El Fondo Monetario ha tomado
conciencia de los costes exponenciales de no actuar contra la
catástrofe climática. En su Fiscal Monitor, informe que antecede a
sus cumbres semestrales, reclama una estrategia global para
incentivar la economía verde. Con programas de estímulo a estos
proyectos que involucren a empresas y a la sociedad civil, en
proyectos de energías limpias como acicates para sortear la
“ralentización sincronizada” de la economía mundial.

La contaminación atmosférica,
responsable de un tercio de los casos de asma infantil en Europa
Madrid 10 de octubre 2019
DIEGO HERRANZ
“Si no se produce una
substancial mitigación de las emisiones de gases de efecto
invernadero, la temperatura global del planeta se elevará 4 grados
centígrados respecto a los niveles previos a la revolución
industrial en 2100”. Esta es la idea motriz que el Fiscal Monitor
del FMI lanza en el preámbulo de su diagnóstico semestral para
reclamar una acción “concertada” -expresa con carácter recurrente
en su texto, uno de los que antecede al lanzamiento de su cumbre,
en este caso otoñal-, y “urgente”, de forma algo menos enfática,
de la comunidad internacional.
De otro modo los riesgos se tornarán “catastróficos
e irreversibles”. A juicio de la institución multilateral las
combustiones de carburantes fósiles son “dominantes”; suponen
nada menos que el 63% de la tasa de polución de CO2 y las
señala como la medida “crucial” para acometer “los controles
efectivos” de lucha contra la emergencia del clima. Si los
gobiernos, las industrias, las empresas y las sociedades civiles
no reman en la misma dirección y emprenden de inmediato esta
cruzada el coste para estabilizar la temperatura en el futuro será
“abruptamente más costoso”. El Fondo carga, además, contra los
subsidios aparejados a estas fuentes de energía contaminante.
El total de carburantes sólidos recibieron ayudas
estatales por valor de 5,2 billones de dólares en 2017, de los que
el petróleo y el carbón contabilizan el 85% de esos recursos
públicos, según datos de este ejercicio. Desde la esfera privada, firmas
de consultoría estiman que el sobrepeso inversor para declarar
la batalla al cambio climático debería incrementarse en un billón
de dólares al año, -el PIB de Indonesia- aunque la Conferencia de
Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, la Unctad, lo
eleve hasta los 2,5 billones de dólares anuales, casi el tamaño
de la economía de Italia. Cota que, en opinión de esta agencia
de la ONU juzga “una utopía” con las actuales líneas de
financiación oficiales.
Es como si la jerarquía del FMI hubiera realizado
un examen de conciencia
El FMI piensa en verde. Es como si, de un tiempo
corto a esta parte, desde su jerarquía, hubieran realizado un
examen de conciencia. Porque desde sus centros de pensamiento se
concede una inusitada trascendencia a amenazas sociales que, en
épocas pretéritas, pero no muy alejadas, ni siquiera disponían de
un diagnóstico precoz. En su cita primaveral de este año, sin ir
más lejos, dedicó las páginas de su informe fiscal a lanzar una
embestida económica sin precedentes contra los paraísos fiscales,
los centros off-shore y, en general, contra la tributación
internacional y el uso dañino e ilícito que hacen de ella las
poderosas multinacionales.
De concretarse un acuerdo mundial para perseguir el
fraude y establecer regulaciones adecuadas, las arcas del Tesoro
de todo el mundo ingresarían más de un billón de dólares cada año.
Seis meses después, los autores del Fiscal Monitor expresan que
las políticas presupuestarias deben enfocarse hacia la transición
energética. Hacia las energías limpias. A establecer una normativa
que reduzca el consumo tanto de empresas como de hogares de gases
contaminantes. “Ningún país puede acometer este reto de forma
individual”. Un aviso para los navegantes actuales de la Casa
Blanca. Pero que también tiene un remitente claro: los mercados
emergentes. Y un liderazgo más contundente por parte de las
potencias industrializadas que hacen causa común contra esta
catástrofe. El FMI elogia la estrategia de neutralidad energética
en la que Alemania -que acaba de asignar 50.000 millones de euros
hasta 2023 a proyectos verdes para reducir un 40% de sus gases de
efecto invernadero al finalizar el próximo ejercicio y en un 55%
para 2030- ha
involucrado a la UE para conseguir en el espacio europeo
emisiones cero en 2050. O el New
Green Deal que se cocina entre aspirantes demócratas a la Casa
Blanca para reincorporar a la mayor potencia del mundo a los
Acuerdos de París.
El recetario del Fondo Monetario
A los gobiernos, les pide que eleven los
impuestos al carbón y los carburantes fósiles, “la receta
individual más poderosa y la herramienta más eficiente para
reducir las emisiones de CO2 de una economía”, dice el informe, y
“una contribución decidida” al descenso de la polución en las
grandes ciudades. También recomienda a las autoridades el empleo
de los utensilios fiscales y de las iniciativas legislativas para
que empresas y hogares elijan sus opciones de consumo de sus
fuentes de energía limpias, “a través de un rango de suministro”
energético ecológico y fórmulas para “conservar sus acumulaciones
de este tipo de energías y sus necesidades de ahorro”.
Con la actual presión fiscal, la subida de la
temperatura, en 2030, será de 3 grados centígrados
Así como pasos políticos para que ganen cuota en
sus respectivos mix energéticos, en detrimento de la que emiten
gases de efecto invernadero. La promoción de electrodomésticos que
impulsen recortes de demanda -más eficientes-, la limitación al
transporte contaminante -planes estables para eliminar el uso del
diésel- y la apuesta por vehículos de combustión alternativa como
los eléctricos, lo que requiere, además, inversiones y ayudas a la
digitalización de esta industria. O la implantación de sistemas de
comercialización de emisiones, donde las empresas que operan en un
determinado mercado deberán solicitar permisos oficiales por cada
tonelada de emisión de CO2 que realicen y los gobiernos, fijar
límites concretos. Con la actual presión fiscal, la subida de la
temperatura, en 2030, será de 3 grados centígrados. De aplicarse
un gravamen exigente, de 75 dólares la tonelada de CO2, el
calentamiento se reduciría un grado. Cualquier tasa inferior
-alerta el FMI- no posibilitará la erradicación de los carburantes
fósiles y premiará la pervivencia del carbón, el diésel y la
gasolina en los parques automovilísticos, las industrias y los
hogares de los países. En un blog oficial del Fondo, que firma,
entre otros, Vitor Gaspar, y al que enlaza este informe semestral
de la institución, precisa que “el precio de la electricidad
acumulada en países altamente dependientes del carbón subiría un
43% de manera acumulada en el próximo decenio y el coste de la
gasolina, un 14% por encima de la media de sus subidas anuales”.
El Fondo también se ocupa de poner buenas
prácticas climáticas encima de la mesa. Así, señala a Suecia
como país de éxito en materia de fiscalidad. “En 1991, tenía un
gravamen de 28 dólares por tonelada de emisiones de CO2 a la
atmósfera; en 2019 es de 127 dólares” un alza impositiva que ha
corregido con deducciones y exenciones en materia laboral, a
firmas energéticas limpias y al capital que financia proyectos
verdes. En un apéndice específico, alaba la política tributaria de
España que, al igual que Dinamarca, Noruega, Polonia o Eslovenia,
ha elevado la tributación sobre otro de los gases fluorados,
altamente contaminantes, y que emiten aerosoles, extintores o
algunos equipos de aire acondicionado.
Sobre el destino y el concepto de las
inversiones limpias, el FMI precisa que deben enfocarse a la
I+D+i que tenga que ver con la difusión tecnológica del ahorro
energético y hacia firmas que persigan con ello beneficios
sociales. En paralelo, deben fomentarse economías de escala que
exploren y desarrollen energías limpias, con objeto de aumentar
paulatinamente el tamaño de estos mercados, así como crear
infraestructuras capaces de “conectar a empresas y hogares a
fuentes de energía renovables”, aunque sea remota o incentivar al
sector financiero -bancario o de capital riesgo- para que se
espoleen los proyectos de inversión verdes.
La directora gerente, en el preludio de la
inauguración de la cumbre, en su primer discurso oficial como
máxima responsable del FMI, apeló en un triple argumentario
dialéctico para afrontar este reto. Kristalina Georgieva dijo
que la mejor arma de los gobiernos para resguardarse de la
brusca “ralentización sincronizada” de la economía es impulsar programas
de estímulo fiscal dirigidos a la “transición energética” y
aprovechar, así, la fase de “bajos tipos de interés” que les
otorgan “más dinero destinado al gasto”, aunque sea una medida
sólo propicia para las economías con “cargas de deuda
gestionables”. A su juicio, en el combate contra la emergencia
climática -al igual que en otros frentes, como la regulación
financiera, el restablecimiento del libre comercio con bajos
aranceles o las monedas digitales, “demanda acciones concertadas
internacionales”. En la crisis climática -aseguró- “ninguna
nación es inmune y cada una de ellas debe asumir su
responsabilidad”.