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El cura que
ha salvado a 5.000 personas gracias a un teléfono escrito en una pared
Un religioso eritreo, Mussie Zerai, ha logrado que se
rescatara a miles de refugiados que han llamado a su móvil para pedir
auxilio tras naufragar en el Mediterráneo

El sacerdote Mussie Zerai, en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, en
septiembre de 2015. (Reuters)
Autor
Trinidad Deiros. Kinshasa
(RDC)
29.06.2016
Cuando el teléfono sonó a las tres de la madrugada en
aquel seminario de Roma, al joven Mussie Zerai se le
ocurrió que quizá se trataba de una broma pesada. Pero al descolgar
supo que no era así: nadie podía fingir aquellos gritos de
desesperación ni el rumor de las olas del Canal de Sicilia.
Quien estaba al otro lado del teléfono era un compatriota eritreo que
le imploraba ayuda y le suplicaba que salvara su vida y la del resto
de personas a bordo de una barcaza
a punto de zozobrar en aguas del Mediterráneo.
El
aspirante a sacerdote no sabía qué hacer ni a quién recurrir; tampoco
cómo tranquilizar a su compatriota para que le diera pistas
sobre dónde podía estar la patera. Cuando lo logró, explica
por teléfono a El Confidencial desde Suiza, despertó a un superior y
entre los dos buscaron en las páginas amarillas el número de la
Guardia Costera de la Marina italiana. Gracias a la voz de
alerta que dieron los dos religiosos, los
guardacostas localizaron la patera y condujeron a sus
ocupantes, sanos y salvos,
a la isla italiana de Lampedusa.
Fueron solo los primeros. Desde aquella llamada de
una noche de 2003, Mussie Zerai, sacerdote eritreo -ahora de 41
años-, ha salvado a miles de prófugos de guerras, hambrunas y
dictaduras. Al principio lo hacía solo, atendiendo a cientos
de llamadas en su número de móvil personal a cualquier hora los siete
días de la semana. Con el tiempo llegó a dominar la difícil tarea de
tranquilizar a personas casi siempre aterrorizadas y explicarles cómo
y dónde encontrar las coordenadas del GPS en los teléfonos
por satélite que algunos llevan, la pista clave que ha conducido
muchas veces -no siempre- a un
rescate exitoso por parte de los guardacostas italianos.
“En 2003, un periodista italiano que había visitado
las
cárceles para inmigrantes del régimen de Gadafi me pidió
ayuda para que hablara con un prófugo eritreo y luego le tradujera,
por lo que llamé por teléfono a este compatriota que estaba preso en
Libia”, recuerda Mussie Zerai.
"Si necesitas ayuda, llama a este teléfono"
Así llegó el número del religioso a manos de ese
aspirante a refugiado eritreo que, en un rasgo de solidaridad, no se
lo guardó solo para él sino que lo escribió en un muro de
aquella prisión con la leyenda “Si necesitas ayuda,
llama a este teléfono”. Desde aquella primera llamada de
auxilio en 2003, ese teléfono no ha dejado de sonar. Su número
salvador ha aparecido desde entonces no solo en las paredes de
cárceles para
inmigrantes del norte de África, sino también en las barcazas que
llegan a Lampedusa e incluso en los contenedores metálicos
en que los traficantes a veces esconden a los prófugos para atravesar
el desierto de Sudán.
La voz de que el padre Zerai socorría a los
refugiados en apuros corrió tanto y tan deprisa que muy pronto
el religioso eritreo se vio desbordado. Entonces, “inspirado
en su trabajo”, recuerda, se creó un centro de atención telefónica
bautizado Watch the Med (vigila el Mediterráneo). En esa línea de
atención urgente, docenas de voluntarios atienden en diferentes
idiomas a candidatos a refugiados en peligro que llaman de
lugares tan lejanos como Yemen o Indonesia. El padre Zerai ha
creado también la agencia
Habeshia, una organización sin ánimo de lucro cuyo fin es ayudar a
la integración económica, social y cultural de las personas que
necesitan protección humanitaria. El trabajo del religioso eritreo le
hizo merecedor el año pasado de una candidatura al Nobel de la
Paz. Según datos de la propia Guardia Costera italiana, sus
llamadas indicando la posición de embarcaciones en peligro han
salvado al menos a 5.000 personas desde 2003.
 Un
trabajador italiano, ante los ataúdes de las víctimas de un
naufragio cerca de Sicilia, en un hangar de Lampedusa. (Reuters)
Cuando se premia a los regímenes culpables
El padre Mussie Zerai habla despacio y con un tono
sereno. Su voz solo sube ligeramente de tono cuando evoca las
políticas de la Unión Europea en materia de inmigración y
asilo político,
que define como “criminales”. Porque este religioso no solo
proporciona coordenadas de barcazas perdidas; también trata de crear
conciencia en entrevistas con el Gobierno italiano y las instituciones
europeas que de momento han dado poco fruto. Tampoco duda en acudir a
Lampedusa para visitar y hacer gestiones en favor de los refugiados
encerrados en los centros de detención: “Hago lo que considero que es
mi deber”, resume a El Confidencial.
Su trabajo ha saltado ya a las páginas de medios de
comunicación internacionales y publicaciones como 'The New Yorker' y
el diario 'The New York Times' le han dedicado amplios reportajes. La
relevancia pública que ha empezado a adquirir le sirve de plataforma
para denunciar lacras como
la trata de seres humanos en Sudán y la península
del Sinaí.
Los éxodos masivos de personas se ven
agravados -sostiene- porque los regímenes "responsables de la fuga
de estas personas obtienen financiación de la Unión Europea"
Como tantos eritreos, Mussie Zerai fue un
refugiado en su juventud. Nació en Asmara, la ahora capital
eritrea, en 1975 y muy pronto se quedó huérfano de madre y también sin
padre, pues su progenitor tuvo que huir del país para salvar la vida.
Su infancia transcurrió en medio de los bombardeos de la guerra por la
independencia de Etiopía, una independencia que llegó en 1991. Sin
embargo, la liberación solo sirvió para dejar vía libre a una
dictadura criminal que aún dura y de la que el entonces
adolescente eritreo escapó para ponerse a salvo en Italia, el país que
lo acogió a principios de los noventa.
No fue el único. Desde entonces, cientos de miles de
sus compatriotas se han convertido en prófugos de un régimen a
cuyos abusos nadie ha puesto coto. En 2015, recuerda el padre
Zerai, “los eritreos fueron la segunda nacionalidad en número de
refugiados llegados a Europa”. Esta diáspora y los éxodos masivos
de personas de otras nacionalidades se ven agravadas -sostiene- porque
los regímenes “responsables de la fuga de estas personas obtienen
financiación de la Unión Europea”.
Los datos le dan la razón. Un informe de Naciones
Unidas de principios de junio acusaba al régimen eritreo de
“violaciones de derechos humanos masivas” y de mantener en la
esclavitud a cientos de miles de personas, amén de la
práctica corriente de ejecuciones extrajudiciales y todo tipo de
atrocidades. Se calcula que unos 5.000 eritreos huyen de su país cada
mes. Ello no ha sido óbice para que la Unión Europea haya concedido
recientemente a la dictadura eritrea un paquete de ayuda de 200
millones de euros. Ese mismo día, el pasado 23 de marzo, las
instituciones europeas aprobaron a su vez
financiar a la Administración del presidente sudanés Omar al Bashir
para que controle mejor sus fronteras. Sobre Al Bashir pesa
una orden de busca y captura del Tribunal Penal Internacional
de La Haya por genocidio y crímenes de guerra y contra la humanidad.
 Una
madre eritrea y su hija caminan junto a una autopista cerca de
Calais, Francia. (Reuters)
Un “enorme cementerio”
“Las
políticas europeas de inmigración de los últimos 20 años no solo
se han centrado en vano en cerrar las puertas de Europa sino que
han favorecido a los traficantes de personas e incluso el
tráfico de órganos en países de tránsito. Cuanto más difícil y
peligroso es entrar en Europa, más lucrativo es el negocio de los
traficantes, que piden cantidades más altas a sus víctimas”, se
lamenta el religioso.
“Europa solo sabe levantar muros y
poner alambre de espino en lugar de tratar de comprender qué está
pasando, por qué estas personas huyen y contribuir a
crearles unas condiciones de vida dignas que eviten que tengan que
poner en riesgo sus vidas. Eso no se hace desde luego
financiando precisamente a los responsables de que estas personas
tengan que escapar de sus países”, continúa.
Según cálculos de diversas organizaciones
humanitarias, alrededor de
30.000 personas han muerto desde 1993 mientras trataban
de alcanzar las costas europeas. Solo en 2015, la Organización
Internacional de las Migraciones (OIM) contabilizó 3.771
fallecimientos. Esa cifra corresponde a las muertes registradas, pero
su número real es seguramente mayor. La Unión Europea
ha incumplido además hasta el momento la promesa que hizo en 2015 de
acoger a 160.000 refugiados; a finales del pasado mes de abril, poco
más de un millar habían sido reubicados. En el caso de España,
que se había comprometido el año pasado a acoger a 16.000 refugiados,
solo han llegado 62. De ellos, 39 son eritreos.
“Frontex tiene un presupuesto de 90 millones de
euros y aun así no logra evitar la entrada de personas que buscan
refugio. Ese dinero se usa para expulsar a los refugiados,
lo que cuesta unos 3.000 dólares por persona. Cuando
luego sabemos que la comunidad de San Egidio y las iglesias
evangélicas de Italia han establecido un corredor humanitario para
traer a refugiados de forma segura y que esto solo ha costado 400
dólares por persona, es evidente que lo que falta es voluntad
política”, dice el religioso.
En su
opinión, hay alternativas. Por ejemplo, favorecer que los
prófugos de guerras y dictaduras como la eritrea disfruten de
condiciones dignas en los países que acogen a la mayoría de ellos; es
decir, los estados vecinos: “Nuestra organización ha
establecido unas becas de estudio para jóvenes eritreos en
Etiopía. Incluso si estos jóvenes aspiran a llegar a Europa,
dándoles una beca los estás reteniendo en Etiopía durante cuatro o
cinco años, un tiempo en el que esa persona quizá se replantee si
merece la pena
arriesgar la vida poniéndose en manos de las redes de trata. Si
después ese joven sigue queriendo venir a Europa y finalmente lo
consigue, quien llegará será un profesional, por ejemplo un médico,
que podrá contribuir al desarrollo de su país de acogida y ganarse la
vida”.
“Europa debe reaccionar, porque, si seguimos así,
el Mediterráneo va a terminar siendo un enorme cementerio”,
concluye.
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