Un perturbador viaje al país de Nunca Jamás de la
pedofilia de Michael Jackson
El esperado y documental Leaving Neverland recoge los
testimonios de dos supuestas víctimas del difunto rey del pop y la narración
de las atrocidades cometidas, sobre todo, en su rancho Neverland
También señala a las familias que se dejaron agasajar
por la fama y el dinero del cantante sin proteger a niños que no alcanzaban
ni los diez años
Literalmente se los
llevaba al país de Nunca Jamás, pues así bautizó a su rancho
de retiro en Hollywood. Allí es donde Peter Pan acogía a los
bebés que se caían de sus cunas y a los que nadie reclamaba
en, al menos, siete días.
Los padres de los
niños que iban a Neverland también les dejaban caer de alguna
forma cegados por los encantos y la fama de Jackson. No se
oponían a que durmiesen en la misma cama que un adulto de 30
años ni se preocupaban cuando este cerraba la puerta con llave
para ver la televisión y comer palomitas. Michael Jackson solo
era el niño que no quería crecer. Por eso, cuando los chavales
alcanzaban la adolescencia, le dejaban de interesar y
revoloteaba por las ventanas para encontrar a un nuevo pequeño
amigo al que llevar a Nunca Jamás.
Dos de aquellos
niños fueron James Safechuck y Wade Robson, hoy adultos que
rozan la cuarentena y cuyos testimonios describen aquel lugar
de ensueño como una mansión de los horrores en la que el
cantante habría perpetrado todo tipo de barbaridades contra
varios menores de edad.
Es injusto decir
que Leaving Neverland se
enfrenta al mismo escrutinio público que los chicos que se
atrevieron a denunciar a Jackson en los años 90. El documental
dirigido por Dan Reed abre en canal una herida que se creía a
medio cicatrizar y echa sal sobre el legado de un hombre
muerto. Esto juega a su favor, en cuanto a que el tiempo quizá
haya mitigado la histeria de sus fans y permita mirar con
perspectiva unos actos que en su día solo fueron catalogados
de excéntricos, pero también en su contra.
Muchos le acusan de
linchar de forma gratuita a alguien que ya fue juzgado y
absuelto, y de hacer dinero saltándose la presunción de
inocencia con pértiga. La
familia Jackson pide 100 millones de dólares a HBO por eso
mismo, y porque sabe que su visionado no va a dejar
indiferente a nadie. "Difícil de ver, aún más duro de ignorar,
imposible de olvidar" es la reseña que la plataforma ha
reconvertido en su eslogan porque resulta ser totalmente
cierta.
Leaving Neverland deja la
pelota en el tejado del espectador. Podemos creer en la
verosimilitud de los argumentos que exculparon a Michael
Jackson en su día o en los testimonios – muy, muy explícitos-
de dos presuntas víctimas. No obstante, lo hace siendo
consciente de lo difícil que es desoír las aberraciones que en
él se cuentan.
¿Distan mucho de lo
que salió en la prensa en 1993? En absoluto. Lo que cambia es
que los episodios de sexo oral, frotamientos, penetraciones,
besos y extorsión son pronunciados en primera persona por dos
adultos que hace décadas declararon a favor del rey del pop.
El Disneylandia de los adultos ciegos
El documental
dedica una buena parte del metraje a explicar el contexto
familiar y social de James Safechuck y Wade Robson, importante
para comprender cómo fueron usados por sus propias familias
para acceder a un estilo de vida que de otra manera no habrían
podido ni soñar.
La familia Robson con Michael Jackson
El primero era el
típico crío de anuncio con rasgos dulces y enormes ojos
azules, que coincidió por primera vez con Michael Jackson en
un rodaje para Pepsi. Jackson se encariñó de él a finales de
los 80 y comenzó a invitarle a sus giras europeas, en las que
el pequeño Jimmy dormía en su suite y los padres en
habitaciones cada vez más alejadas. James tenía 10 años.
Michael, 32.
Más allá de los
supuestos abusos que allí ocurrían, el cantante generó una
relación de confianza basada en la desconfianza hacia sus
padres y, más concretamente, hacia su madre y las mujeres. Así
naturalizaba ciertas muestras inapropiadas de cariño, como
rascarse la palma de la mano como mensaje en clave de deseo
sexual, y le convencía de que nadie le querría como él.
Pero, sobre todo,
insistía en el ocultismo y en lo mucho que debían protegerse
contra quienes les iban a intentar separar. Fue entonces
cuando comenzaron los simulacros de vestirse a toda velocidad
por si alguien llamaba a la puerta sin previo aviso y las
coartadas compartidas.
Michael Jackson y James Safechuck, una de sus supuestas
víctimas
Los Safechuck
también fueron los primeros huéspedes del rancho de Neverland,
una versión privada de Disneylandia con atracciones, safaris,
restaurantes y castillos que hacían las delicias de padres e
hijos.
A ojos de los
adultos, Jackson era un niño de 9 años atrapado en el cascarón
de una estrella mundial que solo trataba de revivir una
infancia que nunca tuvo. La madre de Jimmy le llegó a ver como
un cómodo segundo hijo. Uno que les pagaba viajes en jet
privados, les iba a buscar en limusina, les presentaba a Sean
Connery, Steven Spielberg y George Lucas, y obsequiaba a su
hijo biológico con sobres rebosantes de billetes, juguetes y
joyas.
Mientras que su
madre bebía vino de una bodega inagotable de la casa de
invitados y se dejaba agasajar por los criados de Jackson,
James convivía con su presunto agresor en la mansión
principal. La mayor parte de sus recuerdos se corresponden con
el laberíntico plano de la residencia. Los armarios
escondidos, las escaleras de caracol, las salas ciegas, las
carreteras serpenteantes y las campanillas que prevenían de
los pasos extraños parecían diseñadas para enmascarar lo
prohibido.
Nada de eso fue
suficiente para alertar a los Safechuck ni tampoco a los
Robson, cuyo hijo pequeño Wade experimentó el mismo terror en
Neverland que James. Entonces, él tenía 7 años.
Michael Jackson y Wade Robson, una de sus supuestas
víctimas
Todo empezó cuando
Wade ganó un concurso de baile simulando a Michael Jackson en
Australia cuyo primer premio era conocer a su ídolo. Tras eso,
la historia se repitió: el cantante se ganó la ternura de la
madre y se acercó a Wade como maestro de cara a los adultos y
como amante de cara al niño. Hablaban entre cinco y seis horas
al teléfono y le mandaba escalofriantes faxes en los que le
refería como "my little one (pequeñito)"
y le repetía constantemente lo mucho que le quería.
Esos cientos de
mensajes cándidos redactados por un hombre de 33 años
resultaban "encantadores" para la madre de Wade, que no se lo
pensó dos veces y abandonó su vida en Australia solo porque
Michael quería a su hijo pequeño cerca de Los Angeles.
"No quiero entrar
en los detalles sexuales porque sé que esa conversación me va
a generar pesadillas", admite hoy en día la progenitora, que
convenció a Wade de mantenerse del lado del cantante cuando
salieron a la luz las primeras acusaciones de pederastia.
Wade y James han
tenido que lidiar con el fantasma del consentimiento y con el
amor tóxico que le profesaban a Michael Jackson para poner en
palabras su abuso. Ambos fueron presionados por él y por sus
familias para testificar en 2005 que Michael nunca le haría
daño a un niño y que ellos eran la muestra. Tanto ensayaron la
mentira, que se la creyeron hasta que ellos mismos fueron
padres. "Eso lo cambió todo. Sería capaz de matar si alguien
le hace a mi hija lo que yo viví", explica Robson con furia.
"Quiero ser capaz de contar la verdad tan alto como he tenido
que contar mentiras durante tanto tiempo".
Pero sus madres
llegaron tarde a esa verdad, a esa venganza y, sobre todo, a
las señales previas. En sus palabras, se dejaron cegar por la
fama y esa vida de ensueño a cambio de convertir a sus hijos
en juguetes que terminaron rotos. "Quizá le pueda perdonar en
algún momento si intento comprender que estaba enfermo, pero a
mí misma es otra cosa. No creo que pueda hacerlo jamás", dice
la señora Robson. La de Safenuck deja de lado hipótesis
médicas: "Fue pedofilia. La palabra lo dice todo".
Tras ver Leaving
Neverland, queda la incógnita de si los hechos que se
cuentan afectarán a uno de los legados más grandes de la
historia de la música. La certeza es otra: el mundo ha
asistido impasible a muchas excentricidades amparadas por la
fama y también es responsable de las historias de terror que
puedan esconder. Sean ciertas, o no.