LA CALLE DE
CORDOBA.COM
HISTORIAS DE CORDOBA
El fracaso de la integración del pueblo rumano gitano
Decenas de familias viven en los tres asentamientos que hay en los
alrededores de la ciudad donde además, duermen cada noche unos
cincuenta niños. La historia de Irina muestra que las ayudas para
cambiar esto aún son pocas
Laura Pérez
l.perez@lacalledecordoba.com
16/04/2014
De nada le ha servido
a Irina y su familia que con el mes de diciembre
haya expirado la moratoria laboral que pesaba sobre los casi 9.000
rumanos y búlgaros que residen en Córdoba. Un freno a la completa
entrada de sus países en la Unión Europea y que les impedía trabajar
por cuenta ajena en España aunque sí estar aquí. Esta joven de 25 años
de edad es madre de cinco niños de entre once meses y siete años, dará
a luz a su sexto hijo a finales de abril y junto a su marido, son una
de las tantas familias de rumanos gitanos que viven repartidos en los
tres asentamientos que se encuentran en los alrededores de la ciudad y
en los que cada noche duermen más de cincuenta niños pequeños.
Lo cierto es que muy pocas cosas han logrado que Irina consiga cambiar
el contexto en el que están creciendo y educándose sus hijos. Desde
que llegó a Córdoba, hace ya cinco años, no ha podido evitar que los
niños vivan en una casa abandonada o en una tienda de campaña, no
conozcan ni la luz ni el agua corriente o que la única forma de la que
disponen para combatir el frío sea una estufa enganchada a un
transformador. De hecho, su familia, junto a seis miembros más, llevan
varios meses viviendo en una casa abandonada junto al asentamiento de
gitanos rumanos que está cerca del Hospital Universitario Reina Sofía.
La mirada de Irina refleja vergüenza e indignación al mismo tiempo
cuando habla de que la comida diaria de sus hijos depende del dinero
que consiga aparcando coches junto a Cruz Roja. De hecho, agacha la
cabeza y muestra ochenta céntimos en su mano, cuando tiene que admitir
que algunos días apenas consigue ganar varios euros y ni tan siquiera
los más pequeños pueden tomar leche.
La indignación le llega cuando denuncia que no tiene ayuda de nadie,
que ninguno de los servicios municipales ha hecho posible que su
familia se integre en la sociedad con la que conviven ahora y que por
eso, siguen viviendo excluidos y sufriendo necesidades tan básicas
como tener un techo para resguardarse del frío o poder comera diario.
“Muy pocas personas me han ayudado con mis hijos, hay muchos a quien
le da pena y nos dan comida, ropa y mantas pero la mayoría ha hecho
muy poco por nosotros”, insiste Irina.
Un cambio frustrado
Sin embargo, la
familia de esta mujer ha sido una de las pocas afortunadas que han
podido beneficiarse de las medidas municipales para dar soluciones al
colectivo rumano gitano. Durante algunos días pudieron alojarse en un
hostal de la ciudad y entraron a formar parte de una de las casas de
acogida que gestiona la Fundación Secretariado Gitano y apoya el
Ayuntamiento. A cambio, Irina y su familia se comprometieron a
escolarizar a sus hijos, a no mendigar y a aceptar las posibles
ofertas de empleo o formación que les ofrecieran.
Aquella oportunidad que tuvieron de salir de la calle y encontrar la
forma de salir adelante fracasó. Irina asegura que los echaron del
piso de acogida porque no les gustaba la comida y querían cocinar
ellos mismos. Como resultado, hoy viven en un asentamiento, sus hijos
no van al colegio porque según asegura ella misma, no pueden ir
sucios, hace demasiado frío y tiene que llevarlos andando a todos
desde las afueras de la ciudad. “No estábamos bien en el piso,
queremos un lugar donde poder vivir pero allí no podíamos estar. No
puedo sacar a la más pequeña a las siete de la mañana y si no me
ayudan no irán al colegio”, asegura.
Detenidos de la noche a la
mañana
Las dificultades
para Irina y su familia han crecido hace unas semanas. A finales de
noviembre la policía apareció un día en la ‘casucha’ donde viven y
mientras ella trabajaba aparcando coches en la calle doctor Flemin,
detuvieron a su marido. Cuando esta mujer fue a comisaría a preguntar
por él la detuvieron a ella también y durante las horas que pasaron
allí y en los juzgados, sus hijos permanecieron solos en la casa.
Mientras Irina muestra toda la documentación de aquella detención por
ocupar la casa abandonada, donde aparece la multa de 2.600 euros con
la que fueron condenados y deja claro que no tienen antecedentes
penales, asegura que ni ella ni su marido han hecho nada malo. “Nos
han detenido por vivir en la casa abandonada pero allí no vive nadie.
No hemos robado nunca y ni podemos pagar la multa ni buscar un
abogado”, asegura.
Es imposible saber si el motivo que empuja a Irina y su familia a
vivir en un contexto tan extremo es culpa de que ellos incumplieron su
compromiso para poder beneficiarse de las ayudas municipales o de si
la realidad es que, los esfuerzos que se hacen para hacer posible su
integración aún son pocos.
Sin embargo, lo cierto es que dos de sus hijos estuvieron enfermos con
gripe hace sólo unos días, los llevó a urgencias, los atendieron y
dieron medicinas. Aquel día su madre no pudo cruzar la ciudad para
aparcar coches y los niños regresaron a la casa abandonada en la que
sobreviven. Esta familia, al igual que las decenas de rumanos gitanos
que deambulan por Córdoba no están integrados y de momento, no saben
cómo hacerlo.

El esfuerzo contra la mendicidad
infantil aún no llega a todos
El Ayuntamiento puso en marcha en 2006 y
por cuatro años, un programa para dar solución al colectivo
rumano gitano y así, facilitar integración en la sociedad. Entre
otros, el principal esfuerzo se centró en evitar la mendicidad
infantil sin embargo, lo cierto es que aún es habitual ver a
madres pidiendo con sus hijos en brazos. En concreto, para
evitar escenas como ésta el Consistorio puso en marcha el aula
puente donde los menores pasan parte del día mientras sus padres
zse buscan la vida. Si bien, a finales de año, apenas 13 niños
recibían atención en este aula y 20 más, estaban escolarizados
en la Escuela Félix Ortega. El alcance de esta medida aún no
llega a todos los niños pues, como constatan los colectivos
sociales, hay decenas de ellos que aún no asisten a clase. Si
bien, todos los colectivos sociales consideran fundamental que
los esfuerzos se extiendan a todos los menores pues, como
asegura la presidenta de Córdoba Acoge, Gabriela Stan, en la
educación está la esperanza de que en el futuro no repitan los
patrones de sus padres. |