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El campo de
refugiados de Calais, Francia: estado de excepción constante
eldiario.es visita el campo de refugiados de Calais. Mientras el
resto de ciudades francesas continúa en alerta, la vida cotidiana no
cambia: condiciones indignas y férrea presencia policial
Los refugiados del
campamento se solidarizan con las víctimas de París: “No somos
terroristas, sino las primeras víctimas del terrorismo”
Marine Le Pen es
la principal candidata a ganar las elecciones de diciembre en esta
región, Nord-Pas de Calais
Eduardo Granados - Calais,
Francia
18/11/2015

Refugiados en Calais frente a la policía / Eduardo Granados
Era medianoche y la
policía francesa intervenía en la sala Bataclan cuando las miradas se
dirigieron a Calais: un incendio se había desatado en el campo de
refugiados. Las llamas comenzaron por el derrame de una vela y se
extendieron a lo largo del sector sudanés dejando arrasadas cerca de 60
tiendas. Lo que en un principio parecía una reacción a los atentados que
unas horas antes incendiaron París se quedó en un susto, apenas unos
heridos leves y ninguna víctima que sumar a la fatídica noche francesa.
Unos días después, mientras en
el resto de ciudades francesas continúan en estado de alerta, la vida en
el campo de refugiados de Calais, conocido vulgarmente como
La Jungla, no ha cambiado. La lluvia y el
fuerte viento no impiden un ritmo frenético de jóvenes procedentes de
diferentes lugares del mundo, restos de conflictos ignorados por la
comunidad internacional, signifique lo que signifique eso.
Muchos esperan su oportunidad
para llegar a Reino Unido a través del Eurotúnel, escondidos en camiones
o trenes. Mientras tanto sobreviven en un limbo legal y político del que
ni Francia ni Inglaterra quieren responsabilizarse. Calais es otra
cosa.
Parte del campamento de refugiados de Calais, Francia, donde
esperan para poder cruzar a Reino Unido por el Eurotúnel / Eduardo
Granados
"Tratados como animales"
"Lo llamamos
La Jungla porque las personas que llegan
aquí son tratadas como animales", explica Tom mientras señala con el
dedo los 20 kilómetros de doble valla metálica con concertina que rodea
parte del puerto y el campo de refugiados. "Ahora habrá cerca de 5.000
personas", calcula.
"Después de este verano, con la
llegada masiva de personas procedentes de la ruta de los Balcanes, nos
hemos visto
desbordados. Las zonas de aseo y atención médica escasean, mientras
que la basura se acumula. Lo único que no falta es comida".
Este voluntario, nacido en
Calais, tiene miedo de que, a raíz de los atentados de París, la vida en
el campo empeore aún más.
"Los refugiados no son terroristas,
son a menudo víctimas del terrorismo", reza esta pancarta en
Calais / Eduardo Granados
"El incendio del viernes podría
haber pasado la semana pasada, o hace un mes. Las condiciones de vida en
las que vivimos no son normales y así es muy probable que pasen estas
cosas. No sería la primera vez", dice indignado Fabrice, un joven
sudanés que vive en el campo desde primavera y a quien afectó el fuego.
Su historia es el perfil de la
mayoría de los refugiados que sobreviven en este poblado: huir del
terror. Fabrice abandonó Sudán del Sur junto a su hermano en 2013,
coincidiendo con el inicio de
la guerra civil. Ambos intentaron cruzar el mar Mediterráneo, pero
solo Fabrice llegó a Lampedusa, donde permaneció unos meses antes de
llegar aquí.
Mohammad comparte una historia
similar: sirio de 30 años, tuvo que dejar atrás su ciudad natal, Deir ez
Zor, al este del país, cuando las tropas del Daesh conquistaron el
territorio. Después de atravesar Turquía, cruzó el Mediterráneo con 50
sirios en una barca de plástico con capacidad para 20 personas hasta
llegar a Grecia, y más tarde Macedonia, Serbia, Hungría, Austria, Italia
y Calais, donde, asegura, ha visto las peores condiciones de vida.
"Derechos humanos para todos", reza la pancarta que
portan dos refugiados en el campamento de Calais / Eduardo
Granados
La ciudad de Calais
A unos tres kilómetros del
poblado de chabolas, se encuentra la ciudad portuaria de Calais. Allí el
ritmo es otro. Muchos establecimientos aún se encuentran cerrados,
apenas hay personas en la calle y se ven más coches de policía que
habitualmente. No se encuentran banderas palestinas ni somalíes, sino
francesas y, hoy, a media asta.
La presencia de refugiados es
inexistente, pero el tema de conversación en tiendas y bares gira en
torno a ellos, más aún después de los atentados. "No es un tema tabú",
asegura un vecino. "Aquí cada uno tenemos nuestra opinión; y las hay muy
radicales". ¿La suya? "Me dan igual".
La policía rocía con gas a los refugiados que se manifiestan por
sus condiciones y en solidaridad con las víctimas de los atentados
/ Eduardo Granados
Según Pierre, profesor de
español en un instituto de las afueras, el rechazo a los inmigrantes en
la ciudad de Calais se debe a la escasa cultura migratoria en
comparación con otras zonas de Francia. Eso, junto a los altos índices
de desempleo con motivo de la desindustrialización de la zona, ha
generado un caldo de cultivo que lleva el nombre de Marine Le Pen,
principal candidata a ganar las elecciones de diciembre en esta región,
Nord-Pas de Calais, feudo del Frente Nacional.
"Aunque la gran mayoría de los
habitantes de Calais no son racistas, sí existen movimientos xenófobos
contrarios a la acogida de refugiados", aclara Pierre, destacando la
manifestación convocada por el movimiento Sauvons Calais (Salvemos
Calais) y Pegida la semana pasada.
La policía rocía con gas a refugiados que se manifiestan en Calais
/ Eduardo Granados
Reacciones a los atentados de París
A pesar de estos actos racistas,
la reacción de los refugiados a los atentados de París ha sido
inmediata. El sábado y el domingo se realizaron vigilias y se guardaron
minutos de silencio entre los refugiados en solidaridad con los 130
muertos en la capital francesa.
Y esta semana, un grupo de
familias del Kurdistán iraquí, presentes en el campo desde septiembre,
intentaron realizar una manifestación en la ciudad apoyando a los
familiares de las víctimas de París y pidiendo una mejora de las
condiciones de vida en el campamento.
Sin embargo, una veintena de
furgones y un fuerte cordón policial se lo impidieron. "Queremos ir a la
ciudad para que la gente conozca nuestras condiciones de vida, pero
también para que sepan que lo que ocurrió el viernes pasado es
exactamente lo mismo que me ha traído aquí con mi mujer y mis hijos",
aclaraba entre gritos Ahmed, de 40 años.
Después de unos
minutos de protesta pacífica, la gendarmería francesa obligó a
retroceder a las familias hasta que un grupo de jóvenes tiraron piedras.
La policía intervino con empujones y gases lacrimógenos que llegaron a
los ojos de mujeres y niños allí presentes. Un incidente más para
comprobar que Calais vive en un estado de excepción
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