EL ESPAÑOL
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Miguel Ángel
Hurtado.
Miguel, el psiquiatra español exiliado en Londres que
denuncia al cura que abusó de él
- “Me besó en la mejilla y en los labios y me tocó los
genitales”, recuerda para EL ESPAÑOL.
- Tenía 16 años cuando tuvo que sufrir esos abusos y
sufrió secuelas durante mucho tiempo: “Tenía muchas dificultades para
mantener relaciones con la gente”.
- Pide que se aumente el tiempo de prescripción de estos
delitos (ahora es de cinco años).
14 septiembre, 2018
DAVID PALOMO
Miguel Ángel huye del atropello de palabras.
No habla sin medida. Lo hace pausadamente, escogiendo discurso y
seleccionando ideas. Un día decidió contar su historia en la intimidad;
ahora lo hace de forma pública. Siente que tiene una deuda con las próximas
generaciones. Él, cuando tenía 16 años, sufrió abusos sexuales. Un
cura se aprovechó de él. Le tocó los genitales y lo besó en la mejilla y en
los labios. Lo dejó marcado. Aquellos días los vivió con el pánico inocente
del niño que no entiende muy bien qué está pasando. La persona en la
que confiaba, su “segundo padre” –como reconoce–, lo
traicionó. Por eso, muchos años después, mantiene la firmeza de su
lucha: quiere que los delitos por abusos y las agresiones sexuales tarden
más en prescribir (lo hacen en cinco y 10 años respectivamente).
A sus 36 años, las secuelas las ha ido calcinando en su
memoria. No olvida, pero tampoco actúa condicionado por su pasado. Vive en Londresdesde
hace seis años. Allí, como otros muchos españoles, llegó por motivos
laborales. Sus estudios en medicina y su residencia en psiquiatría no le
sirvieron para quedarse en España. Tuvo que emigrar,
encontrar trabajo y hacerse un hueco. Y, en este tiempo, lo ha conseguido.
Trabaja en un centro de salud mental de 09:00 a 17:00 horas donde ejerce
como psiquiatra. Ahora, su mente sólo alberga problemas generacionales: qué
hacer el día que el Brexit se haga efectivo, dónde comprar
un piso o qué papeles hay que presentar para pedir la nacionalidad
británica.
Su vida, convencional, choca con su pasado. Hace una década,
un cura abusó de él. “Nunca utilizó la fuerza, pero me manipulaba,
me tocaba...”,reconoce en conversación con EL ESPAÑOL. Tenía 16
años y, en un un primer momento, no se lo contó a nadie. Lo traicionó el
cura en el que confiaba. Era la persona que lo había ayudado cuando tenía
problemas familiares. Y le afectó. Perdió la fe. Dejó de creer en Dios.
“Es normal. También hay secuelas espirituales. Hay quien sigue pensando que
existe algo pero deja de ir a la iglesia. Otros, le damos la espalda
totalmente”.

Miguel, llevando las firmas al Congreso.
Años después, se atrevió a iniciar una petición enchange.org. Recogió
firmas y fue al Congreso. Entonces, todos los partidos
políticos les apoyaron. Incluso Pedro Sánchez, días antes
de las elecciones, les contestó comprometiéndose a “estudiar su propuesta
con atención”. “Los socialistas comprendemos el dolor y las reivindicaciones
de las víctimas de delitos de abusos sexuales (…) Es fundamental trabajar
para terminar con esta lacra”, añadió en su carta. Sin embargo, esas
intenciones se perdieron por el camino. Ahora, la comisión de la infancia
delCongreso no se ha querido reunir con ellos para que les
entreguen su petición.
Pero Miguel Ángel no se rinde. Su propuesta
la titula con un “no habrá paz para los malvados”. Su historia, una de
tantas, le recuerda cada día su compromiso con las próximas generaciones. Al
fin y al cabo, él fue un niño normal. Nació en Barcelona (1982) en
una familia católica. Sus padres iban a la iglesia y él, como otros muchos
chicos de su edad, hizo la comunión y la catequesis. Y entonces cambió todo…
"ME DECÍA QUE LA MASTURBACIÓN NO ESTABA BIEN"
Un amigo le instó a unirse a un grupo de jóvenes
católicos. “Empecé a ir y, al principio, había muy buen ambiente.
Lo dirigía un sacerdote y lo pasábamos bien”. Entonces, tenía 14 años, era
un crío. “Y empecé a tener una serie de problemas familiares. Estaba triste
y bajo de ánimo. Un cura se fijó en mí y, al verme mal, se acercó y
me dijo que quería verme en privado, que si necesitaba ayuda o
apoyo, podía contar con él”. Y se fue ganando su confianza. Poco a poco, sin
mostrar malas intenciones. Su relación se forjó entre conversaciones
mundanas y relatos de la vida diaria. “Yo le cogí cariño. Era como mi
segundo padre. Cuando tenía dificultades, lo comentaba con él”.
Hasta que aquellas buenas maneras se fueron desvaneciendo con
el tiempo. En las excursiones de los fines de semana, su tono fue cambiando.“De
temas normales pasamos a sexuales. Me decía que la masturbación no estaba
bien. Me metía las manos por debajo de los pantalones y
me tocaba los genitales. Los abusos comenzaron cuando él se empezó a meter
en las habitaciones por la noche. Las reuniones dejaron de ser comunes para
ser individuales”, recuerda Miguel. “Es esa etapa en la que
el abusador se gana tu confianza para que después no puedas reaccionar”,
añade.

Miguel, en Naciones Unidas.
Miguel, al principio, no se lo contó a nadie. No se atrevía.
Huyó del grupo. Sin embargo, pasado un tiempo, cuando tenía 17 años, sí que
se lo hizo saber a los sacerdotes para que tomaran medidas.“Él
seguía en contacto con niños y me daba miedo que otros pudieran sufrir lo
mismo que yo. La iglesia tenía la obligación de comunicárselo a la
Policía para que lo investigara. Sin embargo, no lo hicieron”. Todo se quedó
en casa.
Pero Miguel no quiso dejarlo ahí. Con 18 años, se lo reveló a
sus padres. “Mandaron una carta al superior para que tomara
medidas”. Sin embargo, aquello no prosperó. Desde la institución
respondieron apartándolo del grupo, pero pidieron que el incidente no fuera
a más, que el abuso del cura se quedara allí y se solucionara internamente.
“Yo no lo volví a ver ni fui al sitio donde habían abusado de mí”, rememora.
EL COMIENZO DE SU LUCHA
El abuso se quedó marcado en la piel y en la mente de Miguel.
Durante cinco o seis años, tuvo que ir al psiquiatra. Aquello le
afectó en las relaciones sociales. “Cuando estás aprendiendo a
socializar te chocas con el abuso. Tienes una imagen distorsionada de lo que
es estar con la gente”. De ahí sus problemas para hacer amigos o tener
pareja. Incluso, para mantener la cordialidad con sus jefes. Todo
eso lo ha ido atemperando con los años y con la comprensión de la
mente humana a través de la psiquiatría, su profesión.
Mientras, ha intentado que su lucha prospere. A los 22 años,
consultó a un abogado, pero no le sirvió de nada. “Me di cuenta de
que el delito había prescrito (antes lo hacía a los tres años)”.
Estudió medicina e hizo la residencia en psiquiatría. Se fue a Inglaterra y
decidió que tenía que hacer algo a raíz del escándalo de Jimmy
Sevile,presentador de la BBC que había
estado abusando sistemáticamente entre 1955 y 2009. Entonces, enReino
Unido, donde ese tipo de delitos no prescriben, investigó a 1.400
figuras relevantes por delitos contra menores. Muchos fueron condenados
después.

Miguel, en la ONU
Ese es el motivo por el que inició una petición enchange.org para
pedir que estos delitos tarden más en prescribir. Hasta el momento, han
recogido más de 450.000 firmas apoyándolos, pero no es suficiente. Necesitan
que los políticos lo entiendan. “Actualmente, cualquier abusador puede
seguir dando clase o estar en un grupo y que no le ocurra nada”.
Su proposición no es ni siquiera que este tipo de
delitos no prescriban. Así es en los países anglosajones de la common
law, en algunos de latinoamérica (Argentina o México) y
otros europeos (Suiza u Holanda). No, lo que él quiere es
que se implante el modelo alemán, que establece que las víctimas tienen
hasta los 35 años para los delitos de abusos y hasta los 45 para los de
agresión, tal y como propone el Catedrático de Derecho Penal de la
Universidad de Barcelona, Víctor Gómez Martín.
Esa es su lucha. Miguel no piensa abandonarla. Ha decidido
contar su historia, ‘desnudarse’ –metafóricamente– para que las próximas
generaciones puedan denunciar a sus agresores. Sabe que es una necesidad,
que no hay otra manera. Dejó de creer en Dios, pero no en la
justicia. La vida le ha enseñado que ese es el camino. No hay otro.
Va a seguir adelante. Sólo pide que le escuchen los grupos políticos. No es
mucho, pero, de momento, sería suficiente...
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