PRODENI

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AHORA SÉ QUE LOS CENTROS DE PROTECCIÓN ESTÁN LLENOS DE NIÑOS QUE NO TIENEN A NADIE QUE LES QUIERA.

Carta recibida desde una Comunidad Autonóma de España cuyo dato se omite a petición de la interesada.

 Mediante esta carta pretendo denunciar unos hechos de maltrato infantil que están ocurriendo, por lo que he podido saber, en muchas comunidades españolas, promovidos por la administración pública, y que pasan totalmente desapercibidos para la mayoría de los ciudadanos sin que nadie le ponga remedio. Se trata de lo que acontece a esos niños que están desprotegidos en sus familias y que la administración debe proteger. Y la administración lo hace, pero ¿cómo? Lo hace sin ningún escrúpulo, trata a los niños como si fueran una mera mercancía que hay que colocar en un lugar seguro, etiquetar y olvidarse de ella.

 A continuación les voy a explicar la historia de un niño, Javier, que importó mucho a la administración pues lo ofreció al mejor postor y archivó su expediente y que me importó mucho a mí, a mi familia y a mis amigos a los que quiero agradecer públicamente todo el apoyo y la comprensión que nos ofrecieron en los duros momentos en que tuvimos que enfrentarnos a la despedida de Javier en contra de nuestra voluntad y completamente convencidos de que no hacíamos lo mejor para él, por más que los burócratas administrativos intentaran convencernos de lo contrario.

 Yo fui la madre de acogida de Javier y escribo en representación de toda mi familia en la que acogimos a Javier a los tres días de nacer, en cuanto a su madre le dieron el alta hospitalaria. Era nuestra primera acogida y por algún motivo, la madre de Javier no podía hacerse cargo de él.

 Desde un primer momento, nos dijeron que no iba a haber visitas con la familia biológica, a pesar de que en la preparación que recibimos para ser familia de acogida nos dijeron que el sistema de visitas era imprescindible en una acogida temporal como la que nosotros realizábamos.

 Al poco tiempo nos dimos cuenta de que ese niño no tenía a nadie en este mundo más que a nosotros. La administración lo había “aparcado” en nuestra casa y se fiaba plenamente de nosotros y del bienestar de Javier. En vista de esta situación, al mes de acoger a Javier decidimos sacarnos el certificado de idoneidad para la adopción, por lo que pudiera pasar. Antes no nos habíamos planteado la adopción, pues tenemos nuestros propios hijos y yo, personalmente, pensaba que en España los niños para adoptar eran escasísimos y que por eso había que ir al extranjero. No sabía lo equivocada que estaba, ahora sé que los centros de protección están llenos de niños que no tienen a nadie que les quiera como una madre quiere a sus hijos, con situaciones muy complejas que la administración no sabe cómo gestionar sencillamente porque no sabe discernir qué es lo mejor para un niño.

 Mientras sacábamos el certificado de idoneidad los distintos técnicos por los que íbamos pasando dedujeron que lo que pretendíamos era adoptar a Javier, pues aunque nunca lo dijimos abiertamente tampoco ocultamos la acogida de Javier. Rápidamente se apresuraron a advertirnos que no podríamos adoptar a Javier, que se estaba investigando sobre su familia extensa, etc, etc.

 Preguntamos si había algún inconveniente en que nosotros intentásemos sacar el certificado de idoneidad con independencia de la acogida de Javier. Nos dijeron que, perfectamente, se pueden hacer las dos cosas. A los cuatro meses de iniciar los trámites de idoneidad terminamos los cursos, entrevistas, reuniones y demás burocracia necesaria para la idoneidad, tan solo quedaba la valoración final por parte de los técnicos. Pasado un mes recibimos una notificación diciendo que nuestro expediente quedaba abierto para posterior valoración pues nuestra estructura familiar, con Javier incluído, no era la adecuada. Como dijo mi marido, nos tenían “cogidos por los huevos”.

 Esto fue una clara estratagema de la administración para quitarnos de en medio. Yo vi aquí la primera contradicción de la administración pues en una de las entrevistas psicológicas que nos hicieron nos dijeron que teníamos que tener en cuenta que Javier no era de nuestra familia que era como un “invitado” y sin embargo ahora utilizaban al niño para no declararnos idóneos por su pertenencia a nuestra familia. La verdad es que no hicimos nada al respecto, sacar adelante nuestra familia, nuestros trabajos y nuestros compromisos sociales ocupan todo nuestro tiempo. Sacar el certificado de idoneidad ya supuso un esfuerzo para nosotros que nos había dejado agotados. Nos quedamos sin hacer nada, un error del que me arrepentiré toda mi vida.

 Mientras tanto, Javier estaba plenamente integrado en la familia, era un niño alegre y feliz, muy espabilado y muy movido. Era agotador, no pasaba desapercibido para ninguno de nosotros pues continuamente reclamaba nuestra atención. Tenía cierta hiperactividad, aunque sin llegar a ser patológico. También era muy sociable, especialmente con otros niños. Nos tenía a todos encandilados. Pasaron uno, dos, tres, cuatro y cinco meses sin saber nada más de la administración. Durante este tiempo yo albergaba la esperanza de que pasaría mucho tiempo sin resolverse la situación de Javier, que no se encontraría familia extensa y que el niño sería adoptable y lo suficientemente mayor como para que hubiese que preguntarle si quería quedarse con nosotros. No fue así. Cuando tenía casi un año nos llamaron para estudiar a Javier y ver qué padres adoptivos podían convenirle más, pues ya estaba descartada la posibilidad de que la familia extensa se ocupase de él. Yo seguía esperando que se impusiese la sensatez y nos permitiesen adoptarlo, pues no conocía absolutamente a nadie que no pensase que eso era lo mejor para el niño. Fuimos a esa cita con el firme propósito de defender nuestra postura de adoptar a Javier, llevamos nuestros argumentos perfectamente definidos, totalmente lógicos. Eran argumentos sencillos, nosotros considerábamos que lo mejor para Javier era quedarse con la única familia que él conocía, en la cual quedaba demostrado empíricamente que su desarrollo había sido absolutamente satisfactorio.

 Los días anteriores estuve buscando información para reforzar mis argumentos y encontré mucho sobre “el interés superior del menor”. No me quedaba la menor duda de que nuestros argumentos eran de una lógica aplastante y de que no podrían rebatirlos. Y no pudieron, pero nos dejaron claro que ellos tenían el poder absoluto.

 Tuvimos que escuchar cosas horribles. En un desesperado intento por mi parte de no desprenderme del “producto”, pues es así como ellos consideran a un niño, dije que el niño era casi hiperactivo y que podía no interesarle a nadie. Me contestaron que no había más que ver que ese niño era “un plato suculento” y que, prácticamente, ya lo habían ofrecido a unos padres que no tenían ningún hijo para que pudiesen estar muy pendientes de él. Hubiese sido distinto si el niño hubiese tenido síndrome de Down o cualquier otra malformación grave. Entonces podríamos habérnoslo quedado. También nos dijeron que este caso está protocolizado. ¡El futuro de un niño está protocolizado! No podía creer lo que estaba oyendo, se me saltaron las lágrimas. Entre el niño que no paraba quieto y todo lo que tuve que oír estaba completamente aturdida.

 Plantearon dos semanas de transición entre nosotros, los adoptantes y un centro de acogida y decidieron que lo mejor para nosotros era no conocer a la familia adoptante. Ni mi marido ni yo estábamos en disposición de tomar ninguna decisión, así que estampamos una firma y nos fuimos a casa desolados. Todo se hizo como ellos dijeron. Pasamos unas semanas agónicas. Antes de que Javier tuviese contacto con los padres adoptantes hablé con el defensor del pueblo y el fiscal de menores, pero todo fue en vano.

 Estoy segura de que los padres adoptivos de Javier desconocen esta historia, se que ellos no son culpables, recogieron a Javier del centro y seguramente piensan que estaba allí porque había sufrido algún tipo de abandono o negligencia y que no tenía ningún vínculo emocional estable. Nada más alejado de la realidad. Siento tener esta percepción pero descubrí con horror que por lograr el objetivo de separarnos de Javier, en la administración había personas capaces de mentir, de tergiversar la realidad y de amenazarnos. Observé muy poca ética profesional. Quiero pensar que no es maldad, sino más bien ignorancia. Sencillamente, desconocen los derechos del niño y lo que es mejor para ellos.

 Sin lugar a dudas, esta ha sido la experiencia más dura de mi vida. Me he decidido a contarla porque sé que hay muchas otras familias de acogida que pasan por esta lamentable situación y hacen como yo, se quedan sumidas en la tristeza sintiéndose impotentes ante la todopoderosa administración y no hablan del tema. Por supuesto, esas familias dejan de hacer acogidas y así los centros de protección van engrosando sus números.

 A estas alturas no faltará quién piense que no soy más que una egoísta que pretendía quedarse un niño pasando por delante de todas esas familias adoptantes apuntadas en una lista que llevan años esperando tener un hijo. Por supuesto, también en la administración pensaron eso de mí. Igual que me dijeron que no era “justo” que nosotros pudiésemos adoptar a ese niño teniendo ya otros hijos. ¿Y donde queda el concepto de “interés superior del menor” del que tanto se habla? En la administración ni lo mencionan, sólo hablan de protocolos y métodos como si la vida de una persona pudiese depender de algo así. Se dieron cuenta de que yo tengo una hermosa familia y me dijeron que soy muy afortunada por ello.

 Por una vez les doy la razón. Ofrecimos a Javier nuestra hermosa familia de forma definitiva con el absoluto convencimiento de que era lo mejor para él y de rebote también para nosotros, pues no voy a ocultar que para mí habría sido un privilegio tener a Javier de hijo. No pudo ser así y espero que Javier esté siendo muy feliz y lo sea el resto de su vida, pero, por casualidades de la vida, pude saber que la separación de nuestro lado provocó en Javier un gran sufrimiento, por lo que me siento, en cierto modo, responsable y siempre llevaré en mi conciencia el arrepentimiento por no haber luchado lo suficiente por conseguir lo que yo consideraba mejor para él.

 Algún día, cercano quizás, mi familia y yo formaremos parte de la lista de familias adoptantes pues nuestro expediente “abierto” sigue ahí. No se si llegaré a adoptar algún niño, lo que si tengo claro es que si llega el día en que me ofrezcan “algo” me cercioraré muy bien del grado de desprotección de ese niño. No me prestaré al juego sucio de la administración, me aseguraré de que el niño que adopte sea un niño que no tiene una madre y una familia que le quiera como la tenía Javier.

 Ahí queda mi denuncia, esperando que lo lea alguien que pueda remediar que otros niños pasen por el sufrimiento que pasó Javier que posiblemente le pase factura en un futuro cercano, alguien capaz de darse cuenta que la vida de un niño no puede depender de un método cuadriculado y encasillado en una escasa y simple tipificación. Espero que sirva para que las familias de acogida sean valientes y sepan defender con ahínco los derechos de los niños que tienen bajo su cuidado, como no lo supe hacer yo.

 Muchas gracias por atenderme.

 Mercedes (nombre ficticio), 20 de Julio 2010.