Agustín
Fernández Paz: El escritor que ocultaba objetos peligrosos en
los colegios
ANÍBAL MALVAR, 12.07.2016
Dentro de algunos años, si el ser humano
no sigue involucionando como hasta ahora, supongo que se
recordará a Agustín Fernández Paz no solo como escritor, sino
como teórico de la futura invasión brutal de la literatura, del
cómic, del cine, del arte, de los fantasmas, del espíritu
crítico, y de muchas más sutilezas que faltan... en las
escuelas.
Fernández Paz lo que hacía no eran
relatos o novelas para público infantil o juvenil, como sugieren
sus urgentes biógrafos, sino sutiles bombas implosivas para
activar en los colegios. Su plan era introducir entre las
lecturas del colegio una diversión de apariencia extremadamente
inocente (un libro infantil), pero muy consciente de que
cualquier libro tiene la obligación de convertirse, si está bien
currado, en un objeto muy peligroso. Su cita favorita era de
Joles Sennell: “Literatura infantil es aquella que también
pueden leer los niños”. Ya es curioso que tu cita favorita haya
sido difundida bajo pseudónimo.
Escribió una serie de ensayos sobre el
asunto. Sobre un tema que no suele ser muy de debate en los
ministerios: cómo seducir el afán de cultura de los niños desde
las aulas. Cómo meterles buen cine, buen arte, buena literatura.
Sus conclusiones no eran idealistas ni agoreras, como las que
acostumbramos a escuchar. Estaba convencido de que el arte de
calidad puede competir con la basura mediática si logra crear
poderosos canales de distribución. Y eso empieza por crear buen
arte, arte exigente, que seduzca al público infantil y juvenil,
que lo enganche, que lo integre en la célula letraherida con un
cinturón de libros explosivos alrededor del ombligo de los que
nunca se podrá deshacer.
El
trabajo se hace más difícil y necesita más investigación cuanto
más joven es el lector al que te diriges, solía decir más o
menos con estas palabras
Fernández Paz, que era profesor, empezó a
escribir relatos para impartir sus propias clases, para hacerlas
divertidas. Después, cuando la democracia hace regresar a
Galicia la enseñanza oficial del gallego en las escuelas,
escribe libros de texto: textos literarios en los que se trabaja
un campo semántico, una fauna, una flora, redacciones de
chaparse, en resumen, que Fernández Paz tunea introduciendo una
leve trama, un conflicto que intrigue al niño, un cuento.
Fernández Paz estudiaba al niño y al joven para concretar qué
daños o placeres le podía causar con la palabras, con qué podría
captar su atención. Era un escritor sociólogo que hasta se
estudiaba las estadísticas sobre gustos, inquietudes,
preocupaciones de la gente joven antes de sentarse a escribir.
Los libros de ficción de Fernández Paz,
en el fondo, querían ser una lección empírica de cómo fabricar
libros escolares. El libro escolar ideal: el que capte la
narrativa joven, intrigue, despiste, inquiete, y le meta tres o
cuatro dosis de datos que de otra forma habría que memorizar.
Raymond Chandler estaba obsesionado en
conseguir que la novela negra, el pulp, adquiriera categoría de
gran literatura, y no solo de pasatiempo enmohecido. Agustín
Fernández Paz fue el Chandler de la literatura infantil y
juvenil gallega. La quiso dignificar. Borrarle la etiqueta de
subliteratura. Su trabajo como asesor y editor en Xerais durante
muchos años también fue en esa línea.
Agustín Fernández Paz vendió muchísimos
libros, recibió premios como el Nacional, y fue traducido a
idiomas muy remotos. Pero siempre andaba desconfiando de la
exactitud de su literatura y reescribía muchas veces antes de
cada reedición, disparatando así a los impresores.
Él decía muchas veces (otras veces decía
algún otro) que para él el libro más especial que había escrito,
de entre unos cincuenta, era Contos por palabras (Cuentos por
palabras). Cada relato está basado en un anuncio breve de
periódico. Hay uno sobre los niños usados por sus padres para
spots de televisión que en 14 páginas de letra gorda habla de
explotación infantil, de estupideces generacionales, de invasión
de márketing bubónico, de un hogar hule y rancio, de desafecto,
de rutina y de un cómic. Y es un cuento infantil tan bien
tramado que “también lo pueden leer los niños”. El trabajo se
hace más difícil y necesita más investigación cuanto más joven
es el lector al que te diriges, solía decir más o menos con
estas palabras.
“Los libros que me interesan son aquellos
que, aunque sean para los más pequeños, los puedo leer sin tener
que olvidarme de que soy un adulto”, dijo Agustín Fernández Paz
en una entrevista. Uno de sus relatos más leídos, "La playa de
la esperanza" ("A praia da esperanza"), termina con la muerte de
la sirena Sunia por culpa del Prestige. La actualidad estaba
siempre en su narrativa.
Hacía calor el último atardecer en que vi
a Agustín Fernández Paz. Fue en el puerto de Vigo, hace ya
algunos años. Y nos cabreamos un poco por no coincidir en el
mismo barco. Sé que no tiene demasiado interés, porque en los
puertos se escucha mucho decir adiós. Pero me apetecía contarlo.