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El radiólogo infantil Klaus Knapp reveló que la
talidomida había provocado malformaciones en miles de recién
nacidos. El sedante de la farmacéutica alemana Grünenthal había sido
usado para evitar las náuseas durante el embarazo
HENRIQUE MARIÑO
Madrid 30/04/2014
El radiólogo infantil jubilado Klaus Knapp. HENRIQUE MARIÑO.
Empezaron a
nacer niños raros. Bebés a los que les faltaban los brazos y las
piernas. Criaturas a las que les brotaban piececitos de las rodillas,
manos de los hombros. Malformaciones que eran servidas a primera hora
de la mañana en la mesa donde se reunían los especialistas de la
Clínica Universitaria de Pediatría de Hamburgo. El radiólogo infantil
Klaus Knapp (Madrid, 1928), que
recopilaba aquellos extraños casos que iban llegando al hospital con
la frecuencia de un gotero fecundo, comenzó a visitar a las madres
para tratar de encontrar una explicación. En vano, pues todas se
callaban el nombre de un medicamento que habían tomado entre la quinta
y la séptima semana de embarazo. Un psicólogo concienzudo, sin
embargo, les reveló que su mujer había tomado talidomida, un sedante
usado para contener los vómitos durante la gestación. Lo fabricaba la
farmacéutica alemana Grünenthal, cuyo eco aún resuena medio siglo
después en los peores ensueños de las víctimas.
"Nos
venían con esto", recuerda el doctor mientras muestra la fotografía de
un crío con gafas aparatosas, jersey de lana y una extremidad que
debería ser pierna pero se quedó en muñón. "Al principio pensamos que
era una epidemia, aunque había algo que no nos gustaba. Por eso nos
pusimos a trabajar a un ritmo frenético y, cuando descubrimos la causa
de las anomalías en las extremidades, difundimos nuestra
investigación", añade Knapp, que la firmó junto a
Widukind Lenz, pediatra
especialista en dismorfología y genética. "Un científico un poco
patoso para la vida normal, pero la persona más inteligente que había
conocido". La embriopatía por talidomida, publicada en el
Deutsche Medizinische Wochenschrift del 15 de julio de 1962,
desvela que la sufrían el 0,17% de los nacidos en Hamburgo el año
anterior. "En la mitad de los casos sólo han quedado afectados los
brazos, en una cuarta parte los brazos y las piernas, mientras que la
sexta parte no tienen orejas", concluía el estudio.
El pediatra madrileño calcula que en Alemania
hubo 10.000 víctimas, de las que hoy siguen vivas 2.700. "Los bebés
tenían una esperanza de vida menor, hasta el punto de que seis de cada
diez murieron pronto". La farmacéutica, en cuanto recibió los
resultados, puso el asunto en manos de sus abogados. "Al hospital
vinieron tres para ver qué podían hacer para matarnos. Luego
nos presionaron todo lo que pudieron a través de detectives,
periódicos y hasta congresos, en los que nos ponían verdes. Tardaron
tres semanas en retirar el medicamento y en ese tiempo hubo catorce
nuevos casos", rememora Knapp. "El dinero tira mucho". Tanto que los
boticarios de otros países siguieron despachándolo sin receta, como si
nada hubiera ocurrido. En España, por ejemplo, fue retirado dos años
después, aunque las víctimas sospechan que pudo seguir vendiéndose
hasta 1967.
"El fabricante evitó el juicio en Alemania,
pagó a los afectados y nunca reconoció la culpa. El sumario español
resulta muy importante porque es la primera vez que un juez le
atribuye la responsabilidad", explica Klaus en el salón de su casa,
donde ha desplegado fichas médicas, álbumes de fotos y recortes de
periódicos de la época. "Habla el hombre que descubrió los fatales
efectos de la talidomida", anunciaba en portada el diario Pueblo.
"Gracias a los doctores Knapp –ahora en Compostela– y Lenz, no habrá
más niños monstruos", titulaba El Ideal Gallego, subyugado por
el morbo que había suscitado aquella "droga maligna". A sus espaldas,
una placa que le regalaron en su 85 cumpleaños reza: "Sólo los grandes
hombres se preguntan el porqué de las cosas". En una instantánea, lo
flanquean José Riquelme y
Rafael Basterrechea, dirigentes
de la asociación de víctimas Avite, quienes han visto recompensadas
cinco décadas de lucha con la sentencia que dictó en 2013 un juzgado
de Madrid, que obligó a Grünenthal a indemnizarlos.
El recurso de la farmacéutica no se hizo
esperar. Esgrimió que el supuesto delito había prescrito y alegó que
los perjudicados no presentaron pruebas suficientes. "La empresa
espera que la gente se muera para no tener que pagar", cree el
radiólogo infantil, que se ha prestado para afrontar la siguiente
batalla judicial. "Todo el mundo piensa que ganamos la causa, cobramos
el dinero y nos lo gastamos en el Caribe, pero nada más lejos de la
realidad", dice con pesar Riquelme, quien necesita una prótesis para
poder caminar. "Esto va a ir para cuatro o cinco años", se queja.
Demasiado tiempo para algunos de los 24 beneficiarios, un número
escaso teniendo en cuenta que la entidad que preside representa a tres
centenares de personas. Son la escueta lista a la que se ha reducido
aquel misterio que sembró España de 3.000 niños con malformaciones,
según Avite. La cifra la marcó el anterior Gobierno, que concedió unas
ayudas sociales solamente a esa veintena de afectados.
"No es lógico que un juicio se celebre más de
cincuenta años después de los hechos", opina Klaus, que para recalcar
su españolidad ha terminado firmando Claus. Nieto de un ingeniero
alemán que había llegado a Madrid con el propósito de surtir a la
capital de ascensores, nació en José Abascal con Zurbano y tuvo una
infancia felicísima, tan plácida como un paseo en barca por el
estanque del Retiro, hasta que cumplió ocho años. "Entonces vino la
guerra y se acabó todo. Me llevaron como refugiado a Alemania, donde
estuve hasta 1939. Sobrevivimos gracias al care norteamericano,
porque allí no había nada", evoca Knapp, quien estudiaría Medicina
antes de partir de nuevo a Alemania, esta vez para trabajar como
médico en Hamburgo, donde vivía su madre. Todavía guarda el anuncio
por palabras que publicó para encontrar una habitación. "Cuando
llegué, mis dos jefas eran mujeres, porque los hombres habían muerto o
estaban presos". Encadenando posguerras.
La
experiencia laboral fue más que positiva. "Lo bueno de los alemanes es
que gestionan muy bien los fallos humanos: creen más en el error que
en la maldad", apunta Knapp, que terminaría regresando porque quería
darle a sus hijos una educación en España, un país que su mujer
adoraba. El mismo que lo recibió como un héroe tras su dramático
descubrimiento: el principio activo que se escondía bajo el nombre de
Contergan en Alemania, aunque aquí lo revestían otras marcas
comerciales, mataba y deformaba a recién nacidos. "Carece de mérito,
yo sólo lo vi. Soy un testigo, no una eminencia", concluye. "Nadie
tiene por qué agradecerme nada. Los niños con malformaciones siguieron
igual y los que después nacieron sanos nunca supieron que podrían
haber sufrido ese problema".