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La carta de una desaparecida durante la dictadura militar argentina para
pedir a sus padres que criasen a su hija
María Teresa
Manzo estuvo en el centro de detención El Olimpo. Entregó a la nena junto a
siete hojas destinadas a su familia. En medio del terror y, sabiendo que no
la iba a ver más, les recomendó cuidados, les sugirió libros y les dijo cómo
debían ayudarla en el duelo
Alejandro
Marinelli, 24 de marzo 2021
María Teresa Manzo tenía 28 años, hacía dos que vivía
escondida por la dictadura militar argentina,
de la que hoy se cumplen 45 años (1976-1983). A su marido, militante de
la Juventud Peronista y Montoneros, lo habían secuestrado y ella estaba sola
con Victoria, su hijita de 3 años. Se habían venido de Santa Fe a Buenos
Aires. En noviembre de 1978, un grupo de tareas las levantó en plena calle.
“Me acuerdo de ir paseando con ella de la mano y de
repente sentir que se soltaba. Aparecieron esos hombres y nos subieron al
auto. A mí me pusieron adelante y a ella atrás. Yo me daba vuelta para
mirarla, para ver cómo estaba”, cuenta Victoria Winkelmann, la hija. A
las dos las llevaron al centro de detención El Olimpo, en Floresta.
Victoria conserva la carta que su madre
envió desde el centro clandestino de detención. María Eugenia Cerutti
Queridos papi y mami, estoy segura de que cuando vean
a Victoria sin mí, en manos de personas que no conocen, se van a asustar
bastante. Lo que ha pasado es que estoy presa, pero estoy bien. Caí el
jueves a la tarde, iba con Victoria. La Bicho estuvo separada de mí pero me
venía a ver. Es la mascota de todos los que están acá. Hay muchas chicas que
la cuidan bien y le hacen regalitos".
Victoria estuvo tres días en ese depósito de chapas y
celdas. La tenían con otras detenidas y la dejaban ir a ver a su mamá que
estaba en una especie de enfermería. María Teresa la acariciaba y suavizaba
el espanto todo lo que podía.
"Vieja, ella (por Victoria) vino a verme y como yo
estaba acostada, le dije que me dolía la pancita. Te va a insistir en que
mamita está enferma. Vos decile: “Mamá ya se curó. Está trabajando y que
ella (por Victoria) se queda en la casa de los nonitos”. No eludas las
preguntas que te hace. Vive preguntando el porqué de todas las cosas. Ahora
esos porqué se van a concentrar en su mamá".
En medio del espanto, María Teresa rogó que le entregaran
a Victoria a sus padres, los abuelos de la nena. La dejaron llamar por
teléfono y les dijo que fueran a un hotel en el centro y que esperaran ahí.
El 3 de diciembre, Leonildo, su papá, recibió la llamada en la habitación
del hotel. Le dijeron que bajara solo. En medio de la calle, le
entregaron a su nieta junto a una carta de su hija. María Teresa estaba en
el auto, pero solo miraba por la ventanilla. Leonildo les rogó que lo
dejaran hablar con ella. “Tenés suerte que te damos a la nena”, le respondió
el tipo que le había dado a Victoria. Esa fue la última vez que la vio.
Papi, lo que te va a ayudar (...) es brindarte por
entero a la Bicho. Mirá, papi, va a ser hermoso, cuando vuelvas del trabajo
y te encuentres que sale a abrazarte y te dice: “Nonito”. Pero vos sabés que
eso con el tiempo va a significar: “Papá”, ya que sos el único referente
masculino que ella tiene y porque se va a encariñar mucho con vos. Yo sé que
esto les va a costar mucho superarlo pero tiren para adelante, no se den
manija con su desgracia y piensen que con la Bicho tienen un poco del flaco
y otro poco de mí y miren bien a la pioja, que esa sonrisa hermosa que tiene
los va a hacer felices, aunque sea por un rato".
“Esa carta es tremenda. Quizás sabiendo que no me iba a
ver más, quiso decirles a mis abuelos cómo me tenían que criar. Primero los
prepara, porque ellos ya estaban grandes, y luego les va diciendo las cosas
que creía que yo iba a necesitar y lo que ellos iban a necesitar también.
En medio del dolor pudo pensar hacia adelante. La leí muchas veces y siempre
me emociona eso”. Victoria hoy vive en Escobar, tiene tres hijos y es
psicóloga. Repasa el momento en que sus abuelos se la llevaron a Santa Fe.
Allí los recibió toda la familia. Muchos la veían por primera vez. “Me
acuerdo de llegar a la casa de mis abuelos, con el pequinés de la casa al
lado mío. El perrito y yo en el piso y mis tíos y mis tías mirándome, como
diciendo: “¿Qué vamos a hacer con esta nenita?”.
La carta que escribió María Teresa Manzo
desde el Olimpo. María Eugenia Cerutti
"Mami, vos sobre todo vas a tener que cambiar tu ritmo
de trabajo, quizás tengas que dejar de coser algunas pilchas, para llevar a
Victoria a la plaza, a la calesita, etcétera. Después de unos 15 días que
esté con ustedes, yo les pido que aunque les cueste un poco las lleven unas
horas a la guardería. Mejor dicho a una escuela de verano, o algo parecido,
para que pueda jugar con chicos. Búsquenle amiguitos en el barrio y te los
llevás a jugar a casa, que hay patio grande y lindo".
"Es una carta sobre la maternidad"
“Se quería quedar tranquila con que yo iba a estar bien.
Es una carta sobre la maternidad. En el fondo todo lo que escribe
tiene que ver con el amor de una mamá a su hija. Ahora que yo soy mamá
entiendo que haya querido dejar escritos todos esos detalles”. En las siete
páginas de la carta, les recomienda a su papá y a su mamá que consigan dos
guías distintas sobre el desarrollo infantil y un libro de educación sexual
y que, ante cualquier duda, le consulten a la tía Mary, que es
psicopedagoga. “Mis abuelos eran personas sencillas, laburantes. Mi abuelo
tenía una fábrica de zapatos y mi abuela ama de casa. Mi mamá lo sabía y
esas precisiones tienen que ver con eso, con facilitarles la tarea de
criarme”.
Victoria es hija de María Teresa Manzo,
quien estuvo en El Olimpo y aún está desaparecida. María Eugenia Cerutti
"Cuestiones de Salud: los certificados de vacunas de
la Bicho te van a servir poco pero por lo menos sabés cuáles son las vacunas
que tiene colocadas. Arriba de la heladera de mi casa está el remedio de la
Bicho, una cucharadita antes del almuerzo y la cena. Cuestión ortopedia, la
Bicho tiene poca estabilidad en las piernitas, tiene que usar los zapatitos
ortopédicos. Lo ideal es que vaya a aprender natación. Cuestión
oftalmológica, llevala al hospital de niños para que le vean los ojitos, hay
veces que el ojito izquierdo lo desvía mal".
Dice Victoria que para sus abuelos no había lugar para
las dudas. Los ojos se los hicieron revisar, los libros los consiguieron y,
por supuesto, terminó adentro de una pileta: entrenó y compitió en natación
hasta los 16 años.
Los primeros tiempos fueron difíciles para todos. El
abuelo se encargaba de la mayoría de las cosas. La llevaba, la traía,
compraba la comida, cocinaba y, en medio de todo eso, iba a trabajar. A su
esposa, Milges, todo le costó más. Pasaba más tiempo en su cuarto y lloraba
mucho. Victoria, mientras tanto, esperaba que sucedieran cosas: cuando
sonaba el teléfono salía corriendo a atender, lo mismo si sonaba el timbre.
Abría una ventanita para ver quién estaba en la puerta.
"Siempre decile que mamá la quiere mucho pero que no
puede ir a verla y que le manda muchos besos. Cuando quiera ver fotos mías o
del Flaco (por el papá) mostráselas, pero no la pongas ansiosa hasta que se
vaya acostumbrando a ustedes y al ritmo de ustedes".
María Teresa Manzo está desaparecida desde
la dictadura militar. María Eugenia Cerutti
Pero pasaba el tiempo y Victoria no se acostumbraba.
Continuaba corriendo a la puerta hacia un encuentro que nunca ocurría. Así
fue que a los 5 años, la abuela la sentó en la cama para hablarle. “Me puso
al lado de ella y me dijo, con la crudeza que la caracterizaba, que mis
papás no iban a volver. La miré, nos abrazamos y lloramos un montón. Pero
desde ahí ya no esperé que aparecieran”, relata.
Su abuelo también era un hombre sencillo, que trataba de
darle lecciones. “Me llevaba a hacer trámites, me decía que eso me iba a
servir para la vida. Y ahí estaba yo con él recorriendo bancos y oficinas.
Hoy siento que hacía lo que podía conmigo”. Victoria comenzaba a preguntar,
trataba de entender, pero no le era fácil porque del tema mucho no se
hablaba. Hasta que una tarde, a los 14 años, con menos pedagogía de lo que
hubiera querido, el abuelo le dio una carpeta llena de papeles. “‘¿Vos
querés saber? Acá tenés’, me dijo. Adentro estaban todos las presentaciones
que había hecho a las embajadas, los habeas corpus, los pedidos a
organismos. Hasta había una carta a Videla en la que pedía información sobre
mis viejos”.
Su abuelo murió cuatro años después. La abuela, que
estaba enferma, se fue apagando. Habían pasado dos años de lo del abuelo y
tuvieron otra charla dura. Le dijo que sentía que ya la había criado bien y
que ya no podía más. “A la semana de decírmelo, también se murió ella. Venía
peleando contra un cáncer y, supongo que entendió que había cumplido con lo
que le había pedido mi mamá”, explica
En 2013 encontraron los restos de su padre
Victoria se vino a vivir a Buenos Aires. Acá se enteró de
los trabajos de identificación de cuerpos de desaparecidos que hacía el
Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Fue y se sacó sangre, que
quedó en el banco de muestras. Cada tanto, la llamaban para contarle en qué
iban los trabajos de búsquedas. Hasta que en 2013 le avisaron que habían
encontrado los restos de su papá, Oscar Winkelmann, militante de la Juventud
Peronista y Montoneros. Era abogado, nació en San Carlos, cerca de Santa Fe.
Conoció a su esposa cuando ella era maestra. Los dos hacían trabajo social
en barrios pobres.
María Teresa Manzo tenia 28 años cuando
fue secuestrada y desaparecida. Archivo familia Manzo
"Vieja, me imagino cuántas cosas te pasarán. Sentís
que perdiste a una hija más, porque al Flaco ustedes lo quieren como a un
hijo. Espero seguir viviendo y quién dice que el Flaco un día aparezca y nos
juntemos los tres de nuevo".
Le dijeron que lo habían encontrado en el Campo Militar
San Pedro, en Santa Fe, junto a otros cuerpos. “Me fui para el EAAF, me lo
confirmaron y les dije que lo quería ver. ‘¿Ahora?’, me preguntó la chica
que hacía ese proceso. “Sí”, le respondí. Lo pusieron en una mesa de acero
inoxidable. Me quedé mirándolo un rato largo. Tenía huesos largos, como yo.
Era alto, como yo. Me mostraron una cirugía que tenía, una fractura. Y el
hueco de la bala que lo mató”. Ese día Victoria tenía sesión con la
psicóloga y apenas salió se fue para el consultorio. “Ella lloraba mientras
yo hablaba, se paraba, se sentaba, me preguntaba por qué había ido sola. Me
terminó abrazando. Supongo que yo aún estaba en shock”, rememora.
Desde el juzgado que investigaba la desaparición le
dijeron que tenía que decidir el lugar dónde hacer el entierro. Santa Fe o
Chacarita, le dijeron sin más opciones. “Yo necesito tenerlo un tiempo”,
pidió. “Eso no se puede”, le respondió un secretario. “Decíle al juez que yo
lo necesito”, insistió. Nadie sabe cómo pero lo autorizaron. “Me lo dieron
en una caja de madera. Cuando la alcé casi se me cae. Sentí como si lo
hubiera levantado a él entero, no solo sus huesos”.
Me lo dieron en una caja de madera. Cuando la
alcé casi se me cae. Sentí como si lo hubiera levantado a él entero,
no solo sus huesos
Durante más de un año los restos del padre estuvieron en
su casa. Hasta que la misma psicóloga le dijo: “Ya es tiempo de hacer algo
con los restos”. “Yo también sentía que ya era el momento. Los llevamos a
Santa Fe”, cuenta Victoria. Tuvo que sacar permisos, hacer trámites. Mover
restos, con causa judicial y enterrarlos, no es nada simple. “Ahí me acordé
de mi abuelo y sus lecciones”, se ríe. “Lo enterramos en el Panteón de la
Memoria. Vino muchísima gente, sus compañeros de la militancia, amigos. Tocó
un violinista, porque mi papá tocaba el violín. Fue muy hermoso, estaban
ellos, y yo estaba con mis hijos, que veían cuánto lo habían querido a su
abuelo”.
"Viejos, esta es una de las cartas más tristes que he
escrito. Solo cuando cayó el Flaco escribí algo así. Acá yo sé que las
palabras están de más. Para vos mami, sé que te refugiás en Dios, realmente
la fe te ayuda y te da fuerzas. (...) Perdonen por lo desprolijo de la
carta, quería decir muchas cosas, muchos besos grandotes para que les dure
hasta que nos volvamos a encontrar algún día".
Por lo que pudieron reconstruir, María Teresa estuvo en
El Olimpo hasta finales de enero de 1979. Salió en uno de los últimos vuelos
de la muerte, cuando cerró ese centro de detención y torturas. Sus restos
nunca fueron hallados.
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