Sonia
Fides11 de enero 2021
Lucia Osborne-Crowley tenía un
prometedor futuro como gimnasta dentro del equipo olímpico australiano.
Pero a los 15 años sufrió una brutal violación que la
destrozó física y psicológicamente, que la dejó gravemente enferma. Diez
años después, se atrevió a contar todo el dolor de este episodio en su
primera novela, ‘Elijo a Elena’: desde el maltrato
médico a cómo el enorme trauma afecta al cuerpo –enfermedad de Crohn– y
cómo encontró consuelo en otras escritoras, como Elena Ferrante, para
aceptar la propia vulnerabilidad. Un libro que desata la ira, la
rabia.
Mentiras, verdades y silencios habitando, conviviendo, alimentándose
de una herida que no se extingue, pero que paradójicamente no mata. Y
también un dique, la escritora Elena Ferrante que retiene el dolor de la
protagonista hasta moldearlo, hasta convertirlo en una zarza ardiente
con capacidad para arrasar lo inútil.
Elijo a Elena, de Lucia Osborne-Crowley (Londres), es un
libro superlativo en todos los aspectos. Honesto, laborioso, detallado,
documentado, hermoso, de un dramatismo imborrable. Una polifonía exacta,
a pesar de ser una sola voz la que lo narra. Su firmeza rearma a quien
lo lee a pesar de la dureza de sus frases, de sus párrafos, de sus
reflexiones, de esos micro-desahucios a los que la autora se enfrenta
cada vez que recuerda esa pelea a muerte con la silueta de la
antagonista que un violador traicionero y despiadado tatuará para
siempre junto a la brillante biografía de una muchacha despedazada de
por vida:
“Languidecemos bajo la mirada predatoria de los hombres que nos
convierten en objetos para el consumo”.
Osborne-Crowley se ve obligada a convivir con dos almas, con dos
cuerpos, con dos memorias, con todo el dolor del mundo y también con la
saña con que ese dolor, mayúsculo, olisqueará de manera indefinida, día
tras días y hora tras hora, en la vida que se ha aprendido y que no
estará dispuesto a perder de vista ni un solo segundo.
“Me dijo que probablemente las células habían agujereado el
revestimiento de los órganos y que probablemente dentro de mi cuerpo
tendría una gran cantidad de tejido cicatricial flotando a la deriva
como botes salvavidas”.
Y, sin embargo, Elijo a Elena es también un canto a la vida,
una enormidad emocional y narrativa. La contradicción que lucha
por ser coherencia y por ser supervivencia. Un diario durísimo en el que
como decía más arriba el dolor es un enemigo más insaciable y más sádico
que la propia idea de la muerte.
Osborne-Crowley nos abastece a través de sus líneas de una realidad
que nos paraliza y nos alimenta como si de pronto fuésemos unos locos no
diagnosticados, orates alejados de la medicina capaz de salvarlos. Y
escribiendo este caudaloso texto nos hace contraer una deuda eterna con
el resto de mujeres, con el eco que su dolor deja para siempre en
nuestro porvenir. Hay que ser muy valiente para mirar nuestros órganos
vitales como esta mujer mira los suyos, para asumir y convivir con la
herida extrema que le ha dejado esa bestia llamada violación, con la
culpa que pesa sobre ella como pesa el viento imperceptible para los
demás sobre el cuerpo de alguien que se ha lanzado al vacío sin ser
consciente de que ese instante de agilidad borrará de manera
irreversible su futuro:
“Negativo. Negativo… Y cuando llego a la última, leo: Negativo.
En ninguna de las ocasiones me encontraron una infección de
transmisión sexual. Sin embargo, como los médicos asocian el dolor
abdominal con promiscuidad, me trataron con una ronda de antibióticos
intravenosos… Ahora entiendo por qué los médicos a menudo sacaban
rápidas conclusiones sobre mi salud sexual”.
Elijo a Elena es un libro de fisonomía esbelta, casi
liviana, un libro que reivindica la necesidad de lo invisible a pesar de
que en él todo fluctúa alrededor del cuerpo, el cuerpo como trampa, como
vicio, objeto y objetivo para otros. A pesar de que cada una de sus
páginas pesa como pesa la primera piedra sobre la carne de una mujer
condenada a ser lapidada por la brutalidad extremista de la sharia.
Es un libro que desata la ira, la rabia, que te hace lanzar el libro
una y mil veces contra el vacío, y que te hace recogerlo una y mil
veces, y te hace acariciarlo, porque las luchadoras como Lucia
Osborne-Crowley solo merecen los mejores movimientos de cada ser humano
después de la proeza que significa haber escrito este libro y haber
sobrevivido al silencio, ese animal exuberante y engañoso que nos hace
sentir a salvo cuando la mayoría de las veces es un animal saprófago que
se pasa la vida lamiendo nuestras vísceras hasta convertirlas en papel
mojado.
No dejéis de leerlo porque su narración es el epílogo más
deslumbrante con el que puede encontrarse un lector, porque es un libro
necesario, una agonía que arroja luz sobre todos los abismos del mundo:
“Lo que no me explico es que, cuando descubrían que las
conclusiones eran erróneas, me dejaran tirada… Años más tarde, un amigo
cirujano me explicaría que muchos médicos no se toman en serio el dolor
de la mujer”.
No dejéis de leerlo, porque es mucho más que un libro imprescindible,
mucho más que una confesión:
“En su intervención, el cirujano encontró que la endometriosis
estaba muy extendida y que tenía la vejiga inflamada a causa de ello.
Sentados en su cómoda consulta, el cirujano me mostró imágenes de mis
órganos que habían tomado durante la intervención. Parecía un campo
después de una batalla: todo estaba despedazado, hecho trizas,
ensangrentado. Roto”.
“Los cirujanos me explicaron que la endometriosis había provocado
lesiones y desgarros en el interior del abdomen y que habían estado
horas cosiéndome las heridas”
No dejéis de leerlo porque es mucho más que la complejidad salvadora
que se le ofrece a otras vidas:
“Buscamos pistas en el comportamiento de otros para averiguar qué
tipo de persona somos… Podemos construir un nuevo ser dependiendo del
público que tengamos delante en cada momento”.
No dejéis de leerlo porque os enseñará con inteligencia a exterminar
los días que ya no significan nada.
‘Elijo a Elena’. Lucia Osborne-Crowley. Traducción de
Victoria Malet. Alpha Decay. 136 páginas.