La Fiscalía General del Estado
lamenta la falta de políticas para enfrentar esta lacra
Los expertos alertan del cambio
en el perfil del joven agresor
Camilo S. Baquero Barcelona
1 OCT 2014
La
violencia de género y el maltrato infantil tardaron mucho en
entrar en las agenda mediática y política española. Y costó aún
más cambiar comportamientos que la cultura daba por correctos.
Ahora el velo ha caído, aunque todavía haya mujeres que mueren a
manos de sus parejas o niños que reciben castigos físicos
excesivos. Sin embargo, otra violencia dentro del hogar sigue en
el armario: hijos que agreden física o psicológicamente a sus
padres o abuelos, llamada filioparental. Los datos oficiales
muestran que el año pasado se abrieron 4.659 expedientes por
estos delitos, el 15,8% del total de los casos donde están
involucrados menores.
Francisco Romero, del equipto técnico de la Fiscalía de Menores
de Barcelona, explica que solo desde 2011 se segregan las cifras
de violencia filio parental dentro de los delitos cometidos por
menores. Antes se juntaban con los de violencia de género. La
memoria de la Fiscalía General del Estado demuestra que se trata
de una problemática que se ha mantenido muy estable, a falta de
una serie histórica más larga. En 2011 se registraron 5.377
expedientes (18.15% del total); en 2012 fueron 4.936 (16,6%) y
el año pasado, se redujeron ligeramente hasta las 4.659
procedimientos. Romero asegura que un 7% de las familias
españolas pueden sufrir este problema.
“Denunciar a un hijo no es fácil. A esta violencia la llamo la
patología del amor. Los padres siempre tienen en mente qué
implicaciones jurídicas tiene tirar adelante un proceso”,
asegura Jordi Royo, director clínico de Amalgama 7, una entidad
catalana que se dedica a la atención terapéutica de de jóvenes y
sus familias. “Los padres sienten que tienen que justificarse,
que son juzgados porque recogen lo que han cultivado. Hasta han
de explicar que quieren a sus hijos”, asegura José Luís Sancho,
director técnico del Programa Recurra-Ginso de Madrid, que
trabaja con menores en conflicto social.
Como
en el caso de la violencia machista, ambas partes tienden a
relativizar las agresiones. “Nos encontramos con familias que
dicen que no ocurre nada. Y comenzamos con un cuestionario: ¿te
da miedo decirle cosas a tu hijo?, ¿te humilla?, ¿rompe
objetos?”, explica Royo. La violencia física no es el primer
paso, explican los expertos. “Pueden pasar largos años de
sufrimiento, usualmente en solitario, antes de que se lleguen a
estos extremos”, explica Sancho. La Fiscalía General asegura que
no es infrecuente que los progenitores acudan a la justicia
derivados por los Servicios Sociales y que, en algunos casos,
“los problemas de convivencia son referidos a menores de menos
de 14 años”, dice la memoria anual de la institución.
En un 70% de los casos los agresores son
chicos. Sin embargo, ellas suelen comenzar antes, de una manera
más psicológica. Allí por ejemplo se inscriben comportamientos
anoréxicos o de consumo de drogas. “Se agreden a ellas mismas,
para así hacer daño a lo que sus padres quieren. El absentismo
escolar es una manera de agresión”, asegura Sancho. El perfil,
alerta Royo, ha ido cambiando y se extiende a familias de clase
media y media alta. En seis de cada diez casos uno de los padres
tiene estudios universitarios. La tendencia mayoritaria es que
los jóvenes agredan a las madres y a las abuelas y hay más
incidencia en familias monoparentales.
“La ausencia de normas o las familias
sobreprotectoras también son propensas a generar el Síndrome del
Emperador, en el que los menores tienen a sus padres como
sirvientes”, dicen los expertos, que también critican “cierto
enaltecimiento de la violencia en los medios de comunicación”.
Tanto la Sociedad Española para el
Estudio de la Violencia Filioparental como la Fiscalía General
del estado coinciden en “ la insuficiencia de políticas y
prácticas preventivas de refuerzo a las habilidades parentales”,
según la memoria del Ministerio Público. “Faltan protocolos
oficiales como sí existen con la violencia de género. Y la
respuesta no puede ser solo jurídica”, pide Romero.
“Tienes que desculpabilizarte”
J.M., su pareja y los dos pequeños eran
la familia tradicional de Sant Cugat del Vallès (Barcelona),
una de las poblaciones con mejor calidad de vida de España. Él
tenía 48 años cuando su hijo, de 7 años, comenzó a tener
problemas en el colegio. El caso del típico niño rebelde
terminó en un largo recorrido por especialistas y psicólogos.
Y un diagnóstico: déficit de atención. La medicación que se
recomendó empeoró las cosas. Seis años más tarde, el menor era
expulsado del colegio. El abuso de alcohol y marihuana
aumentaba su agresividad.
“Inicialemente eran gritos, puñetazos
en la puerta, quebraba cristales. Hasta que llegaron los
empujones y algunas agresiones. Una línea que ya no podíamos
tolerar”, explica J.M. Interpusieron dos denuncias contra su
hijo, a los 14 y a los 16 años. El juez internó al menor en un
centro. “Siempre fuimos unos padres exigentes. Teníamos una
gran sensación de culpabilidad, nos preguntábamos qué habíamos
hecho mal, porque nuestro otro hijo no era agresivo. Aquí fue
básico recurrir a la ayuda terapéutica, encontrarte con otros
padres en situaciones similares, no quedarte en el silencio”,
explica el hombre, que prefiere el anonimato.
Tomar la decisión de llevar a un hijo a
los tribunales, especialmente cuando había una patología de
por medio fue muy complicada. “Primero tienes que
desculpabilizarte. Además del problema de la familia, la
relación con mi mujer estaba muy afectada. Aquí el apoyo en
otras personas fue básico”, agrega J.M.
En
varias ocasiones tuvieron que pedir la intervención de los
Mossos d'Esquadra, que, según J.M., fueron bastante
comprensivos y dispuestos a ayudar con el tema. “En los
juzgados sí encontramos más problemas. Todos los procesos son
más farragosos y depende mucho de las personas que te
encuentres, Te gustaría sentirte más arropado en un momento
como ese”, explica este padre de familia. “Es clave no
quedarse callado. Insisto, ante esto tienes que
desculpabilizarte”, finaliza.