Los
jóvenes que proceden de centros de internamiento sufren al intentar
integrarse en la vida adulta

Encuentro entre los dos protagonistas de este
reportaje. /
Estrella Martínez
Ale fue
corriendo a saludar a Puri. Llevaban años sin verse. Alegría. Con idas
y venidas, entre salidas y entradas, Puri había trabajado con él
alrededor de tres años. Momento casual y rápido en plena calle para
ponerse al día mientras echan la vista atrás al pasado que les unió.
Puri tiene nuevo trabajo. Ale, nueva vida. Ale tiene 23 años y es de
Estepona. Tiene un fuerte acento malagueño marcado por eses y jotas
aspiradas. Ha estado
dos veces internado
en centros de reforma de menores y una en prisión.
No suele
hablarse mucho de los menores que están en centros. Normalmente se
habla de ellos cuando los casos son muy graves, para pedir el
endurecimiento de la Ley del Menor. Alejandro Cáceres
cuenta su historia, no como ejemplo de nada, sino porque “siempre me
he visto perdido y ahora que he avanzado un montón, me viene bien en
verdad contarlo para mí mismo”.
“Siempre me ha costado estudiar. Con 12 o 13 años ya
iba yo para arriba muy malamente. Fue una mezcla de cosas, no me
gustaba el colegio, no le echaba las suficientes ganas, la formaba. Se
separaron mis padres y llegó un momento en que ya nadie podía conmigo…
y la mala vida. No había nadie en quien yo pudiera fijarme y no tenía
ningún objetivo”. Entonces acaba llegando “el día a día de la calle,
fumando porros y buscando dónde pegar el palo. Luego te acostumbras a
coger palillos buenos de 2.000 euros y cada vez vas a querer más”. Con
el tiempo Ale añadió a los porros el consumo de Trankimazin. “Las
Trankis… eso ya tu cuerpo va andando y tu mente en otro mundo, y es
que te da igual todo”.
Ale se sumergió pronto en
la rutina de los juicios. Al terminar uno de ellos, le
preguntó a la abogada qué había pasado. Ella le respondió que qué iba
a pasar, que tenía que irse. Y así fue como se enteró de que se iba a
Almería, al centro Tierras de Oria. Lo mandaron para el calabozo y
pensó: “¡Esto va en serio!”.
El centro de reforma
“La primera vez, no veas, ¡si yo
en verdad me creía que era bueno! ¡Qué hago yo aquí!”. Ale no recuerda
si esa primera vez fue para un año o nueve meses. Lo que tiene claro
es que “a mí se me hizo grande. Te ‘jartas’ de
llorar… te ves tan lejos”. Según su experiencia, “no te adaptas, pero
lo intentas”.
En su internamiento contó con el
apoyo de su madre: "Siempre ha estado conmigo a fondo", dice Ale
En el centro tuvo compañeros de
todo tipo, “diferentes causas y diferentes ámbitos familiares. Lo
mismo te puede entrar un pijito que se haya escapado de su casa, que
un chaval que su madre está vendiendo droga y el padre es un ‘chalao’
que está consumiendo”. Ale afirma que ha visto muchas cosas en el
centro, “un chaval violador, eso no veas… Intentos de asesinato, malos
tratos a los padres, pero, sobre todo, robo, mucho robo”.
En su internamiento contó con
el apoyo de su madre, “siempre ha estado conmigo a
fondo. De Almería a Estepona no sé cuántos kilómetros habrá, pero
venía todos los fines de semana, todos. Le dejaban dinero para poder
ir a verme, se pegaba unas palizas... Venía con mi abuela”. Ahora Ale
es consciente de todo lo que le hizo pasar y recuerda que su madre
tiene plastificadas y guardadas algunas de las cartas que él le envió
mientras estuvo en el centro.
Reconoce que es muy típico que
los niños internados digan “que os vayáis a tomar por culo, no quiero
ver a nadie”. Cree que eso “es la picardía del rebelde de chico, que
la sacas igual como después te ‘jartas’ de llorar”.
Ahora, con 23 años, “me puedo
acordar muchas veces de las visitas que he tenido de menor”, pero la
que no olvida es la única que tuvo en la cárcel. “Ingresé en prisión
poco tiempo, menos mal, porque era una causa que en verdad era una
condena larga. No estuve ni un mes –en preventiva, todavía tiene la
causa pendiente–. Y la única visita que yo tuve allí fue la que a mí
se me quedó como ninguna otra porque estaban los cristales” que
separan al interno de su visitante. “Eso de los cristales… es un
mundo”.
Régimen abierto
Cuando salió
por primera vez del centro de menores conoció a Puri Fuentes, su
técnico de seguimiento en medida judicial en régimen abierto, es
decir, cuando Ale estaba en libertad vigilada.
Puri entendía su trabajo “como un espacio de
escucha a los niños”. Lo normal es “etiquetarlos de manera siempre
negativa y se trata de rascar un poco e ir más allá, trabajar
en la raíz del problema, no quedarte en la apariencia y ver
su situación familiar, con qué apoyos cuenta”. Se trata de “trabajar
con la realidad y no con imaginación y expectativas”.
A pesar de ser situaciones difíciles, en los
seis años que ha trabajado como técnico ha visto de todo, niños que
han salido adelante y niños que no. “Mi trabajo ha sido acompañarlos y
luego que ellos elijan”, es importante que “el menor se dé cuenta de
que ya no quiere estar en eso”. Tiene que existir, por tanto, una
implicación por parte de estos técnicos, que tienen que trabajar de
manera individualizada.
De ahí la importancia de la escucha, a pesar de
que a esas edades “suelen demandar poco”, pero, insiste esta técnico,
“hay que conseguir su implicación y trabajar en esa línea, porque no
tiene sentido que un menor te diga ‘Puri, yo quiero ser fontanero’ y
tú le sueltes que no, que va a hacer un curso de electricidad porque
es lo que hay. Así que en la medida de lo posible hay que intentar
encauzarlo dentro de sus demandas porque así el trabajo es mucho más
fluido y repercute más”.
4.663 es el
número de internamientos de personas entre 14 y 21 años ejecutados en
2014. La mayoría (2.787) están internados en régimen semiabierto
Ale reivindica también el trabajo
individualizado dentro del centro. Durante su internamiento, “me
metieron en drogodependencia y allí escuchando las drogas, venga
drogas, venga síntomas, venga síndrome de abstinencia, venga no sé
qué”. Ale dice que cogería el dinero que da el Gobierno a los centros
y pondría “más equipo técnico para escuchar a los chavales uno por
uno”. Porque “tú no veas la que tenías que liar para que vinieran a
hablarte, cuando estabas rallado y necesitabas desahogarte, hablar”.
Las herramientas necesarias
Evidentemente para que todo esto funcione el
niño necesita tener herramientas. En este punto la educación
juega un papel fundamental. Ale entiende que “no debe ser muy
fácil ponerte delante de un chaval así. Te viene a ti un maestro y tú
no vas a hacerle caso”. Aún así, “yo me saqué mi graduado en el centro
de menores”.
El problema es que el nivel educativo en los
centros “es muy bajo”, explica Puri. “Como si te lo regalaran”, dice
Ale. Para él “es como si lo importante fuera que a la hora de salir tú
tengas los papeles que demuestran que has estudiado, pero no que
realmente te hayas formado”.
Estando ya fuera buscó con Puri un curso de FP
de electricista en Manilva y “¡la lié! Bueno, en verdad no la lié,
sino que, con el graduado que yo me saqué, no estaba preparado y en el
curso aquello eran nada más que fórmulas y cosas raras… y yo allí me
volví loco. Encima en aquella época yo seguía fumando porros, comiendo
pastillas y haciendo el ‘chalao’. ¿Cómo te vas a concentrar en el
estudio? Y lo dejé”.
El nivel del centro “no es el de un instituto y
cuando salen y se apuntan a un módulo es cuando ven las
limitaciones que tienen. Lo que yo creo que pasa es que se
frustran”, añade Puri. Por otro lado, cuando salen del centro a los
menores se les da una ayuda económica, una iniciativa que no comparte
Puri. “Tú imagínate un niño de 14 o 15 años con 400 euros todos los
meses, a lo que le digas te dice que tururú. Para mí lo ideal sería
que desde los centros hubiese una coordinación con cursos formativos,
con prácticas remuneradas en empresas, lo que les ayudaría a crear
hábitos, a tener una responsabilidad, a sentirse útiles y a no caer en
el asistencialismo”.
Una nueva vida
En contra de lo que pueda parecer, normalmente
estos niños tienen la autoestima baja, lo que no
favorece su salida del entorno que conocen. “Uno se ve con tanta ruina
encima y tantas cosas. Tienes en mente lo que manda la vida, el
trabajar, el saber hacer las cosas, levantarse… Pero ¿’pa’ qué vas a
estudiar si no vas a conseguir ‘ná’? Si está aquí la gente ‘prepará’ y
¿tú te vas a poner a estudiar? Si tú eres un ‘reventao’ en la calle”,
comenta Ale.
Por si fuera poco, “vuelves al ámbito de los
amigos, te metes en el círculo y yo ya empecé más a lo grande”. Como
consecuencia, “incumplí la medida con Puri de libertad vigilada por
buscarme causas” y volvió a ingresar en el centro. Es verdad que
“cuando empecé la medida con Puri intentaba esforzarme por levantarme,
llegar a la hora, porque Puri era muy buena y me hablaba muy bien,
pero llegaba tarde, me regañaba, me daba caña”. Volvió al estado de
darle igual todo. “Si te metes en la calle, te cuesta salir en
verdad”.
Con el paso de los años y para salir de su
rutina habitual, Ale se mudó a Málaga. “Aquí estoy magnífico, trabajar
en Estepona olvídate… y tienes que ser muy fuerte para estar allí
mentalmente con el día a día. Yo puedo volver allí, pero quién dice
que un día me sienta malamente y no me busque problemas. Con tus
amigos, porque son tus amigos, pero ya te sientes malamente”. En
Estepona además le señalan por la calle. “Es normal porque yo tampoco
he sido ningún santo, así que a veces me he sentido que es mejor ni
salir a la calle, cómodo no te sientes”.
En noviembre Ale vivía de ocupa en una
casa. “Estaba pasando una mala racha, menos mal que aún
quería sacar fuerzas y no me dejaba perder del todo”. Decidió ir al
cumpleaños de su sobrina y allí coincidió “con mis abuelos del campo.
Estuvimos hablando y al día siguiente me entró así la ‘chalaura’ en la
cabeza y los llamé para decirles si podía irme con ellos. En el campo
me quité de fumar porros –había dejado de consumir pastillas dos años
antes–. Ayudaba a mi abuelo y me metí en el gimnasio, que era donde yo
en verdad me desahogaba, me quitaba yo todas las paranoias”.
Ale empezó a moverse, a buscar cosas para
hacer. Una de las cosas que encontró por internet fue una oferta para
aprender alemán y trabajar en Alemania. Y para su sorpresa se la
dieron, no se lo podía creer cuando lo llamaron para la entrevista.
“¿Tú te imaginas yo en una entrevista?”, comenta todavía alucinado.
Ale la pasó y ahora estudia alemán en Málaga con el
curso que ha conseguido y que en verano le llevará a Alemania, donde
lo formarán para ser albañil. Está entusiasmado con el alemán, habla
con alemanes para “ir haciéndome el oído” a través de Periscope, se
pasa el día con la libreta apuntando todo, en clase “me pongo al lado
de la profesora y le pregunto todas las dudas. Ya ves, yo, que ni
sabía lo que era un verbo o un sustantivo. Ahora cojo la goma de
borrar y qué sensación más extraña… yo nunca había tenido el hábito de
estudiar”.
El día que conocí a Ale su hermana le iba a
dejar por primera vez a su sobrina en casa para que durmiera allí.
Estaba contento. Le gusta su presente, pero al despedirnos volvió de
nuevo al pasado y me soltó: “Si lo pienso, ¡cómo iba a estar yo aquí
diciendo todo lo que estoy diciendo..., En la vida! Si yo siempre
decía que no podía conseguir nada”.