26 de enero 2021
Esta maestra de primaria de un
pequeño municipio a las afueras de Vigo, el CEIP
Antonio Palacios de O Porriño (Pontevedra), está
detrás de Teachers
for Future Spain, la asociación de docentes que
ha integrado las ideas contra el cambio climático de
Greta Thunberg.
Leirós no imaginaba que despertaría
tanto interés en centros tan diferentes. Reciben
mensajes de escuelas públicas, privadas y colegios
católicos concertados. Hasta el punto de que hoy en
día, admite, no descansan por un trabajo que hacen
en su tiempo libre. “Cada vez hay más interés y
vemos mucha gente con ganas de hacer algo”, dice.
“Pero al final somos profesores ya concienciados y
dependemos de las horas que podamos dedicar”.
La educación ambiental, una de las
herramientas para comprender la crisis climática y
buscar soluciones creativas para el futuro, sigue
ausente en la enseñanza formal de los menores. Sera
Huertas, técnico en el Centro de Educación Ambiental
de la Comunidad Valenciana, explica que el
currículum no la incluye de manera transversal. Por
lo que se produce una paradoja: en las escuelas y
los institutos uno se encuentra con mucha ilusión y
entusiasmo por parte de los profesores y los
alumnos, pero el programa académico no refleja la
importancia del cambio climático y el medio
ambiente.
Patricia Ibarra, otra de las maestras
que coopera en Teachers for Future desde el colegio
público Ciudad de Nejapa, en la localidad madrileña
de Tres Cantos, explica que, a pesar del esfuerzo,
todos coinciden en que merece la pena. En su
opinión, muchos de los que participan en las
actividades que proponen son personas que desde hace
tiempo querían dar un paso más pero no sabían cómo.
“Algunos se sentían los bichos raros del colegio,
los pesados que siempre iban recordando sobre los
plásticos o la necesidad de reducir el gasto de
papel, por lo que unirse, aunque sea por las redes,
les proporciona una especie de apoyo y les hace
sentir mejor”.
Algo parecido cuenta Juan Ignacio
Cubero, profesor del instituto Los Castillos de
Alcorcón que lleva más de 20 años trabajando para
dinamizar la escuela. Para él, en los últimos años
ha habido un cambio en la opinión y ahora
preocuparse por temas ambientales está mejor visto.
Pero a veces, confiesa, no es fácil. “Pienso en esas
catedrales que se empezaron en el siglo XIII.
Quienes las construyeron nunca pudieron verlas
terminadas. Pero cada uno puso su piedra, despacio,
todos juntos, y ahora después de tantos años siguen
en pie”.
Todos estos profesores, y los de
otros muchos centros, son los que están encargándose
de decirles a los niños cómo podemos actuar para
hacer frente a los cambios que los científicos nos
anuncian. De ellos, y de algunos padres, salen
muchas veces las ideas para conectar a los alumnos
con la naturaleza y explicar su responsabilidad con
el entorno y para descubrir las posibilidades que
tienen para transformarlo.
“El nuevo sistema de la LOMLOE abre
una puerta importante a la enseñanza de la
sostenibilidad”, explica Miriam Leirós por teléfono
al hablar del futuro, “pero dependerá de cómo la
apliquen las comunidades autónomas”. Mientras tanto
apenas hay formación sobre estos temas para los
docentes que se enfrentan a una lista de tareas
burocráticas creciente con la pandemia. “Incluso
para algo que podría ser tan útil como dar clases en
el exterior”, comenta, “hay que rellenar múltiples
papeles y autorizaciones”.
“Con los recursos de los que se
disponen y las circunstancias del profesor se hace
mucho más de lo que pensamos”, aclara el experto
Sera Huertas. “Pero no podemos quedarnos con las
actividades que hacíamos hace 25 años. Tenemos que
ir un par de pasos más allá”.
Para ello, propone este experto,
deberían ir integrando las energías renovables,
contar con aparcamientos para bicis y patinetes,
fomentar los comedores con productos ecológicos y de
cercanía y renaturalizar los espacios. “Durante
mucho tiempo los patios se fueron cubriendo de
cemento y hormigón, y luego se añadía un techado
para proteger del sol”, continúa. “Ahora habría que
seguir el proceso inverso y crear de nuevo zonas con
árboles y plantas autóctonas. No solo para atenuar
el calor sino también porque muchos estudios
muestran que reduce la contaminación”.
Juan Ignacio Cubero está también
convencido de la importancia de los espacios verdes.
Muestra orgulloso el gran patio ajardinado en el que
pueden correr sus alumnos. Tienen abetos, castaños,
tilos, eucaliptos, pinos, fresnos, plátanos de
sombra, y una colonia de gorriones comunes y
molineros que, junto con las urracas, hacen el
trabajo de limpieza cuando los niños acaban el
recreo. “Cambiar los hábitos es lo más difícil que
hay porque cuesta mucho esfuerzo y es lento”,
comenta mientras recoge varias pelotas de papel de
plata y un par de cartones de zumo que hay en el
suelo. “A todos nos parece bien cuidar el planeta,
pero nadie quiere renunciar a nada”.