Curas católicos durante una misa al aire libre en
Polonia (Reuters)
Le dio la primera comunión. Le regaló una
bicicleta. Luego se lo llevó del pueblo a la
ciudad y allí lo inscribió en la escuela y le
encontró un trabajo a su madre en la parroquia.
De vez en cuando, incluso le regalaba botes de
jabón Palmolive que él compartía con sus
compañeros de internado, para que ellos también
se lavaran. Por eso, Dariusz Krokoszynski
le llamaba tío, agradecidos como estaban, él y
su familia, por aquel inesperado
benefactor que les aliviaba la vida en
esa difícil Polonia de los años 80. No imaginaba
Dariuzs que un buen día su protector se
convertiría en su verdugo.
“La primera vez, tenía 15 años. La segunda,
ocurrió en la habitación de los huéspedes de la
parroquia. Me puso de espaldas y empezó a
tocarse en las partes bajas. Yo no me moví, no
podía. Otra vez, durante una excursión en las
montañas, había reservado una habitación para
nosotros. Me puso una mano en los genitales y
sólo paró cuando llegaron otros sacerdotes”,
cuenta a este diario Krokoszynski, cuyo relato,
ocultado por él mismo durante largos años,
produce el mismo escalofrío que las centenares
de revelaciones de abusos sexuales
contra niños a manos de sacerdotes que
se han destapado en estos años. O peor. Aún hoy
en Polonia, el país natal de Juan Pablo
II, sigue siendo en muchos aspectos un
tema tabú.
“En países como Irlanda estos abusos se han
afrontado, la Iglesia ha pedido perdón, la
sociedad ha condenado sin resquemores. Nosotros
en Polonia vivimos una situación dramática. Hay
miembros del clero que han llegado a decir que
son los niños los que provocan
a los curas pederastas; conseguir un
resarcimiento económico es prácticamente
imposible y los archivos que hay sobre el tema
aún no han sido abiertos”, denuncia
Marek Lisiśnki, presidente de la
fundación de víctimas polacas “No
tengáis miedo (Fundacja Nie lękajcie się)”
y quien recientemente viajó a Roma para pedir la
ayuda del Vaticano. “Lo hicimos, pues la
jerarquía católica polaca nos ha dicho
claramente que no quiere ni vernos, ni
hablarnos”, añade.
En Irlanda
los abusos se han afrontado, la Iglesia ha
pedido perdón. Pero en Polonia no
Aun cuando a partir de 2002, y con más
intensidad desde 2009, el escándalo de los
abusos clericales saltó a las portadas de los
diarios de los cinco continentes del mundo, el
caso polaco permaneció en los dominios
del silencio y de la impunidad. Y sus
víctimas, olvidadas. Ni siquiera le afectaron
las críticas abiertas de políticos y
organizaciones de todo tipo ni la
durísima investigación de la Comisión sobre los
Derechos del Niño de la ONU que desembocó en
la reacción y la petición de perdón por parte de
numerosas iglesias locales y del mismísimo
Vaticano.
La Iglesia polaca ha esquivado por mucho tiempo
el terremoto de los abusos clericales. Tanto que
la misma asociación fundada por Lisiśnki
ejemplifica la dificultad y complejidad
del caso. A pesar de que la mayoría de
sus miembros son víctimas que sufrieron abusos
hace 30 e incluso 40 años, sólo hace dos años,
en 2013, Lisiśnki logró convencer a otros tres
afectados a asociarse y luchar por sus derechos.
En poco tiempo, se sumaron rápidamente otras 100
víctimas, que se unieron como miembros de “No
tengáis miedo”. No hay cifras fiables, sin
embargo, sobre cuántos han sido los casos de
abusos sexuales a manos de curas en Polonia,
país en el que la Iglesia sólo ha empezado a
hacer estadísticas sobre el tema desde 2012.
Víctimas de curas pederastas durante una
protesta en el Vaticano (Efe)
¿Santo súbito?
La explicación puede parecer sencilla pero tiene
aspectos inquietantes. “Es cierto, los silencios
de Juan Pablo II sobre este tema hicieron mucho
daño y por eso no debían hacerlo hecho
santo", dice Lisiśnki.
"Condujo a un ocultamiento tan sigiloso y
duradero que son muchos los que en Polonia no
han tenido y no tendrán nunca justicia. Pero,
más grave aún, es que todavía hay obispos en
Polonia que siguen encubriendo y pocos se han
involucrado en encontrar soluciones”, continúa,
al denunciar la persistente connivencia dentro
del clero polaco.
Un reflejo, denuncia, han sido los recientes
comentarios de prelados polacos. Como el de
Jozef Michalik, uno de los más
influyentes del país, quien en octubre de 2013
(es decir, mientras en Roma el Papa
Francisco aprobaba leyes para endurecer
los castigos a sacerdotes pederastas), llegó
incluso a sugerir que los niños tienen parte de
la culpa de ser objeto de abusos sexuales a
manos de sacerdotes, lo que provocó
una indignación a escala internacional y
obligó a la Iglesia polaca a pedir disculpas.
Otro año tuvo que pasar para que el arzobispo
polaco Józef Wesołowski, nuncio
apostólico en la República Dominicana y acusado
desde hacía tiempo de numerosos abusos sexuales
(incluso por la justicia de ese país
latinoamericano), fuera arrestado y recluido en
El Vaticano por orden del Papa argentino.
De ahí el recelo a denunciar de Dariusz. O el de
Stanislaw, otro de los miembros de la fundación
y quien de niño quería ser sacerdote, tanto que
en tercer grado de la primaria ya era
monaguillo. “Me gustaba esa vida. Pero
no sabía qué me esperaba por ese camino”,
recuerda ahora. “Cuando tenía 14 años, M.M., en
ese momento responsable del grupo de jóvenes de
la parroquia y hoy un conocido liturgista, me
invitó a su habitación, me ofreció agua y me
empezó a tocar. Primero en la panza, luego más y
más abajo…”, recuerda Stanislaw, quien
sólo ahora ha denunciado el abuso ante las
autoridades de su país. “Fue al ver a otros que
también denunciaban cuando me atreví a hacerlo”,
explica.
Canonización de los papas Juan Pablo II y Juan
XXIII en la Plaza de San Pedro del Vaticano
(Efe)
No es un problema sólo de la
Iglesia
El problema es que en muchísimos casos ya es
tarde para un castigo legal, lo que impide
también que se haga visible la verdadera
naturaleza de estos abusos ante el rostro de los
polacos. “Se trata de delitos horribles, sí,
pero muchos casos
se
cometieron hace décadas y, por tanto,
han caído en prescripción. Y además los
tribunales civiles polacos todavía no son
particularmente dados a la colaboración con las
víctimas”, asegura la periodista
Agnieszka Zaakrzewicz, quien desde
tiempo investiga sobre los curas pederastas de
Polonia, en particular Wesołowski. “Es muy
difícil que haya justicia”, añade Zaakrzewicz.
Claro que todo esto, en sus partes más
sustanciales, es rechazado por la Iglesia
polaca. “Decir que la Iglesia polaca no ayuda y
continúa encubriendo abusos es una
afirmación falsa”, indicó monseñor
Jaroslaw Mrowczynski,
vicesecretario general de la Conferencia
Episcopal Polaca, en un correo electrónico
remitido a esta periodista después de solicitar
una respuesta a estas acusaciones.
“Por el contrario, diría que la Iglesia es la
única institución (en Polonia) que ha tomado
papel en el asunto”, continuó argumentando, al
precisar que estas medidas van desde una
investigación interna a nuevos cursos de
formación para los sacerdotes, así como
la aplicación de líneas guías basadas en las
nuevas normas vaticanas.
El argumento de Mrowczynski es el de muchos
otros prelados que apuntan a que el debate sobre
cómo prevenir estos ignominiosos delitos no
alcanzó a las propias sociedades. En Europa,
uno de cada cinco niños sufre abusos
y el 80% conoce a su agresor, pero la mayoría no
los denuncia,
según el Consejo de Europa, organismo que ha
lanzado una campaña para hacer frente al
fenómeno. Y otros informes van en la misma
línea, como el
Estudio sobre las Experiencias Adversas en la
Niñez (ACE), que indican que un 25% de las
mujeres y un 18% de los hombres sufren de abusos
sexuales en Occidente antes de cumplir los 17
años de edad.
Lisiśnki, quien a principios de diciembre viajó
a Roma para entregarle una carta al Papa
Francisco, insiste en que la situación es
particularmente grave en Polonia
en lo que respecta a clérigos pederastas. Sobre
todo porque, indica, falta aún un sincero mea
culpa. “No sé con exactitud qué le decían (a
Juan Pablo II) y qué le ocultaban sus
colaboradores, en particular su secretario
(Stanislaw) Dziwisz, pero él
era el Papa cuando se produjeron muchos de esos
abusos. Y hoy Dziwisz es el actual arzobispo de
Cracovia y un cardenal de la Iglesia católica”,
reitera. Aun así, algunas luces se empiezan a
ver en medio de tantas sombras, como probó
la reciente condena por parte de un tribunal de
la ciudad de Wroclav de un cura polaco
arrestado por flagrante delito en 2012.