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Cuatro claves para entender por qué el coronavirus se está
extendiendo por el mundo
Pocos imaginaban que el brote aparecido en
China acabaría llegando a casi todos los rincones del mundo, pero existen
cuatro factores clave que explican su difusión
Esther Samper
16 de marzo 2020

En estos momentos, ya hay más
de 179.000 casos confirmados de COVID-19 y más de 7.000 fallecidos por
esta causa en todo el mundo. Cuando el brote apareció en China el
diciembre pasado, pocos imaginaban que el virus SARS-CoV-2 llegaría a
traspasar las fronteras y a difundirse por la Tierra en tan solo unos
meses, provocando una pandemia. De los 195 países que existen en el
mundo, el nuevo coronavirus ya ha conseguido llegar a 162 y los
pronósticos anticipan que se extienda todavía más. De hecho, diversos
expertos en Salud Pública predicen que entre el 40
y el 80 % de la población mundial podría infectarse por este
microorganismo durante este año.
Paradójicamente, el nuevo
coronavirus no es especialmente eficiente en el contagio entre personas
comparado con otros virus. La Organización Mundial de la Salud estima
que el ritmo reproductivo básico (R0) del coronavirus se encuentra entre
1,4 y 2,5. Es decir, una persona infectada por este virus lo transmite,
de media, a entre 1,4 y 2,5 personas. Comparado con la gripe común (R0
de 1,3), el nuevo coronavirus es más contagioso, pero este se queda muy
atrás con respecto a virus como el del sarampión (R0 de 12-18), las
paperas (R0 de 4-7) o la varicela (R0 de 6-9). ¿Cómo, pese a estos
datos, el virus SARS-CoV-2 está consiguiendo llegar a casi todos los
rincones del mundo? Existen cuatro factores claves que explican su
difusión mundial.
1. Nadie era inmune al coronavirus al comienzo de la
epidemia
Aunque el nuevo coronavirus
comparte el 80 % de su genoma con el virus SARS (que surgió en China en
el año 2002), no se conocen casos de personas que sean previamente
inmunes a este virus. Esto significa que absolutamente toda la población
mundial puede, teóricamente, infectarse por este microorganismo. Sin
personas inmunes que hagan de "barrera" frente al coronavirus, este
microorganismo es capaz de expandirse "libremente" y con rapidez entre
un elevado número de personas. Así, la
inmunidad de grupo o rebaño necesaria para parar la difusión del
virus solo aparecería cuando un gran porcentaje de una población (más
allá del 60 %) hubiera sufrido el COVID-19 y se hubiera recuperado,
convirtiéndose en inmunes a este coronavirus.
En otras epidemias, como la
gripe A de 2009, cierto porcentaje de la población era inmune a este
virus. Concretamente, las personas más ancianas que habían pasado la
letal gripe española de 1918 y sobrevivieron eran inmunes al virus de la
gripe A. La gran similitud entre ambos virus provocó que los anticuerpos
que produjeron los mayores 90 años antes siguieran siendo efectivos
frente a esta nueva versión de la gripe de 2009, lo que fue un factor
que contribuyó a limitar la extensión de la epidemia entre las personas
de mayor edad.
2. Las personas asintomáticas son capaces de
transmitir el coronavirus
El papel del contagio de
coronavirus a partir de personas asintomáticas ha sido y sigue siendo un
asunto controvertido desde el inicio de la epidemia. Pese a que había
dudas de que este tipo de contagio fuera posible, la detección de
múltiples focos de contagio por parte de individuos que no mostraban
síntomas ha terminado por confirmar que, efectivamente, este fenómeno es
posible. ¿Cuán frecuente es?
A comienzos de febrero, la
OMS explicaba que la
infección sin síntomas por el virus SARS-CoV-2 podría ser rara y que
la transmisión desde una persona asintomática era muy rara con otros
coronavirus, como se había visto con el MERS. En aquel entonces esta
organización explicaba que el contagio por casos asintomáticos parecía
no tener peso en la epidemia.
Sin embargo, en la
actualidad, conocemos mejor de qué manera la transmisión asintomática
está influyendo en la extensión del coronavirus y no son buenas
noticias. Un análisis de las infecciones en Singapur y China muestra
que entre
dos tercios y tres cuartos podrían haberse contagiado a través de
personas que todavía estaban incubando el virus y no habían desarrollado
síntomas. Aunque son necesarios más estudios para cuantificar con
garantías la participación de esta forma de contagio (sobre todo a
partir de los niños), los datos indican cada día con más fuerza que este
tiene un peso evidente en la difusión del virus.
La OMS ha difundido datos
preliminares que muestran que los pacientes liberan más virus
precisamente en las etapas iniciales de la enfermedad, incluso antes de
mostrar síntomas. El director del Centro de Investigación de
Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota, Michael
Osterholm, informó
hace unos días que "ahora sabemos que la transmisión asintomática
probablemente juega un papel importante en la transmisión del virus" y
que "está absolutamente claro que la infección asintomática puede
impulsar la pandemia de una forma que hace muy difícil su control".
La estrategia principal en
prácticamente todos los países durante las fases iniciales de la
epidemia ha sido contener al virus mediante el control y cuarentena solo
de los casos con síntomas y de los casos sospechosos en contacto con
estas personas con síntomas. Puede que este haya sido un factor clave
para el fracaso a la hora de poner freno al coronavirus en el mundo:
ignorar a los casos asintomáticos. Esto también podría explicar por qué
Corea del Sur está teniendo éxito en controlar la epidemia, ya que este
país realizó cientos de miles de tests tanto a personas asintomáticas
como sintomáticas para confirmar la presencia del virus y así tomar
medidas en todas ellas.
Aquí en España, por ejemplo,
no se realizaban pruebas de laboratorio salvo que las personas
sospechosas mostrasen los síntomas típicos de la enfermedad (con grandes
excepciones como la familia Real y diversos círculos políticos). Esto
implicaba que los casos asintomáticos quedaban fuera del radar de las
autoridades sanitarias, con la posibilidad de que estas contagiaran a
las personas de su alrededor. ¿Fue esta la razón de la explosión de
contagios comunitarios sin que se pudiera identificar el origen? Es una
de las posibles explicaciones.
3. El COVID-19 se camufla con gripes y resfriados
Si el COVID-19 se manifestase
con síntomas y signos particulares, sería fácil identificar a las
personas que lo padecen y aislarlas del resto, sin necesidad de realizar
pruebas de laboratorio. Desafortunadamente, el virus SARS-CoV-2 emergió
en pleno invierno en China, cuando las epidemias de gripes y resfriados
estaban en su apogeo. Era el camuflaje perfecto para un virus que causa,
en el 80 % de los casos, síntomas leves que pueden confundirse
perfectamente con estas infecciones respiratorias tan frecuentes.
Un porcentaje nada desdeñable
de las personas que se han infectado y se han recuperado del COVID-19 no
saben siquiera que esto ha ocurrido. Habrán pensado que han tenido un
resfriado o una gripe como otra cualquiera. Es más, muchas de estas
personas han transmitido el virus a otras sin ni siquiera saberlo pues
hacían vida relativamente normal, difundiendo virus por su entorno sin
señales de alarma, hasta que llegó a una persona de riesgo. En estas
circunstancias, controlar la difusión de un virus es una tarea
prácticamente imposible.
4. No existe vacuna para el coronavirus y, cuando
llegue, será demasiado tarde para frenar la actual epidemia
A pesar de que el coronavirus
presenta múltiples características que le garantizan difundirse por el
mundo, podríamos evitar que esto ocurriera si contáramos con una vacuna
efectiva contra este microorganismo. Desafortunadamente, aunque hay
multitud de científicos en diferentes puntos del planeta que están
investigando contrarreloj vacunas contra el virus SARS-CoV-2, es
extremadamente difícil que alguna de ellas vea la luz antes de un año o
año y medio.
En general, la producción de
nuevas vacunas es un proceso arduo que requiere, en el mejor de los
casos, varios años de investigación y desarrollo y un potente respaldo
económico detrás, sin garantías de éxito. Aunque se han conseguido
desarrollar vacunas contra multitud de virus (como contra los virus de
la gripe, el sarampión o el ébola) hay virus que resultan esquivos a
esta estrategia terapéutica (como en el caso del VIH que provoca el
SIDA).
Aún no sabemos en qué
escenario desembocará la actual epidemia. Si el coronavirus se
convertirá en un virus estacional que ataque a la población cada año
como si fuera una gripe virulenta, si se podrá llegar a contener (algo
muy improbable, dada la extensión de la epidemia) o si estará presente
de forma permanente como un resfriado que aparece de vez en cuando entre
las personas. En caso de que el virus siga con nosotros en el futuro la
vacuna será la mejor baza para ponerle freno, sin poner, además, en
jaque la economía global. |