Londres, 13 de enero 2021
Hay países en los que
el pasado nunca muere, ni siquiera es pasado, como escribió William
Faulkner. Irlanda es uno de ellos. Cinco años después de una
investigación exasperantemente lenta para las víctimas y demoledora
para toda la sociedad, el informe oficial final sobre los orfanatos y
residencias de madres solteras ha expuesto negro sobre blanco, en más de
3.000 páginas, la crueldad, ostracismo y abandono a los que fueron
sometidos miles de mujeres repudiadas por una sociedad asfixiada por la
moral católica imperante durante décadas, bebés entregados
arbitrariamente a otras familias y muertes ocultadas al registro
público. El primer ministro, Michéal Martin, pedirá perdón a todos ellos
este miércoles en el Parlamento.
Todo empezó del modo
más aterrador posible. Catherine Corless, una historiadora local de
Tuam, en el oeste de la isla, empezó a interesarse por los rumores que
durante años hablaban de una fosa común con restos humanos. Los mapas no
le señalaban un lugar de enterramiento, sino un depósito de aguas
residuales. Fue su tenacidad, y no la ayuda de las religiosas del
Orfanato de Bon Secours (el Buen Auxilio, en francés), la
que llevó al descubrimiento, en veinte criptas improvisadas, de un
elevado número de huesos con un desarrollo de entre nueve meses y tres
años. Corless calculó que, entre 1925 y 1961 (cuando se cerró el
lugar, conocido entre los parroquianos como The Home, la casa),
habían fallecido 796 bebés, sin llevar un control de su inhumación.
“Pensé al principio que las autoridades se tomarían en serio el asunto,
hasta que me di cuenta de que estaba totalmente sola y nadie iba a
ayudarme”, contó en su momento la historiadora al diario The Irish
Times.
La jueza Yvonne
Murphy se puso al frente de la comisión investigadora en 2015, y lo
primero que hizo fue visitar la fosa común de Tuam. El resultado es el
retrato de una sociedad que estigmatizó a las madres solteras y a los
niños nacidos fuera del matrimonio y miró para otro lado mientras los
orfanatos ofrecían crueldad y vergüenza a los que acogían en su seno y
doblaban su tarea como agencias irregulares de adopción.
El informe de la
comisión, que durante cinco años ha ido ofreciendo a la opinión pública
irlandesa avances preliminares, ha resultado tan demoledor como
si hubiera pillado por sorpresa a la sociedad del país. Y no ha
querido cargar la culpa, como ha ocurrido en otras revisiones
históricas, en la Iglesia Católica. Ha sido un aldabonazo colectivo a
los padres que se desentendieron de su descendencia, las familias que
repudiaron a las mujeres embarazadas y una sociedad que, en su conjunto,
toleraba estas prácticas que el Estado y las parroquias locales apoyaban
y mantenían.
Fueron cerca de
56.000 madres solteras y 57.000 menores los que pasaron por estas
instituciones durante el periodo examinado por la comisión, entre 1920 y
1998. O, al menos, a esa cifra han llegado los expertos, aunque ellos
mismos calculan que fueron al menos 25.000 mujeres más y un buen número
de menores.
No era entonces la
Irlanda joven y urbana de la actualidad (la mitad del país se concentra
en Dublín y Cork), sede favorita de las grandes empresas tecnológicas y
farmacéuticas y completamente distanciada del mandato moral y social de
la Iglesia Católica. Era una isla en estado de semipobreza y hambrunas,
fundamentalmente rural, y con reglas y prejuicios asfixiantes. Y aun
así, refleja el informe, las condiciones a las que fueron sometidas
madres y menores superaban con creces la crueldad y dureza del entorno.
La mortalidad infantil doblaba a la del resto del país. Solo en un año,
1943, el 75% de los niños admitidos en el orfanato de Bessborough
murieron, según refleja el informe. Hasta 9.000 niños murieron en el
seno de esas instituciones durante el periodo investigado por la
comisión. En el caso de una de ellas, Sean Ross, se relata cómo “las
madres eran trasladas hospitales locales, donde trabajaban como
enfermeras sin cobrar, y al regresar transmitían a los niños todo tipo
de infecciones”.
Son las instituciones
públicas, en mayor medida que las gestionadas por órdenes religiosas,
las que salen peor paradas en el informe. Las condiciones físicas en las
que vivían madres e hijos eran “espantosas”, pero apenas se relatan
casos de violencia sexual o de abusos físicos. Solo un constante abuso
emocional y hasta la explotación laboral de los residentes de esos
hogares. No fueron creados para ofrecer refugio a las mujeres, sino para
salvaguardar la honra de sus familias. “Su madre le llamaba zorra y
prostituta. Tres de sus tíos eran sacerdotes, y a sus padres les
preocupaba mucho cómo su embarazo podría afectar a sus carreras
eclesiásticas”, relata el informe la declaración de una de las
centenares de víctimas que han accedido a contar su historia.
El Gobierno irlandés
se ha comprometido a dar ayuda financiera y compensaciones económicas a
todos los grupos específicos que el informe reconoce, así como a dar
apoyo legal a futuras excavaciones, exhumaciones e identificación de los
restos de las fosas comunes que se localicen. “El informe refleja
claramente que las madres solteras sufrieron una cultura misógina
opresiva, brutal y sofocante”, ha dicho el ministro irlandés para la
Infancia, Roderic O’Gorman. Muchos de los niños fueron entregados, sin
formalidades legales ni controles, en adopción, a familias irlandesas,
inglesas e incluso estadounidenses. Entre las recomendaciones del
informe de la comisión figura la necesidad de que todos esos adultos que
en su momento fueron adoptados puedan acceder a la información sobre sus
madres biológicas. Las actuales leyes irlandesas dificultan notablemente
ejercitar lo que, según el informe, es un derecho humano de primer
orden: el derecho a la propia identidad. Los expertos proponen incluso
que se celebre un referéndum nacional, si resulta necesario, para
modificar las leyes.
Sin embargo, el
informe, más centrado en los hechos probados, las recomendaciones y en
las posibles soluciones que en un juicio moral que la sociedad irlandesa
lleva décadas haciendo por sí misma, rehúye utilizar el término de
“adopciones forzosas”, a pesar de la petición de algunos de los grupos
afectados por aquellas prácticas. “Se han encontrado escasas pruebas de
que los niños fueran arrebatados a la fuerza de sus madres”, concluye,
aunque admite a la vez que, esas mismas madres, “no tenían mucha
elección”.
El pasado en Irlanda,
y su eterna losa, no se filtra tanto en su debate público por un tamiz
ideológico —aunque sea la izquierda la más decidida a rescatarlo y
afrontarlo— como por la atribución de culpas. Porque la realidad que
refleja el informe es la de un Estado pobre que dejó en completo
desamparo a todas estas mujeres y menores, y en gran medida, a unas
instituciones católicas que les ofrecieron una alternativa de compasión,
tal y como ellas la entendían. Repudio y amparo a la vez a los
intocables fruto de una moral social dominada completamente por la
Iglesia Católica.
9.000 menores murieron durante 76 años
De todos los aspectos investigados y
analizados por la Comisión para la Investigación de Casas de Acogida, el
más “alarmante”, señala el informe, es la cantidad de menores que
fallecieron durante su primer año de residencia en los orfanatos.
“Solamente durante los años 1945 y 1946, la tasa de mortalidad infantil
en estas instituciones era el doble que la media nacional del país para
los niños ilegítimos”.
Ilegítimo es el término empleado por el
informe, porque esa era la expresión ilegal en Irlanda hasta 1987 para
referirse a los bebés nacidos fuera del matrimonio. De los 57.000
menores investigados por la comisión, en al menos 18 centros de acogida,
un 15% falleció. Es decir, cerca de 9.000 niños en un país donde, a
principios de los años cincuenta, la tasa de mortalidad infantil era del
2,15%.
La mayoría de las muertes, señala la
investigación, fueron consecuencia de infecciones respiratorias y de
gastroenteritis. A pesar de que, en los medios de comunicación
irlandeses, se ha hecho referencia en numerosas ocasiones a posibles
casos de malnutrición, “ese término es más bien indicativo de que el
menor era incapaz de crecer y salir adelante, pero debido a condiciones
médicas no diagnosticadas, según indican los expertos médicos”.
El número de fallecidos durante su primer
año se explicaría, dice la comisión, porque “la mayoría de las madres
eran pobres; su dieta durante el embarazo muy pobre, y todo ello
agravado por sus esfuerzos constantes por ocultar a la sociedad su
embarazo”.