Barbara Blaine estaba a punto de
cumplir 13 años cuando el sacerdote de su parroquia
comenzó a abusar de ella. “Era verano”, dice hoy esta
mujer que ronda los 58 natural de Toledo (Ohio) fundadora
y presidenta de una
organización de víctimas de la violencia sexual del clero
con presencia en 79 países, SNAP. La tortura duró hasta su
graduación, pero en ese tiempo nunca se lo dijo a nadie.
Los traumas llegaron después. “Empecé a tener pesadillas,
lloraba de pronto sin ningún motivo aparente y decidí ver
a un terapeuta. Él me preguntó por mi infancia, si mis
padres bebían o éramos pobres. Yo respondía de forma
adecuada hasta que un día me pidió que le hablara de mi
primer beso y del primer novio. Entonces empecé a contar
que tenía 12 años y que había sido un cura. Aún no era muy
consciente de lo que había sucedió”.
En 1988 comenzó su trabajo en la
organización que esta semana
la ha llevado a México para participar en un foro
internacional sobre el significado del informe del Comité
de los Derechos del Niño de la ONU a la Santa Sede. El
documento, histórico porque nunca antes un organismo
internacional había cuestionado a la Institución, acusa al
Vaticano de no haber reconocido nunca “la magnitud de los
crímenes sexuales” cometidos por parte de sus religiosos y
de “no haber tomado las medidas necesarias para proteger a
los menores”. El informe presentado a comienzos de año en
Ginebra concluye que los abusos “se siguen cometiendo de
forma sistemática mientras la inmensa mayoría de los
culpables disfruta de total impunidad”. Para Barbara
Blaine, el texto de las Naciones Unidas, basado, entre
otros, en los estudios aportados por SNAP – con más de
15.000 casos documentados-, representa el paso más
importante de la lucha que emprendió hace ya 16 años. “La
Iglesia ha demostrado estar más preocupada por su
reputación que por proteger a los niños de los abusos”,
asegura la presidenta de la asociación de víctimas.
En su opinión, la respuesta de la
jerarquía eclesiástica continúa siendo la misma. “El
Vaticano niega, minimiza y da excusas. El papa Francisco
pone en marcha una comisión para estudiar los abusos
sexuales en la Iglesia que elaborará recomendaciones, pero
no hay autoridades. Es engañoso porque da la sensación de
que en la medida en que el Vaticano analice más el asunto,
parecerá que están haciendo lo correcto, pero nosotros no
creemos que se necesite más análisis. Lo que se necesita
es corregir y actuar. El Papa no ha hecho nada aún por
proteger a los niños, siguen igual de expuestos que con
Juan Pablo II o con Benedicto XVI”. Al igual que lo
establece el informe de la ONU, para Blaine la acción pasa
por “relevar a todos los sacerdotes que han cometido
abusos y ponerlos en manos de la justicia”.
Barbara Blaine llega a la Ciudad de
México de la mano del exsacerdote Alberto Athie. El hombre
colgó los hábitos después de que Roma desoyera sus
denuncias sobre los abusos cometidos por el fundador de
los Legionarios de Cristo, el michoacano Marcial Maciel.
“Esa congregación es terrorífica, hay mucha gente
sufriendo”, dice Blaine. “No solo por la violencia sexual,
también por los daños psicológicos. Los legionarios son
una secta que ha roto familias enteras, con padres que no
pueden ver a sus hijos desde que estos deciden unirse. Es
muy desafortunado que el papa Francisco les haya permitido
continuar. Muy triste. Pero ellos son buenos consiguiendo
el dinero”, reflexiona.
Como ella, alrededor de 70.000
personas forman parte de SNAP en todo el mundo. “Muchos no
se lo han contado jamás a su familia, hay mucha vergüenza
al respecto. Hablar de sexo es incómodo y en este contexto
muy desagradable así que la gente prefiere evitar el
tema”.
Blaine, que se muere de frío en la mañana deefeña, contó
hace tiempo su historia en televisión a la archiconocida
Oprah Winfrey para dar visibilidad a testimonios como el
suyo, durante décadas repudiados. Rubia con el cabello
largo, alta, poseedora de tres títulos universitarios y
proyectando seguridad, describe lo que le costó sobrevivir
a la adolescencia. “Siete años de terapia para convencerme
de que yo no era el diablo, algo sucio y malo. Mucha gente
en la asociación padece enfermedades mentales,
incapacidades o depresiones. La ayuda profesional es muy
importante para las víctimas. Nadie nos puede devolver la
etapa del colegio, la infancia que nos quitaron, pero debe
haber alguna recompensa”, reclama.