Nuria Coronado Sopeña
18 de enero 2021
Hay sentencias que son la excepción a la regla de la justica
patriarcal. La de Sol Mayor (nombre ficticio), una joven
estudiante madrileña de 20 años y apasionada por la música, es una de
los miles que hay. A ella, D.G.C, su profesor de lenguaje musical del
Conservatorio de la Comunidad de Madrid, le robó mucho más que la
adolescencia. "Fui abusada sexualmente y maltratada psicológicamente por
él".
Ahora la Audiencia
Provincial de Madrid le ha declarado culpable de delito continuado de abuso
sexual a una menor de 16 años, así como contra la integridad moral,
y le condena a 12 años de prisión. Además, le suspende de empleo y
sueldo, le inhabilita para cualquier profesión u oficio, sea o no
retribuido que conlleve contacto regular y directo con menores de edad
por un tiempo de 14 años y le obliga a indemnizar a la víctima con
22.000 euros por daños morales. La fianza para la misma ya ha sido
ingresada.
Así mismo el
victimario estará con libertad vigilada durante seis años y tiene
prohibido aproximarse a Sol a 500 metros durante un periodo de 12 años o
comunicarse por cualquier medio con ella.
Cuando las piezas
encajan
El resultado de
esta sentencia, que aún no es firme, es como describe Nuria Cruz
Ucieda, la abogada que la ha peleado, "todo un éxito por el peso
decisorio del testimonio de Sol que ha sido tomado en cuenta por el
tribunal como principal prueba de cargo. Además, es un hito porque se
reconoce el daño moral que se le ha causado y cómo este abuso le ha
afectado en el libre desarrollo tanto de su personalidad como de su
indemnidad sexual, ya que se realizó en unas condiciones que afectaron
gravemente a la dignidad de la víctima y que le llevaron a una
despersonalización e incluso a querer acabar con su vida", comenta a Público por
teléfono.
Una experiencia muy
traumática que Sol resume en tres sentimientos: "Mucha rabia,
impotencia y asco", y que la llevaron a sentir "pura indefensión
ante la vida". Tanto que a día de hoy reconoce que cuando lee la
sentencia todavía es incapaz "de asimilar que una persona pueda hacer
semejante daño a una menor y que tenga tal nivel de narcisismo, egoísmo
y de impunidad, para decir, tras cinco horas de juicio escuchando todas
las barbaridades que me ha causado, que lo hizo porque me quería. No
entiendo cómo puede dormir por las noches siendo completamente
consciente del daño que me ha hecho, tanto a mí, como a mi familia".
Por eso, para esta
joven música el trabajo de su abogada ha resultado básico. "Su labor ha
sido impresionante. Ha respetado en todo momento mi proceso terapéutico,
cosa que estoy segura de que muchos otros abogados no hubiesen hecho.
Conmigo ha hablado siempre desde la comprensión, consultando a mi
psicóloga si podía abordar o no ciertos temas, para causarme el menor
daño posible, teniendo presente que pasar por un proceso judicial
implica revivir todo el trauma. Me he sentido arropada y cuidada en todo
momento, y admiro enormemente el trabajo que ha hecho con el caso y su
implicación para mostrar que la peor parte no son los abusos, sino la
manipulación psicológica a la que me sometió".
Al trabajo de esta
curtida abogada feminista (lleva dos décadas ejerciendo), Sol suma el de
las dos psicólogas de la Unidad de Atención Integral Especializada a
Mujeres Adolescentes Víctimas de Violencia de Género con las que ha
llevado a cabo su terapia. "Ambas han hecho un trabajo
excepcional. Con la segunda he desarrollado además un vínculo de
confianza y cariño muy sólido que me ha permitido, entre otras muchas
cosas, tocar las partes más dolorosas, cuestionarme a mí misma y
aprender a quererme. Todo con la certeza de que ella siempre está ahí
para sostenerme, apoyarme y para ayudarme a curar heridas muy dolorosas.
Es una persona muy muy importante para mí, y una profesional
extraordinaria".
La familia lo es
todo
Pero quien la ha
sostenido de puertas para dentro y también para afuera es sin duda su familia.
Sin ella Sol tiene claro que el final feliz de su historia habría sido
otro. "Me siento muy afortunada por todo el círculo que mis padres han
tejido a mi alrededor, porque no suele ser la norma. De entrada, tener
una familia que no te culpa es crucial y esto es algo que no tienen
todas las víctimas, lo que hace que el proceso de recuperación sea
muchísimo más complicado. Sin la ayuda de mi madre y también de mi padre
no hubiese podido sobrevivir a esto. Mi madre fue capaz de mantener la
mente fría en todo momento y de hacer las cosas de la mejor manera que
pudo, sobre todo para evitarme a mí más sufrimiento, muchas veces a
costa de sufrir ella. Mi padre fue el que se encargó de mantener la
familia unida".
Y es que el paso
de romper el silencio fue dado por sus padres. "Yo empecé a tener crisis
de ansiedad en casa, enfrentamientos constantes con ellos, me ponía a
llorar por cualquier cosa... Mi madre, al principio, y casi hasta el día
que se descubrió todo, pensaba que estaba desarrollando una enfermedad
mental. Empezaron a poner el foco en el maltratador al darse
cuenta de que no estaba teniendo un comportamiento que cabría esperar de
un profesor. Cuando por fin descubrieron todo lo que estaba ocurriendo,
pusieron inmediatamente una denuncia para protegerme a mí y a otras
posibles víctimas, aunque luego el juez no puso ninguna medida cautelar,
dejándome completamente desprotegida".
Quizá por ello,
porque le duele casi más el sufrimiento de sus seres queridos que
el suyo propio, y porque siente que su historia puede ser el espejo en
el que otras chicas puedan verse reflejadas, ha decidido dar el enorme y
valiente paso de contarlo todo. "A todas ellas, me gustaría decirles que
no están solas, que el camino es muy duro, pero hay luz al final del
túnel y se puede ser feliz. Les quiero decir que se quieran a sí mismas,
que se permitan sentir y que se apoyen tanto en profesionales, como en
personas que sepan escucharlas y valorarlas como se merecen. Juntas
somos más fuertes", recalca la joven.
El momento de
renacer
El proceso en el
que Sol pasó de víctima a superviviente fue dos años después de
la denuncia, en 2019. "Mientras tanto mantuve contacto con él a través
de redes sociales, y por tanto se mantuvo la manipulación. Me fui
desvinculando emocionalmente de forma involuntaria, sobre todo por falta
de tiempo. Cursaba segundo de bachillerato a la vez que estudiaba en el
conservatorio, así que tenía mucha carga lectiva y poco tiempo. Puse fin
a la relación en mayo, porque me sentía atada y me angustiaba pensar en
el inevitable enfrentamiento con mis padres si al cumplir los 18 decidía
irme con él. Tres meses más tarde descubrí a Marina Marroquí, una
profesional imprescindible, y, tras escuchar su testimonio, se rompió la
burbuja en la que estaba metida y fue cuando empecé a entender y
asimilar lo que había vivido. Ya me había cuestionado cosas antes, pero
ese momento fue un antes y un después".
A partir de
entonces Sol comenzó a poner nombre a todo y a ser consciente de la violencia que
había sufrido. "Esta fue una de las partes más difíciles, reconocerme
como víctima, porque implica un cambio de visión radical. Con mucho
trabajo de autocuestionamiento e introspección, guiada por mi psicóloga,
he ido poco a poco integrando lo que he vivido. Todavía sigo en ello".
Para ella,
mientras que la sociedad no deje de ver como tabú el abuso sexual a
menores, muchas jóvenes más sufrirán su mismo dolor. "Tenemos que dejar
de mirar hacia otro lado de una vez. La realidad es muy desagradable,
pero si no la afrontamos, la analizamos y ponemos medios para prevenir
que ocurra, estamos desprotegiendo a un montón de menores y mujeres que
van a vivir un verdadero infierno con el que van a tener que cargar
durante toda su vida. Y lo más terrible de todo es que parte del tabú
pasa por justificar los actos del agresor, sobre todo cuando ocurre en
un entorno cercano o familiar, y esto es intolerable".
Apuntar al
causante
Además, Sol
remarca la necesidad de que la sociedad deje de mirar a otro lado
o pensar que no va con ella. "Hacer esto es ser cómplices. Puede que a
muchas personas les moleste esto, pero es así, porque la baza del
agresor es el silencio. Hay que dejar de hablar de víctimas y empezar a
hablar de maltratadores, colocarles en el centro del debate social y
señalar a los que están ejerciendo esta violencia tan horrenda, porque
así acabamos con la impunidad que siguen teniendo".
En el caso de su
abusador, solo espera que cumpla la pena y acabe entrando en prisión durante
doce años. "Para mí, la cárcel es la única garantía absoluta de que no
le va a poder destrozar la vida a otra niña; mientras tanto una parte de
mí siempre estará en tensión. Imagino que aprenderé a vivir con ello,
pero uno de los miedos que sigo cargando es ese, también por mi propia
seguridad, porque me lo puedo cruzar por la calle, y no quiero imaginar
lo que podría ocurrir. No puedo evitar pensar que ha podido haber otras
después de mí, porque ha tenido tres años hasta que se ha celebrado el
juicio, al igual que no descarto que haya habido otras víctimas antes
que yo".
Una sensación que
también comparte Valeria López (nombre ficticio), la madre de
Sol, y que le hace pensar en todas las progenitoras que puedan estar
pasando por lo mismo que ella tuvo que vivir con Sol. "Lo más difícil de
gestionar emocionalmente es ver que a tu hija la están destruyendo, que
puedes llegar a perderla, física y afectivamente, y que todo lo que
puedes y debes hacer te enfrenta con ella. Es duro gestionar el
enfrentamiento con tu propia hija y la distancia emocional que ella
crea. Ver que se escapa su vida y que rechaza cualquier muestra de amor
por parte de su familia porque eso le genera más angustia", recalca.
"Las Lolitas de
toda la vida"
Además, Valeria
subraya "la falta de conciencia en la sociedad sobre la gravedad de este
tipo de delitos cuando la implicada es una menor de entre 14 a 16 años,
las lolitas de toda la vida. Aunque la ley ha elevado la edad del
consentimiento, nuestra sociedad no reprueba con la misma intensidad
este tipo de delitos, entendiendo que ya se pueden dar relaciones de
enamoramiento entre un adolescente y un adulto, especialmente o
exclusivamente si son hombres con niñas".
Una mentalidad que
en el caso de su hija "provocó cuando se pidieron las medidas cautelares
al interponer la querella, que el juez no considerase ni siquiera que
debía poner una orden de alejamiento, al declarar la niña que
todo había sido voluntario y que no tenía miedo. Por supuesto que en ese
momento los que teníamos miedo éramos su padre y yo".
Sea como sea, lo
que ahora Sol tiene claro es que va a apostar por ella. "Una de las
cosas más importantes en la vida es aprender a conocerse, escucharse y a
respetarse. En definitiva, a construir una autoestima sólida que dependa
únicamente de mí. Esto es una de mis prioridades día a día para ser
feliz y estar en paz conmigo misma".
Por eso, aunque
tiene "todos los sueños por cumplir", reconoce que el principal es "el
de contribuir en la medida de lo posible y de la forma que sea a que el
machismo y todo tipo de formas de opresión y discriminación
desaparezcan".
Para ella hacer esto es también "una manera de saldar la deuda histórica
con las mujeres que nos precedieron. Ellas lucharon, muchas veces a
costa de su propia vida, para asegurarnos a nosotras una vida mejor. Y
aunque ese avance es incuestionable, a día de hoy sigue habiendo
muchísima violencia que hay que erradicar. Creo que la única forma de
saldar esa deuda es seguir luchando, seguir siendo inconformistas y
teniendo claras nuestras metas. Nosotras no lo vamos a ver, pero
recuperando uno de los lemas del 8M que llevan nuestras abuelas:
Lo
que no tuve para mí, que sea para ellas", finaliza.