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"Las mujeres
católicas estamos cansadas, basta ya de una Iglesia patriarcal"
La teóloga sufrió, con 15 años, los abusos del
vicario general del Sodalicio y con el tiempo descubrió y
denunció una trama de violaciones en la cúpula de este
movimiento ultraconservador
Ni Roma ni
el Arzobispado de Lima la hicieron caso: "Las religiosas
siguen siendo consideradas por el clero como ciudadanas de
segunda clase", dice Figueroa
"Cuando le conté al cardenal Rylko los
abusos que había sufrido y cómo se estaba ocultando, su
respuesta fue: "Tienes dos alternativas: o te sales de la
comunidad o te quedas como un soldado silente"
06/12/2018

Rocío Figueroa, exconsagrada y activista por la igualdad en la
Iglesia católica
Rocío Figueroa fue
durante 21 años consagrada en la Fraternidad Mariana de la
Reconciliación, la congregación femenina vertiente del
Sodalicio de Vida Cristiana, uno de los grupos más
conservadores de la Iglesia latinoameriana, del que llegó a
ser superiora. Rocío sufrió los abusos del vicario de la
congregación, German Doig, y ayudó a desentrañar los del
propio fundador, Luis Fernando Figari. Hoy, esta teóloga
peruana abandera, desde
Voices
of Faith, la lucha por la igualdad de las mujeres,
religiosas y laicas, en la Iglesia.
Usted sufrió abusos en el
Sodalicio. ¿En qué consistieron? ¿Durante cuánto tiempo?
Cuando tenía 15
años, sentí la llamada de Dios, y me encontré con Sodalicio,
un movimiento católico muy conservador en el Perú. Cuando
ingresé no había mujeres consagradas, solo hombres. German
Doig, el vicario de Sodalicio, se convirtió en mi director
espiritual. Tras unos meses, nos animó a practicar yoga. Poco
a poco, las sesiones grupales se convirtieron en personales,
solos él y yo. Me enseñó 'ejercicios especiales' que, según
dijo, me ayudarían a desarrollar el autodominio y el control
sobre mi sexualidad. Él estaba 'ayudándome', probando mi
castidad. Estos gradualmente se volvieron más íntimos y más
controladores. No dije nada a nadie porque no sabía
describirlo, pero sentía que era mi culpa: él era bueno, yo
mala. Nunca hablé de esta experiencia.
Usted continuó en la orden,
¿cuándo fue consciente de lo que pasaba?
Con 18 años, cinco
amigas y yo decidimos consagrar nuestras vidas y así empezamos
la rama femenina de Sodalicio. Encontramos una casita cerca
del aeropuerto en una zona muy pobre en Perú. Durante esos
años fuimos terriblemente tratadas por la comunidad masculina.
El fundador (Luis Fernando Figari, condenado por abusos
sexuales y a la espera de juicio en Perú) fue un misógino que
continuamente decía que las mujeres eran menos inteligentes y
que solo querían que les ayudáramos a promover las vocaciones
de la rama masculina. Poco a poco, me volví más crítica sobre
cómo éramos tratadas las mujeres en la comunidad. Por eso,
Figari y Doig me enviaron a Roma.
¿Cómo le trataron al llegar
a Roma?
Cuando llegué al
Vaticano, aún pertenecía al Sodalicio. Era una mujer
'formateada' por un sistema enfermo que había manipulado mi
conciencia y mi voluntad. Durante mi tiempo fui tratada con
respeto, pero un sistema jerárquico y vertical como el del
Vaticano no permitía ni permite que las mujeres, incluso
aquellas con cierta responsabilidad como fue en mi caso,
participen de las decisiones importantes. Cuando se trataba de
decisiones importantes eran solo el presidente, el
vicepresidente y el subsecretario que contaban. El resto, no.
Tras unos años,
cuando me sentía más segura, propuse a las autoridades del
Pontificio Consejo para los Laicos organizar una reunión con
todas las mujeres que trabajaban en el Vaticano para aunar
esfuerzos, escuchar sus opiniones y buscar una mayor presencia
en la estructura. La respuesta fue: "De ninguna manera. Los
otros dicasterios van a pensar que estamos revolucionando a
las mujeres". En ese momento comprendí que no había espacio en
el Vaticano para el cambio.
En Roma, además, usted
descubre, y denuncia, los abusos no sólo de Doig, sino también
de Figari y la cúpula del Sodalicio...
Doig, mi abusador,
murió en 2002, y poco después el fundador me pidió que lo
ayudara a trabajar en su causa de beatificación. Lo hice con
dudas, pero en 2006, un amigo y yo descubrimos una segunda
víctima de Doig. Después, una tercera... Doig fue un abusador
en serie toda su vida. Decidí informar al fundador, pero no me
creyeron: me acusaron de seductora, mentirosa y de instigar un
complot contra el Sodalicio.
Después, descubrí
los abusos dentro del Sodalicio, y cómo el fundador estaba
cubriendo al vicario Doig. Figari comenzó a desacreditarme.
Empezó a correr la voz de que tenía problemas psicológicos. En
2009 me obligó a renunciar a mi cargo en el Vaticano, donde
estaba a cargo de la sección de mujeres en el Consejo
Pontificio para los Laicos. Le dije a mi jefe de Dicasterio
(en 2009, el cardenal Rylko) los abusos que había sufrido, y
cómo el fundador lo estaba ocultando, y su respuesta fue:
"Tienes dos alternativas: o te sales de la comunidad o te
quedas como un soldado silente". Me di cuenta de que nunca
tendría el apoyo del Vaticano. Figari me obligó a renunciar al
Vaticano. Temía que yo hablara en el Vaticano y me obligó a
escribir una carta diciendo que yo estaba enferma y no podía
trabajar. Recuerdo haber escrito: "Renuncio pues mi fundador
dice que estoy enferma".
No se rindió, y continuó con
la investigación...
Figari me aisló de
la comunidad, de todo Sodalicio. Los otros miembros tenían
prohibido ponerse en contacto conmigo. Se aseguró de que no
pudiera trabajar ni realizar ninguna otra actividad: era un
medio de control y humillación. Decidí que no me rendiría ni
abandonaría la comunidad hasta que descubriera la verdad.
Comencé una investigación interna que me llevó 4 años y
descubrí más víctimas y cuatro perpetradores. Con toda esta
información, en 2010, fui al nuevo vicario de Sodalicio y le
pedí que le dijera a Figari que renunciara como superior
porque estaba encubriendo los crímenes de Doig y continuando
la causa de su beatificación. Al mismo tiempo, le pedí que
investigara al fundador. No me hicieron caso.
En diciembre de
2010, me puse en contacto con un periodista y ex miembro de
Sodalicio, Pedro Salinas. El rastro de las víctimas llevó
hasta la cima: cuatro de los principales líderes de Sodalicio
habían sido abusadores. Ayudé a las víctimas a presentar sus
acusaciones ante el tribunal eclesiástico de Lima y también
ante el Vaticano. Ni Roma ni la diócesis respondieron a
nuestras acusaciones. En 2012, dejé la comunidad. Ahora,
gracias a las investigaciones de Pedro Salinas, todo el mundo
conoce la verdad: Figari, Doig y los demás fueron unos
depredadores.
Así que además de los abusos
sexuales, fue víctima de abusos de poder
En primer lugar,
hay que entender que todo abuso sexual es ante todo un abuso
de poder. Es necesario prestar atención al poder y no solo al
sexo, pues el abuso de poder es una característica central del
abuso sexual en la Iglesia. Cualquier tipo de abuso en la
Iglesia es una traición, que en la mayor parte de los casos
viene desde el clero.
El abuso sexual
clerical tiene consecuencias muy serias en las víctimas. Por
un lado, tiene los mismos efectos de cualquier abuso sexual,
como ansiedad, depresión, baja autoestima o estrés
postraumático. Por otro lado, lo característico del abuso
sexual en la Iglesia es que tiene como característica el poder
espiritual, que se usa para seducir al menor. El sacerdote o
consagrado 'representa' la voz de Dios y la víctima confía
porque cree que las palabras de su abusador vienen del mismo
Dios. La traición de la confianza lleva a la víctima a
sentirse abandonada por Dios, volcando sus sentimientos de
traición contra Él. El abuso sexual en la Iglesia genera un
conflicto teológico y existencial, desafiando la fe de la
víctima, su identidad espiritual y el concepto que tiene de
Dios.
Al mismo tiempo, el
clericalismo del que tanto ha hablado el Papa Francisco genera
relaciones abusivas y la perpetuación de las mismas y su
impunidad. Las estructuras de la Iglesia deben estar al
servicio del pueblo de Dios en el seguimiento fiel de Jesús y
no al servicio del delirio egocéntrico de poder.
¿Cómo definiría la situación
de las mujeres en la Iglesia católica?
Están presentes
solo a nivel carismático y poquísimo a nivel institucional. La
Iglesia católica está respirando solo con un pulmón y por eso
se está ahogando. En la Iglesia institucional, en el Vaticano,
la mujer no está involucrada en los procesos de decisión y eso
hace que la imagen eclesial esté desfigurada. Basta ver una
foto de un Sínodo o encuentro en el Vaticano: todos son
rostros masculinos. Este no es el verdadero rostro del pueblo
de Dios.
Ninguna joven del
siglo XXI va a sentirse atraída por la Iglesia, pues su voz no
es escuchada. Por ello, muchas mujeres no toman en cuenta a la
Iglesia. La Iglesia católica no tiene nada que ofrecer a una
joven llena de talentos y liderazgo.
¿Y cómo es la situación de
las religiosas, en su opinión?
Siguen siendo
consideradas por el clero como ciudadanas de segunda-clase. Y
no sólo eso, han sido explotadas y usadas para perpetuar el
clericalismo. ¿Cómo puede ser que en el siglo XXI tengamos
congregaciones dedicadas a ser sirvientas de los sacerdotes?
Las religiosas deben tener un rol fundamental en la renovación
eclesial, ser líderes y participar de la toma de decisiones.
Tienen que alzar su voz, como muchas lo están haciendo ya,
contra un clericalismo que está aniquilando la belleza de
nuestras comunidades eclesiales.
¿Hay voces que se están
alzando?
Si. Las mujeres
católicas estamos cansadas. Hay un sentimiento generalizado
que para mí proviene del Espíritu: ¡basta ya! Basta ya de una
Iglesia patriarcal, basta ya de una Iglesia que parece un club
exclusivo de hombres donde las mujeres no cuentan.
Creo que cada vez
más mujeres somos conscientes de que todos somos Iglesia y que
por nuestro bautismo tenemos la responsabilidad de alzar
nuestra voz. Se han creado muchas plataformas, como Voices
of Faith, una plataforma de mujeres católicas que empuja
la transformación de la Iglesia exigiendo que las mujeres
tengan un rol en los procesos de toma de decisiones.
¿El Papa Francisco es una
oportunidad?
Creo que sí, espero
que sí. En el tema de la crisis del abuso sexual fue muy lento
al principio y he visto un cambio que espero se traduzca cada
vez más en acciones concretas. Con respecto a las mujeres,
hasta ahora solo he escuchado palabras, pero no cambios
significativos. No se trata de poner una o dos mujeres en
puestos de responsabilidad en el Vaticano. El sistema no puede
cambiar así. Se trata de repensar la eclesiología, las
estructuras de poder y las tomas de decisión.
Espero que este
cambio se vea en la reunión de febrero (la cumbre antiabusos).
Espero que no veamos solo a los presidentes de las
Conferencias Episcopales. Espero ver mujeres que se sienten en
la mesa de discusiones, para buscar, juntos, soluciones a la
crisis. Espero también que esa reunión no solo sea un monólogo
de sólo la voz de obispos que se escuchan entre ellos. Espero
que sea un diálogo donde se escuche no sólo la voz de mujeres
sino la voz de víctimas, que para mí son una voz profética
para el futuro de la Iglesia.
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