El País
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Así impactan los dispositivos electrónicos en el
cerebro de tu hijo
Hay estudios que ponen de
manifiesto que aquellos que dedican demasiadas horas al día a estar
en contacto con 'tablets' o televisión, tienen, por ejemplo, niveles
más bajos de mielina
GETTY
RAFAEL GUERRERO
14 DE DICIEMBRE 2019
Es viernes por la tarde y estoy con mi familia en un conocido restaurante
dispuestos a merendar. Algo de lo que está ocurriendo en la mesa de al lado
llama poderosamente mi atención. Un padre está con sus dos hijos de unos 6 y
8 años. Hasta ahí todo bien. Los dos niños están merendando, al igual que
estamos haciendo todos en el restaurante, pero cada uno de ellos tiene
apoyado en su vaso un móvil. Mientras meriendan están viendo algo en
el móvil. El padre está físicamente disponible pero no está accesible. Es
como si estuviera en modo avión para sus hijos. Me surgen muchas
emociones en ese momento: rabia porque están perdiendo una gran
oportunidad para desarrollar valores y comunicarse emocionalmente; tristeza por
el presente de los hijos; y finalmente miedo por el futuro de esos
niños. Desgraciadamente podemos decir que este tipo de situaciones son cada
vez más frecuentes, no solo en restaurantes, sino en casas, entre niños y en
reuniones sociales. Consultar el móvil es algo que se considera social y
está más que normalizado. Y no es solo que se usan cada vez más, sino que
también debutan en el mundo de las pantallas cada
vez a edades más tempranas.
El cerebro de un recién nacido es un cerebro en construcción. A pesar de
que tenga más del doble de las neuronas que necesita, es un cerebro cuyas
células nerviosas no están conectadas. ¿Qué hará que estas neuronas
comiencen a conectarse y comunicarse entre ellas? El ambiente en el que se
desarrolle el niño. En esencia, son los padres y sus valores, los que
determinarán, en un primer momento, la manera de aprender del niño. Los
cuidadores principales y el ambiente en el que viva el niño serán los que
determinen en qué sentido se desarrollará el cerebro del menor. Por lo
tanto, los padres y profesores somos imprescindibles en este proceso de
aprendizaje y evolución. Pero como decíamos antes, no somos los únicos en
enseñar. Hoy en día, los dispositivos electrónicos que tenemos en casa y en
los colegios (ordenadores portátiles, teléfonos móviles, tabletas, consolas,
etcétera) tienen mucho que decir, tanto para bien como para mal.
Hay estudios que ponen de manifiesto que aquellos niños que dedican
demasiadas horas al día a estar en contacto con tabletas, móviles o
televisión tienen niveles más bajos de mielina. La mielina es una sustancia
que recubre los axones de las neuronas, lo que permite que la conectividad
neuronal y su velocidad sean adecuadas. En
niños que emplean más tiempo del debido a los dispositivos electrónicos
se ha encontrado una disminución de la mielina, lo que hace que la velocidad
de procesamiento cerebral sea significativamente más lenta. De hecho, la
Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los niños menores de
dos años no usen para nada los dispositivos electrónicos. A partir de los
dos años y hasta los cinco, recomiendan no más de una hora diaria frente a
las pantallas.
En mi humilde opinión, los
niños no deberían tener contacto frecuente con dispositivos con pantalla
hasta los seis años, puesto que durante los seis primeros años de vida se
están desarrollando las funciones ejecutivas en una parte concreta del
cerebro: la corteza prefrontal. Las funciones ejecutivas son las
que nos diferencian del resto de las especies: concentración, inhibición de
impulsos, memoria operativa, planificación, autorregulación emocional,
etcétera. En estos seis o siete primeros años de vida, los niños desarrollan
los rudimentos básicos de las funciones ejecutivas. Si los niños están
expuestos a demasiados contenidos en pantallas, es más que probable, que nos
encontremos con dificultades en procesos ejecutivos.
Por ejemplo, hay investigaciones que han encontrado una estrecha relación
entre abuso de pantallas y concentración. El pediatra Dimitri
Christakis, director del Centro de salud, comportamiento y
desarrollo infantil del hospital de Seattle, ha dedicado buena parte de
su trayectoria profesional a estudiar cómo las pantallas influyen sobre el
desarrollo del cerebro de los niños. A tales consecuencias se le conoce con
el nombre de efecto pantalla. Los estudios de Christakis encuentran
que a mayor número de horas que un niño ve la televisión, mayor probabilidad
de que en el futuro tenga dificultades de concentración. La concentración es
un proceso ejecutivo que requiere de voluntariedad, consciencia y
perseverancia.
Además, nos concentramos debido a un mecanismo interno y activo. Si nuestros
hijos están expuestos excesivamente a la televisión, estaremos favoreciendo
procesos externos y pasivos, algo que choca frontalmente con las
características necesarias para favorecer la concentración. Christakis
encontró que por cada hora diaria que un menor de tres años ve la televisión
aumenta un 10% su probabilidad de que en un futuro tenga dificultades para
concentrarse. Ahora bien, si
la estimulación repetida a contenidos televisivos o a dispositivos
tecnológicos aumenta la probabilidad de que nuestros hijos tengan
dificultades en la concentración, ¿qué puede mejorar su capacidad de
concentración? Comprobó que unos padres que estimulan cognitivamente a sus
hijos, no solo protegen a sus hijos de dichas dificultades, sino que encima
potenciaban y reforzaban su concentración. Actividades como jugar con
bloques de madera, puzles, leer cuentos, juego simbólico o seriaciones son
muy efectivas para fomentar la iniciativa activa y voluntaria de nuestros
hijos. Cuando nuestros hijos ven contenidos agresivos o no adecuados para su
edad en televisión, les provoca hiperactividad. En cambio, estar en contacto
y disfrutar de la naturaleza tiene como consecuencia todo lo contrario. Los
entornos naturales enseñan a nuestros hijos a esperar, a ser pacientes y a
retrasar la gratificación.
Podemos decir que la capacidad
de concentración debuta en torno a los dos años, mientras que sobre los
cuatro años proliferan en el cerebro las neuronas inhibitorias, cuya acción
permitirán a los niños inhibir sus impulsos y no distraerse (mantenerse
focalizados en una tarea concreta). El correcto equilibrio entre la
capacidad de contracción y la inhibición de impulsos se establece sobre los
6 años de edad, motivo por el cual considero que los dispositivos
electrónicos y el uso de pantallas con exceso hacen un flaco favor al
desarrollo del cerebro y sus funciones ejecutivas.
Uno de los problemas de los dibujos, películas y contenidos que ven nuestros
hijos en televisión son los cambios de escenas tan frecuentes y repentinos
que tienen. Si nuestros hijos abusan de dichos dispositivos se acostumbrarán
a dichos cambios y chocará frontalmente con la realidad. Su día a día, fuera
de las pantallas, nada tiene que ver con lo que ven en ellas. Ante el abuso
de dispositivos electrónicos, una de las consecuencias más habituales será
que la vida real les parecerá monótona y lenta. Están
tan acostumbrados a tal nivel de actividad y de estimulación cerebral
que cualquier cosa les resultará aburrida.
Buen uso de los dispositivos
A continuación, sugiero unas orientaciones a tener en cuenta para el buen
uso de los dispositivos electrónicos en los más pequeños para que no vayamos
en contra de su desarrollo cerebral. No olvidemos que nuestro cerebro no
evolucionó para estar en un mundo tecnológico, sino que está diseñado para
sobrevivir en un mundo real, no imaginario.
Los padres somos modelos: lo mejor que podemos hacer para
que nuestros hijos tengan un uso responsable de los dispositivos
electrónicos hacer nosotros un buen uso y moderado.
Estableced normas específicas sobre el uso de los dispositivos
tecnológicos en casa: no debemos permitir el uso de los móviles
durante las comidas pero tampoco deberíamos ver la televisión mientras
cenamos. Lo importante es que hablemos entre todos los miembros de la
familia cuando comemos o cenamos. También hay que establecer normas para el
uso de los móviles, tabletas y ordenadores en las habitaciones, espacios
comunes, etcétera.
Los juegos y actividades de los móviles deben ser lo más activos
posibles: si nos decantamos por el uso de los dispositivos
electrónicos en casa, debemos analizar bien los contenidos de los mismos.
Cuando nuestro hijo esté con el móvil, el ordenador o la tableta, tratemos
que las actividades que lleve a cabo sean lo más activas posibles. Es mejor
hacer un rompecabezas o un sudoku que ver un vídeo. Aun así, si podemos
hacer rompecabezas de manera natural y manipulativa, mejor.
A menor uso de pantallas, tendrán una idea más realista del mundo en
el que viven: ya hemos visto que el abuso de los dispositivos
electrónicos implica que el mundo real en el que viven les parece monótono y
aburrido, pues están acostumbrados a una exposición masiva, hiperactiva y
muy estimulante, algo que no existe en la realidad
Adoptar una postura coherente con nuestra manera de pensar: no
consiste en ser extremista ni inflexible, sino en pensar qué lugar deben
ocupar los ordenadores y móviles en la vida de nuestros hijos y, a partir de
ahí, ser rigurosos y coherentes con lo que hemos decidido.
Cuidado con usar los dispositivos móviles como “chupetes
emocionales”: en ocasiones, cuando nuestro hijo está enfadado o
triste por algo, le dejamos que use nuestros móviles como mecanismo de
relajación. Si queremos que el día de mañana sea capaz de identificar la
emoción que está experimentando (rabia o tristeza) y la sepa autorregular,
debemos enseñarle. Y dejarle que se le pase la rabia o el enfado con nuestro
móvil no es una buena alternativa para trabajar la tolerancia a la
frustración ni la autorregulación emocional.
Pauta general con niños: más cariño, vinculación y juego
simbólico y menos tabletas, ordenadores y móviles. Vivimos en un mundo cada
vez más conectado tecnológicamente, pero cada vez menos conectado y más
abandonado emocionalmente.
Como conclusión podemos decir que un exceso y abuso de los dispositivos
electrónicos y pantallas va a ser perjudicial para nuestros hijos y su
cerebro, que recordemos que está aún en desarrollo. Dar de comer a los niños
mientras ven el móvil o la televisión les impide, entre otras muchas cosas,
ser conscientes de si están saciados o no, además de no permitirles tener
una comunicación con sus padres y hermanos mientras disfrutan comiendo en
familia. Se ha comprobado que ver el móvil mientras comemos, estemos
acompañados o no, aumenta la probabilidad de sobrepeso por el hecho de no
ser conscientes de que estamos saciados. Por supuesto que las pantallas y
los dispositivos electrónicos están aquí para quedarse, pero seamos
conscientes de lo que aportan a nuestros hijos y de qué nos están quitando
tiempo.
Rafael Guerrero Tomás es psicólogo y doctor en
Educación. Director de Darwin Psicólogos. Autor del libro “Educación
emocional y apego. Pautas prácticas para gestionar las emociones en casa y
en el aula” (2018) y “Cuentos para el desarrollo emocional desde la
teoría del apego” (2019).
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