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Los abusos
sexuales infantiles son un negocio familiar en Filipinas
Según
algunas organizaciones, miles de niños filipinos podrían ser víctimas de
abusos sexuales por Internet. Y, a veces, organizados por sus propios
padres.
Oliver Holmes - Manila
06/06/2016
![Un refugio para 2.000 niños filipinos víctimas de la pederastia](http://images.eldiario.es/sociedad/refugio-ninos-filipinos-victimas-pederastia_EDIIMA20140422_0122_18.jpg)
Un refugio para 2.000 niños filipinos víctimas de
la pederastia EFE
Cuando la
policía entró en el domicilio, se encontró con tres niñas de 11, 7 y 3 años
respectivamente que yacían desnudas en la cama. Al otro lado de la
habitación, la única de la casa, estaban la madre de dos de ellas -la
tercera era sobrina suya- y su hija mayor, de 13 años, que escribía algo en
el teclado del ordenador mientras tres hombres miraban desde la pantalla.
Dos semanas antes, una agente de la policía se había
infiltrado en el depauperado pueblo. Fingiendo ser una japayuki, término de
argot con el que se denomina a las trabajadoras sexuales filipinas que viven
en Japón, convenció a un residente para que le presentara a las niñas, que
jugaban diariamente en las calles sin asfaltar. La agente se ganó su
confianza con el argumento de que trabajaban en el mismo negocio y de que,
en suma, era una de ellas. Se hizo amiga de la mayor, a quien llama Nicole
aunque no sea su verdadero nombre. Y, tras unos cuantos días de
conversaciones, Nicole le habló de sus "espectáculos".
"Nunca habíamos tenido constancia de padres que
usaran a sus hijos en ese sector", afirma la agente de policía, una mujer de
mediana edad. Las autoridades dijeron que era un caso excepcional; pero, un
mes más tarde, descubrieron a otra familia en las mismas circunstancias y en
la misma zona. Era el año 2011 y, desde entonces, se han descubierto
múltiples casos de abusos infantiles por Internet en distintas partes de las
Filipinas.
Según
Naciones Unidas, decenas de miles de niños son víctimas de una industria
local que crece rápidamente: la del abuso infantil, valorada en alrededor de
mil millones de dólares. En algunas zonas, hay pueblos que dependen por
completo de dicho negocio, facilitado por el aumento de la velocidad de
conexión, los avances en tecnologías de retransmisión y la creciente
facilidad para hacer transferencias entre países distintos. Pero, mientras
los infractores descargan fotografías y vídeos que las autoridades pueden
usar después como pruebas acusatorias, los delincuentes se ocultan con
programas de encriptación que aseguran su anonimato.
Las agencias internacionales de policía se han
movilizado para acabar con el problema. La Virtual Global Taskforce, una
asociación internacional en la que participan la Interpol y varios cuerpos
policiales, se ha dedicado durante el año 2016 a perseguir las
retransmisiones de abusos infantiles por Internet. Además, Unicef ha
anunciado su intención de lanzar una campaña destinada a advertir a los
jóvenes sobre los riesgos del mundo virtual; una campaña a la que la
organización británica #WeProtect, que combate los abusos infantiles por
Internet, ha prometido destinar 12,7 millones de euros.
"Es mucho dinero"
Stephanie McCourt, coordinadora de la National Crime
Agency (Reino Unido) para el sudeste de Asia, asegura que las Filipinas
podrían ser la tormenta perfecta en términos de delincuencia, porque tiene
el acceso a Internet de un país desarrollado y una situación de enorme
pobreza. Pero, desde su punto de vista, la clave es otra: el conocimiento
generalizado del inglés.
"Se pueden comunicar con los infractores -dice-.
Hemos perdido mucho tiempo, pero por fin hemos entendido lo que pasa. Y no
tenemos ninguna seguridad de que no se marchen a otros países... Aún hay
cosas que no sabemos."
Calcular tamaño de esa industria es complicado. Vive
de pagos pequeños (entre cinco y doscientos dólares por espectáculo) y,
normalmente, no depende de grandes organizaciones delictivas, sino de
familias que actúan desde sus propios hogares. "Tenemos la sensación de que
sólo hemos visto una pequeña parte -continúa McCourt-. Es mucho dinero. Un
gran negocio."
Los menores trabajan todo el tiempo; por la mañana,
para clientes de Europa y Estados Unidos y, por la tarde, para australianos.
Y el número de casos descubiertos no deja de aumentar: 57 en el año 2013, 89
en el 2014 y 167 el año pasado. Pero Paul Hopkins, superintendente del
equipo que la policía australiana mantiene en Manila, opina que la cantidad
es mucho mayor. Hopkins, que lleva dos años investigando, cree que se trata
de una operación "gigantesca".
El National Center for Missing and Exploited Children
(NCMEC) recoge "ciberdenuncias" sobre supuestos delitos de explotación
sexual que ofrecen un indicio de lo que podría estar bajo la superficie.
Durante el año pasado, el NCMEC envió casi 15.000 al Departamento de
Cibercrimen de Filipinas, y el 80% de dichas denuncias se referían a la
explotación infantil en Internet.
Sin embargo, los infractores no son sólo europeos,
estadounidenses y australianos. La ONG neerlandesa Terre des Hommes analizó
el sector mediante el procedimiento de inventar una menor filipina de 10
años a quien llamó Sweetie. El personaje virtual llamó la atención de 1000
adultos de 71 países distintos, que le pagaron por realizar actos sexuales
delante de la cámara.
"Los que investigamos, sabemos que son de todo el
mundo", dice Hopkins. Pero, a pesar de ello, es un problema casi inmune a la
policía y que casi nunca acaba en una condena. En Filipinas sólo se han
producido dos sentencias condenatorias por ese tipo de delito. El resto de
los casos están pendientes.
A diferencia de las formas antiguas de abuso sexual
infantil, la gente no descarga imágenes que la policía pueda rastrear. Las
transferencias se hacen por redes anónimas, y las conversaciones se
mantienen en vivo y en directo, con el sistema de encriptación de Skype.
Además, los menores se niegan a declarar porque no se trata de redes de
explotadores sexuales, sino de sus propios padres.
La normalización del abuso
En el caso del año 2011, las autoridades creyeron que
las niñas aplaudirían la operación policial; pero la agente infiltrada
afirma que Nicole no se sintió rescatada, sino traicionada. "Sé que sigue
enfadada conmigo", dice.
En aquella ocasión, la policía consiguió algo más que
la retransmisión por Internet de actos sexuales: un vídeo donde la madre de
las niñas abusaba de ellas. Lo obtuvo de una fuente anónima de un país
occidental que había grabado la escena con el móvil, dirigiéndolo hacia la
pantalla del ordenador.
Los seis hijos de la mujer en cuestión (tres niñas y
tres niños) acabaron en un centro de menores. El centro, de edificios bajos,
está en una zona arbolada adonde no llega el ruido de las calles
principales; tiene un camino flaqueado de orquídeas, y un pequeño parque
infantil. El día en que llegaron, los niños se pusieron a jugar en los
columpios y, a diferencia de los demás, no mostraron síntoma alguno de haber
sufrido abusos sexuales. La plantilla del centro no había visto nada igual.
De hecho, se preguntaron si debían permanecer en el mismo refugio que los
que habían padecido abusos físicos a manos de pederastas.
Los pequeños no se creían víctimas de explotación. La
niña de tres años insistía en "bailar sexualmente" delante de otros menores,
que se quejaron a la plantilla. "No reconocían lo que sus padres habían
hecho -dice uno de los trabajadores sociales-. Cuando alguno rompía a
llorar, los otros lo imitaban en grupo. Estaban muy unidos."
El mayor, un chico que entonces tenía 16 años,
parecía traumatizado tras la intervención policial. Sin embargo, la
psicóloga Rosemarie Gonato puntualiza que no lo estaba por los abusos
sufridos, sino "por la operación de rescate".
Las dos niñas más pequeñas estaban convencidas de que
los abusos eran normales. "Dijeron que era un negocio habitual en el
vecindario, y que se limitaban a hacer lo que hacían otros niños -declara
Gonato-. La policía descubrió que la idea fue de las propias pequeñas,
quienes supieron de esa forma de ganar dinero mientras charlaban con sus
amigas."
Los seis han salido adelante, y los dos mayores
parecen felices en las fotografías que adornan una pared, donde salen con
las típicas togas y birretes de las ceremonias de graduación. Pero, cinco
años más tarde, siguen sin reconocer que estuvieran envueltos en un delito.
Una de chicas, que ahora tiene 14 años, declaró a The
Guardian que sus padres sólo querían lo mejor para ellos. "Quiero quedarme
aquí y terminar mis estudios; pero luego volveré a casa."
Gonato dice: "En todas las sesiones que mantuvimos,
reiteraron el deseo de que sus progenitores salieran de la cárcel". Y dos
años después de la operación policial, le escribieron una carta donde le
pedían que "encontrara la forma de perdonar a nuestros padres".
"Sé que debo sufrir"
La madre de los niños está en una cárcel de mujeres,
a sólo unos cuantos kilómetros de su hogar. Lleva camiseta amarilla,
pendientes, sombra de ojos azul y carmín en los labios. Dio a luz a su
séptimo hijo en la propia prisión, y niega todos los cargos. Afirma que,
cuando llegó la policía, los niños estaban desnudos porque los iba a bañar;
y que Nicole tenía abierta una sesión de Facebook.
"No pienso en el caso. Creo en Dios –dijo después de
la detención, en su primera entrevista–, y sé que debo sufrir."
Todos los años, en Navidades, recibe la visita de su
hijo mayor y de Nicole. Pero el año pasado, un juez permitió por primera vez
que los seis chicos pasaran a verla. "Me llevé una inmensa alegría", dice
rompiendo a llorar en la salita que compartimos con un funcionario de
prisiones. La mujer participa en el programa de trabajo de la cárcel, y
envía el dinero a sus hijos.
El problema trae de cabeza a la policía. La Interpol
tiene un sistema de ocho pasos para identificar a las víctimas de abusos
infantiles, y el segundo paso consiste en documentar las acusaciones con
fotografías y vídeos. Pero las retransmisiones directas no dejan ese tipo
de pruebas.
"Si se hace una transferencia de 20 euros entre los
Países Bajos y Filipinas, podemos ir a los tribunales y decir que fue a
cambio de una sesión de cámara web. Sin embargo, el acusado puede replicar
que los pagó para ver a una mujer adulta", dice el agregado de la policía
neerlandesa en Manila, quien pidió permanecer en el anonimato para respetar
la legislación de su país.
Además, las leyes filipinas de protección de la
intimidad dificultan los procesos penales incluso en casos donde existen
vídeos, como el del año 2011. La ley contra las escuchas telefónicas implica
que las pruebas recogidas de los ordenadores no son siempre válidas ante un
tribunal. Y los agentes de policía sólo consiguen órdenes de detención si
tienen constancia personal de que se ha cometido un delito. Ese es el motivo
de que la agente infiltrada tuviera que confirmarlo en persona.
Víctimas voluntarias
Por otra parte, hay dudas de que encarcelar a los
padres sea lo más adecuado para las víctimas. Rosemarie Gonato y la pediatra
que trató a los niños, Naomi Navarro-Poca, creen que los chicos deberían
volver con sus padres y vivir con ellos en una casa, no en un centro. Hasta
la fiscal del caso, que habló con The Guardian con la condición de mantener
el anonimato para proteger la intimidad de los menores, espera que la madre
admita su culpabilidad y obtenga una sentencia reducida.
La fiscal, que se muestra "completamente a favor de
la reunificación familiar", añade que la sentencia mínima para los padres es
de doce años, de los que ya han cumplido cinco. El niño más pequeño tendrá
ocho años cuando salgan de la cárcel, y nadie sabe cómo impedir que los
padres reincidan.
La reducción de sentencia depende de que la condenada
admita el delito, algo que la fiscal espera conseguir este año a través de
Nicole, pidiéndole que convenza a su madre. Pero conseguir la cooperación de
los menores puede ser verdaderamente difícil.
La policía, el equipo legal, los médicos, los
trabajadores sociales y los psicólogos que han trabajado con los menores
dieron por sentado al principio que intentaban proteger a sus padres. Sin
embargo, se dieron cuenta de que tenían otros motivos para callar. Sobre
todo, el mayor.
Había varias cosas que no encajaban. En primer lugar,
los padres no tenían el conocimiento de inglés necesario para comunicarse
con personas de otros países, pero las autoridades los consideraron
instigadores del delito. Luego, durante las sesiones de terapia, el hijo
mayor dijo que sus vidas habían mejorado mucho desde que empezaron con los
"espectáculos": la familia tenía más dinero, podían comer en Jollibee (una
cadena local de comida rápida) y su madre dejó de trabajar en una fábrica.
Poco a poco, la verdad salió a la luz. "Los chicos
vieron que sus vecinos ganaban dinero, y les dijeron a sus padres que
hicieran lo mismo", afirma la fiscal. De hecho, la persona que hablaba con
los clientes no era la madre, sino Nicole, que entonces tenía 13 años. Y a
veces, según la fiscal, retransmitían sus "espectáculos" sin que los padres
estuvieran presentes.
"Es una historia terriblemente triste. Una familia
pobre, que necesitaba dinero. La madre sólo tiene estudios primarios... y
eso es lo más irónico de todo, porque ella era tan vulnerable como los
demás. En cambio, su hija mayor tenía más educación -dice Hopkins-. He
sabido de otros casos donde los hijos mayores son los principales
responsables. Necesitan apoyo psicológico para saber que lo que hacen está
mal."
Los menores no deben cargar nunca con la culpa, pero
los filipinos siguen sin saber cómo castigar delitos donde las víctimas
participan voluntariamente, sobre todo si sus padres los presionan para que
consigan ingresos.
"Los niños
harían cualquier cosa por sus padres -dice Lotta Sylwander, la representante
de Unicef en Filipinas que dirige la campaña sobre seguridad en Internet-.
Tenemos que aumentar la conciencia del problema y la vigilancia, para que
tanto los padres como el resto de la población sepan que los abusos
infantiles no son sólo moralmente condenables, sino también extremadamente
negativos para su salud y desarrollo. Pero, lejos de mejorar, la situación
empeora día a día."
VÍDEO:
https://www.youtube.com/watch?v=Jg8_TvxTBE4
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