LaProvincia-DiariodeLasPalmas

 

Los hijos de la ira

paco javier pérez montes de oca 25.10.2013 | 23:00

El maltrato a la infancia es un hecho probado en la historia de los pueblos y civilizaciones. En la antigua Esparta, por ejemplo, se arrojaba a los niños indeseados, o nacidos "con falta", en los barrancos del Tigesto. En la antigua Roma el paterfamilias tenía la potestad de desechar a los niños nacidos con limitaciones físicas y, sobre todo, a las niñas que resultaban ser un lastre para el rango o la herencia de títulos familiares. Tan aceptado y permitido estaba, en la antigüedad clásica, que el propio Platón aconsejaba en La República que los niños no queridos fueran arrojados en algún lugar secreto o desconocido. Sería para no verlos botados, como era habitual, en los muladares y estercoleros donde los recién nacidos eran arrojados vivos para ser comidos por las alimañas si antes no pasaba algún espabilado y se lo llevaba a su casa para criarlo como esclavo, venderlo luego al mejor postor o, en caso de las niñas, a los prostíbulos de barrio de Sibura o las escuelas de gladiadores. Con la Iglesia ya en lo alto del poder temporal, el papa Inocencio X, alarmado ante la cantidad de cadáveres de niños que flotaban en el Tíber, mandó a crear hospicios para que sus almas, a una edad tan temprana, se pudieran librar del limbo. El interés por la protección de la infancia aumentó con los ilustrados y los enciclopedistas franceses. Las obras de Rousseau y Dickens despertaron conciencias de gobernantes, educadores y miembros de todas las iglesias. Y así hasta que, a finales del siglo XIX y principios del XX, ideologías tan dispares como el Marxismo y la Iglesia, liderada por el papa León XIII, imprimieron drásticos cambios en beneficio de las clases desfavorecidas compuestas por campesinos y obreros de las grandes fábricas con sus respectivas familias cargadas de hijos, pasto y víctimas de otra clase de maltrato: la explotación en el trabajo infantil. Las ideas, en los inicios del siglo XX, de la autora sueca Ellen Kelly sobre la educación y los cuidados del niño tuvieron amplio eco e influencia en la sociedad europea de forma que se declaró al siglo XX como "el siglo del niño". Escritores españoles de la altura de Unamuno, Azorín o Valle Inclán trataron, en sus escritos, temas relacionados con el tiempo de la niñez. El interés por la protección de la infancia culminó con la declaración por parte de la Asamblea General de la ONU, el 20 de noviembre 1959, de los Derechos del Niño que obligaba a todas las naciones a dictar leyes protectoras a favor de la infancia. Pero no es la primera ni será la última ley o constitución que, en la cruda realidad, se convierte en papel mojado. Que se lo pregunten, si no, a los que, hasta no hace mucho tiempo, sufrieron en sus propias carnes e inocentes mentes la ira de los mayores, representantes de la autoridad paterna, familiar, educativa y eclesiástica. Ante un comportamiento inadecuado, por mínimo que fuera a la vista de los mayores, eran penados con una tollina a cintazos por el padre o se les quedaban marcas de carmín en las nalgas por los continuos alpargatazos de una madre airada. La escuela tampoco era un dechado de respeto y cariño a los más chicos, porque, entre otras máximas, todavía regía aquella de que "la letra con sangre entra". De esta guisa muchas aulas se convertían en una especial sala de torturas donde, mientras a uno se le penaba con amarrarle al banco la mano izquierda, para que escribiera, "como Dios manda", con la derecha, otro estaba de rodillas sobre un puñado de picón y otro mostraba su torpeza emulando, con unas grandes orejas colocadas a modo de sombrero, al manso pollino que jalaba, sin decir ni mu (claro, que no era una vaca), del carro de los plátanos y verduras.

Comportamientos estos que respondían a las teorías implícitas en el mundo educativo y social de entonces. No hay más que recordar que, en tiempos todavía recientes, dicha forma de pensar se traducía en máximas como: "con amor y terror castiga el padre al hijo más querido" o la, ya aludida, de "la letra con sangre entra" y la que permitía a los padres castigar a su antojo y libre albedrío de: "al árbol se le endereza cuando es chico" ,o, "quien no usa la vara odia a su hijo".

Después de los años setenta se creó un movimiento renovador a favor de los derechos de la Infancia que culminaron, ya en democracia, con nuevas leyes estatales y autonómicas destinadas a proteger los derechos del menor y la familia. Se estableció un día anual dedicado a la Infancia. Por lo que respecta a Canarias los sucesivos gobiernos han venido dictando leyes y desarrollando decretos en orden a mejorar las condiciones de vida de los menores, en general, y en especial de los que viven en familias desestructuradas o en conflicto social. Entre ellas la creación de la figura jurídica del Defensor del Menor o el Plan Integral del Menor de Canarias. Con todo, y al día de hoy, el cúmulo de disposiciones protectoras no acaba con el drama del maltrato en la infancia. En nuestra casuística particular nos hemos encontrado con una madre atribulada que viene a una entrevista, en una institución pública, a denunciar que ella y sus hijos sufren de continuos maltratos por parte de su marido. Cuando se le cita a este y se le pregunta por los hechos denunciados por su mujer, no solo no lo niega, sino que con el mayor de los desparpajos responde: "Yo castigo a mi mujer y mis hijos, lo normal. Ni más ni menos que otros. Usted sabe que, a veces, la mujer y los chiquillos envenenan a uno..."

Fiel reflejo de que todavía existen capas de población donde se asume que el castigo es un modo de corrección "eficiente" para corregir a los niños y "meter en vereda" a "cierta clase" de mujeres. Esto, independientemente que en el expediente de dicha familia, constaran los informes que la catalogaban como "familia desestructurada". Ya se sabe, historias de alcoholismo en el padre, abandono, malos tratos, etc, y la consiguiente propuesta de desamparo y puesta de los niños al cuidado de la entidad pública. Porque existen informes de centros públicos de servicios sociales y consultas privadas en los que se informa que el maltrato no es privativo de familias socialmente desestructuradas o en conflicto social. También se da en familias de clase media y alta, solo que, en estas no se denuncian o permanecen ocultas bajo el manto de un secreto bien guardado de apariencias, chantaje económico o temor a perder una posición de privilegio. Como medidas, además del tratamiento psicológico y pediátrico a los menores objetos de maltrato, se proponen mayor información, denuncia a las entidades públicas, juzgados y policía y programas de tratamiento y prevención, tanto a las víctimas como a los maltratadores.

La OMS informa que un 20% de las mujeres de la población mundial y entre un 5 y un 10% de los hombres manifiesta haber sufrido abuso sexual en la infancia. Por lo que respecta al maltrato físico, manifiestan haberlo sufrido entre un 25 y 50% de ambos sexos. Según informan diferentes organizaciones no gubernamentales los casos de maltrato infantil han aumentado, entre un 14 y 24%, durante el año 2012 respecto al periodo anterior. Se aducen razones sociales y económicas provenientes de la crisis económica, el paro crónico o la escasez de recursos de las instituciones públicas a la prevención de maltrato infantil con el consiguiente estrés familiar y social que ello provoca.

De otra parte Cáritas, en su informe anual, habla de un aumento de la pobreza en la población que, a su vez, provoca que haya más familias y menores expuestos a la exclusión social. En concreto se da la cifra de un aumento del 14% de niños que no ven satisfechas sus necesidades básicas. Hay quien lo considera, y con razón, un tipo de maltrato infantil. En este caso propio del llamado exo-sistema al que pertenece el maltrato institucional. Mientras, informa Cáritas, aumenta en un 18% el número de ricos. Esto último corresponde analizarlo al mundo de la Ética. Y la codicia humana no se trata en los divanes de psiquíatras y psicólogos sino en las instancias donde se encuentran los responsables de dictar leyes y repartir la renta.