político y
social birmano", opinaba en
un artículo en 2015 Penny Green, profesora de la universidad Queen Mary de
Londres.
"Esto nunca
estuvo en el programa político de Aung San Suu Kyi", prosigue la académica,
y recuerda para ello una conversación privada recogida por el Washington
Post en diciembre de 2014, cuando Suu Kyi aún no había llegado al poder:
"No guardo silencio porque políticamente me interese. Guardo silencio porque
con independencia de qué lado apoye, habrá más sangre. Si yo hablo a favor
de los derechos humanos, ellos (los rohingyas) solo sufrirán. Habrá más
sangre".
"Si
esperamos que Suu Kyi hable en contra de este genocidio, no quedarán
rohingyas", sentencia Green.
No solo son los rohingyas
Desde los
sucesos violentos de 2012, se ha producido un incremento "sistemático" de la
persecución contra todos los seguidores del islam a lo largo del Birmania,
no solo en Rakhine, según denuncia BHRN en su investigación. Un acoso del
que la ONG responsabiliza tanto el Gobierno de Suu Kyi, como al Ejército, a
grupos ultranacionalistas y a comunidades de monjes budistas "extremistas".
Aunque esta
campaña tiene mayor incidencia en los rohingyas –que profesan el islam suní–,
la organización reitera que también se extiende al resto de personas
musulmanas, que forman el tercer grupo religioso del país (un 4% de la
población), por detrás de los budistas (la gran mayoría, un 90%) y los
cristianos (un 6%).
La ONG
detalla la denegación "continua" de documentos de identidad cuando los
musulmanes tratan de renovarlos o la exigencia de documentación "difícil de
obtener" que demuestre un linaje familiar centenario para conseguir la
ciudadanía. Sin estas tarjetas, difícilmente pueden acceder a viviendas,
trabajo formal o graduarse en la universidad. También pueden enfrentarse a
multas y encarcelamiento por carecer de documentación, según explica la
BHRN.
A esto se
le añade, según la ONG, la falta de lugares de culto por la negativa de las
autoridades birmanas a permitir la reconstrucción de las mezquitas
destruidas en los últimos años. Por ejemplo, ocho mezquitas permanecen sin
reparar desde marzo de 2013 en la ciudad de Meikhtila, en el centro del
país. "Un grupo de cuatro residentes que buscan permiso para reabrirlas no
ha tenido éxito, en parte porque, afirman, las autoridades están siendo
presionadas por miembros del grupo nacionalista budista Ma Ba Tha", relatan
los autores.
Cartel en el pueblo
Yaytawshaez. En él se puede leer: "Islam prohibido en la zona. No se
permite que los musulmanes permanezcan durante la noche. Los musulmanes no
pueden comprar ni alquilar propiedades. Nadie puede casarse con
musulmanes" Burma
Human Rights Network
Además, en los cinco últimos
años, 21 poblaciones se han declarado "libres de musulmanes". "Con el permiso de
las autoridades, han erigido letreros que advierten a los musulmanes de que no
entren", explica la ONG.
Estas personas también viven a diario casos de islamofobia
e intolerancia religiosa entre la población, hostigada a menudo por "grupos
extremistas". Las autoridades han cancelado en varias ocasiones la
celebración de días sagrados para el islam con el objetivo de evitar
enfrentamientos con sectores budistas.
"Si los musulmanes quisieran practicar la armonía interreligiosa, entonces
deberían unirse a otras religiones para comer curry de cerdo", dijo un monje ante
una multitud de 300 personas congregadas frente a un acto musulmán el pasado
enero en un pueblo de Rangún.
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