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La génesis del mal en niños y adolescentes
15 abril, 2018
Autor: Jacobo
Piñol Fotografía: Jacobo
Piñol / Noelle Otto LLEIDA.- No se ha preguntado nunca por qué son malos
los niños, o por qué cada vez son más violentos, agresivos o transgreden con
mayor facilidad las normas. De momento, las respuestas hay que buscarlas en
las unidades psiquiátricas infanto-juveniles de los hospitales, donde cada
vez son más los menores que ingresan afectados por trastornos de conducta
agresiva. Según los especialistas, los hijos se han convertido en seres
abducidos por la tecnología, personas egoístas, impacientes e insensibles
con una grave falta de empatía y tolerancia, todo ello alimentado por un
entorno familiar desafectivo y una sociedad individualista que premia la
maldad en muchos aspectos.
 Àngel
Pedra Camats, psiquiatra
De este modo, el comportamiento de los niños se ha modificado
hasta el punto que en estos momentos los psiquiatras infantiles dedican la
mayor parte de su tiempo únicamente a corregir conductas de tipo agresivo,
desafiantes o intimidatorias. El cambio es significativo porque antes del
año dos mil los médicos se encargaban de tratar enfermedades mentales
comunes (patologías psicóticas, trastornos obsesivos o fóbicos, trastornos
límites de personalidad o trastornos generales de desarrollo, entre otras).
A esto hay que añadirle un pequeño porcentaje de niños y adolescentes
perversos por naturaleza, que tienen la maldad insertada en sus genes.
Pequeños seres que encuentran placer haciendo sufrir a terceros. Algunos de
estos casos pueden emerger en edades adultas en forma de asesinatos,
homicidios o actos delictivos dolosos. En general, los niños y adolescentes de los que hablamos no
son menores tutelados y la mayoría de ellos no tienen siquiera antecedentes
penales. De hecho, una parte proviene de familias acomodadas, por lo que se
derrumba el mito que relaciona marginalidad con delincuencia juvenil, ya que
muchas de estas conductas desembocan en la comisión de pequeños robos o
abuso de tóxicos. Estamos hablando de adolescentes que trasgreden las
normas, que acostumbran a intimidar o amenazar a sus padres, tutores o
compañeros, y que en algunos casos llegan a la agresión física o al destrozo
material. Estos jóvenes ya de niños no saben reprimir sus impulsos y
estallan de forma violenta hacía aquellos o aquello que les impide conseguir
su objetivo. La atención de la URPI Àngel Pedra Camats es psiquiatra y médico especialista de la
Unidad de Referencia Psiquiátrica Infantil (URPI) de Lleida, ubicada en el
Hospital de Santa Maria. El aumento de la demanda, principalmente de menores
agresivos, impulsivos o desafiantes, ha obligado a al URPI a triplicar la
capacidad de internamiento pasando de las 4 camas con las que se inauguró en
2002 a las 12 en 2017. En sus inicios la Unidad trataba especialmente
trastornos de conducta alimentaria (anorexia, bulimia, etc), psicosis,
trastornos obsesivos y TDAH pero hoy en día el 70% de los casos tienen que
ver con comportamientos violentos. Principalmente, estos pacientes tienen
edades comprendidas entre los 13 y 18 años aunque a los 8 o 9 años ya pueden
ser diagnosticados. Pedra es un referente en el mundo de la psiquiatría infantil.
Miembro de la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y Adolescente
(AEPNyA), empezó su carrera médica en 1985 tratando la psique adulta. Cinco
años después derivó sus conocimientos a tratar a niños y adolescentes. Como
decíamos, en la década de los noventa las patologías que se trataban hacían
referencia a trastornos psicóticos, esquizofrenia, TDAH (Trastorno del
Défecit de Atención) o absentismo escolar. “Eran patologías que en su mayoría
no terminaban en hospitalización”, explica. El aumento de los trastornos de
conducta se disparó a partir del cambio de siglo: “es un mal de la sociedad
del bienestar que ha comportado que al niño no le falte de nada. Lo tienen
todo solucionado. Debemos recordar aquello que decía Confucio: educa a tus
hijos con un poco de hambre y un poco de frío. Los niños deben pasar
necesidades para ver cómo las afrontan”. Un trastorno influido por el entorno Pedra explica que la mayoría de estos trastornos están
influenciados por el entorno y señala el cambio de actitud de los padres
hacia los hijos como una de las principales causas de la aparición del
conflicto. Por eso una de las medidas de los psiquiatras es hacer terapia
conjunta con los progenitores. “Normalmente, el trastorno de conducta
aparece en hijos de familias sobreprotectoras. Los padres han pasado de ser
padres de tipo educativo y estructural a padres totalmente permisivos. Han
modificado el cariño y la ternura por el afecto económico. El poco tiempo
que pasan con sus hijos prefieren dedicarlo a gratificarles, para que al
menos así los tengan presentes cuando no estén, evitando los castigos o
reprimendas”, comenta el facultativo. Efectivamente, con el estallido de la
crisis y el aumento del paro -sobretodo en el sector de la construcción- se
observó como los niños que dejaban de percibir una gratificación económica
semanal empezaron a enfrentarse a los padres e incluso a agredirlos. Todo
ello incrementado por la falta de atención familiar, que según el
psiquiatra, desemboca en que “los padres no llegan a saber exactamente las
compañías que frecuentan sus hijos, las webs que consultan o con quién
chatean, por lo que ignoran muchas de las actividades que realizan sus
hijos”. De este modo, nos encontramos ya con niños pequeños que
simplemente con las pataletas consiguen lo que quieren, pero al llegar a la
pubertad algunos padres no les pueden ofrecer lo que les piden. “Es entonces
cuando empiezan a aparecer los enfrentamientos que se traducen en violencia,
rotura de objetos, consumo de tóxicos, absentismo escolar, mentiras,
promiscuidad sexual, etc. Son niños que no se han sabido educar”, sentencia
Pedra. Un paso más allá encontramos casos en que los menores
disfrutan infligiendo sufrimiento a los demás. En estos casos se ha
determinado que de pequeños les gusta jugar con fuego, maltratan animales o
son muy mentirosos. También aparecen este tipo de trastornos en niños que
han estado presentes y vivido episodios de malos tratos en el núcleo
familiar, que después pueden reproducirlo en forma de violencia o
volviéndose maltratadores. El abuso de sustancias tóxicas estimula también la aparición
de conductas agresivas. “Tenemos pacientes de 14 o 15 años que consumen
cocaína. El abuso de esta droga, sin que la persona sea violenta, puede
originar comportamientos violentos”, comenta Pedra. Otros estímulos que afectan a la modificación de
conducta Sin duda el mal uso de las nuevas tecnologías entre menores
de edad puede condicionar la psique de estos usuarios prematuros. Así, si
hace poco más de una década a los psiquiatras infantiles les preocupaban las
webs en las que se hacía apología de la anorexia, hoy son las páginas que
fomentan las autolesiones las que centran su atención. No obstante, Pedra
destaca que “a nivel hospitalario no hay casos de menores enganchados a los
móviles o internet, pero sí que proliferan a nivel ambulatorio”. El doctor
pone como ejemplo algo que los nacidos en los ochenta quizás fuimos los
últimos en atestiguar: “Antes cuando eras pequeño, cuando tenías uno o dos
años, y te ponías a llorar, los padres te daban un cacho de pan para que lo
mordisquearas. Ahora les ponen el móvil. Es decir, antes de saber hablar ya
tienen el teléfono en las manos, ya sea porque les atraen los colores, las
imágenes o las músicas. Pero así se callan y no molestan”. A la larga vierte en un consumo de internet descontrolado sin
necesidad que exista una verdadera adicción. Por ejemplo, está probado que
los niños que consumen pornografía a edades más tempranas (9 o 10 años) son
más promiscuos, con tendencias a comportamientos de riesgo. “Están más
erotizados de lo que su cuerpo puede permitirse. A edades tempranas la mente
no está preparada para asumir el bombardeo sexual de la pornografía. Se está
normalizando que cada vez chicos o chicas más jóvenes cuelguen sus fotos en
redes sociales semidesnudos o en posiciones eróticas sin medir las
consecuencias”, dice el especialista. Lo preocupante de todo es que, según
comenta el psiquiatra, esto puede suponer “un aumento de tocamientos en el
ámbito escolar, abusos sexuales y hasta violaciones por parte de
adolescentes, incluso hacia personas mayores que ellos”. En cuanto a la responsabilidad de los medios de comunicación,
el doctor Pedra indica que tanto en series como películas se idealiza a las
personas malvadas o que delinquen. Véase el caso de series como Breaking
Bad, donde un profesor de instituto se convierte en un exitoso
fabricante de metanfetamina o, más recientemente, Pablo Escobar, el
patrón del mal, un espacio de gran audiencia juvenil donde se exalta la
figura del narcotraficante colombiano. Según Pedra, “todos estos factores
ayudan a que los niños entiendan que mediante la violencia pueden conseguir
sus objetivos. Si te pones agresivo pueden pasar dos cosas: o que acabes en
comisaría o que consigas lo que te propones”. A priori, una de las soluciones que podríamos encontrar para
erradicar la agresividad que confluye en delincuencia podría ser la de
endurecer las penas, las llamadas medidas punitivas. Pero Pedra es tajante:
“no sirve de nada tenerlos más tiempo encerrados, debemos valorar cada caso
y actuar en consecuencia”. No obstante, el psiquiatra matiza diciendo que
“mientras el alcohol o los tóxicos sean un atenuante no progresaremos”. A
este respecto, el médico de la URPI comenta que muchos menores que delinquen
abusan conscientemente de los tóxicos para llevar sus acciones al margen de
la ley. Normalmente el propio delito va asociado a la consecución violenta
de medios económicos para sufragar el consumo porque los padres, como
decíamos, no pueden -o no quieren- darles más dinero a los hijos. En algunos
otros casos puede conllevar a incentivar la promiscuidad sexual. “Si
facilitamos que el menor consiga reducir la pena por el hecho de haber
consumido tóxicos, indirectamente los estamos motivando para que sigan
consumiendo. A estos menores los reinsertamos con medidas que motiven una
formación académica o laboral”, dictamina el médico. Tratamiento farmacológico inútil Los trastornos impulsivos de la conducta pueden tratarse con
fármacos, en su mayoría tranquilizantes derivados de la benzodiacepina, pero
de este modo no se ataca a la raíz del problema y el trastorno sigue
existiendo pudiendo derivar el tratamiento hacia una adicción. El trabajo
con estos jóvenes va más allá. Se trata de reeducarles desde cero. Para
Àngel Pedra el uso de medicamentos “es una ayuda exigua” porque “este tipo
de trastornos necesitan otro tipo de tratamientos enfocados a trabajar los
aspectos de la responsabilidad, la sensibilidad, la empatía o la
comunicación entre iguales, juntamente con la terapia familiar”. Paradójicamente, uno de los inconvenientes con los que se
encuentran los facultativos es la falta de recursos: “en realidad las
unidades psiquiátricas como esta están dirigidas a tratar trastornos
psicóticos, neuróticos, trastornos del desarrollo pero no para tratar
trastornos de control de los impulsos. Por eso, este tipo de pacientes
generan muchos problemas. Al no seguir las normas, se enfrentan al personal
hospitalario y llegan a provocar destrozos en las instalaciones”, dice el
médico. En el caso de la URPI de Lleida, los pacientes pueden llegar
a estar internados un máximo de tres meses. Por eso, “el tiempo que pasan
con nosotros lo dedicamos básicamente a hacerles entender con métodos
terapéuticos y educativos que en la sociedad hay unas normas que no deben
transgredir y que el saltárselas conlleva consecuencias. Y eso es lo que
deben entender”, aclara el doctor. Un espacio rural para volver a conectar Si una de las principales causas de la aparición de los
trastornos violentos de conducta es el entorno, entonces debe modificarse el
mismo. Y si los hospitales no están preparados para atender este tipo de
conductas, deben crearse nuevos espacios donde afrontar su tratamiento. Esta
situación ha llevado a Pedra -junto a un equipo inter y multidisciplinar- a
impulsar Reeixir, un centro pionero en España de atención
terapéutico y educativo para adolescentes y jóvenes. “Se trata de un espacio
rural para que los jóvenes vuelvan a conectar”, añade el doctor, quien
también ejerce las funciones de director. Reeixir es una institución sin ánimo de lucro
formada por un equipo de profesionales que puede dar solución a cada uno de
los problemas de los niños o adolescentes. En él confluyen médicos,
psiquiatras, psicólogos, enfermeros, profesores, terapeutas ocupacionales,
educadores, trabajadores sociales y monitores. La filosofía de trabajo se
divide en tres grandes ramas: terapéutica, escolar y formativa-laboral. Los
chavales viven en el centro durante un periodo de cuatro a seis meses,
dependiendo de los casos. Las familias están informados en todo momento de
los progresos de sus hijos y reciben semanalmente atención específica. En el aspecto terapéutico se trabajan las pautas de
responsabilidad, sensibilidad o empatía en sesiones que participan también
las familias con el objetivo de desarrollar un vínculo sano entre padres e
hijos. En estas sesiones también se abordan las relaciones basadas en la
recompensa y no en el castigo, y en relación al análisis del seguimiento de
las conductas, se utiliza al grupo como herramienta para trabajar el
incumplimiento de las normas. En lo que atañe al ámbito escolar, cabe destacar que pese a
que el adolescente resida en el centro, no se le desvincula de la escuela.
Es decir, sigue yendo a clase para estimular una responsabilidad de la que
no puede desvincularse. De hecho, el objetivo es que complete los estudios
de forma satisfactoria, por eso el equipo de profesionales hace un
exhaustivo seguimiento escolar. Finalmente, la tercera rama de actuación es la referente a la
formación para una futura inserción laboral. Los muchachos disponen de un
panel de actividades que pueden escoger según sus gustos o intereses:
informática, jardinería, fontanería, mecánica, carpintería, etc. Debe
llevarlas a cabo de forma responsable y constructiva. A partir de aquí, si
el interno está en edad laboral (16 años) se le oferta un contrato de
trabajo con una serie de empresas conveniadas dispuestas a emplearlo. Así,
pueden seguir estando incluidos en la sociedad de forma normalizada. Se
trata de una iniciativa realmente innovadora porque permite que el menor
salga del centro con un contrato de trabajo permitiendo que se integre en
una sociedad productiva. La luz al final del túnel Los trastornos de conducta de tipo agresivo o violento no
paran de aumentar y no parece que vaya a estabilizarse su aparición a medio
plazo, pero son iniciativas como Reeixir las que permiten empezar a
atisbar la luz al final del túnel. Desgraciadamente, este tipo de centros
dependen de los recursos privados o aportaciones desinteresadas de sus
propios fundadores. La sanidad pública no da una respuesta al problema, ya
sea por la falta de medios o, simplemente, porque no quiere reconocer la barbarización de
los tiempos, un mal endémico del que no es capaz de responsabilizarse,
derivando la problemática al ámbito educativo. Ante esta situación lo
recomendable sería rescatar el vinilo de aquella canción que dice somos
jóvenes, amor; somos jóvenes los dos; es fantástico vivir y poder cantar
así; Somos jóvenes, amor; somos jóvenes los dos; y esa juventud ha de
perdurar como el cielo azul y el mar. Tal vez así recordemos que la
juventud es algo más que conflicto.
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