David Quammen, en una fotografía
realizada en el parque nacional de Yellowstone (EE
UU).Ronan Donovan
Marc Basets
París, 19 de abril 2020
Son las cinco de la tarde en Bozeman,
pequeña ciudad de Montana (EE UU), donde los espacios
son vastos y el distanciamiento social no necesita
imponerse a la fuerza, porque forma parte del paisaje
desde tiempo inmemorial.
David Quammen, de 72 años, cultiva su
jardín cuando suena el teléfono. “Paseamos al perro por
el barrio, saludo a los vecinos desde la otra acera y en
tres semanas no he estado más cerca de seis pies (dos
metros) de otra persona, a parte de mi esposa”, dice a
EL PAÍS este veterano
reportero y divulgador científico que hace años
recorrió los cuatro rincones del planeta persiguiendo a
los virus zoonóticos, es decir, que saltan de los
animales a los humanos.
El resultado fue Spillover. Animal
infections and the next human pandemic (Contagio,
en la traducción español que la editorial Debate publica
el 23 de abril en ebook y el 14 de mayo en
papel). El libro fascina y espanta. Por lo que cuenta:
el mundo de las infecciones de origen animal. Y por lo
que predice: una pandemia humana muy parecida a
la del virus que causa la covid-19. Ahora es una de
las obras de referencia para entender el ente
microscópico que ha paralizado al mundo.
Pregunta. ¿Le sorprende lo
que está ocurriendo?
Respuesta. En absoluto. Todo —el
virus procedente de un murciélago que después pasa a los
humanos, la conexión con un mercado en China, el hecho
de que se trate de un coronavirus— era predecible. Es lo
que los expertos a los que entrevisté para mi libro me
decían.
P. ¿Nada le sorprende?
R. Sí: la falta de preparación de
los Gobiernos y los sistemas sanitarios públicos para
afrontar un virus como este. Me sorprende y me
decepciona. La ciencia sabía que iba a ocurrir. Los
Gobiernos sabían que podía ocurrir, pero no se
molestaron en prepararse.
P. ¿Por qué?
R. Los avisos decían: podría pasar
el año próximo, en tres años, o en ocho. Los políticos
se decían: no gastaré el dinero por algo que quizá no
ocurra bajo mi mandato. Este es el motivo por el que no
se gastó dinero en más camas de hospital, en unidades de
cuidados intensivos, en respiradores, en máscaras, en
guantes.
P. Sin esta falta de preparación,
¿no estaríamos todos confinados?
R. En efecto. La ciencia y la
tecnología adecuada para afrontar el virus existe. Pero
no había voluntad política y, por tanto, el dinero, y la
coordinación entre gobiernos locales y nacionales, y
entre gobiernos en el mundo. Tampoco hay voluntad para
combatir el cambio climático. La diferencia entre esto y
el cambio climático es que esto está matando más rápido.
P. ¿Por qué el
murciélago se vincula al origen de tantos virus,
desde el SARS hasta el ébola, y también el SARS-Cov-2?
R. Los murciélagos parecen
sobrerrepresentados como anfitriones naturales de estos
virus peligrosos. Por varios motivos. Primero, están
sobrerrepresentados en la diversidad de los mamíferos.
Una de cada cuatro especies de mamíferos es una especie
de murciélago.
P. ¿Esto significa que hay muchos
murciélagos?
R. No es simplemente que haya
muchos en cuanto al número, sino que hay una gran
diversidad de murciélagos. Y es posible que cada
diferente especie de murciélago tenga sus propias
especies de virus. Esta diversidad de especies ofrece un
margen amplio para la diversidad de virus.
P. ¿Qué otros motivos explican que
los murciélagos sean el origen de tantos virus?
R. Los murciélagos viven mucho.
Uno del tamaño de un ratón puede vivir 18 o 20 años. Un
ratón vive uno o dos años. Los murciélagos anidan juntos
en colonias multitudinarias. He visto 60.000 en una
cueva, todos apretujados. La longevidad y la
masificación son circunstancias óptimas para que los
virus pasen sin cesar de un individuo a otro. Y otra
cosa: hay pruebas ahora, aunque no es seguro, que
indican que los murciélagos tienen sistemas de inmunidad
que han evolucionado para ser más hospitalarios ante
cuerpos ajenos.
P. Y cada vez están más cerca de
zonas urbanas, ¿no?
R. Así es. En particular los
grandes murciélagos de los trópicos y subtrópicos.
Estamos destruyendo sus hábitats y ellos buscan comida
en áreas humanas donde haya huertos y árboles frutales
en los parques. Todo esto les acerca a los humanos, lo
que, a través de sus heces y su orina, aumenta las
posibilidades de que los virus se extiendan directamente
o a través de los animales domésticos.
P. ¿Debemos temer a los
murciélagos?
R. No, no. Son animales bellos,
magníficos, necesarios para la integridad de los
ecosistemas. La solución no es quitarnos a los
murciélagos de encima sino dejarlos en paz.
P. ¿Cómo?
R. Esta pandemia es una
oportunidad terrible para educar, para entender nuestra
relación con el mundo natural.
P. ¿Somos responsables los humanos
de lo que está ocurriendo?
R. Sin duda. Todos los humanos,
todas nuestras decisiones: lo que comemos, la ropa que
vestimos, los productos electrónicos que poseemos, los
hijos que queramos tener, cuánto viajamos, cuánta
energía quemamos. Todas estas decisiones suponen una
presión al mundo natural. Y estas demandas al mundo
natural tienden a acercar a nosotros a los virus que
viven en animales salvajes.
P. ¿Es la revancha de la
naturaleza?
R. No lo diría así, porque soy un
materialista darwiniano. No personalizo la naturaleza.
No creo en una naturaleza con N mayúscula capaz de
revancha ni de emociones. Los humanos somos más
abundantes que cualquier otro gran animal en la historia
de la Tierra. Y esto representa una forma de
desequilibrio ecológico que no puede continuar para
siempre. En algún momento habrá una corrección natural.
Les ocurre a muchas especies: cuando son demasiado
abundantes para los ecosistemas, les ocurre algo. Se
quedan sin comida, o nuevos depredadores evolucionan
para devorarles, o pandemias virales las derrumban.
Pandemias virales interrumpen, por ejemplo, explosiones
de población de insectos que parasitan árboles. Ahí hay
una analogía con los humanos.
P. ¿Somos como estos insectos?
R. No. Somos mucho más
inteligentes que los insectos de la selva. Debemos ser
capaces de ver lo que se nos viene encima y transformar
el choque en un reajuste de nuestra manera de vivir en
este planeta.
P. “Ofrecemos más oportunidades
que nunca a los virus”, escribe usted.
R. Porque somos más y porque
estamos más conectados entre nosotros. Cuando entramos
en la selva y capturamos a un animal salvaje —un roedor,
un murciélago, un pangolín, un chimpancé—, y este animal
tiene un virus, y este virus salta hacia nosotros, y
descubre que en nuestro interior puede replicarse, y que
puede transmitirse de un humano a otro… Cuando ha
ocurrido todo esto, a este virus le ha tocado el
gordo. Se ha metido por una puerta que le ofrece una
enorme oportunidad. Porque somos 7.700 millones de
anfitriones potenciales para ellos y porque estamos
hiperconectados: la peste bubónica mató quizá a un
tercio de la población europea, pero en el siglo XIV no
podía pasar a Norteamérica ni a Australia. El virus que
causa la covid-19 es uno de los virus de más éxito del
planeta, junto a la cepa pandémica del VIH. Y nosotros
le hemos invitado a tener tanto éxito.
P. ¿Qué ha aprendido en los
últimos tres meses sobre los virus?
R. Algo que me sorprende es que,
hasta ahora, este virus no está evolucionando demasiado
rápido. Algunos científicos, como Trevor Bedford en
Seattle, han tomado muestras de varias personas en
diversos momentos y en distintas partes del mundo, y han
dibujado un árbol genealógico del virus. Han descubierto
que los genomas del virus no varían mucho en el espacio
y el tiempo. El virus no cambia porque no necesita
hacerlo. Está teniendo tanto éxito —yendo de un humano a
otro, en todos los países del planeta— que, desde el
punto de vista de la evolución, no está sometido a
ninguna presión para cambiar: ya le va bien siendo como
es.
P. ¿Durante cuánto tiempo puede
tener tanto éxito?
R. Hasta que tengamos una vacuna.
En este momento, es posible que intente evolucionar. No
es que lo intente en realidad, porque no tiene
intención, solo es un virus. Pero por selección natural
es posible que, accidentalmente, encuentre maneras de
esquivar la vacuna. Y entonces empezará la carrera para
encontrar vacunas mejores y nuevas. Pero es lo que ya
hacemos con la gripe: necesitamos una vacuna nueva cada
año porque cambia constantemente.
P. Mientras tanto, ¿el
distanciamiento social y el confinamiento tienen un
efecto en el virus?
R. Sí. Al confinarnos, le
retiramos una oportunidad de extenderse de manera tan
amplia e intensa como ha hecho hasta ahora. Una manera
de pensar en pandemias es la siguiente. En toda
población de víctimas potenciales, hay personas
susceptibles al virus. Hay personas infectadas por el
virus. Hay personas muertas. Y hay personas que se han
recuperado. Y, una vez que se han recuperado, es más
difícil que sean reinfectadas. De modo que se llega a un
punto en el que el número de muertos es alto, el número
de recuperados es alto y el número de infectados puede
ser todavía alto, pero el número de personas
susceptibles puede ser relativamente bajo y estar
disperso. En ese momento, el virus que se encuentra en
los infectados no tiene oportunidades de contactar con
los susceptibles.
P. ¿Y entonces?
R. En este punto, la pandemia
tiende a terminar.