Una de las personas
que relatan tocamientos, Elena López, asegura además que tras el suceso
lo llegó a trasladar a la dirección. “Fui con mi padre a decírselo al
director, pero nos contestaron que había sido un malentendido”, asegura,
para dar constancia de que la institución sabía de sus prácticas. Era
1996. Lo que hicieron, añade hoy, fue cambiarla a ella de clase para que
no tuviese más como docente a Linares.
Diarios íntimos,
chantajes y tocamientos
Los de finales de los
80 y principios de los 90, que lo tuvieron de tutor y profesor de
Lengua, mencionan sobre todo la fijación de Linares por pedirles sus
diarios personales, como pretexto para subirles nota de la asignatura, y
cómo les comentaba los detalles y les alentaba a ser más explícitos a la
hora de relatar sus relaciones afectivas y sexuales. Si accedían, les
sumaba puntos. En ese momento, este profesor daba clases al final de la
EGB y los primeros cursos de BUP, a alumnos entre 13 y 16 años, tal como
refieren los estudiantes de la época.
S. C. recuerda haberlo
tenido en 8º de EGB y, como ella no era buena estudiante, este le
propuso subir nota con el diario. “Yo escribí lo típico, lo que hacía
durante el día”, recuerda. Pero cuando Linares lo leyó, le dejó claro
que no era aquello lo que había que escribir. “Me dijo que el diario
tenía que hablar de los novios, de si me daba besos en la boca, si me
tocaban las tetitas. Yo lo miré y me fui. Y el episodio se
quedó ahí”, relata esta mujer de 44 años.
Pero Raquel R. no tuvo
esa suerte. Su pesadilla comenzó también a propósito de los diarios.
Ella, que lo tuvo en BUP entre los años 1990 y 1992, accedió a hacerlo
para subir nota, porque quería ser periodista. "Era mi sueño", asegura.
En su despacho, explica, Linares le pidió que hablase en esas notas
personales de sus relaciones. "Mientras lo decía, ponía su mano sobre mi
pierna y la iba moviendo para arriba y para abajo. Yo me quedé
bloqueada", rememora.
En Montcada, Linares
recaló en 1986 con más de 50 años, y después de ejercer los tres
anteriores como director de La Salle Premià. Habían pasado casi diez
años de
los abusos sexuales y la violación a Palomas, y de la queja que,
según relata el escritor, presentó su padre a la escuela. En su nuevo
destino, este hermano permaneció hasta 2003 y, según media docena de
testimonios, durante esa época ya se le tenía por un profesor "sobón" o
"tocón". Los exalumnos más jóvenes, los de la segunda mitad de los 90,
le recuerdan a él solo a cargo de una enfermería, una pequeña caseta en
el patio adonde acudían cuando no se encontraban bien.
Ese tipo de
tocamientos, en la privacidad de su sala, señala, se repitieron en otra
de las habituales tutorías. "Iba tocando hasta llegar a la ingle”,
explica. Una tercera vez se dedicó a acariciarle la espalda. Pero su
relación con Linares se torció cuando ella se negó a escribir más el
diario. Él, asegura Raquel, lo vivió como si le hubiesen desafiado y la
emprendió contra ella. El acoso que vendría a partir de entonces fue una
represalia por su rechazo. "Me dijo que no iba a llegar a nada en la
vida, que no valía para nada”, relata.
Poco después, al
quedarse ella prendada de un chico, Linares le exigió detalles. “‘Si no
quieres que lo sepan tus padres, cuéntamelo todo’, me decía”, recuerda
Raquel R. La situación llegó al punto de que Linares les siguió, a ella
y a su pareja, ambos adolescentes, cuando salían del colegio para estar
un rato a solas.
Una de las dos veces
que lo hizo, relata Raquel R., fue después de una fiesta en un bar, con
los amigos de clase. A sus 16 años, ella y su novio se fueron a un lugar
cercano, para estar de nuevo a solas. Al volver al colegio, Linares la
citó a su despacho. "Me quedé aterrorizada cuando me devolvió un objeto
personal, envuelto en un clínex. Era una cadena que habíamos perdido en
aquel lugar”, cuenta. "Seguramente nos había estado mirando. Ese día no
me tocó, pero amenazó con contárselo a mis padres. Yo estaba temblando",
recuerda.
Con ese terror, la
amenaza de que Linares le contase sus relaciones afectivas a sus padres,
tuvo que convivir ella durante meses. En total, los abusos y acoso
duraron dos cursos. "Jesús Linares me acosó, me humilló y me marcó la
vida", resume hoy esta mujer que, como la mayoría, decidió alzar la voz
y hacer público su testimonio para respaldar a Palomas.
Una amiga suya, S. R.,
recuerda situaciones en las que estaban ambas, como un día en clase en
que les llamó "aprendices de prostitutas". U otra escena en que Linares
le hizo a Raquel un comentario sobre sus pechos. Ella le soltó: "Usted
es un cura". Y él, según ambas, respondió: "Y un hombre".
Pero S. R. también
sufrió tocamientos y acoso ella sola, en el despacho de Linares. Además
de las numerosas ocasiones en las que él le tocaba manos y brazos,
recuerda la que fue su última tutoría con él. Como siempre, en su
diminuto despacho con una puerta y dos sillas. "Yo ese día no estaba
fina. Me sentó sobre sus piernas, en su regazo. Me empezó a tocar los
brazos, me metió una mano por la manga corta y la sacó por la otra
manga, y me frotaba la espalda", relata, todavía hoy con la voz
quebrada. "Me dijo que aquello no podía salir de allí y no salió, porque
yo no quería suspender", sentencia.
Para S. R., y para
otros exalumnos, Linares era un gran manipulador. Se presentaba ante los
niños y adolescentes como una persona en quien confiar. "Pero te
machacaba, te hacía sentir que no eras nadie y te metía en un pozo del
que todavía estoy saliendo", comenta esta mujer de 45 años.
Denuncia a dirección:
"La institución fue consciente"
Elena López recuerda
que cursaba 3º de la ESO, en los años 95 o 96, cuando contó a la
dirección, de la mano de su padre, que Linares la había acosado,
manoseado y se había frotado contra ella en un aula.
"Nos quedamos a solas
en una clase y me agarró por detrás y me cogió fuerte los pechos. Me
quedé pálida, sin poder reaccionar. Yo notaba como él tenía una erección
y noté su aliento o su saliva en el cuello… Por suerte, la puerta estaba
abierta y se escuchaba ruido del patio. No sé cuánto tiempo pasó, solo
sé que salí llorando y descompuesta al patio", relata.
Lo contó en casa y,
según refiere, se citaron con el director de La Salle Montcada para
denunciarlo. "Yo puedo constatar que la institución fue consciente. Yo
estuve allí, con mi padre. Montamos un pollo y le contamos todo lo que
había pasado”, remarca Elena. La respuesta del director, prosigue, fue
que había sido un “malentendido” y la trasladaron a otra clase para que
no lo tuviese de profesor. “Me dijeron que el hermano estaba dolido, que
no era su intención".
Una portavoz de La
Salle ha explicado que la institución desconocía por ahora los casos que
se relatan en esta información y asegura que se continuará con la
investigación interna abierta para aclarar los hechos. Tampoco tienen
constancia de la queja que presentó Elena a la dirección. Hasta la
fecha, la institución ha reiterado sus disculpas a todas las víctimas y
ha asegurado estar dispuesta a colaborar tanto a través de una
investigación interna como llevando las nuevas informaciones a la
Fiscalía,
tal como hizo la semana pasada.
18 años de acceso
privado a los niños
Según el relato de los
nueve testimonios recabados para este reportaje, Linares tuvo acceso a
los niños y niñas de La Salle Montcada durante 18 años con total
privacidad. Durante su etapa como profesor, usó su despacho. Y más
adelante, en edad de estar jubilado, lo hizo a través de la enfermería.
La primera víctima
conocida en La Salle Montcada fue Sandra, en el curso 1987-1988,
solamente un año después de la llegada de Linares al colegio. Todavía no
usaba los dietarios, pero sí citaba a las alumnas a su despacho. “Mis
tutorías llegaron a durar una hora”, recuerda Sandra, que hoy tiene 49
años. Entonces tenía 14 y cursaba 1º de BUP.
"Te encerraba y te
preguntaba cosas de tu vida privada. Si tienes novio, qué haces los
fines de semana…", explica. "Las manos las colocaba en mis piernas e iba
subiendo… Cada vez era más intenso y tú te retirabas con la silla hacia
atrás, pero chocabas con la pared", describe. “También llegó un momento
en que cogía mis manos y las ponía en sus piernas". Aquello se convirtió
en algo habitual, una tutoría que tenía que afrontar cada tres semanas.
Pudo pasar una decena de veces, rememora.
Todo esto hizo que la
entonces adolescente abandonase abruptamente La Salle Montcada un solo
curso después de empezar allí BUP. No contó los motivos a sus padres y
se apuntó a un instituto. Más de 30 años después, al leer el nombre de
Jesús Linares, se puso a llorar. “Todo lo que siempre pensé era cierto”,
se dijo por fin. Hasta entonces le había quitado hierro. “Eso me pasó y
fue realidad”, insiste.
Una década después,
los exalumnos sitúan a Linares fuera de la docencia en Montcada, en edad
de jubilación, pero entonces a cargo de algunas catequesis y también de
la enfermería. Cabe recordar que en 2003, cuando regresó a La Salle
Premià de Mar, con más de 70 años, también se puso al frente del
botiquín y con esa excusa realizó tocamientos a niñas.
La enfermería de La
Salle Montcada era una pequeña caseta de pocos metros cuadrados. “Él se
pasaba allí mucho rato”, recuerda Alba (nombre ficticio), que estuvo del
año 1991 a 2007 en la escuela. "A menudo íbamos porque era fácil fingir
y te mandaba a casa”, explica. En 6º de Primaria, recuerda que hizo eso
mismo y Linares quiso ponerle el termómetro y le pidió que se quitase la
camiseta y se quedase en top.
Jesús Linares tiene
actualmente 90 años y vive en una residencia de La Salle en Cambrils.
"Hace no tanto, con las amigas comentábamos que solo esperábamos el día
en que nos dijesen que había muerto. Ir al entierro y escupir sobre su
tumba. Es triste y da vergüenza pensar así, lo sé", sentencia Raquel.