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Piedad. Sobre la ética y la moral 
Soledad Perera

Introducción

Soledad Perera, la que fue la madre preadoptiva de Piedad, escribe una reflexión filosófica sobre Ética y Moral en la que nos habla del "poder malentendido de quienes manejan los hilos del sistema a pequeña y a gran escala" para descender a la encrucijada de maldades que condenaron a Piedad a este peregrinaje hacia su infelicidad, gracias al abrazo del oso de un "sistema donde la mentira y la desidia se han institucionalizado y van camino de convertirse en una patología crónica de la sociedad".

Soledad Perera, como verán a continuación, habla de esperanza desde la desolación; del futuro desde la mutilación afectiva, pues no cabe duda que la noticia de que su niña ha vuelto a un centro de menores, tan feliz como era en su paisaje familiar orotavense, le habrá partido el alma. Por eso es de agradecer que aún tenga las fuerzas y el ánimo de hablar de lo más cercano y doloroso que le sucede, desde la distancia de la reflexión de un filósofo. 

 José Luís Calvo

Soledad Perera

Allí donde naufragaron los sueños de muchos, duermen profundamente los que descansan carentes de conciencia. 
Mientras la ética se debate desde Platón hasta nuestros días se han conocido diversas consideraciones e interpretaciones sobre el concepto de la misma. Casi todos los estudiosos concuerdan en que se trata de una parte de la Filosofía que trata de los actos morales y las normas de la conducta entre el bien y el mal en el ser humano. El término moral nos trasmite también cómo, comportándonos de una determinada manera, siguiendo nuestro código moral, forjamos una determinada personalidad y un modo de ser. 
No podemos desligar la ética de la moral ya que están profundamente unidas dentro de los actos conscientes y libres del individuo cuyo fin es la realización de un valor moral que tiene por fundamento la razón.
En este sentido el Filósofo Hans Jonas (Alemania, 1903-1993) en su obra “El principio de responsabilidad”, intenta dar una nueva dimensión a ésta ligándola a la respuesta del hombre para asumir sus propias acciones que causaren daño a los seres humanos, medio ambiente, animales y generaciones futuras.
También relaciona estrechamente la responsabilidad con las consecuencias tardías que pueden ser el resultado de nuestras acciones anteriores, de las cuales emergen daños y deben ser evaluadas antes de afectar al sujeto.
Por lo tanto somos moralmente responsables al tener conciencia (conocimiento que un ser tiene de sí mismo y su entorno) y conocer del potencial poder devastador de las acciones no justificando el hecho con la pasividad u omisión moral ante una situación alarmante.
La actitud consciente, responsable, digna y solidaria forman parte de las reglas de la ética.

Pero nos encontramos con la realidad actual de un sistema donde la mentira, la omisión y la desidia se han institucionalizado y van camino de convertirse en una patología crónica de la sociedad.
El poder mal entendido de quienes manejan los hilos del sistema, a pequeña y gran escala, conduce al hermetismo, éste traspasa los límites de la moral y aniquila la responsabilidad de la conciencia en la ejecución de los actos. La licencia legal para obrar es ilimitada. El expolio oficial de la dignidad queda a los pies de quienes tienen potestad de decisión. 
Dentro de la ética normativa, el principio deontológico, que supone el deber, las normas morales y de conducta, se confunde, en ocasiones, con el fondo corrupto del poder, llegando así a la impunidad en las acciones y a la ausencia de las consecuencias.
La impunidad de los sujetos que actúan en diferentes medios de distinta naturaleza, que parten del conocimiento y no aplican las reglas de la ética y la moral teniendo en sus manos vidas humanas, diezman la finalidad de los Derechos Humanos y los de la Convención sobre los Derechos del Niño.
De esta extensa familia de términos referidos a la impunidad, cuya forma simple sería “punir”, punitivo, punible, punitorio, punición, impune, impunidad, tan distantes entre sí y tan cercanos a la vez, surge el debate que da lugar de nuevo al origen, al principio de todo código moral. 
Dicho código moral se adquiere con unos principios, se mantienen con unos valores y se aplica con la responsabilidad intrínseca que supone la acción. 
Estos valores no se pueden comprar ni adquirir con el poder, en cambio el poder, en ocasiones, logra dejarlos olvidados en el camino. Lo peor o la única esperanza, es que antes o después, la realidad no podrá ser engañada por falsedades, ni mantenida eternamente por cimientos de papel. 
Casos como el de Piedad, donde el sistema es la mano ejecutora que decide sobre su vida, circunstancias y paisaje, la convierten en el sujeto sobre el cual se aplica la acción de una forma consciente y libre.
Quienes han decidido directamente sobre el futuro de esta pequeña ¿lo han hecho desde el principio de la responsabilidad, asumiendo las posibles consecuencias que le pudiesen causar un perjuicio en su persona?

Nos preguntamos si somos moralmente responsables desde nuestra conciencia. Nos preguntamos también si la omisión de toda actuación de ayuda y solidaridad ante casos sangrantes como éste no significa evadir responsabilidades dando lugar a un abandono fragrante sobre quienes no se pueden defender.
Cuestionamos el hermetismo de determinados órganos o equipos de trabajo, con licencia legal para obrar confundiendo, en ocasiones, la protección con la deshumanización más cruenta donde todo principio de ética y moral se difuminan.
Ante la carencia de poder decisorio de quienes estamos en la arena dentro de este circo de la vida, sólo queda plantearnos, desde la impotencia, la esperanza de que algún día despierten las conciencias que hoy hibernan y rompan el silencio de la oscuridad que sesga vidas inocentes.

Viernes, 05 de Diciembre de 2008