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2 de diciembre de 2017
La metáfora Pascua
ESTÁ EN JUEGO EL DESTINO DE LA HUMANIDAD
IGNACIO RAMONET
La Conferencia de las Partes en la Convención Marco
de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP23) se llevó a cabo en
Bonn (Alemania), del 6 al 17 de noviembre pasado. Recibió a más de 25.000
participantes, incluidas delegaciones nacionales, a representantes de unas
quinientas ONG y a más de mil periodistas.
Dos temas influyeron de modo determinante en el
desarrollo de la COP23: la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París
(COP21) y una mayor incidencia de fenómenos potencialmente asociados al
cambio climático en muchos lugares del planeta. Que Fiyi –Estado
archipiélago amenazado de desaparición por la subida del nivel del mar– haya
presidido la COP23, siendo un conjunto de islas supervulnerable que acaba de
enfrentarse, hace solo unos meses, al ciclón más potente registrado y con un
programa muy ambicioso de despliegue de energías renovables, pone en el
centro del debate los impactos, la adaptación y la mitigación desde el mundo
en desarrollo, dejando en evidencia la Administración de Trump, que ha
convertido a su país en el único miembro que no formará parte del Acuerdo de
París a partir de 2020.
Un sentido de urgencia y la equidad como aspectos
centrales del debate marcaron el entorno en que se movió esta COP23.
La cumbre concluyó con un balance paupérrimo, sin
apenas progresos, y con el único consuelo de que la comunidad internacional
sigue unida en la lucha contra el calentamiento global pese a la deserción
de la Administración estadounidense por decisión del presidente Donald Trump.
Además, en agosto pasado, Washington anunció que retiraría todos los fondos
del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por
sus siglas en inglés), el órgano de la Organización de las Naciones Unidas
encargado de investigar el cambio climático.
Las casi doscientas delegaciones presentes en la
antigua capital de la República Federal Alemana no lograron ni siquiera
ponerse de acuerdo sobre los mecanismos técnicos que permitirán poner en
marcha el acuerdo suscrito hace dos años en París en la COP21. Fue una
cumbre decepcionante. Ahora, el peso recae sobre la próxima cumbre, que se
celebrará, en diciembre de 2018, en la ciudad polaca de Katowice, situada en
el epicentro de una gran cuenca carbonífera…
La cumbre de Bonn fue decepcionante también porque la
mayoría de los asuntos han sido, sencillamente, aplazados. A pesar de que un
número creciente de sucesos catastróficos nos recuerda cada día la gravedad
del problema que, en el último año, se ha agravado al haber crecido un 2%
las emisiones de CO2 a la atmósfera, tras dos años de esperanzador
estancamiento. Las inundaciones en la India y Nigeria, las sequías en
amplios territorios del planeta, los ciclones del Caribe y los incendios que
se desataron en Estados Unidos y Europa en este 2017, sirvieron de telón de
fondo. “El mar se traga aldeas, devora la costa y arruina los cultivos
–declaró Timoci Naulusala, de 12 años, procedente de las islas Fiyi, en un
apasionado discurso–. Las muertes por hambre y sed, el realojamiento de
personas, los llantos por los seres queridos perdidos… Quizá crean que eso
solo afectará a los países pequeños. Se equivocan”.
El gran objetivo de esta cumbre fallida era empezar a
redactar el reglamento del Acuerdo de París (2015), pero los actores
reconocieron que será preciso un empuje mucho mayor para que el documento
esté concluido antes de finales de 2018. La ausencia de Washington en los
debates decisivos de la cumbre, suplida en parte por numerosos
representantes de la sociedad civil estadounidense, no se dejó sentir
demasiado, pero muchos participantes acusaron el golpe, conscientes de que
esa deserción hiere gravemente el acuerdo.
“La acción a nivel nacional está muy lejos de lo que
se necesita –sintetizó Manuel Pulgar-Vidal, de la asociación WWF–. El abismo
entre lo que estamos haciendo y lo que debemos hacer es gigantesco”. En el
mismo sentido se pronunció Wolfgang Jamann, de Care International: “Los
acuerdos políticos no han abordado suficientemente la dura realidad
climática a la que ya se enfrentan millones de personas”. “Nunca había visto
una COP con una tasa de adrenalina tan baja”, expresó un diplomático europeo
en declaraciones a la agencia France Presse. Y también muy sintomático fue
el comunicado emitido por la delegación española: “En Bonn, se ha continuado
trabajando para construir el Acuerdo de París y no habido retroceso en
ninguno de los temas tratados…”.
Los principales escollos en las negociaciones, que se
prolongarán el año que viene en Katowice (Polonia), atañían a dos asuntos
clave. El primero, conocido como “Diálogo de Talanoa” (1), es la revisión de
los compromisos de reducción de emisiones de CO2 que se anunciaron en París,
es decir: qué criterios se aplicarán para que los países ofrezcan propuestas
más ambiciosas con vistas al 2020, cuando se pondrá en marcha el nuevo
tratado, puesto que las que se encuentran ahora sobre la mesa no garantizan
la estabilización de las temperaturas globales, sino que las impulsan más de
tres grados por encima de los valores preindustriales. En Katowice, con
nuevos datos del IPCC (el grupo de expertos en clima de la ONU), se
realizará una nueva evaluación colectiva de cómo están evolucionando el
calentamiento global y las emisiones de CO2 y otros gases de efecto
invernadero.
El segundo escollo fue nuevamente la financiación que
los países industrializados destinarán para que los países en desarrollo
puedan adaptarse al calentamiento global, ahora con el agravante de la
ausencia de Estados Unidos, lo que podría obligar a las restantes potencias
a aumentar su contribución (la Administración de Trump ya ha anunciado que
no abonará su participación al llamado Fondo Verde de la ONU). En la COP15
de Copenhague (2009), se acordó que los países industrializados aportarían
100.000 millones de dólares anuales a partir del año 2020, pero los detalles
de la implementación no se han precisado.
Y la urgencia es enorme: “Este año, tres ciclones
excepcionalmente violentos devastaron el Caribe, las inundaciones
destruyeron miles de hogares y escuelas en el sur de Asia y la sequía trajo
devastación a millones de personas en el este de África –declaró Tracy Carty,
jefa de la delegación de Oxfam–. Ya no estamos hablando del futuro. Los
países y comunidades más pobres del mundo ya están luchando por sus vidas
contra los desastres intensificados por el cambio climático”. Por su parte,
Jens Mattias Clausen, jefe de la delegación de Greenpeace, añadió: “Hablar
no es suficiente. Nos falta la acción. Llamamos a Francia, Alemania, China y
otras grandes potencias a intensificar y mostrar el liderazgo que dicen
tener. Aferrarse al carbón o a la energía nuclear y desfilar como campeones
del clima mientras no se puede acelerar la transición hacia la energía
limpia no es más que mala fe”.
Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE),
las centrales de carbón siguen produciendo casi el 40% de la electricidad
mundial, y son uno de los principales factores causantes del cambio
climático. Además, la contaminación del aire por la quema de carbón causa
enfermedades respiratorias severas y otros muchos efectos nocivos para la
salud.
La canciller de Ecuador, María Fernanda Espinosa,
destacó en su intervención, en nombre del Grupo negociador G77+China (que
agrupa 134 países), que se necesita avanzar prioritariamente en el
financiamiento del Fondo Verde para el Clima (FVC), que permite captar
recursos financieros de los países desarrollados para que las naciones en
desarrollo más vulnerables puedan afrontar las consecuencias del cambio
climático. El FVC espera contar con unos 100.000 millones de dólares anuales
a partir de 2020. Sin duda, uno de los grandes retos de los próximos años
será avanzar en ese tema.
María Fernanda Espinosa recordó también que el
planeta ya afronta las consecuencias desastrosas del cambio del clima, a
través de graves inundaciones, derretimiento de glaciares, sequías, que
además son amenazas para la seguridad alimentaria. Asimismo hizo un
llamamiento para proteger a las mujeres, niños, niñas, migrantes y
refugiados, quienes son los más afectados por el cambio climático, que
calificó de “mayor amenaza global de este siglo”.
Aunque Donald Trump lo niegue, el calentamiento del
sistema climático es una realidad inequívoca. Unos 2.500 científicos
internacionales, miembros del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre la
Evolución del Clima (GIEEC), lo han confirmado de modo indiscutible. Su
causa principal es la actividad humana que produce un aumento descontrolado
de emisiones de gases, sobre todo dióxido de carbono (CO2), producto del
consumo de combustibles fósiles: carbón, petróleo, gas natural. La
deforestación acrecienta el problema. Porque los árboles, las plantas y las
algas de los océanos absorben y neutralizan el CO2, y producen oxígeno; de
ese modo ayudan a combatir el efecto invernadero.
Desde la Convención del Clima y la Cumbre de Río de
Janeiro en 1992, y la firma del Protocolo de Kioto en 1997, las emisiones de
CO2 han progresado más que durante los decenios precedentes. Si no se toman
medidas urgentes, la temperatura media del planeta aumentará por lo menos en
cuatro grados. Lo cual transformará la faz de la Tierra. Los polos y los
glaciares se derretirán, el nivel de los océanos se elevará, las aguas
inundarán los deltas y las ciudades costeras, archipiélagos enteros serán
borrados del mapa, las sequías se intensificarán, la desertificación se
extenderá, los huracanes, los ciclones y los tifones se multiplicarán,
centenares de especies animales desaparecerán…
Las principales víctimas de esa tragedia climática
serán las poblaciones ya vulnerables del África Subsahariana, de Asia del
Sur y del Sureste, de América Latina y de los países insulares ecuatoriales.
En algunas regiones, las cosechas podrían reducirse en más de la mitad y el
déficit de agua potable agravarse, lo que empujará a cientos de millones de
“refugiados climáticos” a buscar a toda costa asilo en las zonas menos
afectadas… Las “guerras climáticas” proliferarán.
Para evitar esa nefasta cascada de calamidades, la
comunidad científica internacional recomienda una reducción urgente del 50%
de las emisiones de gases de efecto invernadero. Único modo de evitar que la
situación se vuelva incontrolable.
Por otra parte, debemos cambiar nuestro modelo
económico despilfarrador que agota los recursos del planeta. Actualmente, la
Tierra ya es incapaz de regenerar un 30% de lo que cada año consumen sus
habitantes. Y, demográficamente, estos no cesan de crecer. Somos ya 7.500
millones, y en 2050 seremos más de 9.000 millones… Lo cual complica el
problema. Porque no hay recursos para todos. Si cada habitante consumiese
como un estadounidense se necesitarían los recursos de tres planetas. Si
consumiese como un europeo, los de dos planetas… Y no disponemos más que de
una única Tierra. Una diminuta isla en la inmensidad de las galaxias.
A este respecto se recordó en Bonn, en reiteradas
ocasiones, la “metáfora Pascua”, en alusión al desastre que conoció la isla
de Pascua o Rapa Nui (Chile). A esa tierra, una de las más aisladas del
planeta, llegó entre los años 800 y 1200 una expedición polinesia que quedó
cortada del resto del mundo. Pequeña (unos 160km2), la isla estaba
recubierta con una suntuosa vegetación, rodeada de aguas muy ricas en peces,
con costas llenas de moluscos y millones de aves migratorias que allí
anidaban. En unos cuantos decenios, los rapanuis se multiplicaron y
desarrollaron una brillante civilización (la de los moai), que aún hoy
asombra al mundo. Pero lo hicieron a base de explotar con exceso y sin
precaución las riquezas de la isla. Resultado: en poco tiempo, no quedaba un
árbol en la isla, ni un pez en sus mares, ni un molusco en sus costas, ni un
ave en sus nidos… Cuando el escritor francés Pierre Loti visitó la isla en
1872, solo quedaban unos cientos de habitantes, “un pueblo de fantasmas,
desnudos, esqueléticos y hambrientos; últimos escombros de una raza
misteriosa” (2).
Con la excepción de Donald Trump, cada día quedan
menos escépticos frente a las evidencias del cambio climático. Cada
habitante de nuestro planeta puede constatar, en particular, estas siete
realidades: 1) la temperatura global sigue aumentando (2017 ha sido uno de
los tres años más cálidos de la historia desde que existen estadísticas); 2)
la frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos sigue en aumento; 3) la
concentración de CO2 sigue acumulándose; 4) sigue subiendo el nivel de los
mares; 5) la acidificación de los océanos no disminuye; 6) las capas de
hielo de la Antártida siguen reduciéndose; 7) sigue disminuyendo el hielo
marino en el Ártico.
En Bonn, los países más desfavorecidos exigían a los
más industrializados que indicasen, con dos años de antelación, cuánto
dinero iban a aportar y en qué plazos. Con el objetivo de que pudieran saber
con qué fondos podrían contar. Fuentes de la delegación de la Unión Europea
(UE) aseguraron que con los márgenes presupuestarios que manejan los países
europeos no es factible decir, aquí y ahora –como les estaban exigiendo–,
cuánto dinero van a aportar en un horizonte de diez años, si bien no ha sido
la UE quien se ha opuesto a avanzar en este exhaustivo reporte, sino Estados
Unidos, Australia y Japón. Por su parte, Angela Merkel se comprometió a
duplicar los fondos para el clima y ayudar a los países en desarrollo para
2020, y explicitó su compromiso de ayudar a las naciones en desarrollo en
iniciativas como sistemas de información climática y gestión de riesgo de
desastre.
Pero los participantes se decepcionaron cuando Merkel
anunció su plan para reducir la dependencia del carbón de Alemania.
Alrededor del 40% del sector energético de ese país depende del carbón y, de
seguir así, Alemania no cumplirá sus objetivos en materia de reducción de
emisiones contaminantes para 2020. De hecho, la Unión Europea no podrá
lograr su objetivo de reducir los gases de efecto invernadero en por lo
menos un 40% para 2030, respecto de los niveles de 1990, a menos que cambien
las políticas y redoblen sus compromisos. España, por su parte, es uno de
los países de Europa Occidental –junto con Polonia y Alemania– que no ha
firmado el compromiso gradual para poner fin a la producción de carbón con
el año 2030 como horizonte…
En este sentido, desde el inicio, la cruzada de las
negociaciones ha tenido como punto central definir cómo pueden los países
más ricos ayudar a los menos desarrollados en la adaptación y en la
compensación. Bajo el primer concepto entran las distintas formas de cambiar
las economías para depender menos del petróleo, gas y carbón.
La tarea, ya de por sí titánica, se complicó este año
cuando Donald Trump anunció que sacaba a su país del Acuerdo climático.
Desde su campaña electoral en 2016, el republicano prometió esta medida. Y
es que, entre otras razones, el presidente Trump considera que el cambio
climático es una “mentira” fabricada por los chinos para minar la economía
estadounidense…
Sin embargo, el proceso de renuncia lleva tres años,
lo que convierte a Estados Unidos en un signatario hasta entonces. Por eso
vino a Bonn una pequeña delegación oficial, con el secretario de Estado, Rex
Tillerson, al frente. Y es que un grupo rival de gobernadores, alcaldes y
líderes empresarios también estuvo presente en Bonn: la desafiante coalición
norteamericana “We Are Still In”, liderada por el exalcalde de Nueva York,
Michael Bloomberg, en nombre del Centro de Acción Climática de Estados
Unidos. Así pues, hubo dos delegaciones estadounidenses en la cumbre, lo que
llevó a los expertos a preguntarse cuál era la que realmente hablaba en
nombre del país y a los asistentes a preguntarse con cuál hablar…
En este contexto, los expertos coinciden en que
Estados Unidos dejó un vacío en el liderazgo climático. Más allá del
compromiso que muestra la Unión Europea, la lupa se puso en los dos mayores
responsables junto a EEUU de las emisiones: la India y China. El primero ya
asumió el desafío al hacer de la energía solar un proyecto a gran escala.
Por su parte, Pekín también da indicios de no querer echarse para atrás. Con
su plan para un nuevo mercado nacional de carbono, China propone poner un
precio a las emisiones corporativas.
Visto el fracaso de la COP23 y la inacción
gubernamental, y visto que no podemos “bajarnos del mundo” como decía
Mafalda, nuestras principales esperanzas residen actualmente en las 7.500
ciudades y entidades de todo tipo, en particular centenares de asociaciones
de ciudadanos, que se han propuesto avanzar por su cuenta hacia una sociedad
baja o nula en carbono. Está en juego el destino de la humanidad.
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