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 Punto de FisiónDavid Torres
 Woody Allen desenfocado enero 22, 2018  A Woody Allen ha terminado por alcanzarlo la 
    maldición que lanzó sobre Robin Williams enDeconstructing Harry: haga 
    lo que haga, a partir de ahora, siempre aparecerá desenfocado. Una acusación 
    de pederastia repetida una y otra vez por su hija Dylan Farrow se lo ha 
    llevado por delante en medio de la campaña contra abusos sexuales desatada 
    por el caso Weinstein. Poco importa que en su día esa acusación fuese 
    desestimada por un juez tras una investigación que duró más de seis meses. 
    Varios especialistas del hospital de Yale-New Haven concluyeron que no había 
    pruebas de abusos físicos y que la conducta perturbada de Dylan, que 
    entonces contaba siete años, podía ser producto de una fantasía o de una 
    sugestión inducida por su madre, aunque lo más probable es que fuese una 
    combinación de ambas hipótesis. La denuncia contra Allen, quien jamás antes -ni 
    después- ha sido acusado de pedofilia o pederastia, tuvo lugar tras un 
    tormentoso divorcio en donde jugó un papel esencial Soon-Yi, la hija que 
    adoptó Mia Farrow junto a su anterior esposo, André Previn, y que, según 
    testimonio previo, inició la relación con su padrastro cuando ya era mayor 
    de edad. Entre las resonancias extrañas de este lío -dignas de una comedia 
    del propio Woody Allen- están, primero, el hecho de que la propia Mia Farrow 
    se casó por primera vez a los 21 años con un Frank Sinatra de 50 -una 
    diferencia de edad bastante similar a la del matrimonio entre Allen y Soon-Yi-; 
    y segundo, mucho más inquietante, la casualidad de que el hermano de Mia 
    Farrow, John Charles Villiers-Farrow, ha sido sentenciado a diez años de 
    prisión tras numerosas denuncias de abuso sexual a menores. Después de veintitantos años, después de que Dylan 
    volviera a reactivar su acusación varias veces, finalmente la indignación ha 
    alcanzado al mundillo de Hollywood, conmocionado por su silencio y su 
    indiferencia de décadas ante un depredador sexual tan notorio como Harvey 
    Weinstein. Han decidido creer en la memoria de una niña de siete años en 
    lugar de confiar en las conclusiones de una investigación oficial que se 
    decantó por una explicación más plausible: que esa niña fuese controlada y 
    manipulada por una madre celosa y traumatizada tras un doloroso divorcio. 
    Moses, hijo de Allen y de Farrow, que por aquel entonces contaba 15 años, es 
    el único de la familia que se ha puesto de parte de su padre. Decía Allen, 
    repitiendo un viejo tópico, que la comedia es tragedia más tiempo. Pero en 
    su caso el tiempo no ha quitado un ápice de horror a la tragedia, a lo mejor 
    porque nunca hubo ninguna. La historia recuerda enormemente no a una película de 
    Allen sino a La caza, aquel aterrador drama de Thomas Vintenberg 
    donde en una pequeña localidad danesa comienza un linchamiento público 
    contra el profesor de una guardería al que supone culpable de haber violado 
    a una de sus alumnas. Sin la menor evidencia, sin la menor prueba, contando 
    nada más que con el testimonio de una niña teledirigida por unos cuantos 
    adultos. Lo más ridículo de esta historia es la reacción furibunda de unos 
    cuantos actores escandalizados a toro pasado, no sólo cuando el crimen de 
    Allen -si es que realmente hubo crimen- sucedió ventitantos años atrás, sino 
    cuando Dylan lo publicó con todo lujo de detalles en 2014 en una carta 
    abierta en The New York Times. “Nunca volveré a trabajar con Woody Allen” dicen. O 
    peor todavía: “Si lo hubiera sabido”, cuando las acusaciones contra Allen 
    eran el pan nuestro de cada día en Hollywood. La oleada de este puritanismo 
    desenfocado y con retraso ha alcanzado también a buena parte de la 
    audiencia, que asegura que nunca volverá a ver una película del genio 
    neoyorquino. Allá ellos y su estricta moralidad, pero habrá que recordarles 
    que, mientras que a Allen le protege cuando menos el beneficio de la duda, 
    Caravaggio mató a un hombre, Villon a varios, Neruda violó a una criada y 
    abandonó a una hija enferma, Cervantes fue encarcelado por robo y Wilde por 
    sodomía. Por citar sólo cinco ejemplos de artistas fuera de la ley. El 
    término “fariseísmo” se queda muy corto para describir este hipócrita 
    rasgado de vestiduras, tan oportuno como para meter a Allen en el mismo saco 
    donde han acabado Harvey Weinstein, Kevin Spacey y otros canallas. Pero el 
    saco sigue abierto y, claro está, hay que aprovecharlo. |