Jaume Ordi
Research
Professor, Barcelona Institute for Global Health
(ISGlobal)

Técnico de Patología sostiene una
muestra de cerebro obtenida mediante la técnica
de la autopsia mínimamente invasiva (Foto:
Quique Bassat) Author provided
La muerte sigue siendo un tema
tabú, incluso para la medicina, y si es la de un
niño el problema es aún mayor. ¿Existe algo más
difícil de digerir? Por suerte, en Europa este
fenómeno es excepcional. En países como España de
cada 1 000 nacidos vivos, tan solo 3 no llegaran
a cumplir los cinco años de vida. Sin
embargo, en los países más pobres la muerte
durante la infancia es mucho más común y las
tasas de mortalidad infantil son
inaceptablemente altas.
Aunque parezca increíble,
existen hoy en día lugares en el mundo donde 1
de cada 10 nacidos vivos morirá durante la niñez.
Es difícil pensar en una estadística más
demostrativa de las inequidades entre el mundo
rico y el pobre.
Si queremos hacer algo para
mejorar esta situación debemos empezar por poner
un foco sobre estas muertes, que en muchos casos
son invisibles a las estadísticas.
En los países pobres muchos
niños nacen y mueren sin ser nunca registrados.
Algunos lo llaman "el
escándalo de la invisibilidad". Muchos
mueren en sus casas, fuera del alcance del
sistema de salud, y por tanto sin tener a su
alcance medidas preventivas o terapéuticas.
Estas muertes invisibles
parecen no importar a nadie, porque pocos saben
que han ocurrido. Hacerlas visibles no es
suficiente. Debemos además entender por qué
ocurren y diseñar políticas de salud capaces de
prevenir las causas prevenibles, y curar las
causas curables. Ahí es dónde fallamos de forma
estrepitosa.
Cualquiera podría pensar que
saber de qué ha fallecido alguien es fácil. En
Europa, si nos ponemos enfermos o nuestra salud
está en peligro, podemos acudir a cualquier
hospital (siempre habrá uno cerca). Allí no solo
podrán acceder a nuestro historial médico
completo, sino que también podrán determinar de
forma muy precisa qué nos pasa mediante una
batería de pruebas y análisis. Llegar a un
diagnóstico es posible y fácil. Si morimos en la
calle la medicina forense se encargará de
estudiar qué nos ha pasado con una autopsia.
Esto no es una opción, es un requerimiento
legal. Por tanto, es muy difícil que en nuestro
entorno alguien fallezca y no lleguemos a saber
qué le ha pasado.
En los países más pobres, y
sobretodo en el África rural, esto es diferente.
Los métodos disponibles para investigar de qué
ha muerto alguien en estos contextos son, o bien
poco fiables, o imprecisos. Por un lado está la
autopsia verbal, una entrevista a los familiares
del fallecido semanas o meses después de la
muerte, destinada a recopilar información
mediante preguntas sobre lo que pasó en los días
previos. Las respuestas son analizadas por un
clínico o por un programa informático.
¿Cuán fiable será un método
basado en lo que reporte un familiar sin
cualificaciones sanitarias sobre algo que pasó
meses atrás? ¿Qué conocimientos médicos les
pedimos en entornos donde una proporción
importante de la población ni siquiera sabe leer
o escribir? Aunque pueda ser útil para
monitorizar las tendencias en las principales
causas de muerte a nivel poblacional, esta
metodología es poco robusta para la
determinación de causas individuales.
En aquellos casos en que los
pacientes sí han sido vistos en un hospital,
tendremos un poco más de información. De nuevo,
¿cuán preciso es el diagnóstico en lugares
famosos por la escasez de médicos y
herramientas? La única manera de averiguar esto
es comparar los veredictos propuestos por los
clínicos que vieron a esos pacientes antes de
morir con la causa atribuida por el método de
referencia, que es la autopsia
anatomo-patológica.
Los resultados de esta
comparación son bastante desalentadores. Por
desgracia, las discrepancias son frecuentes y
ocurren hasta en la mitad de los casos. Los
errores diagnósticos (que en estos entornos a
menudo conllevan riesgos fatales) son
abundantes. Por muy buenos que los médicos
nos creamos haciendo nuestro trabajo, si no
tenemos herramientas diagnósticas básicas para
realizarlo estaremos condenados a la
especulación.
¿Por qué no hacer autopsias,
como se haría en España? Existen dos razones
principales: en primer lugar, en África hay una
escasez apabullante de patólogos y personal
formado. Si en España hay un patólogo por cada
15 000 habitantes, en África hay países que no
cuentan ni siquiera con uno. Por otro lado, esta
práctica es considerada demasiado invasiva y
cruenta y tiene escasa aceptación. Aunque las
autopsias sean el método de referencia, y la
manera más segura de averiguar la causa de la
muerte, son un procedimiento a menudo
inaceptable, y por tanto poco factible en estos
entornos.
Cómo creamos las autopsias
poco invasivas
Ante esta disyuntiva, nuestro
equipo, que lleva más de 20 años investigando
las causas de muerte en los países más pobres,
desarrolló en el año 2013 lo que hoy conocemos
como autopsia
mínimamente invasiva (MIA). Se trata de una
metodología postmortem de obtención de muestras
–con agujas de biopsia– de los órganos más
importantes del cuerpo.
Este método facilita la
extracción de pequeños cilindros de tejido de
órganos tan importantes como el pulmón, el
hígado y el cerebro, así como de sangre y
líquido cefalorraquídeo. Por lo tanto,
simplifica su estudio y permite un diagnostico
mucho más certero. Al examinar al microscopio
estas muestras, podemos
saber con certeza si el órgano del que
provienen estaba enfermo, sano, o
si algún microorganismo había infectado al
paciente.
Así tendremos una visión
bastante completa de lo que pasaba en el
interior del cuerpo y, por tanto, de lo que mató
a esa persona. Todo sin apenas dejar marcas
visibles en el cuerpo, elemento fundamental para
una mayor aceptabilidad donde
la autopsia completa no era considerada
permisible. Una idea de lo más simple, pero
tremendamente poderosa, que ha revolucionado la
vigilancia de las causas de muerte en los países
más pobres.
Desde que nuestro equipo
validó la metodología (en
una comparación directa con la autopsia completa)
el método ha sido adoptado por todo el mundo, y
es utilizado de forma rutinaria en
la red de vigilancia de mortalidad infantil
CHAMPS presente en África y Asia, donde ya
se han realizado más de 2 200. Los datos que se
han empezado a generar están
cambiando los paradigmas actuales sobre la
muerte y sus causas.
Aunque difícilmente escalables
a nivel poblacional, estas autopsias ofrecen la
posibilidad real de generar datos –ahora sí–
creíbles sobre las enfermedades y patógenos que
más contribuyen a matar de forma prematura a los
niños. Saber de qué mueren las personas es
imprescindible para poder diseñar las políticas
de salud necesarias e implementar las medidas
adecuadas para prevenir estas muertes. Es
también fundamental para saber cómo distribuir
mejor los pocos recursos disponibles en sanidad
con los que cuentan estos países, a menudo por
debajo de los 100 dólares per cápita anuales.
La muerte puede enseñarnos
mucho. Seguro que de tantas y tantas muertes
prematuras, prevenibles e innecesarias podemos
extraer las lecciones adecuadas que nos ayuden a
evitar que el lugar de nacimiento sea el
principal condicionante de las posibilidades de
sobrevivir.
Este artículo ha sido publicado originalmente
en The
Conversation