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Niños víctimas de agresión
admin | 04/06/2003
El 19 de agosto de 1982 la Asamblea General de las Naciones Unidas
decidió conmemorar el 4 de junio de cada año el Día Internacional de
los Niños Víctimas Inocentes de la Agresión. Tal resolución se tomó
ante la consternación producida por la gran cantidad de niños
palestinos y libaneses víctimas de los actos de agresión de Israel.
Rememorar su origen no debe servir para reivindicar a un grupo
concreto de maltratados (también los menores israelíes lo han sido
por parte de terroristas palestinos), sino para aprovechar el día
para denunciar el sufrimiento de todos los niños del mundo que
padecen cualquier tipo de violencia.
Cuesta retener las lágrimas al evocar las imágenes recientes de los
inocentes muertos o mutilados en Iraq, las más antiguas de niñitas
chinas maltratadas en orfanatos, la de adolescentes guerrilleros en
Colombia o la contemplada hace algunas semanas en un parque de
Madrid de un pequeño de no más de 10 años colocándose con
disolvente. Son instantáneas que nos recuerdan que la injusticia
alcanza también a los más desprotegidos y que lo hace en todos los
rincones del mundo, incluida la vuelta de la esquina. Los ataques a
los derechos de la infancia se producen tanto en los países que se
encuentran en guerra como en paz, en los ricos como en los pobres,
entre las clases acomodadas y en las más humildes… La infamia, por
desgracia, se ceba fácilmente con los más indefensos.
Según el Centro Internacional de la Infancia de París, se entiende
por maltrato infantil: “cualquier acto por acción u omisión
realizado por individuos, por instituciones o por la sociedad en su
conjunto, y todos los estados derivados de estos actos o de su
ausencia que priven a los niños de su libertad o de sus derechos
correspondientes y/o que dificulten su óptimo desarrollo.”
Teniendo en cuenta el proceso de globalización y la definición
señalada, parece evidente que la sociedad mundial en su conjunto es
responsable, somos responsables, tanto por acción como por omisión,
del abandono de la infancia y de su maltrato. De hecho, permite que
unos mil cincuenta millones de niños y niñas del mundo vivan en
medio de una pobreza terrible, que ciento cincuenta millones se
encuentren desnutridos, que ciento veinte millones nunca acudan a la
escuela, que once millones mueran todos los años debido a causas
evitables, por no recordar a los trescientos mil menores de quince
años que combaten en conflictos armados, a los alrededor de
setecientos mil que junto a mujeres son vendidos, o a los
veinticinco millones que se quedarán huérfanos por culpa del SIDA.
Lejos de aunar esfuerzos por solucionar tales situaciones, lo cierto
es que según señalaba el ocho de mayo Carol Bellamy, directora
ejecutiva de UNICEF, apenas la mitad de los gobiernos del mundo han
puesto en práctica medidas para establecer un plan de acción de
protección de la infancia, a pesar de que se comprometieron con
hacerlo el año pasado. Es más, los Estados Unidos, el país
abanderado de la lucha contra el eje del mal, ni siquiera ha
ratificado la Convención sobre Derechos del Niño, que prohíbe la
pena de muerte a menores de 18 años.
Cuesta trabajo aceptar que en nuestro propio país el maltrato sea la
segunda causa de muerte en los primeros cinco años de vida o que
según la asociación PRODENI más de cien mil niños los sufran. Si
aceptamos que sólo se detecta el diez por ciento de los casos, el
número de maltratados resulta lo suficientemente escandaloso como
para tomar medidas urgentes. Se habla, por ejemplo, de que el quince
por ciento de los niños y el veintidós por ciento de las niñas han
sufrido algún tipo de abuso sexual, y poco se está haciendo para
educar a los menores en el uso de Internet o para protegerlos de los
ataques de los pederastas, que han encontrado en la red una nueva
manera de agresión.
Los malos tratos físicos o psicológicos, los abandonos físicos o
emocionales, los abusos sexuales o los malos tratos institucionales
son formas silenciosas de agresión que sufren a diario los niños de
todo el mundo, sin que pongamos remedio. Baste señalar que en la
Unión Europea, según datos de Save the Children, la media del dinero
que se destina anualmente a la infancia supone solamente el 0,0025
de su presupuesto total.
Eso sí, nos escandalizamos cuando los periódicos nos revuelven el
desayuno o las televisiones nos amargan la sobremesa con imágenes
crueles de niños reventados por las bombas de la guerra o de los
terroristas. Razón tenía Quevedo cuando decía que la calle mayor del
mundo es la de la Hipocresía.
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