El Hongerwinter
es un raro experimento –uno de esos experimentos que
normalmente no se pueden hacer en humanos—, y la mayor parte
de lo que se sabe sobre la herencia de los caracteres
adquiridos se ha aprendido en ratones en los últimos años.
Johannes Bohacek e Isabelle Mansuy, del Laboratorio de
Neuroepigenética de la Universidad de Zurich, compilaron los
datos el mes pasado en Nature Review Genetics,
centrándose sobre todo en el ángulo más chocante de este
fenómeno: la herencia de los comportamientos adquiridos.
“Las experiencias con
el entorno”, escribe Mansuy, pueden modificar el
comportamiento social, emocional y cognitivo durante la vida
del individuo, y resultar en rasgos de comportamiento que se
pueden transmitir a las generaciones subsiguientes”. La
condición para ello, desde luego, es que las modificaciones
afecten a la línea germinal: óvulos, espermatozoides y las
células que los producen en las gónadas. Sin pasar por ahí
no se puede trasmitir nada, ni genética ni epigenéticamente.
Estas
modificaciones ocurren en respuesta al entorno, pero pueden
ser muy estables y transmitirse hasta tres o cuatro
generaciones después
La mera frase
“herencia de los caracteres adquiridos” sonaría como una
herejía a oídos de cualquier biólogo del siglo XX. Es la
definición común del lamarckismo. ¿Cómo evolucionó el cuello
de la jirafa? Lamarck, el mayor evolucionista anterior a
Darwin, propuso que los esfuerzos de cada jirafa por
alcanzar las hojas más altas de los árboles estirarían su
cuello, y que ese alargamiento se transmitiría a la
descendencia.
La selección natural
propuesta por Darwin ofrece una explicación radicalmente
distinta: la longitud del cuello varía un poco al azar en
cada generación; las pre-jirafas que no alcanzan las hojas
mueren sin descendencia, y las únicas que sobreviven son las
que nacieron con el cuello un poquito más largo; si ocurre
lo mismo una generación tras otra, acabamos generando el
cuello de la jirafa por selección natural.
Pese a que la mayoría
de los datos provengan de modelos animales, Mansuy está
convencida de que este tipo de herencia –epigenética, o
lamarckiana si se quiere, aunque ella no utiliza esa
palabra tóxica— es crucial para la genética médica. “Ayuda a
explicar el origen y la heredabilidad de enfermedades
psiquiátricas tan comunes como la depresión, las
alteraciones de la personalidad, la ansiedad y el autismo”,
dice.
¿Vuelve Lamarck? En cierto modo nunca se fue: el propio
Darwin consideró mecanismos lamarckistas para
acelerar la selección natural
Aclarar sus
mecanismos, por tanto, puede tener importancia para su
diagnóstico, y tal vez para su prevención. El sueño de poder
aliviar esas enfermedades borrando las
modificaciones epigenéticas pertinentes es, de momento eso,
un sueño. Pero no hay ningún impedimento de principio para
que algún día lejano sea posible.
Ya lo
ven. Aunque no explique el cuello de las jirafas, la
herencia de los caracteres adquiridos existe, y tiene
importancia médica. ¿Vuelve Lamarck? En cierto modo nunca se
fue: el propio Darwin consideró mecanismos lamarckistas
para acelerar la selección natural. Esa es la situación a la
que parecemos volver después de un siglo XX lleno de
dogmatismos poco científicos. Permanezcan con la mente
abierta.