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El 'Informe McCarrick' o cómo, durante décadas, los depredadores sexuales
tuvieron la 'bendición' del Vaticano
La
investigación vaticana admite que ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI hicieron
nada por evitar los abusos del excardenal de Nueva York, pero está lejos de
ser una excepción: de Marcial Maciel a Gaztelueta, el encubrimiento de la
Iglesia ha silenciado el dolor de las víctimas y protegido a los culpables

Las víctimas de la
pederastia clerical, hace un año, en el Vaticano
Jesús Bastante
en religiondigital.com, 13 de noviembre 2020
Es McCarrick, y es Estados Unidos, pero
antes fueron Maciel y los Legionarios, los pederastas de Boston, Karadima o
Renato Poblete en Chile, Figari y el Sodalicio en Perú. Y son los abusadores
de Astorga o del Opus Dei en España, sólo por poner varios ejemplos. Y es,
sobre todo, una dinámica de ocultamiento y encubrimiento que, como ha
destapado el Informe McCarrick, llegaba hasta el mismísimo Vaticano, donde
tanto Juan Pablo II –con la inestimable ayuda de su secretario de Estado,
Angelo Sodano, y su secretario personal, Stanislao Dziwisz– como Benedicto
XVI no supieron, o no quisieron, frenar los abusos sexuales y de poder en su
cúpula.
"En el momento del nombramiento del
arzobispo en Washington Theodore McCarrick en 2000, la Santa Sede actuó
sobre la base de información parcial e incompleta. Desgraciadamente, se
cometieron omisiones y subestimaciones, se tomaron decisiones que después se
evidenciaron equivocadas". Esta es una de las
conclusiones del Informe McCarrick presentado este martes por el
Vaticano, después de dos años de estudio, y que desvela la mala praxis del
entramado eclesial que permitió a este depredador alcanzar las grandes cotas
de poder en la Iglesia estadounidense y vaticana, mientras sus víctimas eran
forzadas a callar, viviendo una eterna doble condena: la de los abusos y la
del silencio, atenazado por el encubrimiento de la jerarquía católica. Una
práctica que, por desgracia, se ha dado en medio mundo. Australia, Estados
Unidos, Irlanda, Alemania, Reino Unido, Perú, Chile, España...
Y que ha
permitido que muchos hayan muerto, o vivan una jubilación dorada, sin haber
pisado la cárcel ni tener que dar explicación alguna sobre sus atrocidades.
Algunos, como el depredador Bernard Preynat, que durante dos décadas llegó a
violar a cuatro o cinco niños por semana, como él mismo reconoció en el
juicio, sí han sido condenados, aunque con penas mínimas, mientras que
el cardenal Barbarin, su encubridor, se libraba de cualquier
responsabilidad civil.
Silencio y encubrimiento
sistemáticos
Porque el silencio y el
encubrimiento logran que los casos prescriban, que se denuncie tarde. Que
los pederastas no paguen. En otros casos, el poder de las instituciones que
los amparan hace que las condenas sean ridículas, como en el caso del
profesor del colegio Gaztelueta, del Opus Dei, que no pisará la cárcel
porque el
Supremo rebajó su pena de 11 años a 2, justo la barrera para no entrar
en prisión. Una rebaja que la propia presidenta de la Audiencia provincial
de Bizkaia, Reyes Goenaga, ha afirmado que "tendrá soporte jurídico, pero
alimenta la alarma social y genera dudas sobre la justicia". Como también la
generó la absolución del cardenal Pell, condenado en dos instancias pero
considerado inocente por el Tribunal Supremo australiano. O la situación del
cardenal Law de Boston, que 'huyó' al Vaticano y jamás fue juzgado por las
autoridades estadounidenses.
Y es que McCarrick no ha
sido, ni mucho menos, el primer caso de clérigo que, durante décadas, actuó
con total impunidad. La lista parece infinita. Aunque se sabía, claro que se
sabía. Como el propio informe vaticano indica, a Roma llegaron varias
denuncias contra McCarrick, y la constatación de que el entonces obispo de
Newark no era de fiar. Pero Juan Pablo II hizo oídos sordos a las
acusaciones, y creyó a McCarrick en lugar de a las víctimas. Benedicto XVI
tampoco supo, o quiso, condenar al purpurado, y se limitó a unas
"recomendaciones" de vida retirada, que ni McCarrick cumplió ni Roma –ni
Viganò, entonces nuncio en EEUU– hizo cumplir. Todo, claro está, en el
más absoluto silencio. Nadie supo nada, nadie hizo nada.
Maciel: el mayor abusador de
la Iglesia
Como McCarrick, Marcial
Maciel. Posiblemente, el mayor depredador en la historia reciente de la
Iglesia católica, que
abusó de casi un centenar de niños durante décadas, muchos de los cuales
acabaron convirtiéndose en victimarios dentro de un entramado corrupto y de
silencio, en el que ‘nuestro padre Maciel’ resultaba intocable. Y, mucho
peor: eran las víctimas las culpables. Los Legionarios de Cristo tardaron
más de tres décadas en reconocer los abusos de su fundador, protegido como
en el caso de McCarrick por Juan Pablo II y su fiel Estanislao Dzwisz, que
ahora también ha sido acusado de ocultar abusos en Polonia. La
contrapartida, en ambos casos, era evidente:
una fuerte financiación proveniente de México y Estados Unidos, y nuevas
vocaciones sacerdotales para el proyecto de involución en la Iglesia
católica. Roma cumplió, ninguno pisó la cárcel.
Sí lo ha hecho Fernando
Karadima, uno de los depredadores más tristemente famosos de Chile, y que
durante décadas hizo y deshizo a su antojo en la Iglesia austral. Formador
de buena parte del episcopado del país -defenestrada por Francisco tras
desatarse el escándalo-, pudo sortear las acusaciones contra él y sus
protectores,
hasta el punto de engañar al propio Bergoglio. La constancia y tenacidad
de Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo lograron, al cabo
de décadas, que el sacerdote diera con sus huesos ante el juez, y provocaron
que Francisco hiciera de Chile la punta de lanza del proceso de limpieza en
la Iglesia. Que, pese a todo, sigue manteniendo sus miserias.
Luis Fernando Figari pasó
algún tiempo en la cárcel, pero ahora disfruta de semilibertad en un hogar
de la institución fundada por él, el Sodalicio de Vida Cristiana, tras ser
condenado (sólo canónicamente) por el Vaticano. Como en muchos otros casos,
el velo de silencio que durante años imperó en las estructuras eclesiásticas
logró que muchos pederastas y abusadores vieran prescritas sus causas
civiles. En cuanto a las canónicas... una cosa es la sanción, y otra su
cumplimiento, como pudo verse en el
caso de las víctimas de Astorga o en el de Manuel Cociña, el primer
abusador del Opus Dei, que vive plácidamente en una casa de la Obra después
de años de ocultamiento marca de la casa. La prueba es la reacción de la
Obra y del colegio Gaztelueta ante la sentencia condenatoria del profesor
numerario. Ninguna. Un silencio que revictimiza a los supervivientes y que
sirve de caldo de cultivo para muchos abusadores que sienten cómo, pese a
los esfuerzos de Francisco, la Iglesia sigue siendo un lugar seguro para
ellos.
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