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EL DILEMA DEL PRISIONERO EN TIEMPOS EN QUE TODOS NOS SENTIMOS UN POCO PRISIONEROS

Por Mario Mínguez, Director de la Residencia Grupo 5 - Manuel Gómez - Latina

7 de mayo 2020
 

Hace ya un par de décadas pasé un tiempo de mi vida siendo monitor de tiempo libre con adolescentes. Es una etapa que recuerdo con cariño, en la que veía la oportunidad de influir en el desarrollo de futuros adultos y sentía la responsabilidad de prepararlos para vivir en comunidad, respetando y buscando el bienestar para todos.

Para alcanzar estos objetivos utilizaba multitud de herramientas, pero esta mañana me ha asaltado el recuerdo de una concreta. Se trataba de un juego sencillo diseñado para provocar el debate y la reflexión sobre las actitudes competitivas y colaborativas.

Este juego no era más que la adaptación del Dilema del Prisionero, ejemplo clásico de la Teoría de Juegos de John Nash. Creo que es una teoría bastante conocida por la mayoría de la gente, en gran medida por la película de “Una Mente Maravillosa”, pero voy a dar un pequeño rodeo por si alguien no sabe de qué hablo.

El matemático John Nash desarrolló la Teoría de Juegos durante la década de los 40. Esencialmente, describe cómo nos comportamos ante estructuras que tienen una posible recompensa (juegos) e identifica cuáles son los comportamientos más beneficiosos en términos matemáticos según las características de dicha estructura. Una de las ideas básicas que subyace a esta teoría tiene que ver con la efectividad de las estrategias de cooperación frente a las de competencia. En los juegos de suma igual a cero, es decir, aquellos en los que para que uno gane otro tiene que perder (una transacción económica o cualquier juego de mesa serían ejemplo de ello), la competencia es más eficaz que la cooperación. Por el contrario, en los juegos de suma distinta de cero, estos son aquellos en los que para que uno gane no necesariamente otro tiene que perder, las estrategias cooperativas aportan un resultado más valioso. (Hay infinidad de ejemplos de este tipo en nuestro día a día, desde la investigación científica hasta algo tan prosaico como un atasco).

Dicho así, sería lógico pensar que para decidir si debemos cooperar o competir tan solo es necesario saber en qué tipo de juego nos estamos relacionando. Por desgracia, las personas somos más complicadas (y a veces más idiotas) que todo esto. Volveré sobre esto más tarde.

Esta teoría, de inicio esencialmente matemática, se extendió con rapidez a otros ámbitos como la economía, la política, la sociología, la psicología, etcétera. Tal es su expansión e influencia que puede utilizarse para dar un marco explicativo para muchas de las interacciones entre dos o más personas. Y aquí vuelvo al comienzo de la historia. Como decía, el recuerdo de este juego me asaltó esta mañana, haciendo algo tan rutinario como ducharme. Y ahora, prestando un poco más de atención a ello, tengo claro por qué me llegó. No sé si se ha hecho ya, seguro que no soy ningún visionario, pero es evidente que la Teoría de Juegos tiene mucho que decir en la situación actual de confinamiento.

Nuestra sociedad y sus dinámicas están enmarcadas en juegos de suma distinta de cero. Podemos, y por suerte lo hacemos, generar un beneficio colectivo que en suma es mayor que los beneficios individuales obtenidos mediante la competencia directa. Prueba de ello son los Servicios Sociales en los que nos enmarcamos la inmensa mayoría de trabajadores de Grupo 5.

En la situación concreta de confinamiento por la que atravesamos, esto es aún más claro. Las medidas impuestas buscan un beneficio colectivo mayor que la suma de los perjuicios individuales que provocan. Que lo consigan o no es harina de otro costal, y seguramente el tiempo nos dará la respuesta.

Si ese es el marco, ¿qué comportamientos son los más adecuados para obtener resultados positivos?

Vemos cada día ejemplos de colaboración desinteresada que nos ayuda a sobrellevar la situación y nos da un poco de esperanza de que saldremos de ella cuanto antes. Personas ofreciendo su esfuerzo para ayudar a otros o simplemente mandando mensajes de ánimo a sus vecinos. Taxistas que trasladan a profesionales sanitarios para que puedan hacer visitas a domicilio o colectivos de personas desarrollando juntas el diseño de un respirador llenan las redes sociales y dan ejemplos de actitudes colaborativas.

Sin embargo, cada vez con más frecuencia, y seguro que derivado de la dureza del confinamiento, aparecen comentarios, artículos y posturas que abogan por soluciones individuales o para un colectivo concreto frente a otros. Todo el mundo cree tener la solución de lo que tendríamos que hacer como sociedad para poner fin a esta crisis. Los empresarios creen que la respuesta está en romper el confinamiento y favorecer el mercado, los padres quieren poder disponer de guarderías y colegios si tienen que volver al trabajo presencial, etc., etc. Todas estas son estrategias de competencia (mi solución tiene que ser la primera por encima de las demás para que mi problema, que es el más importante, se solucione).

Lo que la Teoría de Juegos predice en estas circunstancias es que la búsqueda de beneficios individuales, dando por hecho que los demás van a seguir manteniendo una actitud colaborativa, acaba en pérdidas para todos porque nadie mantiene la colaboración esperando que sean los demás los que lo hagan. Un ejemplo a mucha menor escala de esto lo vemos a diario en las noticias. El incumplimiento de los horarios de salidas o de las actividades permitidas llenan espacio en los medios de comunicación y lo vemos desde nuestras ventanas. Todos los que estamos en casa pensamos “si todos hiciéramos lo mismo, habría mucha más gente en la calle y los contagios aumentarían”, así que gritamos y recriminamos desde los balcones.

La probabilidad de que las respuestas de colaboración se mantengan y ofrezcan los beneficios que se esperan, dependen en gran medida de la expectativa que tengamos de que los demás seguirán las mismas estrategias. En el ejemplo clásico del Dilema del Prisionero, si ninguno de los dos prisioneros confiesa el delito, ambos tendrán una pena de 1 año, mientras que si alguno confiesa, este quedará libre y el otro cumplirá una condena de 10 años. Si fueras uno de esos prisioneros, tan solo mantendrías la boca cerrada en tanto en cuanto tuvieras la certeza de que el otro prisionero va a hacer lo mismo y no acabará incriminándote.

Ahora todos somos prisioneros de estas circunstancias y nuestra actitud colaborativa solo se mantendrá en la medida en la que confiemos en que los demás prisioneros harán lo mismo y no nos perjudicarán en pro de su beneficio individual. Por este motivo, ahora más que nunca, la conciencia del bien común frente a las necesidades individuales es de absoluta importancia.