El Confidencial
Podemos
entrenar nuestro cerebro
"Las emociones son
importantes. ¡Van a definir toda tu vida!"
La divulgadora Elsa Punset publica una colección de libros para
enseñar a los niños y sus padres a desarrollar la inteligencia
emocional a través de las aventuras de dos hermanos
Elsa Punset. (Fotografía de Carlota Lobo)
“En una pequeña
ciudad frente al mar hay una casa con ventanas blancas, y detrás de una
de esas ventanas hay una habitación alegre, llena de risas y protestas,
y dos niños a los que os quiero presentar…”. Así da comienzo ‘Los
Atrevidos dan el gran salto’, el primero de una colección de libros para
niños, donde
Elsa Punset hace lo que
mejor se le da, enseñarnos a gestionar nuestras emociones a través de
las aventuras de dos hermanos y su perro, que cada noche compiten en
unas singulares Olimpiadas Emocionales, guiados por una entrenadora de
altos (aunque torpes) vuelos, la gaviota Florestán.
Un taller emocional para hijos y sus
padres que llega a las librerías con sus dos primeros títulos: ‘Los
Atrevidos dan el gran salto’ y ‘Los Atrevidos en busca del tesoro’ (ed.
Beascoa). Para contarnos más sobre la importancia de la
inteligencia emocional en los niños, hablamos con su autora.
PREGUNTA. ¿Por qué es tan importante
que todos aprendamos a gestionar nuestras emociones y especialmente los
niños?
RESPUESTA. ¡Pues claro que es
importante! ¡Porque va a definir toda tu vida! En los primeros 6 o 7
años de vida, desarrollas respuestas emocionales automáticas frente a la
vida, y eso lo afecta todo: tu salud física, tu cociente intelectual, tu
autoestima, cómo te comportas cuando estás irritado, cómo compites, cómo
reaccionas ante el éxito y el fracaso, cómo te defiendes, tu forma de
relacionarte con los demás… Por eso no hay mejor política preventiva de
salud mental que la educación emocional y social de los más pequeños, en
casa y en el aula.
Tasi y Alex
aprenden a enfrentarse a sus miedos.
P. En ‘Los Atrevidos dan el gran
salto’, los protagonistas deben enfrentarse a sus miedos. ¿Cuáles son
los temores más corrientes en la infancia? De adultos, ¿podemos seguir
teniendo los mismos miedos?
R. En los niños
muchos de los temores tienen que ver con la dificultad para distinguir
entre realidad y ficción, y con sentirse vulnerables y con poco control
sobre el entorno: el miedo a la oscuridad, a las criaturas
imaginarias, a los desconocidos, a ser abandonados… Después de los 6 o 7
años suelen cobrar más importancia los miedos más racionales, como el
miedo al rechazo social, a las críticas, a las situaciones nuevas,…
Estos miedos, que son más o menos objetivos, se dan también en
los adultos, si no hemos aprendido a gestionarlos.
P. Alexia y Tasi crean un ‘plan
antimiedo’ para poder saltar en paracaídas. ¿Cada niño debe desarrollar
sus propias estrategias para plantar cara a sus temores? ¿También un
adulto puede crearse un ‘plan antimiedo’?
R. El miedo, a
cualquier edad, es una de las emociones preferidas de nuestro cerebro
programado para sobrevivir. ¡Es nuestra señal de alarma para la
supervivencia! Y cuando suena esa alarma ¡agredimos o salimos huyendo!
El cerebro tiende a exagerar los posibles peligros. Pero tanto si eres
niño como adulto puedes aprender a detectar lo que más miedo te produce,
y descubrir los recursos que te ayudan a calmarte en cuerpo y mente.
P. Uno de los problemas de los
padres modernos, que tal vez no tenía lugar hace unos años, es la
sobreprotección. ¿Debemos dejar como padres que los hijos hagan frente a
sus miedos solos?
R. Sabemos que los
padres autoritarios debilitan la confianza de los hijos en sí mismos; y
que los padres permisivos, en cambio, ofrecen empatía y comprensión,
pero demasiados pocos límites y recursos. ¿Cómo podemos acertar?
“El miedo es una de las
emociones preferidas de nuestro cerebro, pero tanto niños como adultos
podemos descubrir recursos para calmarnos”
Hay padres que actúan como buenos “guías
emocionales” de sus hijos. ¿Qué hacen estos padres? ¿Cuál es su secreto?
Empatizan, es decir, se fijan en las emociones de sus hijos y son
capaces de ponerse en su piel, de comprender su perspectiva; no temen ni
evitan las emociones, aunque sean negativas, porque las ven como una
oportunidad para la intimidad y la superación; estos padres también
saben escuchar serenamente, sin juzgar.
P. El estrés y la ansiedad son
trastornos cada vez más comunes relacionados al miedo. Si al final
nuestros hijos son esponjas, ¿cómo consigue un adulto identificar esas
señales físicas que anuncian que nos encontramos ansiosos, cuando no
deprimidos, y ponerles remedio?
R. Cada emoción deja una huella en el
cuerpo. El miedo, por ejemplo, genera una reacción química estresante:
late más deprisa el corazón, los músculos se ponen más tensos,
respiramos más deprisa, la presión arterial aumenta… Si te fijas
simplemente en esas señales físicas, puedes aprender técnicas sencillas
de relajación física… Claro que cada persona, adulto o niño, responde
mejor a unas estrategias que a otras, ¡es cuestión de probar y
practicar!
P. En el segundo libro, 'Los
Atrevidos en busca del tesoro', Alexia y Tasi salvan a unos
exploradores perdidos en el Polo Sur y aprenden a valorarse ellos
mismos. ¿Cuáles son los principales errores de los padres en la
gestión de el autoestima de los hijos y cómo debería reforzarse en
positivo?
R. ¿Tú hijo se
siente querido? ¿Y se siente competente en lo que hace? De alguna
manera, podríamos decir que la autoestima del niño es como si se
“pusiese nota” en estos dos ámbitos. Y aquí, ¡la actitud de los padres
es importantísima! Y en particular, que no carguemos a nuestros hijos
con expectativas poco razonables, que solo generan frustración y
sensación de no estar a la altura.
“Los padres que son buenos guías emocionales de sus hijos son
empáticos, saben escuchar y ven las emociones negativas como retos
de superación“
P. ¿Puede un adulto con baja
autoestima enseñar a su hijo a confiar en él mismo?
R. Me gustaría decir que sí, pero lo
cierto es que los humanos aprendemos imitando y que solemos
reproducir lo que aprendemos en casa... Por tanto, si un padre o
madre no se sienten competentes o útiles, es complicado pensar que
puedan ayudar a su hijo a confiar en sí mismo. Sin embargo,
si ese adulto se pone manos a la obra para mejorar su propia
autoestima, es más fácil que pueda ayudar a su hijo en ese sentido.
P. Somos demasiado exigentes con
nosotros mismos y, en consecuencia, lo somos con nuestros hijos y
eso los frustra. ¿Cómo hacemos para mejorar nuestro nivel de
autocompasión?
R. Afortunadamente, no hace falta que
nos digamos que somos fantásticos cuando sabemos que no lo estamos
siendo… Basta con saber aceptarse a uno mismo como es, con sus
fallos. Eso se llama “autocompasión”, y significa que eres capaz de
perdonarte tus errores y limitaciones. No te sentirás tan humillado
o incompetente si olvidas el texto de una obra de teatro, o si
fallas un penalti en un partido. La autocompasión nos recuerda que
somos humanos, ¡y que equivocarse es natural!
P. Los dos hermanos protagonistas de estas
aventuras se apoyan entre sí. Pero, ¿qué ocurre con los hijos
únicos? ¿El aprendizaje de la gestión de emociones es más difícil?
R. Un hijo único suele tener los mismos retos y
ventajas que los hijos primogénitos: por una parte, recibe mucha
atención y cariño por parte de los padres, pero, por otra parte, las
expectativas frente a ese hijo único pueden ser muy altas y el
precio a pagar puede ser que no tienes tanta libertad para ser tú
mismo, que te sientes muy responsable, que quieres estar “a la
altura” de las expectativas de tus padres… Me parece que si eres
padre o madre de un hijo único tienes que intentar ser generoso en
este sentido, dejarle libre, invitarle a ser él mismo, no cargarle
con tus expectativas.
P. Cada
aventura empieza cuando los niños se van a la cama. ¿Son libros
pensados para que los padres los lean con sus hijos antes de dormir?
R.
¡Exactamente! Me encanta imaginar ese momento, en el que los padres
se acurrucan con sus hijos para leer juntos las aventuras de Los
Atrevidos. Espero que los niños y los padres puedan charlar,
interrumpir el cuento, preguntar “¿Y tú qué harías? ¿Cómo crees que
se siente?”… y que los niños vayan mejorando su inteligencia
emocional sin darse cuenta, disfrutando…
P. Si
los padres de Alexia y Tasi se subieran al barco para competir en
las Olimpiadas emocionales, ¿crees que conseguirían tantas medallas
como sus hijos? ¿Por qué nos es tan difícil ser felices?
R. Depende de
las ganas que tengan esos adultos de cambiar. Teóricamente, estamos
dotados para cambiar, tenemos un cerebro tan entrenable como un
músculo. Pero la realidad es que nos acomodamos en pensar, decir y
hacer siempre lo mismo… y nos cuesta salir de nuestra zona de
confort. Eso, para ganar una medalla, es un hándicap.
Y a la segunda
pregunta, te diría que estamos programados para sobrevivir, no para
ser felices. Para los adultos, la felicidad es una conquista diaria,
deliberada y consciente.
“Si los padres no se sienten competentes
o útiles es complicado que puedan ayudar a sus hijos a confiar en sí
mismos porque aprendemos por imitación”
P.
¿Charlan suficientemente los padres con sus hijos? ¿Y entre ellos?
¿Qué puede enseñar un niño a un adulto?
R. Comunicarse bien con los demás tiene al menos dos claves:
primero, saber escuchar a la otra persona, y
segundo, saber hacerle preguntas. ¿Te cuesta hablar con tus hijos?
Prueba evitar las preguntas cerradas, es decir, aquellas que se
contestan con un simple “si” o “no”.
Para invitar
a nuestros hijos a explayarse, vamos a hacerles preguntas
abiertas… es decir, preguntas que requieren una respuesta más
profunda, más larga, por ejemplo: “¿Qué es lo mejor que te ha
pasado hoy en el colegio? ¿Qué es lo peor que te ha pasado hoy en
el colegio?”, o “Cuéntame algo que te haya hecho reír hoy”. Las
preguntas abiertas son la puerta de entrada a las conversaciones.
P.
¿Cómo puede la inteligencia emocional mejorar los resultados
académicos de nuestros hijos?
R. El
rendimiento académico de los niños mejora de media unos 11
puntos frente a los alumnos que no reciben clases de inteligencia
emocional en el colegio (ver algunos estudios en
casel.org). Así que cuando enseñas a un niño
habilidades emocionales y sociales, no solo consigues un
hijo que mejora su actitud y su comportamiento, que tiene menos
episodios de desajustes emocionales, y que consigue llevarse mejor
con los demás, ¡sino que además saca mejores notas!
Se preparan para viajar en el barco de las emociones. (iStock)
P.
¿Se enseña en los colegios a que los niños gestionen sus propias
emociones? Si los adultos somos en el fondo niños altos, ¿deberían
impartirse también seminarios en las empresas?
R. Los
adultos podemos aprender hasta el último día de nuestra vida,
porque tenemos un cerebro programado para aprender, y eso
significa que puedes aprovechar cualquier momento y cualquier
entorno, casa, escuela o trabajo, para descubrirte y mejorarte.
P. Te
hemos oído muchas veces decir que no hay emociones buenas o malas,
solo útiles o inútiles. ¿Cómo podemos reconocer en qué momento una
emoción no nos está beneficiando y qué hacemos para cambiarla?
R.
Efectivamente, las emociones no son positivas o negativas, son
útiles o perjudiciales, ¡depende de cómo y cuando las utilizas!
Veamos algún ejemplo de emociones llamadas
“negativas” que en realidad te ayudan: la tristeza te enseña a
valorar y proteger lo que te importa; la ira es el germen de la
justicia social, y el miedo te ayuda a protegerte y sobrevivir.
“Estamos programados para sobrevivir,
no para ser felices. La felicidad es una conquista diaria”
Un buen
indicio de que una emoción no te está siendo útil es cuando esa
emoción no te ayuda a moverte, a lograr metas, a sentirte bien, a
relacionarte bien. Si una emoción, en vez de darte alas, te
aprisiona, cámbiala.
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