http://www.eldiario.es/sociedad/Desahucios-infancia-PAH_0_597740614.html
"Mamá, ya sé lo que nos pasa. Sé que nos quieren quitar la casa"
Daniel tiene siete años y
sabe lo que es un desahucio. Su familia debe 230.000 euros al banco por una casa
que compraron en 2007 y no pagan desde 2015
Las familias con la casa en
riesgo recurren al "pacto de silencio": no cuento y no preguntas, según un
estudio de la PAH
Los datos oficiales no
informan sobre la composición de los hogares, por lo que no conoce cuántos
menores pasan por un trance que vulnera sus derechos
Sofía Pérez Mendoza
06/01/2017
Damaris con sus hijos
Daniel, de siete años, y Samuel, de tres. / Marta Jara
Daniel tenía entonces seis
años y veía lo que pasaba en casa. Ni él ni su hermano Samuel, de tres, pueden
ir nunca a comer una hamburguesa fuera ni al cine. Cuando tiene el cumpleaños de
algún amigo del cole, mamá se agobia y a veces no van. Muchos días comen y cenan
en casa de los abuelos y el cartero trajo un día un papel, y mamá ya no pudo
terminar de comer lo que tenía en el plato.
No entiende
qué es un burofax ni una subasta, pero sí ha aprendido lo que significa la
palabra desahucio. Daniel participó el año pasado en un taller coordinado
por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) que reunió a niños y
niñas de su edad y sus circunstancias.
Hablaron de
lo que les pasaba a través de dinámicas dirigidas por expertos que
elaboraron después un
estudio –Te
quedarás en la oscuridad: desahucios, familias e infancia desde un enfoque
de derechos –, el primero en España sobre cómo afecta a los menores la
amenaza de perder su casa. El apoyo mutuo, concluye la investigación,
funciona con niños y niñas igual de bien que con adultos en un proceso que
"vulnera" sus derechos como menores.
Pese a que
Unicef estima que el 70% de los desahucios en España repercuten en hogares
con niños y niñas, solo había un
estudio menor sobre la
cuestión, centrado en procesos en Guipúzcoa. La investigación de la PAH, en
colaboración con Enclave de Evaluación y Criteria, se basa en las
experiencias de una decena de familias en Madrid recogidas a través de
entrevistas, cuestionarios y talleres con los adultos y dinámicas grupales
con los menores.
No hablar para protegerse
Es
imposible conocer cuántos niños y niñas han pasado o pasan por este trance
vital porque los datos oficiales no aportan ninguna información sobre la
composición de las familias afectadas. Y eso que hay tres fuentes de cifras:
el Instituto Nacional de Estadística, el Consejo General del Poder Judicial
y el Banco de España, aunque este último ya ha dejado de actualizar sus
números.
Según unos
datos parciales recabados por la PAH Madrid entre 2011 y 2014 y referidos
solo a familias en contacto con la plataforma que han recibido una orden de
lanzamiento (fecha límite para dejar la casa), el 60% de los casos
corresponde a hogares donde hay menores. El porcentaje más alto son unidades
familiares con cuatro miembros (33%), de las que el 39% cuentan con niños y
niñas menores de tres años.
Los menores con edad suficiente para percibir el ambiente en casa, señala el
estudio, repiten el patrón de lo que llaman "el pacto de silencio". "Un
pacto no escrito para evitar hablar del conflicto en un intento de reducir
el nivel de estrés que se vive en estas situaciones y de protección mutua
intergeneracional: 'yo (adulto) no te cuento y yo (niño) hago como que no
sé".
Pero los niños y niñas en realidad van "descodificando por sí mismos el
origen de los malestares y los desbordes que perciben en sus padres
mostrando en los talleres tener un muy elevado conocimiento sobre el
conflicto". "Nos dimos cuenta de esto porque en el momento que Daniel empezó
a hablar dijo abiertamente que él sabía. Sabe que la casa supone un problema
y dice que no quiere que su madre sufra", explica David Kaplún, uno de los
antropólogos que han participado en la investigación.
Damaris, en el salón de su casa, con Daniel y Samuel. / Marta Jara
Los menores participantes en los talleres, subraya la investigación, "tienen
pesadillas de forma cotidiana" y hablan de ellas cuando les preguntas por los
sueños como expectativas. Las expresiones positivas del grupo de niños y niñas
son mucho menores que las negativas y "llamativamente bajos los aportes
relacionados con deseos de futuro". Además, "los elementos relacionados con la
tristeza con los que obtienen el mayor número de respuestas, seguido de los
miedos".
El estudio
indica que el colegio es un espacio "hostil" para los menores cuyas familias
viven esta situación. Las consecuencias del estrés en casa pueden afectar al
rendimiento escolar y a la atención en clase. En edades más avanzadas,
algunos menores son estigmatizados por sus propios compañeros como "niños
pobres" por no tener los materiales a tiempo, por ejemplo, o llevar ropa
pequeña o estropeada.
"Tenemos la
sensación de que la red del cole no es capaz de solucionar el desgarro
emocional. Se intenta ayudar pero se va parcheando. Por ejemplo, si el niño
tiene problemas de rendimiento, se hace la vista gorda, no se le exige igual
porque el maestro conoce la situación", apunta Kaplún.
"Mis hijos cargarán con mi deuda"
El hijo
pequeño de Damaris y Juan nació poco después de que ambos se quedaran en el
paro. Continuaron asumiendo las mensualidades de la hipoteca tres años más
–primero eran 1.100 euros, luego 700 y al final 600– , a costa de dejar de
pagar todo lo demás. "Ya llegó un momento en que era o comer o pagar. Hubo
un tiempo que no hacíamos casi vida en casa para no gastar. Comíamos y
cenábamos en casa de mis padres o de mis suegros. Aún debemos varias letras
a personas de la familia. He perdido la cuenta de todo lo que me han
prestado", dice Damaris.
El verano
que se quedaron sin trabajo lo bautizaron como "el verano de los parques"
porque no podían hacer otra cosa para que los niños no se ahogaran en casa.
Ha alejado amistades por el camino. "Cuando te proponen planes y siempre
dices que no, porque te da profunda vergüenza explicar lo que te pasa, la
gente se cansa y deja de llamarte", asegura la mujer. No se olvida de ese
día de noviembre que llegó el burofax con la subasta de su casa y la de sus
padres, pese a que la vivienda de ellos es la de sus abuelos y lleva pagada
varias décadas. Avalaron la hipoteca de su hija y también están en riesgo.
La entidad
financiera que les prestó el dinero, Unión de Créditos Inmobiliarios (UCI),
descarta conceder a la familia la dación en pago y el alquiler social, según
su relato. En 2007 pidieron 229.000 euros para comprar una vivienda de
segunda mano y 48 m2 en
Vallecas. A día de hoy deben 227.000, pese a haber estado pagando durante
ocho años –casi exclusivamente la parte de intereses–. Además se suma la
sanción por la demora: total unos 230.000. Sus pisos se están vendiendo
ahora por unos 60.000 euros dice Damaris.
Lo único que les ofrece UCI es una reestructuración de la deuda –acogiéndose
al Código de Buenas Prácticas–, es decir, pagar durante cinco años una
mensualidad adaptada a su renta. Luego, incertidumbre.
"Lo peor", dice Damaris, "es no ver el final, pensar que cuando yo me muera
mis hijos, que ya están cargando bastante, van a cargar también con mi
deuda".
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