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Parroquias de Madrid se turnan para acoger a los
refugiados excluidos por el Gobierno
Fronteras
La Mesa por la Hospitalidad es una iniciativa lanzada en
2015 por Carlos Osoro, el arzobispo de Madrid
En los últimos meses, la red de parroquias participantes
se están viendo colapsadas ante la "falta de voluntad política de acogida",
denuncian
Esta plataforma llama a la colaboración de parroquias,
familias, movimientos vecinales o congregaciones religiosas para acoger a
refugiados e inmigrantes
Fabiola Barranco
07/07/2019

La parroquia San Carlos Borromeo no forma parte de la
plataforma del arzobispado de Madrid pero ha dado respuesta a este tipo de
emergencias en varias ocasiones Fernando Sánchez
Hace unas semanas que Sofía (nombre ficticio), su esposo
Jesús y sus dos hijos pequeños huyeron de la extorsión que sufrían en Colombia.
Llegaron a España para solicitar protección internacional pero, después de
toparse con lanegativa
de ser acogidos por recursos oficiales como Cruz Roja o Samur Social, se
vieron "en la calle, solos, sin ayuda".
Evitaron dormir a la intemperie gracias a una compatriota
que les acogió por unos días, aunque pronto volvieron a encontrarse "sin un
lugar en el que vivir", lamentan. Fue entonces cuando se dirigieron al Centro
Pastoral de Fontarrón (Vallecas) abierto de manera extraordinaria para familias
que migraron forzosamente y que, a su llegada, no cuentan con ningún recurso
habitacional. "Fue una bendición, allí conocimos a unas personas maravillosas.
Desde el Padre Pablo, hasta el resto de voluntarios", cuenta Sofía agradecida.
Durante ocho días durmieron en este espacio, integrado en
la Mesa por la Hospitalidad, una iniciativa lanzada en 2015 por el arzobispo de
Madrid, Carlos Osoro, al calor de la conmoción que dejó la muerte del pequeño
Aylan. Esta plataforma eclesiástica llama a la colaboración de parroquias,
familias, movimientos vecinales o congregaciones religiosas, para abordar la
acogida de personas migrantes y refugiadas envueltas en una situación de calle
ante el desamparo de las administraciones.
Desde su nacimiento, la Mesa por la Hospitalidad ha
atravesado varios momentos clave. Uno de ellos se produjo el pasado año, con el
aumento de llegadas de personas migrantes a las costas españolas, de los
refugiados devueltos por el Convenio de Dublín excluidos del sistema de acogida
y de solicitantes de asilo sin cabida en recursos oficiales. El segundo ha
llegado en los últimos meses.
"Ahora estamos en una situación mucho peor, porque están
llegando más personas y las administraciones siguen mirando para otro lado", se
queja Rufino García, delegado de Migraciones de la Diócesis de Madrid. Según
matiza, "no es verdad" el imaginario generado por las "las opiniones xenófobas
que dicen que hay una avalancha o que nos invaden", sino que "no existe voluntad
política de acogida".
Hace unas semanas que Sofía -nombre ficticio-, su
esposo Jesús y sus dos hijos pequeños, huyeron de la extorsión que sufrían en
Colombia. Fernando Sánchez
Desde el uno de julio, las dos iglesias habilitadas por
la Mesa por la Hospitalidad acogen exclusivamente a hombres solos. Hasta la
fecha no cuentan con ningún espacio para alojar a familias después de la
clausura reciente de la parroquia de Santa Irene y el centro pastoral de
Fontarrón.
Este lunes, Sofía y los suyos volvieron a preparar su
modesto equipaje para trasladarse a la parroquia San Carlos Borromeo que, aunque
no forma parte de la plataforma del arzobispado de Madrid, ha dado respuesta a
este tipo de emergencias en varias ocasiones. La última comenzó el 6 de junio,
cuando llegaron Mohamad
y Muna -embarazada de ocho meses- devueltos desde Alemania en virtud del
convenio de Dublín. Esta fue la primera familia en entrar, pero actualmente
comparte espacio con otras cinco. Entre ellos se encuentran 14 menores con
edades comprendidas entre los cinco meses y los 17 años.
Ana llegó junto a su esposo Fran, su bebé de cinco
meses y su hija de cuatro años. Fernando Sánchez
"Tuvimos que vivir en la clandestinidad"
Fran y Ana llegaron a la parroquia vallecana convertida
en dormitorio con su bebé de cinco meses y su hija de cuatro años. La mayor de
las niñas no se desprendía de su pequeña mochila y preguntaba a sus papás cuándo
volverían a casa. "No mi amor, nos quedamos aquí", lograba responder su padre
con mucho cariño, después de unos segundos de silencio que evidenciaban su
dolor. Cuando crezca quizá sabrá que sus padres salieron de El Salvador de
manera repentina para poner a salvo a su hermana y a ella.
Desde el uno de julio, las dos iglesias habilitadas por
la Mesa por la Hospitalidad acogen exclusivamente a hombres solos, por lo que
algunas familias han tenido que desplazarse a la Borromeo.
"Un día nos dejaron una nota amenazándonos de muerte si
no pagábamos lo que pedían", relata Fran para explicar el detonante de su huida.
Desoyeron esas órdenes de extorsión, pero también el lema de las pandillas que
aterrorizan algunas zonas de Centroamérica: "Ver, oír y callar". No pagaron.
Tampoco callaron. Pusieron una denuncia en comisaría que resultó ser otra trampa
más de la pesadilla. "En dos semanas quedamos atrapados en fuego cruzado.
Tuvimos que vivir en la clandestinidad porque allí no escatiman a la hora de
matar, no les importa si son bebés o no", comenta el joven.
No fueron los únicos en poner tierra de por medio. "Mi
papá, mi mamá y mi hermana también salieron, pero fueron hacia Estados Unidos.
Pagaron unos 14.000 dólares a las mafias. Ahora están en México en la frontera
esperando a ver si pueden pasar o no", cuenta Ana. No siguieron la misma ruta
por temor a los posibles riesgos que podrían enfrentar sus niñas. "Al menos aquí
no te separan de tus hijos y de tu familia", añade.
Al llegar a Madrid, pasaron unos días en un hotel que
habían reservado para poder acceder a España. Hasta que sus ahorros se agotaron.
Acudieron al Samur, Cruz Roja y CEAR, pero ninguna entidad les dio la atención
habitacional que precisaban.
"El día que íbamos a dormir en la calle fue cuando
llegamos acá a la parroquia", recuerda Fran. Aquella noche cenaron pupusas, un
plato típico salvadoreño, que había preparado con otras compatriotas también
hospedadas en la San Carlos Borromeo. "El trato más humano y de cariño lo hemos
recibido aquí", confiesa poniendo en valor la buena relación generada con las
personas de la Red Solidaria de Acogida y la Coordinadora de Barrios, que les
acompañan en su día a día. "Es como el inicio de todo lo que nos espera. Aquí
nos sentimos seguros", dice convencido y con los ojos húmedos, mirando a su
mujer que se seca las lágrimas.
Tres noches en el aeropuerto
Anginneth, una joven maestra venezolana, y su hija
Jeanneth de 11 años, salieron de su país con la misma necesidad de buscar, y
encontrar, refugio y seguridad. Un nexo común a todas estas familias a la espera
de poder ingresar en alguno de los recursos del Gobierno, como corresponde en
estos casos. Desde el momento de su llegada, se toparon con el cerrojazo de las
entidades oficiales.
Anginneth, una joven maestra venezolana, y su hija
Jeanneth de 11 años. Fernando Sánchez
"En Samur Social me dijeron que no había plaza, que
podían apuntar en una lista de espera y me llamarían. Todavía estoy esperando la
llamada", lamenta con incredulidad.
Para no quedarse en la calle, madre e hija, volvieron al
aeropuerto, donde durmieron tres días. "Me parecía el sitio más seguro para
pasar la noche", justifica esta madre mientras cena en la iglesia vallecana.
Allí dice haber encontrado "no sólo la acogida", también "la voluntad de gente
que quiere ayudar" y "un lugar donde luchar por nuestros derechos".
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