06/11/2014
Vicenç Navarro
Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y
Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
Una de las
noticias más importantes que se han publicado estos días es que la
pobreza entre los niños en España está creciendo a un ritmo alarmante.
Nunca antes, durante el periodo que se define como democrático,
habíamos visto un crecimiento tan notable de la pobreza infantil. Las
consecuencias de esta situación son enormes, y pueden resumirse en
tres. Una es que la pobreza causa un menor desarrollo intelectual y
educacional del infante. La evidencia de que ello es así es
contundente. Los niños pobres acuden a la escuela con menor frecuencia
y su desarrollo educacional es menor que el de los niños no pobres.
Los niños pobres suspenden asignaturas más frecuentemente que los
niños no pobres. En EEUU, por ejemplo, los primeros suspenden dos
veces más que los segundos, y abandonan el sistema escolar dos veces
más y a menor edad que los no pobres. Por cada año que un niño se
mantiene en la pobreza, aumentan las posibilidades de que se estanque
en el sistema escolar. Es decir, que a mayor el periodo del niño en
pobreza, mayor es la posibilidad de que esté en la categoría de
fracaso escolar. Y la situación es todavía peor, pues cuanto menor sea
la edad del niño pobre, mayor es la probabilidad de fracaso escolar.
La pobreza en la niñez tiene unas consecuencias educativas mucho
peores que la pobreza en la adolescencia.
Hay que saber,
pues, que la pobreza entre los niños significa un retraso educacional
de un porcentaje elevado (más del 20%) de la población, situación
trágica y de consecuencias muy negativas para el desarrollo, no solo
económico, sino –y sobre todo- político y social del país. Permitir la
continuidad de esta situación (que, como veremos, es totalmente
prevenible) es de una enorme gravedad, pues afecta a la calidad de
vida y bienestar no solo de la población pobre, sino de toda la
población del país, afectando muy negativamente su desarrollo social,
cultural y económico.
Los costes en salud y
bienestar derivados de la pobreza infantil
La pobreza
infantil tiene también un impacto negativo sobre la salud de la
población afectada. Las consecuencias más visibles e inmediatas son la
malnutrición y las enfermedades causadas por condiciones ambientales y
de vivienda, con una escasa protección frente a las inclemencias
climáticas (la ausencia de calefacción en invierno es la más común) y
una baja resistencia a la enfermedad, consecuencia de la baja
inmunidad resultado de la limitada protección y prevención, incluyendo
inmunizaciones y vacunaciones. Parte de la menor participación escolar
de los niños pobres se debe, precisamente, a estas situaciones.
Los niños pobres
tienen más enfermedades que los niños no pobres. De nuevo, la
evidencia de ello es abrumadora. Análisis de la dieta diaria muestran
consistentemente que los niños pobres tienen una dieta más
insuficiente que los niños no pobres. Los elementos clave de esta
situación tienen un claro impacto en la capacidad intelectual (y, por
lo tanto, educativa) de los niños pobres. Su menor atención en las
aulas escolares radica, en gran parte, en temas nutricionales y
emotivos relacionados con la pobreza. En realidad, darse cuenta de
este hecho forzó al gobierno federal de EEUU a establecer un derecho a
la nutrición en aquel país, de manera que todo niño pobre (en
realidad, cualquier pobre) tiene el derecho a un alimento digno (el
famoso Food Stamp Program, que un gran número de políticos del
Partido Republicano quiere disminuir o eliminar). Otro problema grave
de salud derivado de las condiciones ambientales es la intoxicación de
plomo, que los niños absorben de las pinturas secas que contienen este
mineral, y que abundan en su entorno. Esta intoxicación afecta al
sistema nervioso, con resultados negativos en la capacidad intelectual
de la persona.
Problemas psicológicos
y sociales derivados de la pobreza infantil
Otra consecuencia negativa de la
pobreza infantil es en la salud mental de las personas afectadas. De
nuevo, la evidencia es robusta. Los niños pobres tienen menos
seguridad en sí mismos y sufren depresión con mayor frecuencia que los
niños no pobres. Tienen más ansiedad y mayor inestabilidad emocional,
con una mayor probabilidad de embarazos durante la adolescencia en el
caso de las niñas, y una mayor disfuncionalidad en su relación con
otras personas de su edad y otras edades.
Ni que decir tiene que cada una
de estas consecuencias puede revertirse, bien con atención a las
poblaciones pobres y vulnerables, bien a través de medidas que
faciliten su salida de la pobreza. El enorme problema social hoy en
España (incluyendo Catalunya) es que no se proveen las atenciones
personales en cantidades suficientes para paliar el daño ni tampoco se
están tomando las medidas para permitir que estos niños salgan de la
pobreza. En realidad, se están tomando medidas que incrementan dicha
pobreza.
Causas de la pobreza
infantil
Antes de iniciar esta reflexión
se requieren dos observaciones. Una es que la situación económica de
los niños depende en gran medida de la situación económica de sus
padres. En general, no hay niños pobres de padres que no lo sean. De
ahí que para analizar la pobreza de los niños haya que analizar la
pobreza de sus padres. Esta obviedad queda olvidada en un gran número
de estudios.
Y la principal causa de pobreza
en la gran mayoría de las familias pobres es la escasez de recursos,
consecuencia de su situación en el mundo del trabajo y en el mercado
laboral. No es casualidad que los países del sur de Europa, que tienen
mercados de trabajo muy deteriorados, con un elevado desempleo y un
empleo precario, tengan también una elevada pobreza. Lo primero lleva
a lo segundo. De ahí que una de las principales causas del crecimiento
de la pobreza haya sido las reformas laborales, que tenían como
objetivo, precisamente, disminuir los salarios y aumentar la
precariedad. La consecuencia de ello ha sido el aumento de la pobreza,
incluyendo la infantil. El coste de este aumento de la pobreza para el
bienestar de toda la población es enorme. Se puede calcular que la
consecuencia del incremento de la pobreza infantil es una reducción de
nada menos que del 3% del PIB, una pobreza que afecta a los sectores
más vulnerables de la población trabajadora. La pobreza de los niños,
por cierto, es un ataque frontal a las pensiones de un país, pues
indica una enorme infrautilización de los recursos de este.
La pobreza del Estado
del Bienestar español
La segunda causa de la pobreza,
que complementa la anterior, es la gran pobreza del Estado del
Bienestar español, tanto en las transferencias públicas –incluyendo
las transferencias públicas a las familias españolas- como en los
servicios públicos, como escuelas de infancia, servicios domiciliarios
a las personas discapacitadas, servicios sociales, vivienda social,
programas de prevención de la exclusión social, seguro de desempleo,
programas de integración en el mercado laboral o programas de
formación, entre otros. En cada uno de estos servicios, España
(incluyendo Catalunya) tiene uno de los gastos públicos sociales por
habitante más bajos de la Unión Europea de los Quince (UE-15), muy por
detrás del promedio. Estos servicios ayudan a las familias (y cuando
decimos familias queremos decir mujeres) a poder compaginar sus
labores familiares con su proyecto profesional. Esta dificultad para
integrarse en el mercado de trabajo –que afecta sobre todo a los
jóvenes y a las mujeres- es otra causa mayor de la pobreza de los
padres y, por lo tanto, de las familias.
Dicha pobreza del Estado del
Bienestar es, a la vez, una de las causas de la escasa creación de
empleo en España. Este país tiene solo un adulto de cada diez
trabajando en los servicios públicos del Estado del Bienestar. Si
tuviera alrededor de uno de cada cuatro, como es el caso en Suecia,
España tendría unos 3,5 millones más de puestos de trabajo, con lo
cual conseguiríamos eliminar una parte significativa del desempleo y
estaríamos en camino de reducir considerablemente la pobreza. Ni que
decir tiene que el incremento del salario mínimo, de los más bajos de
la UE-15, incrementaría los salarios y disminuiría la pobreza de los
padres.
Una medida muy importante para
disminuir la pobreza infantil es el permiso de paternidad y de
maternidad. En Suecia, el padre o la madre puede tomarse un año de
permiso para atender a un infante, cobrando el 80% de su salario. En
EEUU se ha calculado que este programa, que costaría el 2% del PIB,
quedaría compensado con el declive de la pobreza que causaría. En un
estudio reciente que analizó el impacto del permiso de paternidad y
maternidad en la pobreza infantil (citado por Steven Pressman y Robert
H. Scott “Paid Parental Leave and America’s Youngest Poor”, en
Challenge, Sept/Oct 2014), se vio (en Australia, Noruega, Suecia y
Finlandia) que la existencia y el grado de intensidad de este derecho
podría disminuir la pobreza infantil casi un 50%. De nuevo, los países
del sur de Europa tienen este derecho muy poco desarrollado, con
periodos reducidos y una escasa estabilidad e intensidad del
beneficio.
Una última observación
En España las
izquierdas han hecho gran hincapié en establecer la renta básica como
una manera de resolver o mejorar la pobreza, lo cual me parece bien.
Aplaudo y apoyo el desarrollo de la Renta Básica (entendida como tal,
y tal como se hace en el País Vasco, programa distinto a lo que se
llama salario ciudadano). Ahora bien, garantizar una renta mínima de
inserción al ciudadano le ayudará, pero no eliminará la pobreza, pues
la renta básica, a fin de ser aceptada por la población, implica una
cantidad relativamente menor, que será insuficiente para eliminar la
pobreza (aunque sí que la reducirá, y muy en particular la pobreza
extrema). Lo que se requiere es, como han hecho los países que han
alcanzado una mayor reducción de la pobreza, garantizar el pleno
empleo, con salarios altos y con políticas activas de integración en
el mercado de trabajo, reduciendo el tiempo de trabajo y facilitando
la creación de empleo. Y para aquellas personas que no puedan
trabajar, éstas deberían recibir un dinero que les asegure unos
ingresos por encima del nivel de pobreza, con unas cantidades mayores
que la renta proveída en los programas de renta mínima de inserción.
Hay que recuperar el valor e importancia de creación de buen empleo
como una responsabilidad pública, junto con transferencias públicas a
las familias, mucho más elevadas que las que hoy se consideran en los
programas de renta mínima. Solo así desaparecerá la pobreza infantil.