CIENCIA Y TECNOLOGÍA
https://wsimag.com/es/ciencia-y-tecnologia/69109-infancias-robadas
Infancias robadas
Secuelas traumáticas del
abuso sexual en la niñez
7 abril 2022,
La vulnerabilidad de los niños atrae la atención de los
ladrones de la infancia
Iba en el
coche camino al trabajo, como cada día, escuchando la radio. Suele ser el
único momento del día en que me intereso por las noticias. En la emisora que
más escucho hablaba un escritor relativamente poco conocido para mí. Pero no
estaba siendo entrevistado por nada que haya escrito, sino que había
solicitado intervenir en el programa de radio para aclarar algunas
cuestiones por las que estaba siendo criticado en redes sociales en relación
con unas declaraciones realizadas la noche anterior en otro programa de gran
audiencia de la misma emisora de radio.
Básicamente, defendía las razones por las que no había denunciado con
anterioridad los abusos sexuales que había sufrido en su infancia en una
escuela de religiosos de Barcelona. Un poco más adelante comentaré sobre
estas razones, porque están directamente relacionadas con las consecuencias
traumáticas del abuso y el maltrato durante la infancia y sus secuelas
durante la edad adulta. La historia de abusos sexuales de este escritor es
semejante a la de tantos niños y niñas víctimas de la pedofilia y la
pederastia endogámica de la iglesia católica (también de otras confesiones).
Como no es mi objetivo en este artículo entrar en este tema particular, sino
que pretendo abordar las consecuencias del abuso sexual infantil en
cualquier ámbito, invito al lector a que lea en esta misma revista un
artículo que escribí sobre el abuso y el maltrato infantil en el seno de la
iglesia: «Pajaritos
y pajarracos».
Un
psicólogo, de Ciudad Real, ha resultado condenado a 17 años de prisión por
abusar de dos niños de 11 y 12 años cuando acudían a sus sesiones
terapéuticas y mientras practicaba técnicas de hipnosis. En España, en los
últimos tres años, tres entrenadores deportivos han sido condenados a más de
15 años por abusos a menores que entrenaban. Llevamos años destapando
escándalos sobre la explotación sexual comercial infantil en los viajes o
turismo sexual infantil, consumido por verdaderos depredadores sexuales,
padres de familia, y promovido por asociaciones de delincuentes camufladas
como empresas del sector turístico.
Comparto
la opinión de aquellas personas que también consideramos como una forma de
abuso sexual en la infancia los matrimonios precoces donde, por lo general,
a las niñas se las priva de todo aquello que corresponde a su edad,
robándoles la infancia, y se violan sistemáticamente sus derechos con base
en tradiciones culturales o intereses económicos. Por otro lado, las
tecnologías digitales se han transformado en una extensión del acoso y la
violencia sexual. Las redes sociales se han convertido en vidas paralelas en
las que parece habitar la impunidad para poder insultar, denigrar, amenazar
y acosar, especialmente utilizando el sexo en sus diferentes vertientes. Las
tipologías sobre el abuso sexual a menores ya no solo implican las conductas
de contacto físico abusador, sino que se incorporan las proposiciones de
agresión verbal sexual, exhibicionismo de partes del cuerpo, amenazas
dirigidas a la exposición sexual, pornografía infantil.
Pero, de
todos los ámbitos en los que se produce el abuso sexual infantil, es el que
se da en seno de la propia familia de la víctima el que resulta más
habitual; ocurre a diario en cualquier lugar del planeta. Se estima, de
hecho, es ya una certeza, que la mayoría de los abusos sexuales a menores se
comenten en el ámbito de la familia, siendo estos casos los más traumáticos
para las víctimas ya que estas desarrollan sentimientos contradictorios en
torno a la confianza, a la protección y al apego que tienen con los miembros
de su familia.
La
infancia robada
La
vulnerabilidad de los niños atrae la atención de los ladrones de la
infancia. Teniendo en cuenta que es durante la infancia que se empieza a
construir la identidad personal que necesariamente necesita vivir el
creativo mundo de la niñez, aquellos eventos, especialmente los producidos
por personas que coartan la evolución natural de un niño, pueden y suelen
gestar muchos de los traumas emocionales que vive una persona a lo largo de
su vida.
Las
personas que no han experimentado la vivencia de la infancia de una manera
adaptada al entorno y con la seguridad de los cuidados de sus mayores,
tienden a desarrollar un vacío existencial que puede correlacionar con
depresión, problemas psicosomáticos e impredecibles conflictos emocionales.
El abuso sexual de un menor, especialmente el producido por familiares,
cuidadores o personas cercanas de confianza está en el origen de las
conductas de aislamiento, el retraimiento en las relaciones sociales, los
profundos sentimientos de vergüenza y culpabilidad, la baja autoestima y las
conductas destructivas como las autolesiones y los suicidios en la
adolescencia y en la joven adultez.
El
círculo del silencio de los estigmas, de la vergüenza y el miedo que provoca
el abuso sexual en los niños es el cómplice de muchos de los ladrones de
infancias. Los niños son silenciados, es con lo que cuenta el abusador.
Romper este círculo no es nada fácil. Se trata de una de las experiencias
más demoledoras que se puedan vivir, especialmente cuando el robo de la
infancia por abuso sexual lo comenten personas de confianza del menor
(familiares, cuidadores, gente cercana). Y es que el silencio al que se ven
empujados los niños abusados sexualmente es otra arista más del maltrato, la
del abuso psicológico sobre los más vulnerables.
El niño
es silenciado por los sentimientos de culpa; un silencio de miedos
infundidos por la persona que le ha agredido y violentado. Un silencio que
puede, y de hecho sucede a menudo, transformarse en bloqueo y/o amnesia
disociativa; esta última puede acompañar a trastornos mucho más severos que
la pérdida de memoria, como es el caso del trastorno de identidad
disociativo (algo realmente complejo, créanme, me las he visto en consulta
con tipos disociados tratando de escapar de la realidad de distintas formas,
todas ellas poco saludables).
En
relación con la amnesia disociativa cabe puntualizar, antes de continuar,
que muchas personas que la padecen son bastante susceptibles a la hipnosis y
a ser sugestionados, por lo que a veces el correlato de sus recuerdos puede
dar origen a falsos recuerdos e, incluso, a exageraciones. Existe una gran
diferencia entre los recuerdos ordinarios de una situación desagradable o
problemática y los recuerdos traumáticos que tienen un carácter más
evitativo debido a su mayor capacidad autodestructiva.
En un
menor al que arrancan la inocencia con violencia y brutalidad, no nos
debería extrañar que la mente creara su propio vacío y que este se
prolongara en el tiempo con una amnesia disociada como mecanismo de defensa
ante la devastación del recuerdo del abuso, de la persona que le maltrató,
de la percepción de un olor, un sonido, unas palabras o un lugar similar.
Cuando crecen, en la adolescencia y más allá la aparición de trastornos por
estrés agudo y estrés postraumático pueden mantener el olvido como defensa,
pobre defensa, hay que decirlo, que solo contribuye a enquistar el problema.
Alguien,
que sufrió abusos sexuales en la infancia, me dijo: «es como si hubiera
corrido una cortina negra». Se refería al momento en que se enfrentó con sus
recuerdos traumáticos, o más bien, como si estos emergieran de un abismo de
la memoria al que los había arrojado sabe dios cuándo. Apenas llevaba un par
de semanas acudiendo a consulta. No ocurre con todas las personas que acuden
a terapia por un trauma relacionado con malos tratos y abusos sexuales diez,
veinte o más años después de acaecidos.
Hay
teorías que aseguran que la terapia facilita la expresión del trauma, es
posible, yo solo sé que a veces sucede. A muchos psicoterapeutas nos ha
sucedido que cuando un adulto solicita ayuda profesional para un hijo por un
motivo académico, de conducta inadaptada o similar, a veces emerge el trauma
de un maltrato, de un abandono y también de abuso sexual.
La
adultez condicionada
El abuso
sexual infantil es un fenómeno que siempre está acompañado de malestar
psicológico. Las consecuencias psicopatológicas relacionadas con la
experiencia de abuso sexual infantil pueden perdurar a lo largo del ciclo
evolutivo del menor y configurar, en la edad adulta, los llamados efectos a
largo plazo del abuso sexual. Es muy posible que la víctima no desarrolle
problemas aparentes durante la infancia y que estos aparezcan como problemas
nuevos a medida que se hace mayor y en la mediana edad.
Es una
evidencia que las víctimas de abuso sexual infantil pueden tener una peor
salud mental, con una mayor presencia de síntomas y trastornos
psiquiátricos; de hecho, abundan en estas personas una probabilidad cuatro
veces mayor de desarrollar trastornos de personalidad con relación a quien
no ha sufrido este tipo de abusos. Existen variables que pueden incrementar
este riesgo psicopatológico como es el ambiente familiar disfuncional.
No
obstante esto, sabemos que la experiencia de abuso sexual por sí misma es la
mayor causante de problemas emocionales (depresiones, bipolaridad,
trastornos de ansiedad severos, conductas autodestructivas, baja
autoestimas, etc.). Los problemas de relación interpersonal también se ven
muy afectados, se suelen presentar muchas dificultades en el establecimiento
de relaciones con los coetáneos y dificultades con la pareja; destaca la
presencia de mayor aislamiento y ansiedad social.
Los
problemas de tipo funcional, entre los que figuran como más graves los
trastornos de la alimentación o el hábito de consumo de sustancias tóxicas,
también hacen su aparición entre los adolescentes y adultos que sufrieron
abusos sexuales en su niñez. Se observan, también, niveles más elevados de
hostilidad, así como presencia de diferente intensidad de conductas
antisociales y trastornos de la conducta.
La
sexualidad desadaptativa es la consecuencia más extendida del abuso sexual
en la infancia, destacando problemas por motivo de una sexualidad
insatisfactoria y disfuncional, conductas de riesgo sexual (como el
mantenimiento de relaciones sexuales sin protección, un mayor número de
parejas y una mayor presencia de enfermedades de transmisión sexual).
Derivados de estos problemas de tipo sexual y, particularmente de las
conductas sexuales promiscuas y del precoz inicio a la sexualidad que
presentan estas víctimas, destaca también la prostitución y la maternidad
temprana. En el plano de la sexualidad suele también producirse el fenómeno
de la revictimización; las víctimas de abusos sexuales en la infancia
experimentan posteriores situaciones de violencia física y sexual por
personas distintas al agresor de la infancia.
Con
frecuencia me preguntan si la violencia y el abuso sexual en la infancia
generan individuos que, de adultos, suelen repetir un patrón de conducta de
violencia y abusos. Sobre esto quiero hacer la siguiente reflexión y con
ello concluyo.
El
abusador abusado
¿Existe
una transmisión intergeneracional de las prácticas de maltrato y abuso
sexual infantil? Asunto controvertido y contradictorio.
Existe
evidencia de que las causas de que un adulto desarrolle conductas de abuso y
maltrato se relacionan más con los déficits educativos y la ingesta abusiva
de tóxicos que con los maltratos durante la infancia. Sin embargo, ser
maltratado y abusado sexualmente en la infancia puede generar adultos
abusadores en algunos casos. Conviene, sin embargo, despejar el mito de que
la mayoría de los perpetradores del abuso sexual infantil fueron a su vez
abusados.
En su
libro Predators (Depredadores), la psicóloga y novelista Anna C.
Salter habla de que la mayoría de los hombres declarados culpables de abuso
sexual simplemente aluden abusos sexuales a sí mismos de niños como una
forma de intento por reducir la condena por sus delitos. En realidad,
sabemos que menos del 10% de los condenados por abusos sexuales a menores
fueron realmente abusados en su niñez.
Ya hemos
hablado de las secuelas del abuso sexual infantil. La baja autoestima, los
miedos, los sentimientos de suciedad, vergüenza, culpabilidad,
hipersexualización o temor al sexo, anorexia y bulimia, depresión, psicosis,
dificultades para relacionarse, dependencia, drogadicción, autolesiones, o
tentativas de suicidio son las secuelas más habituales, el riesgo de
convertirse en un abusador de niños es infinitamente menos frecuente que
cualquiera de estas.
En los
casos en que un abusador o violador sexual tenga un historial de haber
sufrido abuso sexual, de haber sido tratado como objeto sexual, nos
encontramos habitualmente ante un individuo que busca repetitivamente
reexperimentar escenas en las que confluyen sus miedos, angustias y
sentimientos de agresividad, poniendo en juego toda una conflictividad
emocional arrastrada desde la infancia.
Pero,
insisto, la gran mayoría de los abusadores de niños no solo no han sufrido
abusos en su infancia, sino que tampoco padecen trastornos de personalidad u
otro tipo de psicopatología significativa, si bien presentan distorsiones
cognitivas basadas en la construcción de una masculinidad hegemónica
(creencias erróneas presentes en la sociedad, como, por ejemplo todas
aquellas que devalúan a la mujer), conductas adictivas en las que predomina
el consumo de alcohol, baja autoestima, escaso control de sus impulsos y
fijación en objetos sexualizados.
El
abusador sexual de niños no tiene por qué tener una personalidad extraña, la
mayoría es gente «normal», que tiene familia, pareja y amigos, y mantienen
relaciones de forma convencional; pero que, sin embargo, se convierten en
ladrones de infancias a la menor oportunidad.
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