El País
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Siete religiosos españoles imputados en la gran causa de pederastia en Chile
El Papa abre un proceso penal en el Vaticano contra
los maristas chilenos, que desembolsaron partidas millonarias para silenciar
a sus víctimas
Rocío Montes
Santiago de Chile 15
ENE 2019

El Papa ayer, durante su encuentro con clérigos de
la Conferencia Episcopal de Chile. VATICAN MEDIA EFE
La Fiscalía chilena tiene a siete españolesimputados
por abusos y violación a menores en la mayor causa de pederastia que se
investiga dentro de la Iglesia chilena —la de los hermanos maristas—, un
proceso que está en el centro de las preocupaciones del Vaticano. El papa
Francisco ha ordenado abrir una “causa penal” ante la Congregación para la
Doctrina de la Fe en el Vaticano por inacción de la orden, que no ha
impuesto ninguna sanción desde que concluyó la primera parte de sus
indagaciones sobre las décadas de pederastia en su seno.
Los fiscales han determinado que los delitos de los
maristas en Chile se prolongaron al menos durante 50 años, entre 1967 y
2016, en diferentes establecimientos educacionales. En un país donde
actualmente existen 148 investigaciones vigentes por delitos sexuales
cometidos por integrantes de la Iglesia católica, con 202 personas
investigadas y 255 víctimas, la de los maristas es la de mayor amplitud: 25
imputados por abusos y violación —entre ellos los siete españoles— y al
menos una treintena de víctimas, casi todos varones que cursaban sus
primeros años de colegio.
Los obispos chilenos se reúnen con el Papa en
plena purga
Daniel Verdú, Roma
Los obispos chilenos, en plena purga por los
escándalos de abusos y encubrimientos que azotan la Iglesia de su país,
se reunieron ayer con el Papa en el Vaticano para tratar de acercar
posiciones. El Pontífice, profundamente decepcionado con la jerarquía
eclesial chilena, comenzó un proceso de limpieza sin precedentes
mediante el cual los obispos se vieron obligados a presentar su renuncia
en pleno. Hasta la fecha, Francisco ha aceptado las de siete obispos y
se ha expulsado del sacerdocio a dos exobispos y dos sacerdotes. Cinco
de los que todavía siguen en su puesto (Santiago Silva, presidente de la
CECh; René Rebolledo, vicepresidente; Fernando Ramos, secretario
general; cardenal Ricardo Ezzati y Juan Ignacio González) intentaron
convencer ayer al Papa de sus avances en la regeneración.
La audiencia, que fue solicitada por la
Conferencia Episcopal de Chile, se desarrolló en la biblioteca del
Palacio Apostólico vaticano. Según los obispos, fue el Papa quien les
invitó luego a almorzar y a seguir discutiendo en su residencia de la
Casa Santa Marta.
El secretario general de la CECh, Fernando Ramos,
ejerció como portavoz. “Fue un diálogo muy fraterno, muy fecundo y muy
interesante. Hicimos un repaso, junto con el Papa, de los
acontecimientos de importancia en la Iglesia chilena del último año.
Después le expusimos el camino que estamos siguiendo para este año y el
próximo de discernimiento eclesial, para concluir el año 2020 con una
asamblea eclesial. El Papa nos hizo varias sugerencias bastante
interesantes que notan una preocupación y un cariño muy grande por la
Iglesia chilena”, señaló.
El Ministerio Público tiene conocimiento al menos de
dos pagos que los maristas realizaron a cambio de silencio. En 2015, un
cheque por el equivalente a unos 65.000 euros.En 2017, 100.000 euros.
“Fuimos escogidos, marcados, atacados y luego,
esclavizados en el secreto y silencio”, relata el médico Jaime Concha, de 56
años,
que sufrió ataques sexuales reiterados desde que en 1973, a los 10 años,
ingresó para cursar el quinto curso de educación básica en el Instituto
Alonso de Ercilla de la capital chilena, de donde egresó en 1980. El primero
que abusó de él fue el hermano español José Monasterio, que en la época
tenía casi 70 años. Experto en caligrafía, se abalanzó sobre el niño en una
sala privada, donde supuestamente le enseñaría a dibujar letras góticas. Un
segundo abusador de Concha fue otro hermano español, Abel Pérez, actualmente
de 71 años, que lo violentó sexualmente durante años en la capilla, en una
oficina, en el sótano del gimnasio, en su habitación. Cuando Concha tenía 12
años, incluso, se aprovechó de que estaba enfermo y afiebrado en un
campamento de boy scout para abusar de él en su tienda de campaña.
“Es una organización criminal lo que hemos
denunciado”, señala el médico, en su piso de la ciudad de Viña del Mar.
Según Concha, era imposible que nadie se diera cuenta de lo que vivieron
durante décadas muchos estudiantes. “Uno de mis abusadores me llevaba a su
habitación, en el mismo colegio. Varias veces escuché que otros hermanos le
decían: ‘¿Para qué lo trajiste? Sabes que no puedes traerlo a esta hora’.
Eran como perros peleando por su presa”.
La Congregación de los Hermanos Maristas conocía hace
años de los abusos cometidos contra niños y adolescentes chilenos en cinco
de sus colegios ubicados en tres regiones del país, según sospechan los
fiscales que lideran la causa, Raúl Guzmán y Guillermo Adasme. Investigan
traslados y remociones a los religiosos en diferentes épocas supervisadas
por las altas autoridades de la institución, tanto dentro como fuera de
Chile, y el pago de dinero a cambio de silencio. Poco antes de morir de
cáncer en abril pasado, el marista español Mariano Varona, de 74 años, uno
de los líderes de la congregación en Chile, reconoció ante los fiscales los
dos pagos a víctimas diferentes. En ambas ocasiones, fueron abonados con
documentos formales de la congregación —cheques respaldados con escrituras
públicas y privadas—, con el objetivo de evitar posibles denuncias contra
Pérez y otro religioso español, Jesús Castañeda de la Viuda,
respectivamente. Fue recién en septiembre de 2017, ante la inminente visita
del papa Francisco a Chile en enero de 2018 —que se alojaría a metros de la
residencia de los maristas en Santiago de Chile, en el municipio de
Providencia—, que la congregación denunció a Pérez. Pero fue una denuncia
ambigua ante la Fiscalía, sin mayores detalles.

Jaime Concha, en sus años en el instituto, junto al
sacerdote español Germán Chaves, que fue uno de sus abusadores.SEBASTIÁN
UTRERAS
Pérez abusó de Gonzalo Dezerega, gerente de ventas,
de 53 años, cuando tenía 10 y cursaba quinto de básica en el Instituto
Alonso de Ercilla, en 1975. Aprovechando que el niño estaba llorando en el
patio, porque no había podido ingresar a los boys scout, lo llevó a
una capilla y lo tocó por primera vez. A los pocos días, lo invitó a visitar
a solas las dependencias de los boys scout del colegio. Fue una
escena de mayor violencia. “Me preguntó: ‘¿Te has masturbado alguna vez?’
Tenía 10 años y no sabía lo que era la masturbación. Apenas sabía que el
pene era para hacer pis. Se abalanza, me empieza a tocar, llevando mis manos
hacia sus genitales. Intento arrancar, pero la puerta estaba cerrada con
llave. Cuando me doy la vuelta, Pérez estaba de rodillas, rezando. Se pone
de pie, me mira y me dice: ‘Mira lo que me hiciste hacer. Hablé con Dios y
Dios te perdona. Lo que me hiciste hacer es un pecado’. Abrió la puerta y me
ordenó que no se lo contara a nadie”, relata Dezerega. A los pocos días se
produjo la violación en los camarines, recuerda la víctima. “Con mi pantalón
corto blanco de gimnasia en el suelo, lloraba mientras él nuevamente me
decía: ‘Mira lo que me hiciste hacer”.
En septiembre pasado, el sacerdote salesiano David
Albornoz terminó una extensa investigación eclesiática, de 489 páginas, con
decenas de testimonios de las víctimas de los maristas en Chile y las
versiones de los acusados. Desde que finalizó la primera etapa de esta
investigación previa, sin embargo, no se han aplicado sanciones, lo que
motivó que el propio Francisco decidiera la semana pasada enviar una fuerte
señal desde Roma y promover un “proceso penal” contra los maristas en Chile
ante la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Es una de las tantas
acciones que ha dado el Papa en una histórica limpieza de la Iglesia
chilena. Luego de su viaje al país en enero de 2018, los obispos tuvieron
que renunciar en masa y, desde entonces, el Papa ha cursado siete renuncias
de la jerarquía. Ordenó la visita de dos religiosos para investigar los
casos de abusos sexuales: el obispo de Malta, Charles Scicluna, y el
sacerdote español, Jordi Bertomeu. Tras maratónicas jornadas escuchando
decenas de testimonios, elaboraron un documento de 2.300 páginas —conocido
como informe Scicluna—, que terminó por convencerlo de la gravedad del caso
chileno y de la necesidad de que sus enviados viajaran por segunda vez. Pero
el Papa no le suelta la mano a Chile: este lunes se reunió durante una hora
en el Vaticano con una delegación de la Conferencia
Episcopal para abordar, justamente, las medidas que se han tomado ante
la avalancha de denuncias.
De los siete españoles imputados en la causa de los
maristas por violación y abusos a menores, Pérez es el único que ha sido
expulsado de la congregación: en junio pasado debió abandonar la residencia
de los religiosos en Providencia, donde permanece el resto de los hermanos
denunciados. Nacido en 1947 en Villabellaco de Santullán, Palencia, 16 de
sus víctimas han relatado los abusos ante la Fiscalía, que cometió el menos
entre 1970 y 2008 en el Instituto Alonso de Ercilla de Santiago y en el
Colegio Marista Marcelino Champagnat de La Pintana, un municipio humilde del
sur de la capital chilena. Es uno de los que mayor cantidad de víctimas
tiene entre las 202 personas investigadas por la Fiscalía chilena, pero la
cifra puede engrosarse. En su testimonio recogido en el informe del
sacerdote Albornoz, reconoció: “Respecto a niños y adolescentes que yo haya
tocado, pueden ser 20 o 30 entre todos los colegios donde estuve”.
Los otros seis españoles imputados por abusos y
violación en la causa contra los maristas en Chile son acusados por
exalumnos del Instituto Alonso de Ercilla, uno de los establecimientos de
mayor tradición de la capital chilena. A Jesús María Castañeda de la Viuda,
de 64 años, lo acusa una víctima por delitos que se habrían cometido en
2004. A Adolfo Fuentes Corral, de 75 años, lo acusan dos personas por
delitos cometidos en una fecha que el Ministerio Público no ha podido
precisar. A Jesús Trigero Juanes, de 73 años, se le investiga por un abuso
que se habría cometido en 2016, en un caso que, por lo reciente, tiene
especial relevancia para los persecutores. Clemente Cerezo Madrigal, de 70
años, está entre los imputados por abusos cometidos entre 1974 y 1976, según
la denuncia de una víctima. A Germán Chaves Alonso, de 77 años, lo acusa una
persona por hechos que se habrían producido en 1978. La Fiscalía investiga,
adicionalmente, la denuncia contra el marista español Monasterio, fallecido
en 1987 a los 76 años. Lo acusan por hechos que se habrían cometido en el
mismo Instituto Alonso de Ercilla entre 1974 y 1975 y, luego, entre 1976 y
1978.
La Fiscalía ha realizado múltiples allanamientos de
dependencias de la congregación y se prepara para cerrar la etapa de
investigación, porque aunque haya hechos antiguos, los persecutores chilenos
buscan romper las prescripciones al determinar que los delitos se siguieron
cometiendo a lo largo de los años por los mismos abusadores. “Se optó por
investigar absolutamente todo, atendiendo al mandato del Estado chileno de
escuchar y atender a las víctimas”, explica el fiscal Adasme. “Dentro del
primer trimestre de 2019 tomaremos decisiones procesales respecto de ciertos
hechos y ciertos imputados”, adelanta Guzmán, fiscal jefe de la zona sur de
Santiago.
Un día recordó que
nunca pudo escapar de aquella habitación
Eneas Espinoza, de 46 años, periodista chileno, radicado
en Buenos Aires, es otro de los exalumnos del Instituto Alonso de
Ercilla abusado por los maristas. Tenía apenas cinco años cuando sus
padres, de un barrio sencillo de la capital chilena, lo llevaron a hacer
una prueba de selección y el cura español Adolfo Fuentes lo llevó solo a
una sala: “No sé ni cómo ni por qué, pero terminé sentado sobre sus
rodillas. Mientras me hacía la prueba me acariciaba el pelo, el cuello.
Su mano pasaba por debajo de mi camiseta. Recuerdo cómo me olfateaba. Me
sentí incómodo, pero no dije nada a mis papás. Sabía que todo lo bueno
que me podía pasar en la vida pasaba por entrar a ese colegio”, señala
Espinoza por teléfono a EL PAÍS.
En primero de básica, recuerda, su educación estaba en
manos de unas estrictas mojas españolas —“unos verdaderos monstruos”—,
que los maltrataban física y psicológicamente: “Nos decían que éramos
una tropa de indios y que debíamos agradecerles a los españoles que
habían llegado para civilizarnos”. Fuentes entraba a la sala para sacar
a estudiantes, en grupo o en solitario, supuestamente para hacerles
controles de lecturas. "Pero cuando me sacaba solo, con la excusa de los
controles de lecturas, me llevaba a la oficina para abusar de mí",
recuerda Espinoza.
Por años solo recordó que Fuentes lo sacaba para hacerle
pruebas y una segunda escena: en una sala de los boys scout, en
las rodillas del mismo hermano, que lo tocaba entero y lo trataba de
besar, mientras él forcejeaba e intentaba escapar de una habitación sin
ventanas. "Mi recuerdo siempre se cortaba ahí: conmigo tratando de
escapar. Me repetía a mí mismo que me había escapado y que ahí había
terminado la historia. Pero hace cinco años, cuando mi mujer quedó
embarazada de nuestro segundo hijo y supe que sería un varón, recordé
que jamás me escapé de esa habitación. Que después de sujetarme me
obligó a darle sexo oral a los seis años y, luego, me llevó a un baño
para lavarme los dientes. Luego me devolvió a la sala con todos mis
compañeros. Limpiecito”.
No fue la única vez: los abusos de Fuentes se repitieron
por lo menos durante dos años, incluyo en un campamento de boys
scout. Al poco tiempo desapareció del colegio, aunque luego
regresó.
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